Por Ricardo Vicente López
Parte II
Estimado amigo lector, ya le comenté en la nota anterior las razones que me mueven a volver sobre este tema. El objetivo más importante es mostrarle a Ud. que la mentira es una señorona que se pasea por la mayor parte de los relatos, sean estos periodísticos, colegiales, académicos, a cuyos autores se les asignan tareas que, por regla general, consisten en revestir con ropajes vistosos lo más horroroso que sucede en el espacio público (nacional o internacional). Todo ello no tiene nada que envidiarle a las mentiras cotidianas de los medios, aunque el calibre de esas mentiras varía según el tema. Por ejemplo, en este caso: “la intervención de los EEUU (como una operación decisiva para derrotar a los nazis”. Dice Collon:
«Es necesario hacer ciertas aclaraciones. Algunos hechos inquietantes han sido documentados en un excelente libro El mito de la Guerra Buena: América en la Segunda Guerra Mundial (2002) del historiador Jacques Pauwels (1946) [2]. Sus documentos irrefutables demuestran que gran parte de las empresas de Estados Unidos colaboraron directamente con Hitler, y no sólo al comienzo de la guerra: Du Pont, Union Carbide, Westinghouse, General Electric, Goodrich, Singer, Kodak, ITT, JP Morgan… y otras más. La gran novedad estratégica de Hitler fue la “Blitzkrieg”, la guerra relámpago −dirigir muy rápidamente sus tropas hacia el corazón del enemigo−. Ello exigía dos condiciones esenciales: camiones y gasolina. Como Alemania no tenía ninguno de los dos, fue la Esso la que aprovisionó la gasolina, mientras que los camiones provenían de las fábricas alemanas de Ford y General Motors».
Este investigador demuestra que una gran parte de los empresarios de los Estados Unidos apoyaban a Hitler en los años 30 y 40. De hecho, los Estados Unidos se prestaron a un doble juego. Ellos deseaban que la guerra durase mucho tiempo. ¿Por qué? Por un lado, las enormes ganancias que sus empresas hacían en Alemania iban en constante aumento. Por otro lado, se enriquecían por los préstamos a Gran Bretaña, que soportó sola todo el peso de la guerra entre julio y octubre de 1940. Washington también ponía como condición que Londres abandonase sus colonias después de la guerra. Así se hizo. Los Estados Unidos se las arreglaron para aprovecharse de la Segunda Guerra Mundial, debilitando a sus rivales y convirtiéndose en la única superpotencia capitalista.
¿Quiénes se beneficiaron con la guerra? Pauwels nos ofrece expresiones de algunos importantes personajes de la época que nos pueden orientar hacia alguna respuesta posible:
«Henry Ford (1939): “Ni los Aliados, ni el Eje deberían ganar la guerra. Los EE.UU. deberían proporcionar a ambas partes los medios para seguir luchando hasta que ambos se desmoronen“.
El senador Harry Truman – luego futuro presidente− dijo en 1941: “Si Alemania gana, debemos ayudar a Rusia y si Rusia gana, debemos ayudar a Alemania, para que muera el máximo de cada lado“».
Ese juego cínico sólo terminó cuando la Unión Soviética derrotó a Hitler en la Batalla de Stalingrado (2-2-1943). Sólo entonces, los Estados Unidos se apresuraron a salvar sus intereses en Europa. Recién el 6-6-1944 se produce el desembarco en Normandía, el famoso día D:
«El comienzo del conflicto se suele situar en el 1 de septiembre de 1939, con la invasión alemana a Polonia, el primer paso bélico de Alemania en su pretensión de fundar un gran imperio en Europa. Esto produjo la inmediata declaración de guerra de Francia y la mayor parte de los países del Imperio Británico al Tercer Reich. Desde finales de 1939 hasta inicios de 1941, merced a una serie de brillantes y certeras campañas militares y la firma de tratados, Alemania conquistó o sometió gran parte de la Europa continental».
