Por Ricardo Vicente López
La propuesta de una lectura de temas referidos a la economía espanta al “ciudadano de a pie”, porque supone —y con razones sólidas, sostenidas por su larga experiencia en tratar de comprenderlos—, que el asunto aparecerá bastante oscuro, expuesto en una terminología inalcanzable, plagada de conceptos abstractos de índole académica que lo “elevan” a un nivel de conocimientos reservado para “especialistas”.
El análisis de la información, siendo ésta un arma letal de los intereses concentrados, impone la necesidad de una formación seria, de una dedicación a la lectura y al estudio, para volcar luego en nuestro pueblo un saber que impida la continua manipulación a que se ve sometido. Los medios concentrados han decidido imponer el control y la manipulación de la información, en el terreno internacional y en el de los países permeables a este tipo de infiltraciones. La Sociedad Interamericana de Prensa —una asociación de propietarios, editores y directores de diarios, periódicos y agencias informativas de América— intenta controlar la circulación de ideas en nuestros territorios; muestran claramente, la importancia que ellos le otorgan a esta tarea. Fidel Castro caracterizó al período del neoliberalismo como un campo cultural que exigía librar lo que denominó “la batalla de las ideas”, y que esto estaba retrasado en el campo popular respecto del avance del poder concentrado. Dijo en julio del 2001:
«Pudiéramos llamarla de una forma más sencilla, la batalla de la verdad contra la mentira; la batalla del humanismo contra la deshumanización; la batalla de la hermandad y la fraternidad contra el más grosero egoísmo; la batalla de la libertad contra la tiranía; la batalla de la cultura contra la ignorancia; la batalla de la igualdad contra la más infame desigualdad; la batalla de la justicia contra la más brutal injusticia; la batalla por nuestro pueblo y la batalla por otros pueblos».
Por todo ello, creo que no hemos tomado conciencia suficiente de nuestras carencias, por las cuales no estamos todavía bien preparados, con dedicación y perseverancia, para esa exigencia. Nos llama la necesidad del estudio, la lectura crítica, la dedicación permanente. No creo que este deba ser un trabajo masivo, que deban llevar adelante todos. Quiero expresarme con claridad para evitar erróneas interpretaciones. Me atrevo a proponer una diferenciación, utilizada en los “viejos tiempos”, entre militantes y cuadros de conducción, ser una u otra cosa es una decisión de cada compañero. El General Perón se refería a esto diciendo que “el bastón de Mariscal lo llevan cada uno en su mochila” [[1]], los cuadros son aquellos que se atreven a sacarlo de ella. Lo que propongo, apunta a la formación de estos últimos. Esta batalla cultural, que hace ya tiempo está en curso, debe ser librada en todos los lugares en los que se presente la oportunidad de dar el debate: los amigos, la familia, la Escuela, la Universidad, la oficina, el club, etc.
Intentaré exponer temas que han estado reservados casi exclusivamente al ámbito académico, aunque han invadido, con ese lenguaje técnico, el espacio de la información pública. Por tal razón, los comunicadores, como gustan autodenominarse, han incorporado esa jerga que manejan con todo desparpajo, como si supieran de qué hablan. Sin embargo, entrevistando a esos a los que llaman “especialistas”, entablan diálogos en los que estérilmente intentan demostrar una formación de la que carecen. Esto ha hecho que la economía posea, ante ese “ciudadano de a pie”, una oscuridad propia del conocimiento “para iniciados”, y ese misterio aparece “revelado” en los medios de información en un juego que irrumpe como si se debiera advertir lo que no es comprensible. Un personaje que representó la cara opuesta de todo esto, un pensador libre, orejano [[2]], arisco a la rienda, que siempre supo decir las cosas de un modo comprensible para todos, Arturo Jauretche (1901-1974), fue quien, en tono de advertencia, decía:
«Cuando los economistas, o los que hablan en nombre de ellos, hablan muy difícil y nadie los entiende, no es que uno sea burro sino que, seguro, nos quieren “meter el perro”».
Tantas veces, este ocultamiento no ha tenido sino muy malas intenciones, aunque este no es un privilegio exclusivo de nuestro país. Un economista canadiense, de brillante carrera en los Estados Unidos, ha demostrado una actitud permanente que no respondía a un economista académico ortodoxo: John Kenneth Galbraith (1908-2006) dejó escrita esta advertencia:
«Si alguna vez un economista le pide que acepte sus puntos de vista como la palabra del Evangelio, bajo pretexto de que se basan en su erudición, no le crea ni una palabra».
Sin embargo, a pesar de todos esos inconvenientes y en una etapa como la de estas últimas décadas, en la que la información pública está recargada de conceptos derivados de la ciencia (¿?) económica liberal ortodoxa, no debemos rehuir el tratamiento de temas tan importantes para pensar y abrir camino hacia la liberación nacional y continental.
