Por Thierry Meyssan
Escenas que muestran la desesperación de quienes tratan de huir siguen llegando desde Kabul. Pero, aun dejando de lado el hecho que la mayoría de los que tratan de escapar no son precisamente pacíficos traductores de las embajadas occidentales sino los colaboradores de la campaña de “contrainsurgencia” del ocupante estadounidense, lo que estamos viendo es una debacle capaz de hacer perder la fe en el poderío de Estados Unidos.
Por lo pronto:
- el 51% de los estadounidenses desaprueba la política exterior del presidente Joe Biden;
- el 60% de los estadounidenses desaprueba específicamente la política de Biden en Afganistán;
- el 63% piensa que fue una guerra que no valía la pena librar [1];
- la retirada de Afganistán ha suscitado verdadera conmocion entre prácticamente todos los estadounidenses que combatieron en ese país.
Sin embargo, ya es evidente que en Washington se sabía perfectamente que el ejército afgano no resistiría ante los talibanes –aunque en teoría estos últimos eran 3 veces numéricamente inferiores y estaban pobremente armados. El Combating Terrorism Center (CTC) de West Point había publicado en enero un estudio que preveía la catástrofe que estamos viendo [2]. La cuestión no era saber si los talibanes ganarían o no sino cuándo permitiría el presidente Biden que ganaran.
Las negociaciones entre Estados Unidos y los talibanes, que se alargaron por años antes de que el presidente Biden las interrumpiera bruscamente, fueron la preparación del acto final de abandono del poder frente a los talibanes. Es muy válido que se cuestione el hecho que Washington haya provocado la muerte de cientos de miles de personas y dedicado sumas astronómicas y los esfuerzos de 4 presidentes a expulsar a los talibanes de Kabul… para terminar dejándolos volver ahora, al cabo de 20 años de guerra, y que nos preguntemos también por qué el presidente Biden decidió asumir el papel de vencido.
Estamos ante la misma incomprensión que surgió cuando la Comisión Baker-Hamilton llevó a la retirada estadounidense de Irak, con el secretario de Defensa de entonces –Donald Rumsfeld– asumiendo sin vacilar el mismo papel de vencido. Aquella incomprensión volvió a expresarse hace sólo 3 meses, a raíz del fallecimiento de Rumsfeld.
Es hora de dejar de creer religiosamente lo que afirman los políticos y de prestar más atención a lo que escriben los militares. Los políticos sólo dicen lo que el público está dispuesto a aceptar oír. Siempre estamos del lado correcto y si morimos es por la democracia. Pero los militares no tratan de seducirnos sino de entender lo que se espera de ellos. Los militares no suelen escribir para dorarnos la píldora, más bien suelen exponer la cruda realidad.
Como he explicado en múltiples ocasiones [3], sólo días antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las fuerzas terrestres de Estados Unidos (US Army) publicaron un artículo del coronel Ralph Peters donde se aseguraba que Estados Unidos no tenía que ganar guerras sino orquestar situaciones de inestabilidad en ciertas regiones del mundo y sobre todo en el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». El coronel Ralph Peters escribía también que habría que rediseñar los Estados según criterios étnicos –o sea, separar pueblos que viven mezclados– y que eso sólo sería posible mediante limpiezas étnicas y otros crímenes contra la humanidad. Y terminaba su exposición señalando que el Pentágono siempre tendría la posibilidad de confiar el trabajo sucio a mercenarios [4]. La conmoción suscitada días después por los hechos del 11 de septiembre propició que nadie prestara atención a ese artículo, que proponía abiertamente la preparación de crímenes abominables.
Cinco años después, el coronel Ralph Peters publicó el mapa que el Estado Mayor Conjunto estaba preparando en 2001 [5]. Una ola de pánico recorrió entonces todos los estados mayores del Gran Medio Oriente, seguida de una serie de cambios de alianzas en la región. Pero no fue hasta 2011 que pudo verse, con la guerra contra Libia –para entonces considerada “aliada” de Estados Unidos– la envergadura real de lo que se había proyectado en Washington.
Desde aquel momento se ha visto que la guerra en Afganistán –que supuestamente iba a durar sólo hasta la huida de Osama ben Laden– se prolongó 20 años; que la guerra en Irak –prevista sólo hasta la caída del presidente Sadam Husein– ya ha durado 17 años; que la guerra en Libia –que debía durar sólo hasta que se derrocara al Guía Muammar el-Kadhafi– ya viene durando 10 años; y que la guerra en Siria –anunciada hasta el derrocamiento del presidente Bachar al-Assad– también dura ya 10 años.
Hemos visto además como al-Qaeda –que es históricamente un engendro de la CIA– ha cometido crímenes contra la humanidad, siempre en el sentido de lo anunciado por el coronel Ralph Peters. Y lo mismo ha sucedido con Daesh –cuyo surgimiento fue orquestado por el embajador estadounidense John Negroponte [6]. También se sabe ya que tanto al-Qaeda como Daesh han recibido financiamiento, entrenamiento, armamento y órdenes de británicos y estadounidenses.