Alexander Cockburn, irlandés, periodista político y escritor, calificó el Día-D como un “acto secundario” y explicó que la II Guerra Mundial:
«Ya había sido ganada por los rusos en Stalingrado (23-8-1942 al 2-2-1943). Un año antes del Día-D, en la batalla de Kursk (julio-agosto de 1943), los rusos habían aniquilado 100 divisiones alemanas. Los generales de Hitler sabían que habían perdido la guerra, y su tarea más importante era lograr que el punto de encuentro entre el avance ruso y los ejércitos occidentales fuera lo más lejos posible hacia el este».
Michael Zezima, escritor, editor, es autor de 12 libros, ha dado conferencias en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en la Universidad de Yale, en la Universidad Libre de Ocupación. Escribió una larga investigación que tituló El Día D – con D de desinformación (2004). En ella sostiene que:
«Franklin Delano Roosevelt, el líder de las fuerzas aliadas en nombre del combate contra los campos de prisión alemanes se convirtió en el arquitecto de los campos de prisión estadounidenses. Además, antes, durante y después de esa Guerra, la clase empresarial estadounidense comerció con el gobierno nazi. Entre las corporaciones de EE.UU. que invirtieron en apoyo de las tropas nazis se encontraron: Ford, General Electric, Standard Oil, Texaco, ITT, IBM, y GM, su máximo ejecutivo, William Knudsen, calificó a la Alemania nazi de “el milagro del siglo XX”».
No puede dejar de sorprender semejante denuncia, que implica un enorme cinismo político: no titubeaban al hacer negocios mientras miles de vidas se perdían en los campos de batalla. Continúa:
«Para muchas compañías de EEUU las operaciones en Alemania continuaron durante la guerra con abierto apoyo del gobierno. Por ejemplo, los pilotos estadounidenses recibieron instrucciones de no atacar fábricas en Alemania de propiedad de compañías estadounidenses. Los negocios con la Alemania de Hitler o con la Italia de Mussolini resultaron ser muy atractivos para los capitanes de la industria».
Lo que se va conociendo de las nuevas investigaciones se parece bastante a una película de terror. Por lo tanto, se vuelve evidente la necesidad de correr ese nefasto e interesado velo que tapó hasta ahora la verdad sobre la más sangrienta historia de guerra. Se deben confrontar las numerosas verdades incómodas sobre la II Guerra Mundial, sin dejarse desviar por los trucos de los lobistas públicos y de la propaganda, utilizados por los estados corporativos occidentales. Ellos transformaron un conflicto entre poderosos intereses capitalistas presentados como una cruzada santa.
En 1941, un pacifista estadounidense, Abraham Muste (1885-1967), activista contra la guerra y líder de los movimientos laborales y de los derechos civiles, cuya integridad personal le posibilitó ganar un muy grande respeto universal, declaró:
«El problema después de la guerra es el vencedor. Piensa que acaba de demostrar que la guerra y la violencia son útiles. ¿Quién le va a dar una lección?» Esa lección que solicitaba está comenzando a aparecer, pero es muy improbable que se publique como parte de la Historia oficial. No se dirá, por ejemplo que «Hitler perdió el 90 % de sus soldados en el frente ruso. Que por cada soldado muerto de EE.UU., hubo 53 bajas de los soviéticos».
Como cantaba Bob Marley [3] (1945-1981): «Emancipaos de la esclavitud mental, nadie que no seamos nosotros mismos podrá liberar nuestras mentes».
[1] Ver nota Primera parte.
[2] Licenciado en Historia en la Universidad de Gante (Bélgica) y Doctorado en la York University de Toronto (Canadá), reside actualmente allí. Sus investigaciones contienen revelaciones, muy documentadas, que ponen las cosas claras sobre el comportamiento de los EE.UU. en la Segunda Guerra.
[3] Músico, guitarrista y compositor jamaicano. Durante su carrera musical fue el líder, compositor y guitarrista de las bandas The Wailers y Bob Marley & The Wailers
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