Por Ricardo Vicente López
Parte I
El cambio histórico tuvo un ritmo lento durante miles de años. Se aceleró un poco después de las revoluciones Industrial inglesa y la francesa (siglos XVIII y XIX) y a partir del final de la Segunda Guerra mundial (1945) el ritmo se aceleró de modo tal que, para una parte importante de la población del mundo, especialmente para nuestra América, se volvió inalcanzable. Los conflictos sociales y políticos produjeron inestabilidades que preocuparon a los gobiernos de Occidente.
Hubo personajes muy importantes que previeron estos cambios (por ejemplo la Revolución rusa (1917) y la Revolución china (1949) que fueron vistas como un llamado de atención, y al mismo tiempo un alerta, ante la posible inestabilidad del llamado “Mundo Libre”, sobre todo en los países centrales. Necesitamos conocer el pensamiento de, por lo menos, dos de ellos para comenzar a comprender: ¿qué detectaron como peligros? ¿qué propusieron como posibles soluciones? y ¿cuáles fueron sus resultados?
Estos dos personajes son Walter Lippmann y Edward L. Bernays [1]. Analizaré al primero para lo cual me voy a apoyar en el prestigioso Doctor Noam Chomsky, Profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets quien lo investigó detenidamente, cuyos resultados fueron publicados en un texto que lleva por título El control de los medios de comunicación (2007). Su contenido nos permitirá profundizar el tema propuesto. Veamos cómo comienza:
El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad.
Prestemos atención al punto de partida de su investigación, porque puede sorprendernos su afirmación de cuál es el problema más grave del mundo actual, cuyo origen lo ubica en los comienzos del siglo XX. Como queda anunciado en el título de su investigación: el problema actual es el control de los grandes medios sobre lo que podemos llamar la conciencia colectiva o, en otros términos, la opinión pública. Es muy probable que esta afirmación pueda generar sorpresas, rechazos, incredulidad. Por todo ello le ruego, amigo lector, que tenga un poco de paciencia y vaya leyendo la argumentación y las pruebas que nos ofrece Chomsky, una autoridad académica, cuyo prestigio mundial deja de lado toda duda posible sobre la seriedad y el fundamento de sus conclusiones.
El primer paso que nos propone es reflexionar sobre en qué mundo queremos vivir. Nos ofrece dos definiciones posibles, dos modelos posibles de democracia, la importancia de esta distinción es que nos abre el camino hacia una reflexión de un concepto: la democracia, muy pocas veces revisado:
Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, la gente tiene a su alcance los recursos para participar en la gestión de sus asuntos particulares y los medios de información son libres e imparciales. Otro tipo de democracia es el que no permite que la gente se haga cargo de sus propios asuntos. Los medios de información la controlan fuerte y rígidamente. Voy a referirme a la forma en que se desarrolla la noción de democracia, y al modo y al problema de los medios de comunicación y la desinformación que se producen en este contexto.
El planteo inicial deja en claro que, según sus investigaciones, la existencia de los grandes medios concentrados ejercen un rígido y severo control sobre la opinión pública. Es decir, es una condición estructural de la sociedad industrial moderna, imperante en el mundo actual. No es una posibilidad entre otras. Es así. Para mostrar esto pasa a analizar cómo comenzó eso en los EEUU en las primeras décadas del siglo pasado, dice Chomsky:
Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno “democrático”. Ocurrió bajo la presidencia de Woodrow Wilson (1913-1921). Su lema fue Paz sin victoria, cuando se desarrollaba la Primera Guerra Mundial. Se presentaba un problema: la población de entonces era muy pacifista, pero Wilson había decidido participar en el conflicto. Se creó una comisión de propaganda gubernamental, la Comisión Creel, que logró convertir esa población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra.
