La crisis en Argentina como parte de la crisis de Occidente. Una mirada desde Ortega y Gasset

por Ricardo Vicente López

Hablar sobre el estado de conciencia del mundo occidental (del otro sabemos poco y sólo informado por las agencias internacionales), de cómo va avanzando —como una especie de mancha que va cubriendo las conciencias individuales, una estupidez ramplona, grosera, chata, lineal—, esto puede sonar a elitista, soberbio, despreciativo, etc. Aun así, corriendo este riesgo, hoy, porque mañana puede ser demasiado tarde, debemos sentarnos a meditar sobre lo que se ha ido presentando sigilosamente, casi subliminalmente, sin que pudiéramos percibirlo en sus comienzos, un deterioro del conocimiento del mundo que habitamos. La necesidad de pensar nuestra Argentina, y ella dentro del contexto íbero-indígena-americano, que es la Patria grande.

En este contexto el término conocer debe ser despojado de toda connotación escolar o científica. No se trata de si se aprende menos geografía, historia, si se sabe menos sobre las reglas ortográficas, se lee menos… o si se ha verificado empíricamente lo conocido. Sin que todo ello deje de ser una realidad de la formación de las últimas generaciones, creo que es más importante detenerse a reflexionar sobre cómo se va formando la mente del ciudadano medio occidental, y dentro de él nosotros. Diría más: la matriz estructural que posibilita el conocimiento, que lo impide o que lo distorsiona tiende a tener de él una apreciación que lo haga aceptable, porque lo condiciona dentro de un modo de conocerlo: el occidental moderno. Y todo ello colocado dentro del marco del proceso de la globalización financiera.

Se podrá preguntar cuál es la relación entre todos estos factores culturales puesto que —pareciera en una primera aproximación— se presenta como muy dificultoso encontrar un hilo que una lo que se presenta como autónomo. La formación que recibimos, en las diferentes instancias educativas, nos prepara para la especialización, para el análisis particularizado del fragmento, equivale a decir —como nos lo adelantaba el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955), hace ochenta años— para prepararnos a saber lo más posible sobre lo cada vez más constreñido, más diminuto, microscópico, de la realidad. Julián Marías (1914-2005), su discípulo lo expresaba de este modo:

Para Ortega, el gran título de honor de nuestro tiempo, en los países occidentales, es el acceso de las masas a la vida histórica, al goce de las creaciones de la civilización, a las posibilidades humanas que más de dos milenios de esfuerzo han hecho posible. Lo grave, lo inquietante, lo patológico no es eso, sino que eso se comprometa y ponga en peligro al no tener en cuenta que en el hombre todo es inseguro y problemático. No se puede vivir humanamente más que exigiéndose, manteniendo una tensión creadora, un estado de permanente alerta, un impulso hacia lo alto. Ese fenómeno del hombre-masa, que opina sobre todo y cree que todo le es debido, que no siente gratitud por lo que ha recibido, ni se cuida de conservarlo, ni piensa en las condiciones que lo hacen posible, se da sobre todo en los estratos medios y superiores de la sociedad. Su forma extrema es el especialista que, por tener alta competencia en un campo limitado, actúa como si la tuviera en todo, opina sobre los temas que le son ajenos, extiende su autoridad parcial fuera de sus límites legítimos.

Esta especialización, tan homenajeada y premiada, se ha convertido en un obstáculo para una  aproximación al conocimiento de este tiempo, ya que esto requiere una mirada más abarcadora y comprensiva. Aquello que Ortega  vislumbraba, que también percibió el filósofo alemán Oswald Spengler  (1880-1936), que ya había adelantado proféticamente J. G. F. Hegel  (1770-1831) con su fin de la historia (favor de no confundir con la versión aguachenta de F. Fukuyama) y, por último para no citar más pensadores, también el filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) pensó este tiempo histórico como un proceso que caminaba hacia un horizonte amenazante.

Todos estos intelectuales, aunque con notables diferencias, han pensado que algo se estaba terminando en la cultura occidental, una especie de fin de época, caracterizada como tantas otras en la historia, como un desgaste, un deterioro, una decadencia, haciendo una referencia implícita a los ciclos biológicos de un nacimiento, crecimiento, vejez y muerte. Si no se quiere aceptar esta hipótesis para pensar el tiempo actual se podrá acudir a otras interpretaciones, pero encuentro en estas metáforas un modo profundo de interpretar la entraña misma de este tiempo que estamos con-viviendo.

Este período, y esto es evidente, está atravesado por un deterioro de los valores fundamentales que requiere una cultura sólida para sostenerse y retroalimentarse. El pensador italiano Romano Guardini (1885-1968) nos propone pensar que: «el único metro capaz de medir exactamente una época es hasta qué punto posibilitó la plenitud de la existencia humana y le dio auténtico sentido». Admitiendo ese instrumento conceptual deberemos proponernos mirar el mundo que nos rodea, sin detenernos a investigar si hubo alguna época en la cual lo requerido se haya dado, para no alejarnos demasiado del tema que planteo. Esto exige una condición: no partir de una postura escéptica que lleva a pensar que siempre ha sido así, dado que esto eliminaría la existencia de la historia como proceso, como devenir, como conflicto.

La referencia anterior a los autores ha tenido como propósito partir de la autoridad y la sapiencia de quienes han dedicado la vida a pensar la situación del hombre y la historia. Puede encontrarse en todos ellos una especie de angustia ante la evidencia de que el sistema cultural, el sistema institucional, el sistema educativo en todos sus niveles, muestran un desfallecimiento que le impone una fatiga a la conducta de los hombres y mujeres de hoy. Esa fatiga, que es al mismo tiempo un sinsentido de la vida, es el resultado de padecer y asumir una impotencia que paraliza la comprensión de las características de esta época, que por lo tanto impide encontrar caminos superadores. Todo ello nos va sumergiendo en un clima poco propicio para pensar un futuro deseable y posible.

 

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