Fernando Del Corro *
Un reconocimiento al papel histórico de algunas mujeres que aportaron logros políticos en las luchas por la emancipación femenina.
Más de ocho siglos atrás un gran pensador cordobés, Ibn Rushd, más conocido como Averroes por la castellanización de su nombre, impulsó la implementación de los derechos de las mujeres tanto en el más reducido ambiente familiar como en el más amplio de la política al punto de aseverar que el mundo de los humanos iba a ser mejor cuando las féminas tuviesen una activa participación en el manejo de las cosas públicas. La sabia Ismat ad-Din Khatun, contemporánea y seguidora de sus ideas, influyó su esposo, el kurdo Salah ad-Din, también más conocido por su castellanización como Saladino, gran jefe musulmán de aquellos tiempos, quién debió atender sus planteos en esa dirección en tiempos en los que también difundía sus ideas en la misma El Cairo el gran filósofo judío, también cordobés, Amr Ibn Maymun (Maimónides).
El rol de las mujeres heroicas pasó de las leyendas de las Amazonas griegas, a las que Heródoto de Halicarnaso reconoció existencia real y hasta participación en la Guerra de Troya, con personajes como Hipólita (la que libera los caballos), hasta tiempos más cercanos con personajes de existencia real comprobable como Juana de Arco, hasta luchadoras sociales, no guerreras, como Mary Burns, la irlandesa esposa sin papeles de Friedrich Engels, feminista y militante integrante de la Hermandad Feniana, el movimiento nacionalista celta que pugnó por la independencia de su país, por entonces totalmente subordinado al Reino Unido, y que con el tiempo logró, en 1916, la separación del actual Eire, o Irlanda del Sur.
También hubo muchas que llegaron a gobernar sus países y que jugaron roles decisivos como Isabel I de Castilla, bajo cuyo reinado se inició la colonización de América o Isabel I de Inglaterra, verdadera propulsora de los cambios que modernizaron a su país y que fueron decisivos para poder sentar las bases de la futura Revolución Industrial, sobre todo con la Ley de Pobres de 1601 que sentó las bases de una proto-clase obrera esencial para ese proceso transformador. Pero si bien estas y otras tantas reinas gobernaron sus estados en el marco social el poder familiar y político seguía concentrado en los hombres.
La historia americana tiene como figura notable a la princesa Aqualtune, la guerrera princesa congoleña que participó en guerras tribales en el África hasta que fue tomada prisionera por los portugueses y vendida como esclava en el Brasil. En esos tiempos se había conformado en Alagoas la República de los Palmares hacia donde huyó para sumarse a las luchas del primer estado libre de América de la dominación colonial que tuvo como gran líder, a lo largo de un siglo de existencia, a Zumbi dos Palmares, probablemente hijo suyo, epónimo de la nueva universidad nacional que privilegia la educación de los afro descendientes. Y en él ámbito hispanoamericano a la gran luchadora altoperuana Juana Azurduy.
En lo que hoy es la Argentina la presencia femenina en la política tuvo protagonistas importantes como Encarnación Ezcurra, la esposa de Juan Manuel de Rosas, alma mater de la Revolución de los Restauradores que derrocó a Juan Ramón González Balcarce en 1835 y creadora de la Sociedad Popular Restauradora, lo que dio lugar a la permanencia de aquél al frente del gobierno bonaerense, motivo por el cual se le otorgó la distinción de Heroína de la Santa Federación.
Unas décadas más tarde la intervención femenina se hizo manifiesta en el término electoral a través de Julia Magdalena Angela Lanteri, más conocida como Julieta, quién había nacido en Italia y llegado de niña al país en el que, no sin dificultades, logró inscribirse como estudiante de medicina y convertirse en la sexta graduada en dicha disciplina en el país. Fue la primera abanderada del voto femenino en estas tierras cuando en 1911 el gobierno porteño convocó a un empadronamiento para las próximas elecciones. En el mismo se estableció que podían hacerlo: “los ciudadanos mayores, residentes en la ciudad por lo menos desde un año antes, que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos comunales por valor de 100 pesos como mínimo”. El 15 de julio Julieta recibió la carta de ciudadanía y el 16 se inscribió ya que la norma no establecía limitaciones sexuales. El 26 de noviembre se presentó en la Iglesia San Juan Evangelista del barrio de La Boca y votó en una mesa presidida por el historiador Adolfo Saldías. Este expresó su alegría “por ser el firmante del documento del primer sufragio de una mujer en el país y en Sudamérica”.
A raíz de ello el entonces Concejo Deliberante porteño prohibió el voto femenino, pero Julieta siguió su lucha y al observar que la Constitución Nacional impedía el voto de las mujeres pero no que se candidatearan creó el Partido Nacional Feminista y si bien no logró ser elegida no le faltaron votos masculinos como el del escritor Manuel Gálvez, uno de los 1.730 cosechados en 1919. Luego se sumó al Partido Socialista cuyas listas también integró.
En 1921 en Santa Fe, bajo el liderazgo de Lisandro Nicolás de la Torre, se reformó la constitución provincial y se otorgó el derecho a sufragar a las mujeres en las elecciones comunales. El paso, si bien restringido, marcó una ruptura con los esquemas tradicionales. Esa constitución no fue implementada por los gobiernos santafesinos de entonces y recién se aplicó en 1932 al llegar a la primera magistratura el demócrata progresista Luciano Florencio Molinas.
En 1926 Aldo Cantoni, que en 1918 había sido cofundador del Partido Socialista Internacional, luego Partido Comunista, llegó a la gobernación de San Juan por la Unión Cívica Radical Bloquista, hoy Partido Bloquista. Un año más tarde convocó a una reforma constitucional que otorgó el voto a las mujeres. De hecho ya en 1862 en la capital de esa provincia cuyana se había habilitado el voto para las que pagaran impuestos; es decir, un voto censitario. La constitución bloquista hizo que en 1928 por primera vez una mujer, Emilia Collado, fuera electa intendente, en la ciudad de Calingasta, y que otra, la riojana Emar Acosta, obtuviese una banca como diputada provincial, la primera en el país y en América Latina. Claro que eso duró poco ya que Hipólito Yrigoyen intervino San Juan y ello quedó en la nada.
Aunque en 1938 Imelda Romero fue designada como interventora en la comuna riojana de Aimogasta, en realidad hubo que esperar casi dos décadas hasta que otra gran luchadora, María Eva Duarte (Evita), la esposa del presidente Juan Domingo Perón, lograse que el Congreso de la Nación sancionase con valor universal en el país el voto femenino el 23 de septiembre de 1947 la ley 13.010 que se aplicó por vez primera el 11 de noviembre de 1951 cuando 3.816.654 mujeres sufragaron y de resultas de ello el Partido Justicialista incorporó al Congreso de la Nación a 23 de ellas en un verdadero homenaje a la que pudo ver plasmado con alegría otro de sus grandes aportes cuando sólo le quedaban unos pocos meses de vida.
* Fernando Del Corro – Historiador, periodista y docente universitario. Vocal de la Comisión Directiva del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
Fuente: www.clubdel45.wordpress.com – 8/09/2014
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