Por Ricardo Vicente López
La lectura de una nota publicada en www.redvoltaire.net: «El pensamiento científico y el desarrollo social”, del biólogo ecuatoriano Oswaldo Báez, dada su condición de latinoamericano me sentí comprometido a presentar estas reflexiones mías, sin ánimo de polemizar. Más bien entrañan el intento de abrir un diálogo en torno del tema educativo, sin soslayar el fundamento ideológico que lo sostiene que, según entiendo, está en el sentido más profundo de las palabras del autor. El estado de este mundo global debe hacernos reflexionar no sólo acerca de cómo superar la condición social de más de las dos terceras partes de la población del planeta, sino también acerca de cómo hemos llegado a este estado de cosas, es decir: poder pensar su génesis. Debo decir, en primer lugar, que comparto la preocupación primera de sus palabras, pero creo advertir un dejo de ingenuidad y de inocencia que puede tornar manipulables sus afirmaciones.
Antes de avanzar, detengámonos ante los significados que da la Academia de la Lengua a estos dos vocablos. La exigencia que me impongo de recurrir a los verdaderos significados o etimologías [1], surge de la necesidad de ser claro y preciso, para evitar interpretaciones erróneas:
«La inocencia es un término que describe la carencia de culpabilidad de un individuo con respecto a un crimen. Puede también ser utilizada para indicar una carencia general de culpabilidad con respecto a cualquier clase de delito, de pecado o de fechoría. Puede también hacer referencia a un estado de desconocimiento, donde se da una menor experiencia bien en una visión relativa a los iguales sociales, bien por una comparación absoluta a una escala normativa más común».
Por otra parte:
«Ingenuidad es la condición o personalidad del ingenuo (del latín ingenuus, traducible por natural, indígena, libre de nacimiento -lo que se identificaba históricamente con la condición del hombre libre por contraposición al siervo, o en algunos casos con la condición de nobleza-). Indica ausencia o falta de malicia y de experiencia, una deficiente comprensión o inteligencia y la ausencia de sofisticación; así como presencia de sinceridad, inocencia, sencillez, pureza, candor o candidez».
Con los subrayados, intento recuperar el significado elegido para la utilización de esos vocablos, sin que esto implique el más mínimo menosprecio del investigador analizado.
Intentaré explicarme revisando sus palabras:
«La vida moderna requiere cada vez más de aportes tecnológicos, sustentados en las ciencias exactas y naturales. En efecto, toda actividad individual, familiar, regional o nacional se desarrolla vinculada a la tecnología (…) todo tipo de servicios que demanda la sociedad contemporánea, son factibles gracias a los conocimientos generados en las ciencias básicas y aplicadas por nuevas tecnologías. Sin embargo, de la incuestionable dependencia que existe entre la ciencia y tecnología y el desarrollo, en nuestro país no se asigna a las ciencias la importancia y valoración social que requiere el desarrollo nacional…» [2].
Es indudable que lo que afirma el autor es una descripción correcta de la situación social del Occidente moderno de los últimos siglos. La dependencia tecnológica se va acentuando cada vez más y la demanda de soluciones técnicas a nuestros problemas crece paralelamente. Por ello «todo tipo de servicios» requeridos son satisfechos gracias a «los conocimientos generados en las ciencias básicas y aplicados por nuevas tecnologías». Sin embargo, deberíamos tomar nota de cuántos de esos requerimientos son, al mismo tiempo, necesidades creadas por el mismo aparato cultural y publicitario que funciona estrechamente ligado a la producción científica y tecnológica.
Asimismo deberíamos interrogarnos sobre las vinculaciones que se han entramado entre las “ciencias básicas” y las “aplicaciones tecnológicas” que de ellas se hacen y las necesidades que impone el sistema de mercado. Por otra parte, afirmar sin una mirada crítica «la incuestionable dependencia que existe entre la ciencia, la tecnología y el desarrollo», es dejar de lado qué se quiere decir cuando se habla de “desarrollo” y cuánto de lo que de él se dice depende “incuestionablemente” de las ciencias básicas y de sus aplicaciones; además de cuánto de ello es resultado de mecanismos inversos: la rentabilidad comercial condiciona qué, cómo y cuánto se debe producir.
Cuando dije antes que percibía cierta inocencia no pretendí deslizar ninguna mirada peyorativa, ni hablar desde una superioridad que no tengo ni pretendo. Pertenezco a una universidad históricamente en manos de los técnicos y científicos (Universidad Nacional del Sur) y estoy habituado a discursos lineales y simplistas en este sentido. Sólo he pretendido señalar con esa expresión, algo que es muy común entre “los científicos”, la defensa de un tipo de pensamiento científico sin pasarlo por el tamiz crítico de la filosofía y de la epistemología. Por lo cual se trafica, inocentemente, grandes dosis de ideología “iluminista”, “desarrollista”, “primermundista”, típica del “mundo desarrollado” [3], aunque no exclusiva de él. Qué se oculta detrás del “discurso científico” un “cientificismo militante” característico de muchas universidades de los EE.UU. Este país se caracteriza por hablar de “la ciencia” como si hubiera un solo tipo de ella. Ignora todos los debates sobre la “racionalidad” que sostiene ese tipo de pensamiento, hijo de la cultura europea de los siglos XVII al XIX. Esta ciencia contrabandea una filosofía positivista que contiene la paradoja de negar validez a toda crítica filosófica. Es decir, es portadora de una filosofía que niega la filosofía, por su pertenencia al mundo imperialista.
Sigamos sus palabras: «En nuestra sociedad [Ecuador] aún subyacen manifestaciones de providencialismo, de fatalismo conformista, de creencias, supersticiones [4] (…); por lo mismo se vuelve imperativo promover una transformación en la mentalidad individual y en el cuerpo social a través del razonamiento lógico, el análisis y la reflexión que se ejercita en el aprendizaje de las ciencias exactas y naturales y se traduce en nuevas y mejores formas de pensar y actuar».
Se percibe la confrontación entre dos modos del pensamiento que corresponden a dos culturas diferentes: la tradicional originaria de Indoamérica y la Ilustración francesa que contiene el cientificismo positivista. Se puede fácilmente entender de qué está hablando. Estas han sido la base de la cultura de una América, en gran parte colonizada, que aparece representada por las “ciencias exactas y naturales”, fundamento de la conformación de la cultura de la modernidad. No creo que éste haya sido el propósito de nuestro investigador, por ello hablé antes de inocencia y además de ingenuidad. Pero esa afirmación encuadra perfectamente en las directivas de los organismos internacionales de créditos cuando dicen apoyar el “desarrollo científico” de nuestros países: mucha ciencia dura y poca filosofía o política. Dicho de otro modo, mucha investigación científica pero poca conciencia crítica desde un enraizamiento latinoamericano.
[1] Sugiero, para un tratamiento más detallado la lectura de mi trabajo: La filosofía como condición del pensar crítico en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.
[2] Oswaldo Báez, “El pensamiento científico y el desarrollo social”, Red Voltaire, 31-1-06.
[3] Sin que esta calificación se pregunte cómo y por qué llegaron ser desarrollados y cuál fue el precio pagado por los países de la periferia.
[4] Recomiendo sobre este tema la lectura de los trabajos de Rodolfo Kusch, Esbozo de una antropología filosófica americana, Editorial Castañeda, 1978.- Geocultura del hombre americano, Editorial García Gambeiro, 1976.- América profunda, Editorial Bonum, 1986.
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