Por Ignacio Drubich*
Primera Globalización. La resonancia del proceso de expansión comercial del mercantilismo europeo en nuestro actual territorio tuvo sus particularidades. La ampliación del conocimiento científico aplicado a la navegación, la vanguardia en el arte de la guerra y la aparición de nuevos bienes y servicios produjeron una ruptura en la economía mundial. La expansión de este proceso a escala global -con el comercio abriendo fronteras a través de una red de viajes antes difíciles de imaginar- culmina con el desembarco de Cristóbal Colón en América, el 12 de octubre de 1492. El “Nuevo Mundo”, incorporado a la dimensión espacial de Occidente nos dará, en términos económicos, el primer sistema global de alcance planetario, liderado por España y Portugal en primera instancia y luego por Gran Bretaña, Holanda y Francia. La conjunción y la convergencia de estos fenómenos nos permite rastrear el inicio de nuestra propia historia económica. El economista e historiador Aldo Ferrer afirma al respecto: “Es a partir del siglo XV cuando se da la dinámica de las actividades económicas del actual territorio argentino”.
¿Qué buscaban las metrópolis? Para comprender la dinámica y la estructura al interior del actual territorio argentino, es necesario caracterizar a la economía de la época. Como primer aspecto, cabe señalar que las potencias metropolitanas eran eminentemente agrarias y su comercio exterior se volcaba a una serie acotada de comestibles exóticos y bienes suntuarios, cuyo destino estaba limitado al consumo de los grupos de poder político y económico. En segundo lugar, debemos mencionar una de las principales limitantes de la época: el escaso desarrollo técnico de los medios de transporte y la pesada carga en los costos de traslado de las mercancías. En este sentido, la influencia del flete sobre el volumen total no era el único problema: los riesgos del tráfico marítimo, amenazado por la existencia de la piratería, suponían el peligro constante y real de la pérdida de cargas enteras. Este determinante orientará especialmente el tipo de productos sobre los cuales recaería el interés del comercio en América: bienes de alto valor y poco peso. De este modo, el descubrimiento de yacimientos de oro, plata y minerales fue la preocupación principal de las potencias europeas. En el caso del Imperio Español, la organización de los virreinatos, en primera instancia, recaía sobre este presupuesto fundamental: ubicarse cerca de las zonas donde abundaban mercancías que se puedan orientar a la exportación.
Localización de la producción. La actividad económica se centró en los espacios geográficos donde abundaban los recursos naturales que se ajustaban a la fórmula “valor-elevado/peso liviano”. Los distintos tipos de explotación se establecieron, en primer lugar, en las adyacencias de las minas de oro y plata y, en segunda instancia, cerca de las tierras tropicales, las zonas pesqueras y bosques. En esta línea, Ferrer nos dice: “La distancia y el aumento en el precio del traslado impidió la explotación de los recursos ubicados en el interior del continente y alejados de las vías de navegación”. El escaso desarrollo del actual territorio argentino durante la época virreinal se explica fundamentalmente por el “factor distancia”: en nuestro territorio, dadas sus condiciones naturales, no existía el tipo de bienes que se buscaban y tampoco podían crearse fácilmente espacios de rentabilidad con perfil intensivo y exportador. Recién a mediados del siglo XVIII aparecerá el cuero como actividad económica de importancia para el comercio exterior, aspecto que no solamente supondrá un cambio en la orientación económica de la Corona Española, sino que motivará -entre muchos otros factores- la fundación de la última división administrativa de los españoles en América: el Virreinato del Río de la Plata (1776), hecho que fue acompañado por una flexibilización del régimen comercial, con la sanción de El Reglamento de Comercio Libre (1778), que permitió la apertura de nuevos puertos de exportación y reducir las tensiones entre los diferentes actores económicos del Imperio. En ausencia de una actividad expansiva orientada a la exportación, como lo eran las pesquerías, la minería, los cultivos tropicales y la explotación forestal, la ocupación territorial en el suelo argentino permaneció en una situación estructural de atraso relativo. Los viajeros que visitaban la Buenos Aires de principios de 1800 la definían como una “pequeña aldea”, con no más de 40.000 habitantes, que abarcaba treinta cuadras de una punta a la otra y que se dedicaba mayormente al contrabando (este tema se desarrollará con mayor profundidad en otras publicaciones).
