por Ricardo Vicente López
Hablábamos de la crisis de la que somos parte y ella tiene una historia. Como reacción a los primeros intentos de consolidar la neocolonización en la década de los sesenta, comenzó a desplegarse una intención crítica, hacia ese tipo de mecanismo impuesto por las comunicaciones internacionales, y que se fue instalando en las publicaciones nacionales. Esa actitud acompañaba el despertar de la conciencia anticolonialista en América Latina, que intentaba pasar todo texto por el tamiz del análisis ideológico. Así aparecieron muchos trabajos que fueron desmitificando el difícil entramado de las comunicaciones de masas. Un interesante análisis nos lo proporciona el periodista, docente, Héctor Sosa, Responsable del Área de Comunicación de la UTPBA y de la Red Nacional de la Comunicación, en una nota que lleva este sugerente título: “Cuando la mentira es la verdad”, en el cual sostiene la siguiente tesis que nos ayuda a desentrañar la trama que nos precipita a la crisis mencionada: “La industria del espectáculo y del entretenimiento borran los límites entre la realidad y la ficción”. Si bien se refiere especialmente a la televisión, da para pensar en la información, en general:
Los noticieros y las producciones periodísticas televisivas incrementaron, en la última década, la utilización de recursos teóricos, técnicos y humanos provenientes del género de ficción, generando una delgada y sinuosa frontera entre realidad e irrealidad. La estética y contenidos de las películas, series, novelas, reality shows, y de la publicidad avanzaron sobre el formato televisivo de los noticieros. El fenómeno, surgido en los Estados Unidos, terminó siendo “el modelo” a imitar por la mayoría de los medios del planeta. A este proceso se le sumaron dos hechos que no deberían pasar inadvertidos: a) El consumo mundial de televisión aumentó, durante los últimos años, en casi todos los continentes, b) En la grilla de programación de las principales cadenas de TV (abierta y de cable), los materiales de ficción ocupan entre un 65 y 75% de sus espacios, ambos datos surgieron de la investigación realizada por Eurodata Worldwide, en el año 2005.
La crisis de la conciencia colectiva, que bordea la alienación, está alimentada por un estilo de información que se mueve sobre una sinuosa línea, etérea, volátil, que separa (o relaciona, o extravía) la débil franja que se difumina entre la ficción y lo real. Esta operación permite moverse con cierta libertad, perversamente utilizada, en un juego que borra límites, de modo tal que el espectador se acostumbra a aceptar esa superposición de formas diversas de la verdad, que terminan sustituyéndose mutuamente. Resulta de todo esto un mundo viscoso que entremezcla la verdad y la ficción, dejando poco espacio al discernimiento. Sigamos leyendo:
La técnica de “ficcionalizar” hechos de la realidad y colocarlos dentro de un espacio periodístico no tiene nada de ingenuo y mucho menos de neutro. El sitio Media Televisión, en su nota sobre la ficción en TV 2004, explica: «El término ficción se relaciona con la simulación, la ilusión, la fantasía, la paradoja o la mentira. En esencia, podemos decir que es el modo de presentar una historia de forma que el público llegue a creerla o sentirla como una verdad momentánea». Desdibujar o directamente borrar los límites entre ficción y realidad forman parte del andamiaje teórico-práctico del que se vale el poder real para ocultar lo que no le conviene e imponer sus valores culturales.
Se debe prestar atención para comprender que las consecuencias de este modo de operar no se debe a errores, dificultades, ignorancias, daños colaterales, etc., son los perfiles de un plan (asumo el riesgo de que esto pueda parecer un poco paranoico) que se propone la supeditación y el control de los pueblos periféricos, pero que también está dirigido a los que habitan los países centrales. La técnica empleada la describe así:
La superabundancia informativa, la noticia-vértigo, la imposición de un presente continuo y la descontextualización constante de los hechos son también aliados de las técnicas de manipulación. Existe una marcada tendencia a analizar los mensajes de la televisión desde el lugar de “lo periodístico” o de acuerdo a una división temática o segmentada de su programación, cuando en realidad la ideología del medio se manifiesta desde el inicio de la transmisión hasta el cierre.
Dice Sosa que estos manejos no tienen “nada de ingenuo”, por lo que deberíamos relacionar lo afirmado con otro concepto que las más de las veces pasa inadvertido: las “empresas de comunicación de masas” son “empresas comerciales”, por lo tanto venden su producto: “la información”. Para ello estudian las formas más adecuadas de presentarlos, y las técnicas del packangin –el envoltorio de su presentación—han sido adaptadas para esta mercancía especial: la información. En este terreno, son asesoradas por una cantidad de consultoras especializadas, cuando no tienen sus propios departamentos de marketing, sobre un amplio espectro de posibilidades respecto del gran público.
Las técnicas de la información
Las técnicas provenientes del ámbito de la publicidad o de la ficción cinematográfica, que se han incorporado a la información responden a una amplia batería disponible. La metodología de machacar sobre la conciencia del espectador-consumidor ha logrado la pérdida de parte de éste de gran parte de su capacidad de análisis y, mucho más aún, de su capacidad crítica para desenmascarar estos perversos juegos comunicacionales. Peor aún, seducen y se convierten en aditivas, funcionando como una droga más. Las investigaciones sobre la cantidad de horas que el ciudadano medio está ante el televisor es una muestra de esos resultados.
Es que los medios de comunicación cuentan con una escuela de altos estudios que prepara a los profesionales especializados, siendo los Estados Unidos la cuna de las primeras investigaciones. Esta matriz de estudios generó los primeros modelos de cómo debe manejarse la información. Volamos a Héctor Sosa:
Los medios son empresas comerciales cuyas mercancías de venta son la ficción y “la realidad”, los límites entre ambas se han mimetizado de tal forma que se torna difícil (para millones de personas) discernir dónde empiezan o terminan cada una de ellas. ¿Acaso la CNN y Fox News no utilizaron las técnicas y recursos de ficción de Hollywood para editar las imágenes de las invasiones a Afganistán e Irak? ¿El Pentágono no diseña puestas en escena con la estética de las películas de guerra de la industria cinematográfica de los EE.UU.? ¿Por qué las bombas de racimo lanzadas sobre Bagdad eran en colores, como fuegos artificiales? ¿Para qué el Pentágono y Hollywood concretaron un acuerdo, en el 2003, de “cooperación e intercambio de experiencias” en sus respectivos “rubros”? Según un estudio del diario español “La Vanguardia”, los Estados Unidos es el principal productor de ficción y de noticias mundiales en el mercado de la imagen planetaria, se afirma que ya ocupa el 70% de Europa, el 90% de África y el 75% de Latinoamérica.