Por Ricardo Vicente López
Parte II
Con el advenimiento del gobierno del cowboy Ronald Reagan (1981-1989), muy poco pulido y de recursos políticos escasos, volvió a relucir la vieja prepotencia y, además se hizo gala de mencionarla en público. Y fue por cuenta de la Embajadora de Estados Unidos en la ONU, Jean Kirkpatrick, activa miembro del Partido Republicano, de convicciones conservadoras y ardiente anticomunista, la que favoreció el apoyo de Estados Unidos a las dictaduras militares. Su rigidez ideológica la llevó a afirmar “que la democracia de Estados Unidos era única y no se podía exportar, porque la mayor parte de países no tenía las condiciones culturales que permitieran cultivarla”. Esta era una forma de justificar el apoyo abierto del gobierno de Reagan a las criminales dictaduras, entre ellas las de Chile, Argentina, Indonesia, Filipinas, Zaire, tan proclives a los dictados de lo que, en ese momento y sin sonrojo, se denominaba el “mundo libre”.
El doctor Renán Vega Cantor, encuentra que Donald Trump ha establecido una tercera idea, absolutamente más franca, de la excepcionalidad de los Estados Unidos. Esta se sostiene en la tesis de que ya no se habla de democracia como uno de sus componentes. No, la excepcionalidad estriba en que a Estados Unidos lo caracteriza un espíritu de conquista de la tierra, en el lejano Oeste, en la que sobresalieron rancheros, mineros, vaqueros, alguaciles, colonos, entre los que descollaba gente como Búfalo Bill.
Ahora bien, cualquiera de las versiones del mito de la excepcionalidad democrática de Estados Unidos quedó hecho trizas en forma definitiva el 6 de enero de 2020 [asalto al Capitolio]. A partir de esa fecha quedó al descubierto que la primera potencia mundial ha pasado a formar parte de nuestras republiquetas plataneras, entre otras razones por su sistema electoral antidemocrático, elitista y excluyente. Si eso lo ha reconocido hasta un personaje que no se distingue precisamente por su inteligencia: el expresidente George Bush, al decir sobre el ataque al Capitolio, que ese es el método con el cual se resuelven: “los resultados de las elecciones en una república bananera, no en nuestra democracia”.
Debemos, en consecuencia, dice Vega Cantor, dar la bienvenida a un nuevo miembro del muy poco selecto club de las Banana Republics. Un miembro con una gran autoridad moral, porque es el mismo que las ha impulsado durante los últimos 120 años en todo el mundo. No importa que ahora sea víctima de su propio invento. Es probable que pase a ser la “república” más importante en el concierto de las repúblicas bananeras. Puede ser que podamos ser testigos de estas trasformaciones.
Destino manifiesto
Sobre las dos primeras formas de excepcionalidad estadounidense, y sobre todo en su versión liberal, en diversos lugares del mundo se rasgan las vestiduras y se dice “no puede dejarse perder esa “superioridad democrática” de los Estados Unidos”. Al respecto, afirma, se han escuchado en estos días estupideces de diversa índole, algunas de las cuales vale la pena mencionar. La BBC, por su aureola, se lleva las palmas, cuando habla de la necesidad de que Estados Unidos recupere su imagen en Europa, deteriorada por la presidencia de Trump, siendo importante “reconstruir la marca Estados Unidos”. Textualmente dice la BBC:
«Solo si sus aliados (y enemigos) se aseguran de que EE.UU. está realmente de regreso en un camino diferente y consistente, podrán tener confianza en el liderazgo de Washington para el futuro”. (Jonathan Marcus, Qué significa lo ocurrido en el Capitolio para la imagen de Estados Unidos en el mundo.»
Esta afirmación, sería impensable en otras épocas, es una demostración de cuál es la imagen real de esa potencia mundial. Además de mostrar que Inglaterra no sería más que un peón de Estados Unidos. Vega Cantor muestra que es muy ingenua la creencia porque supone que «con Joe Biden se va a regresar fácil y rápido a restablecer la deteriorada imagen de la excepcionalidad de Estados Unidos en el mundo.»
En Colombia, país que el profesor conoce bien por ser el de su origen, los mismos medios que él denomina de desinformación, que apoyan la política criminal de Estados Unidos contra Venezuela, son los que ahora se rasgan las vestiduras por lo qué pasó el 6 de enero en Washington. Se niegan a ver el cataclismo político ocurrido y abonan sus esperanzas –cubiertas de cinismos-:
«Se niegan a reconocer que se ha hecho trizas el mito de la excepcionalidad de Estados Unidos, y sostienen que con Biden se va a regresar a la “normalidad democrática” en ese país».
Particularmente cínico al respecto es el diario El Espectador (propiedad del grupo Santo Domingo), que con su pretensión de ser liberal proclama un día, el mismo 6 de enero, su condena a la Nueva Asamblea de Venezuela y dice estupideces mentirosas de este calibre, que desnudan las desvergüenzas de sus editores:
«Venezuela enfrenta un nuevo capítulo con la instalación de una ilegítima Asamblea Nacional (AN), mientras que Juan Guaidó, reconocido como presidente encargado por cerca de 60 países, entre ellos Colombia, instaló una asamblea paralela. […]. Dos presidentes, uno ilegítimo [sic] que detenta el poder y otro que, a pesar de su debilidad política interna, mantienen un importante respaldo a escala internacional. Por este motivo y por ser la cabeza más representativa de la oposición venezolana, Juan Guaidó mantiene una capacidad de liderazgo [¡!¿?] que no puede ser desconocida. […]”»
Leamos los comentarios graciosos, cargados de ironía, del profesor:
«A ver, ¿con qué legitimidad ha sido designado a dedo por Washington, porque eso es lo que dictamina la “excepcionalidad estadounidense” y por eso es ilegítima, según El Espectador? La nueva Asamblea Nacional, escogida en elecciones el 6 de diciembre de 2020, que su legitimidad es sostenida, no solo porque lo hayan dicho Estados Unidos y sus lacayos, empezando por el presidente Duque».
Después de este vergonzoso editorial de El Espectador, cuando sucedieron los hechos del 6 de enero en Estados Unidos y al otro día y en los sucesivos días en varios editoriales El Espectador, que es interesante leer como un ejemplo de cómo funciona la prensa lacaya que condena los mismos métodos que avala y aplaude contra Venezuela. Al respecto ha dicho en su editorial del 7 de enero:
«Lo que ocurrió en Washington DC, con la toma del Capitolio por parte de una turba de ciudadanos fanáticos, es el legado del manejo irresponsable que el presidente Donald Trump le ha dado a su país. Este asalto a la democracia, con el fin de impedir que se cumpliera el trámite necesario para reconocer a Joe Biden como el nuevo presidente electo, fue un intento de golpe de Estado que debería ser condenado sin ambages.».
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