Las regiones y su dinámica. En virtud de los fundamentos expuestos más arriba, cabe destacar que ningún punto de nuestro territorio atestiguó la presencia de alguna actividad productiva con orientación intensiva a los mercados internacionales. La escasa afluencia de mano de obra y capitales forjó las características principales de la economía en su conjunto: el estancamiento, la situación de subsistencia y el atraso relativo. Sin diversificación de las estructuras productivas, no hay ni crecimiento, ni desarrollo económico. Sin una sana relación recíproca entre la capacidad importadora apoyada en un volumen significativo de exportaciones, la demanda se proyectaba inercialmente hacia el interior de cada región. Así, la estrechez del mercado interno acotaba la división del trabajo y el crecimiento del comercio. En suma, no existían las condiciones necesarias para la existencia de una “economía nacional”. La ausencia de una coordinación central para la creación de políticas de desarrollo industrial, mancomunando estratégicamente las ventajas competitivas de cada región, impidió los eslabonamientos “hacia arriba” que todo sistema económico necesita para su ensanchamiento y expansión.
En este artículo no vamos a realizar un detalle pormenorizado de la situación de cada zona productiva. Pero al menos intentaremos describir las que consideramos más relevantes por su situación actual. En primera instancia, podemos decir que la región más adelantada entre el siglo XVI y el siglo XVIII es la más atrasada en el presente. Y la que mostraba los índices más bajos de desarrollo en los comienzos de nuestra historia, es la más adelantada en la actualidad. Estamos hablando de las regiones del Noroeste y el Litoral. La primera está compuesta por las provincias de Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca y Tucumán. La importancia relativa de esta región se debió principalmente a la existencia de un centro exportador dinámico situado en sus inmediaciones: el Potosí. Esta vinculación por proximidad geográfica permitió que ciertas actividades sean vean tonificadas por el comercio inter-regional y puedan proyectarse hacia el comercio exterior. Los excedentes existentes en la ganadería, la agricultura y en la producción artesanal pudieron colocarse en los vibrantes circuitos comerciales del Alto Perú y el Potosí. Las carretas de Tucumán, el algodón, la cera y la miel de Santiago del Estero, los granos y los vinos de Catamarca y la posición de Jujuy como terminal de paso de las mercancías exportadas hacia el Potosí, son algunas de las actividades principales de la región que se vieron beneficiadas por el comercio de la época.
Por último, la región del Litoral, compuesta por las actuales provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes. La ausencia de estímulos para la ocupación del territorio hizo que apenas se poblara el 10% de toda la superficie. La población total a mediados del siglo XVIII alcanzaba un total aproximado de 50.000 habitantes. La presencia de población nativa y la inexistencia de minerales explican la mayor parte del desinterés de la Corona Española por instalarse en estos parajes. Junto al contrabando, la actividad principal consistía en una forma muy primitiva de ganadería, aprovechando la hacienda cimarrona (que pastaba en estado salvaje) introducida por los españoles en períodos anteriores. La carne, el cuero, la grasa y las pezuñas del ganado se destinaban a la satisfacción de las necesidades de reducidos núcleos urbanos. La actividad se realizaba en quintas y en chacras y, según Ferrer, “el objetivo fundamental era abastecer a ciudades como Buenos Aires y Santa Fe”. Será a partir de mediados del siglo XVII el momento en el que la ganadería comenzará a ser solicitada de forma más sistemática por el mercado internacional. El ganado yo no podrá ser capturado de forma libre e irrestricta, sino que se necesitará del otorgamiento de licencias para vaquear; permisos a los que solamente accederán determinados grupos privilegiados. Más adelante, la crianza y el rodeo –en un contexto internacional de creciente demanda del cuero- comenzarán a formar las bases de la primera empresa capitalista de nuestra economía: la estancia. El surgimiento de esta nueva forma de organizar la actividad económica, junto a la apertura del Puerto de Buenos Aires en 1778, alterará definitivamente el equilibrio de las economías regionales. Ganadería y puerto modificarán el carácter semi-cerrado y parcialmente autosuficiente que describimos en esta entrega. El análisis de esta nueva etapa se realizará en el artículo siguiente.
*El autor es Licenciado en Comercio Exterior. Dictó clases de Fundamentos de Economía en UNRAF (Universidad Nacional de Rafaela) y actualmente es profesor adjunto en las cátedras de Historia Económica Mundial e Historia Económica Argentina en UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales).