Por Ricardo Vicente López
Parte II
Amigo lector, en la primera parte ha necesitado hacer un gran esfuerzo como lector, para poder aproximarse a una comprensión aceptable de los temas que nos ha propuesto el doctor Alejandro Nadal. Le recuerdo que mi intención no pretendía (ni pretende) que Ud. pudiera comprender en profundidad los debates que la Economía Teórica, objetivo que está muy lejos de mis propias posibilidades para conseguirlo. Lo que le propuse es acercarnos lo suficiente para desenmascarar a esos excelsos profesores que parecen debatir temas similares, por sus contenidos, a los que debatían en las últimas décadas del siglo XV los monjes de Bizancio. Estos se preguntaban “¿cuántos miles de ángeles podían caber en la punta de un alfiler?”. Hoy, tantos siglos después, nos parece increíble que eso pudiera ser un tema de debate. Sin embargo, los temas que las Academias de Economía intentan descifrar, aureolados con fórmulas matemáticas, son cuestiones que no se alejan mucho de aquellas preguntas irrespondibles.
Aclarado esto, volvamos a las investigaciones del doctor Nadal que se ha preguntado si la democracia y el capitalismo podían convivir, más o menos amistosamente, en los comienzos del siglo XXI. Para ello nos propone un ejemplo de cómo se planteaba este problema a comienzos del XX. Leamos lo que nuestro investigador nos ofrece con este hecho histórico:
«En 1929 el consejo del Secretario del Tesoro Andrew Mellon le dio, al entonces presidente Herbert Hoover (1874-1964), una respuesta drástica: “Hay que liquidar el trabajo, las acciones, a los agricultores, los bienes raíces, y sólo así podremos purgar la podredumbre de este sistema. La gente trabajará con más empeño y podrá recoger los escombros y reemplazar a los menos competentes”. La Gran Depresión estaba comenzando y la recomendación de Mellon sintetizó de manera brutal la contradicción entre capitalismo y democracia. Esto prueba que algunos poderosos agentes económicos pueden invocar las fuerzas del mercado capitalista para destruir la forma de vida de millones de personas, sin importar sus opiniones políticas, con tal de purgar al sistema de, lo que ellos denominan, la podredumbre».
Sesenta años después, con el colapso de la Unión Soviética, se reavivó la creencia de que democracia y capitalismo formaban un binomio que podía funcionar con cierta armonía. La globalización era la prueba de que el capitalismo desbocado era la mejor forma de organizar la vida económica y política en el mundo. El neoliberalismo se presentó como la vía para una nueva era de riqueza, bienestar y, desde luego, democracia. Se decía que la única sombra que amenazaba este panorama se situaba afuera de las economías capitalistas y se ubicaba en el extremismo que albergaba el terrorismo islámico.
En el nivel de la actividad económica, el fantasma de una crisis de magnitud parecía desvanecerse y en su lugar reinaba el optimismo. Los acuerdos comerciales que cristalizaban el ideal de la globalización se multiplicaban y la Organización Mundial de Comercio se presentaba como un firme guardián de unas reglas que supuestamente habrían de regir la naciente economía globalizada. Comenta el doctor Nadal:
«Hoy las cosas han cambiado. La desigualdad se intensificó en todo el mundo. El pacto social que existió en los años dorados del capitalismo se fue rompiendo a golpes a partir de 1982, un poco a la manera que recomendaba Mellon, para purgar el sistema. En su lugar se fue imponiendo el régimen férreo del capitalismo desenfrenado. Y los resultados no tardaron en mostrar su verdadera cara. El crecimiento se hizo cada vez más lento. Los salarios se estancaron desde hace más de cuatro décadas y para la mayoría de la población en las economías capitalistas la única forma de mantener el nivel de vida tuvo que hacerse mediante el endeudamiento creciente. La especulación se adueñó del espacio económico y los gobiernos se convirtieron en amanuenses del capital financiero».
Ya comienza, como una idea compartida, a afirmar que cada vez más personas, en estas sociedades comienzan a sentirse decepcionadas. Su frustración alimenta un rencor que crece en la confusión política. Por eso se buscan culpables entre los migrantes o los extranjeros, los gobiernos, las élites o las grandes corporaciones. Esa es la razón por la cual las elecciones han desembocado en triunfos de gobiernos que transmiten esa engañosa narrativa: racismo, xenofobia, clasismo y fascismo son los puntos de referencia de estos movimientos. El mensaje es claro: la principal amenaza a la democracia es interna y se encuentra anidada en la desigualdad intrínseca que es la piedra angular del capitalismo.
Una nueva era
El auge de la globalización neoliberal terminó por minar las frágiles bases de la democracia en las economías occidentales. Si el capitalismo está cimentado en la desigualdad, la única manera de preservar algo que se parezca a la democracia es mediante una regulación capaz de frenar los abusos de las fuerzas económicas concentradas en la sociedad mercantilizada. El neoliberalismo es la reacción del capital financiero contra esa regulación y la globalización actual es la culminación de un peligroso proceso histórico en el que las instituciones democráticas y el bienestar de la población pasaron a segundo plano. El doctor Nadal concluye:
«La globalización neoliberal se organizó alrededor de una idea central: el libre juego de las fuerzas económicas debe ser el principio rector de la sociedad. Por eso en esta globalización neoliberal no hay lugar para una verdadera autoridad monetaria internacional, tampoco existe una agencia capaz de frenar el crecimiento de los oligopolios o la concentración del poder de mercado, y no impera una organización que proteja los derechos laborales. El régimen de la globalización neoliberal no rinde cuentas a nadie. Ni siquiera a sus principales beneficiarios, el capital financiero y los grandes grupos corporativos. Para retomar la senda de la democracia es necesario revertir el proceso histórico que condujo a la globalización neoliberal».
No parece nada alentador el futuro de la relación capitalismo-democracia. Las palabras que hemos leído no son el resultado de un pensamiento escéptico. Por el contrario, son una especie de grito de advertencia, angustiado, ante la poca conciencia que muestra la mayor parte de la población. Su vocación docente encontraba en el aula un espacio estrecho, que necesitaba trascender para llegar a los ciudadanos de a pie que son los más perjudicados por el capitalismo, a través de sus columnas periodísticas en el periódico La Jornada de México y otras páginas digitales. Fue un camino para llegar a un público que le preocupaba, tal vez, porque se encontraba alejado de esta problemática. No olvidemos que, desde hace más de un siglo, ese público ha sido bombardeado sistemáticamente por una prensa internacional en manos de los grandes capitales. Ésta se encargó, al parecer con mucho entusiasmo, de la manipulación de la opinión pública.
El entrelazamiento de una teoría económica convencida de que el capitalismo es la forma más acabada en la historia de las organizaciones sociales, y como tal, no reconoce la posibilidad de otros horizontes que puedan ofrecer mayores transformaciones: “la perfección no tolera cambios”. Muchos analistas, investigadores, académicos, periodistas especializados, son los portadores de trasmitir, con bastante ceguera o falta de visión histórica, o una muy buena remuneración, toda esta ideología dominante. El doctor Nadal nos abandonó hace muy poco, por ello se torna más imperante releerlo. Creo que un modo de no olvidarlo es continuar con su lectura como un buen ejercicio de análisis, memoria y actualización, de este mundo que no ha mejorado. Ello nos impone la necesidad de insistir en nuestros esfuerzos de denuncia para desmantelar sus insidiosas campañas mediáticas.
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