Por Ricardo Vicente López
Algunas consideraciones sobre un tema central de la sociedad capitalista
Parte I – Palabras iniciales
La necesidad imperiosa de pensar salidas posibles a esta globalización criminal obliga a la búsqueda de reflexiones que vayan despejando el camino de tanta niebla ideológica. Nos enfrentamos una vez más (y van…) a una crisis que hace tambalear la estructura misma de la sociedad capitalista. Sin embargo, lo que se puede leer, escuchar y ver en los diferentes medios de comunicación no nos transmite la sensación de pensar en un cuestionamiento al capitalismo global, sino la idea de que se ha visto afectado por una enfermedad que produce algunas dificultades, pero de ningún modo presenta un riesgo terminal. Tal vez, la dificultad resida en la palabra terminal puesto que remite a las profecías de los socialistas del siglo XIX y de ellas ya se ha dicho que no se han cumplido y que eran meras divagaciones. Nuestros sesudos economistas liberales, que no han sido capaces de pronosticar las turbulencias que se acumulaban frente a sus ojos, tienen la osadía de desvalorizar a los viejos teóricos.
Dada esta situación que sumerge en la perplejidad a los investigadores y académicos, así como a los gurúes de las centrales del dinero, cuyas consecuencias las pagan los sencillos hombres de trabajo, creo necesario intentar aportar algo de claridad sobre el tema. Digo algo porque el tema es excesivamente complejo y oscuro como para poder entenderlo y explicarlo acabadamente. A pesar de ello creo que algunas líneas de desarrollo de estos procesos pueden sacarse a la luz. Un tema que funciona como fundamento del armado estructural del sistema capitalista es, sin dudas, el de la propiedad privada, sobre el cual han corrido ríos de tinta (perdón por esta muy vieja expresión) que no han hecho otra cosa que generar un gran galimatías (y me parece que no ha sido totalmente inocente).
Si bien haremos una excursión en el tiempo para revisar diferentes modalidades que adquirió la propiedad a lo largo de la historia, lo que debe interesarnos es el modo como funciona cómo el motor de la sociedad capitalista. Por ello, para ese caso particular de la propiedad, deberemos hablar de propiedad privada burguesa o capitalista. Siendo la sociedad capitalista el marco dentro del cual se ha dado ese tipo de propiedad es necesario decir algo sobre qué se entiende por capitalismo. Voy a acudir a la ayuda del filósofo Juan Carlos Scannone [1] (1931-2019), quien hace, sobre este, tema una distinción conceptual que creo de gran utilidad:
El capitalismo como modo de estructurar la economía, y, por otro lado, 2) la sociedad capitalista de clases, en la cual se da el poder hegemónico del capital sobre el trabajo, de modo que sólo quienes ponen el capital o lo representan, organizan y dirigen –hegemónicamente — el proceso económico y, por ende, en la práctica detentan todo (o casi todo) el poder económico y social… En cuanto al capitalismo como modo de producción, el juicio ético sobre el mismo depende en último término de su mayor o menor eficacia real, no sólo técnico-económica sino y sobre todo, humano-integral (para todo el hombre y para todos los hombres, incluidos los hombres futuros) en una determinada sociedad y momento histórico. La sociedad capitalista de clases, en cambio, ha de ser éticamente criticada porque no respeta suficientemente la libertad y la justicia, es decir ni respeta la prioridad del trabajo humano subjetivo sobre el trabajo objetivo (los productos y los instrumentos de producción), ni da participación equitativa a todos los involucrados en las decisiones orientadas al bien común.
Esta distinción permite profundizar los contenidos del concepto y arroja luz sobre muchas discusiones que, no habiendo aclarado suficientemente el uso del vocablo, se han empantanado en caminos sin salida. Esta afirmación mía puede chocar con quienes tiene posiciones definidas sobre el tema. Le pido, amigo lector, que me conceda la posibilidad de leer lo que le propongo, desde una mirada, si me lo permite, más desprejuiciada, o más abierta a ver otras perspectivas.