Sí, la «guerra sin fin» proclamada por el presidente George W. Bush no tiene como objetivo «luchar contra el terrorismo» sino utilizar el terrorismo para desestabilizar toda una región geográfica. Ese era precisamente el título del artículo que el coronel Ralph Peters publicó en 2001: “Stability. America’s enemy”, o sea “La estabilidad, enemiga de Estados Unidos”.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, debemos reinterpretar la caída de Kabul a la luz de la nueva estrategia. El almirante estadounidense Arthur Cebrowski dedicó 2 años (2002 y 2003) a explicar esa estrategia en todas las academias militares. Se reunió así con todos los oficiales que hoy son generales en las fuerzas armadas de Estados Unidos. La estrategia trazada por Cebrowski fue además dada a conocer al “gran público” en un libro de Thomas Barnett, el asistente del almirante. Pero ese libro [7] nunca se ha traducido.
La caída de Kabul responde al objetivo central de esa estrategia… a condición de que los talibanes no logren establecer un régimen estable, y sin aliados no podrán hacerlo. Además, la huida de los colaboradores que se encargaban de las tareas de “contrainsurgencia” por cuenta de las fuerzas ocupantes –si esos colaboradores logran hacerse pasar por pacíficos traductores– permitirá extender el terrorismo en los países que los reciban. Es exactamente lo que está denunciando el presidente ruso Vladimir Putin.
Por otro lado, el enorme arsenal de guerra que Estados Unidos había entregado al ejército afgano, y que ahora pasa a manos de los nuevos dueños de Kabul, pone a los talibanes en condiciones de atacar a sus vecinos. Los talibanes incluso disponen de un exhaustivo fichero con los datos biométricos de toda la población afgana [8] y de una fuerza aérea que cuenta con más de 200 aviones de combate –dos cosas que Daesh nunca tuvo. La guerra en Asia central podría alcanzar próximamente proporciones mucho más terribles que lo que ya hemos visto en el Gran Medio Oriente.
Último elemento, pero no menos importante. Algunos comentaristas estiman que Washington abandonó Afganistán para crear problemas a Rusia y a China. Ese no es el objetivo de la estrategia Rumsfeld-Cebrowski [9]. Según la visión de Cebrowski, no hay que combatir a esas dos grandes potencias sino, al contrario, convertirlas en “clientes”. Hay que ayudarlas a explotar los recursos de Afganistán, Irak, Libia, Siria y de muchos países más… pero sólo bajo la protección del ejército de Estados Unidos.
Es importante entender que Washington ya no razona como el Imperio Romano ante sus rivales sino como las pandillas de barrio que ofrecen “protección” a los tenderos. Washington ya no espera construir Arcos del Triunfo en conmemoración de gloriosas victorias, más bien acepta que su presidente, Joe Biden, sea proclamado perdedor en Afganistán. Su objetivo es dominar el mundo desde la sombra y obtener el máximo de capitales.
¿Cree usted que es un escenario demasiado apocalíptico? ¡Busque el error de razonamiento!
[1] «Afghanistan war unpopular amid chaotic pullout», AP-NORC poll, por Josh Boak, Hannah Fingerhut y Ben Fox, 19 de agosto de 2021; «Nationwide Issues Survey», Convention of States Action-Trafalgar Group, agosto de 2021.
[2] «Afghanistan’s Security Forces Versus the Taliban: A Net Assessment», Jonathan Schroden, CTC Sentinel, enero de 2021 (Vol 14, #1).
[3] Ver, por ejemplo, «Comment redessiner le Moyen-Orient?» in L’Effroyable imposture II, por Thierry Meyssan, primera edición en Alphée, 2006; segunda edición en Demi-Lune, 2020.
[4] “Stability. America’s ennemy” [en español, “La estabilidad, enemigo de Estados Unidos”, por el coronel Ralph Peters, Parameters, #31-4, invierno de 2001.
[5] “Blood borders. How a better Middle East would look”, Ralph Peters, Armed Forces Journal, 1º de junio de 2006.
[6] Se trata del mismo John Negroponte que participó en el Programa Phoenix de búsqueda y eliminación física de dirigentes vietnamitas –el programa de “contrainsurgencia” que Estados Unidos implementó, de 1965 a 1972– durante su intervención militar en Vietnam– y que fue embajador de Estados Unidos en Honduras desde finales de los años 1970 y hasta principios de los años 1980. Desde la embajada estadounidense en Honduras, John Negroponte dirigió una salvaje represión en ese país y la «guerra sucia» de la CIA contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Ya con esa “brillante” hoja de servicios, John Negroponte fue embajador de Estados Unidos ante la ONU, desde septiembre de 2001 hasta julio de 2004, durante el primer mandato del presidente George Bush hijo. (Nota de Red Voltaire.
[7] The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-first Century, Thomas P. M. Barnett, Paw Prints, 2004).
[8] «El sistema estadounidense de identificación biométrica cayó en manos de los talibanes», Red Voltaire, 23 de agosto de 2021.
[9] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo» y «La doctrina Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017 y 25 de mayo de 2021.
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