Mi compromiso con los más desposeídos, los que han padecido las consecuencias de esos modelos económicos me impone la ardua tarea de arriesgar algunos pasos por esos escabrosos caminos. Se torna imprescindible acercar a ese “ciudadano de a pie” una versión de la economía traducida al lenguaje popular de los problemas que se deben enfrentar, para el logro de una construcción emancipadora: “La felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación”. Advertir la importancia de la tarea liberadora, asumir el compromiso de ser parte de ella, impone ciertas exigencias que no han sido debidamente comprendidas por una parte importante de los compañeros de lucha.
El Dr. Mario Rapoport, Director del Instituto de Estudios Históricos, Económicos, Sociales e Internacionales (IDEHESI) del Conicet-UBA, nos demuestra que esos gurúes de la economía no son los dueños de una “verdad revelada”, y contrapone el listado de autores y textos que circulan por las carreras universitarias de las facultades de Economía con una serie de pensadores argentinos de temas económicos:
«No se puede mencionar a todos, pero sí, señalar algunos nombres como el del precursor Juan Álvarez, que estudió el factor económico en las guerras civiles del siglo XIX, o recordar esas infatigables voces en el desierto que fueron Alejandro Bunge, propulsor de la industrialización y visionario de la integración regional, y Raúl Scalabrini Ortiz, defensor de los intereses nacionales frente a la intrincada madeja del poderío británico en el Río de la Plata. Considerar, también, el aporte de Ricardo M. Ortiz, el primero que se atrevió a exponer una visión conjunta de las distintas etapas de nuestra historia económica, y no olvidar los clásicos libros de Aldo Ferrer, que analizó las políticas económicas desde una interpretación estructuralista».
Y agrega a esa lista a quien él considera un desmitificador de estos temas:
«Un aspecto importante lo constituye la evaluación de los mitos que circulan sobre ese pasado, algo que Arturo Jauretche ya había tratado en forma pionera en su Manual de zonceras argentinas. Hablamos de mitos, en el sentido de falsas percepciones históricas que es necesario poner en claro. La consigna es tomar qué es lo que se estuvo diciendo o creyendo durante mucho tiempo acerca del país y de su historia, y analizarlo nuevamente a la luz de evidencias concretas, despojadas en lo posible de influencias ideológicas o mediáticas».
El Licenciado en Economía (UBA) Alfredo Zaiat nos esclarece con una curiosidad, aparentemente carente de importancia, pero que encierra toda una definición respecto de ciertos “misterios” de esta ciencia:
«La economía y la política son conceptos íntimamente ligados para analizar y comprender los procesos históricos y sociales de los países. En 1958, se creó en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA) la carrera de licenciatura en Economía Política, con el objetivo de formar profesionales para reflexionar sobre la sociedad. Uno de los más destacados economistas académicos de la Argentina, Julio H. G. Olivera, dijo que: “el economista debe ser un filósofo y un reformador social”. Borrar esta concepción explica las razones que tuvieron las autoridades universitarias que irrumpieron con el golpe de Estado de 1976, para tomar la decisión de eliminar la palabra “Política” del título de grado y convertirla en Licenciatura en Economía».
Separar estos dos conceptos fue el resultado de la presión de las corrientes de la economía liberal, la ortodoxia neoliberal, que venían del Norte, con lo que pretendieron quitarle los contenidos políticos para convertirla en una ciencia abstracta, matematizada, desligada de los procesos sociales en los que está ineludiblemente inscripta. De este modo, la Economía se convertía en el estudio de pretendidas “leyes universales”, lo que habilitaba su aplicación en cualquier sociedad, sin importar su proceso histórico-político. De allí que las recetas emanadas de los centros imperiales se presentaron como de “aplicación científica obligatoria”, según esos intereses internacionales concentrados.
Cierro con una cita de la Doctora Mónica Peralta Ramos cuyos antecedentes avalan afirmaciones: Estudió sociología en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en esa disciplina por la Universidad René Descartes de Ciencias Humanas de la Sorbona, en París. Es investigadora y docente en áreas de economía política, sociología y antropología. Escribió los libros Etapas de acumulación y alianzas de clase en la Argentina (1930-1970) (Siglo XXI, 1972), Acumulación del capital y crisis política en la Argentina (1930-1974) (Siglo XXI, 1978) y La economía política argentina:
«Hoy la humanidad dispone de un conocimiento acumulado y de herramientas inéditas que le permiten analizar y solucionar problemas cada vez más complejos. Sin embargo, nunca ha estado tan cerca de su autodestrucción y tan confundida».
[1] Se cuenta que Napoleón motivaba a sus soldados expresándoles que cada soldado tiene un bastón de mariscal en su bolsillo. Con esta expresión, se refería a que cada soldado tenía la posibilidad de llegar a ser, algún día, comandante.
[2] Se dice del animal que no tiene marca en las orejas ni en el cuerpo, es decir que no tiene dueño.
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