De la definición que quedó planteada podemos decir: En un primer sentido, si por capitalismo entendemos un sistema de empresas, de producción y comercialización, que utiliza el mercado como la mejor lógica para la asignación de recursos, que hace un uso responsable de la propiedad privada, ya nos estamos distanciando de las definiciones liberales (EEUU). La diferencia fundamental debe pensarse en el encuadramiento del funcionamiento en un sólido sistema jurídico con control de los tres poderes clásicos; Ejecutivo, Legislativo y Judicial. El objetivo central de este sistema es poner todo ello al servicio de la comunidad entera y de la libertad humana integral.
Tal vez, para quienes no estén habituados a estas definiciones técnicas les sugiero pensar en lo mejor de los sistemas de los países nórdicos (aunque hoy parecieran pasar por algunas dificultades, ya antes de la pandemia). Esto puede ser aceptado a primera vista y como un sistema transitorio hacia alguna forma social más justa y más humana hacia el futuro. Debe quedar preservado de toda opresión posible, privilegiando la salud integral de todos los miembros de la comunidad. Pero, en su segundo sentido, si se entiende por capitalismo un sistema de explotación, de una clase poseedora del capital sobre otra que sólo posee su capacidad de trabajo, Este capital que sólo busca como objetivo excluyente el lucro privado, haciendo un uso abusivo del “poder hegemónico”, que opera en detrimento de una asignación equitativa de bienes y remuneraciones, este sistema es inaceptable.
Llegados a este punto creo que no podemos quedarnos en una mera diferenciación terminológica. Pero, sin embargo, no es desdeñable la distinción porque mucha de las utilizaciones terminológicas para hacer referencia a este tema acaban en polémicas ambiguas, que encuentran a sus debatientes argumentando desde definiciones cerradas. Esto no ha permitido un avance conceptual necesario y, de este modo, ambos quedan convencidos de la “verdad” de sus posiciones, sin que se haya logrado definiciones más certeras y claras. Pero también permite, a aquellos que sacan réditos de las nebulosas y de las marañas de palabras, mantener el tema dentro de una confusión sospechosa, pero muy útil para ellos.
En tan importante debate, agudizado hoy por la hecatombe económica y financiera, resultado de la extrema polarización de la distribución de los bienes (unos pocos que cada vez tienen más y los muchos que cada que cada vez tienen menos) que se ha proyectado sobre todo el planeta, ya no podemos permitir que nos confundan con palabrerío abstracto. Lo que sí cabe afirmar es que, más allá de cómo se lo denomine al sistema, cualquier orden social que se postule como más justo, debe apuntar, como condición fundamental, a la realización plena del hombre, “de todo el hombre y de todos los hombres”, como quedó afirmado en la definición.
En este sentido y apuntando a ese logro, es imprescindible la eficiencia del sistema tecno-económico, pero esa eficiencia sólo es aceptable en términos de una eficiencia humana, no la que sólo atiende a hacer crecer la renta del capital. Por ello debe privilegiar el servicio de todos y todas. Debiendo priorizar la salud social por sobre las rentabilidades necesarias. Porque es preferible, ética y humanamente, una rentabilidad menor y una mejor y más equitativa distribución de la riqueza.
Creo que ha quedado demostrado, con la crisis que nos embarga, que el sistema económico requiere necesariamente una redistribución de bienes, más equitativa, que integre la remuneración justa para el buen funcionamiento del mismo. Porque la mente obtusa de tantos economistas no les permite comprender que la retribución salarial es, necesariamente la manera de fortalecer el mercado por el lado de la demanda. Todo productor es también, y al mismo tiempo, un consumidor que requiere disponer del dinero necesario para obtener lo obligatorio para producir. Un mercado que funcione como un correcto asignador de recursos no puede quedar librado al simple juego de la oferta y la demanda, puesto que la experiencia histórica ha demostrado su tendencia a consolidar el lucro del capital y descuidar la retribución justa y digna para toda persona que trabaje en relación de dependencia.
[1] Doctorado en la Universidad de Múnich (Alemania); fue uno de los profesores más influyentes de Jorge Bergoglio, fundador de la Filosofía de la Liberación y uno de los principales referentes de la escuela argentina de la Teología del pueblo, una de las corrientes dentro de la Teología de la liberación.
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