Está describiendo el problema político del presidente de los EEUU y el método que utilizó para lograr sus propósitos. Lo que puede resultar sorprendente es que esa Comisión haya logrado en muy pocos meses convertir, como él dice, a un pueblo pacifista en un pueblo que apoyara fuertemente la participación en una guerra. Debe tenerse en cuenta que después de una guerra interna, la Guerra de Secesión (1861-1865) que costó un millón de muertos no estaban dispuestos a participar en otra. Una guerra que se desarrollaba en Europa y que poco tenía que ver con los intereses de los estadounidenses. Sigue el Profesor, con mucha ironía:
Se alcanzó un éxito extraordinario que permitió pensar que ese método podía ser utilizado para lograr resolver problemas internos de los EEUU. Para ello era necesario extender esas técnicas de propaganda para cualquier otra utilización política como, por ejemplo, el problema que le planteaban al gobiernos los reclamos de los sindicatos. También la eliminación de problemas “tan peligrosos” como la libertad de prensa o el pensamiento político. El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de ventajas.
El éxito de esa primera experiencia habilitó a utilizar esas prácticas para el control de la opinión pública de los EEUU. Dio origen a la creación y aplicación de un método exitoso de control y manipulación de la opinión pública. La cuestión clave era lograr el apoyo de los miembros más inteligentes de la sociedad estadounidense. Esto era el novedosos resultado de lo que se había aprendido con la Comisión Creel: cuando la propaganda es utilizada por el estado y recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado el efecto multiplicador puede ser enorme.
Chomsky propone un nuevo concepto para definir el tipo de democracia que se necesitaba para los EEUU de entonces en tiempos de mucho conflicto social. La denominó La democracia del espectador. una democracia sin participación activa del pueblo. Hace referencia a cómo influyó todo esto en los intelectuales del liberalismo. Menciona en especial a uno de ellos, brillante periodista, Walter Lippmann, detengámonos brevemente sobre él. ¿Quién fue este tan influyente periodista y político?:
Walter Lippmann (1889–1974) estadounidense – A los 17 años ingresó en la Universidad de Harvard donde se graduó en tres años, se especializó en filosofía y lenguas (hablaba además de inglés, francés y alemán). Fue un intelectual, periodista, analista político, crítico de medios, centrando su interés en la filosofía política: intentó reconciliar la tensión existente entre libertad y democracia en el complejo mundo moderno. Obtuvo dos veces el Premio Pulitzer (1958 y 1962) por su columna Today and Tomorrow. Fue uno de los más importantes teóricos del liberalismo político de su país.
Lippmann estuvo vinculado a las comisiones de propaganda ya mencionadas, aceptó y valoró los logros alcanzados. Además sostuvo que lo que él llamaba revolución en el arte de la democracia podía ser utilizado para fabricar consenso, es decir, para producir en la población la aceptación de algo inicialmente no deseado, mediante las nuevas técnicas de propaganda. También pensaba que ello era no solo una buena idea, además era también necesaria. Requiere que solo una clase especializada de hombres responsables, de inteligencias bien educadas, puede comprender y resolver los problemas que los restantes ciudadanos no entienden y, por lo tanto, no están en condiciones de resolver. Chomsky afirma que Lippmann estaba generando una nueva concepción de democracia que se basaba en una idea sencilla: una élite reducida está en condiciones de definir cuáles son los problemas del resto de los ciudadanos y cómo conviene resolverlos:
Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada que denominó la democracia progresiva, según la cual en una democracia con un funcionamiento adecuado hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada. Por fuera de este grupo pequeño, está la mayoría de la población, que constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: del cual “debemos protegernos cuando brama y pisotea” [2].
[1] Sobre el tema ya he publicado las siguientes notas: 29.- ¿Es posible explicar lo que se presenta como incomprensible?; 30.- La mentira puede ser mucho más poderosa que la verdad… si se la sabe utilizar…; 36.- Los orígenes de la manipulación de las grandes mayorías; entre otras en la Sección Reflexiones Políticas de la página www.ricardovicentelopez.com.ar.
[2] La metáfora del rebaño se puede entender en un país, como los EEUU, con inmensas praderas habitadas por manadas de búfalos que cuando se espantaban producían grandes desastres.
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