“El Hombre-Algoritmo”, una crítica al duranbarbismo político

por Pablo Touzon – Panamá Revista

“La opinión pública es cada día mas autónoma, debilita el poder de los lideres, de las organizaciones y de los partidos, y no depende del aval de los medios de comunicación ni de ninguna institución. La red aumentó exponencialmente la autonomía de la gente y eso esta en la base de la crisis de la democracia representativa. Antiguamente, los ciudadanos sentían la necesidad de que los representaran estructura políticas, sindicales y de otros ordenes. Ahora se conectan con el mundo cuando quieren, obtienen información, pueden transmitirla casi sin limites, no sienten la necesidad de que otros hablen por ella y no quieren ser representados”
-Jaime Durán Barba y Santiago Nieto
“La política en el siglo XXI- Arte, Mito o Ciencia”

Duran Barba es el último positivista. O al menos eso parece desprenderse de la lectura de su último libro escrito en conjunto con su socio Santiago Nieto. La idea de Ciencia con C mayúscula, del “método científico para la política”, las referencias a Galileo Galilei, Newton, Einstein, no dejan lugar a dudas. El método duranbarbista no se considera a sí mismo como una hipótesis, ni siquiera como una teoría, sino como una verdad científica. La transformación definitiva del concepto mismo de la política a causa del desarrollo tecnológico: en definitiva, un diagnóstico empírico e inapelable. Una teleología histórica que parte de Cristóbal Colón para terminar en Mauricio Macri. Un sentido de la Historia, ni más ni menos.

¿Tiene razón Durán Barba? La lectura del escenario político, y el aspiracional “moderno” y “horizontal” de las campañas electorales de este año parecerían darle la razón. Todos quieren el “método”, aunque mas no sea para usarlo con otros fines (pensando ingenuamente que en este caso el fondo es separable de la forma). El ego a cielo abierto que destilan tanto el libro como sus declaraciones periodísticas parece justificado. Durán Barba invierte la ecuación de la economía de la soberbia latinoamericana. Un ecuatoriano que triunfa en Buenos Aires, capital de esa Francia Wannabe, el país mas politizado y “culto” de América Latina, y demuele sus certezas. Como si pudiese pasearse, socarrón, por la Avenida Corrientes y decir: “Yo les gané a todos ustedes”.

La Argentina política del 2013 a esta parte remeda en algo a la película “La Gran Apuesta”. En esta última, un grupo de financistas prevé la crisis inminente del sistema financiero del 2008, opera en consecuencia, y de esta quiebra obtienen millonarias ganancias. En Argentina, todos aquellos que apostaron a la crisis de la burbuja 
subprime del peronismo, empezando por Macri pero siguiendo con Massa y la misma Cristina Fernández obtuvieron dividendos de la caída. Y quebraron aquellos que no. El verdadero trasfondo y triunfo político del duranbarbismo se da en el marco de esta realidad empírica.

¿Y porque no habría de caer el peronismo? Desde fines de los años 80 el mundo no asiste mas que a una sucesión infinita de caídas y desmoronamientos. El Muro de Berlín y las Torres Gemelas. Lehman Brothers, Ghadaffi y Hosni Mubarak. El Partido Republicano, el Bolivarianismo  y el Partido Socialista  francés. Todo lo sólido se desvanece en el aire, es la divisa. Con un Cisne Negro de logo en la bandera. Esta erosión de los poderes establecidos, este “fin del Poder” es el escenario global, el mundo en el cual se mueve y triunfa la política duranbarbiana.

Sin embargo, la trampa de la ciencia duranbarbista es que es en parte diagnóstico y en parte programa. En parte interpreta que así es el mundo y en parte quiere que así lo sea. Hay una agenda: una guerra a la intensidad política. A la “sobre-politización” entendida como el pecado original argentino.

En este sentido, la solución duranbarbiana a la crisis de la representación política -y de ahí su nihilismo- consiste en profundizarla. El timbreo como puesta en escena del fin del poder. La imagen “horizontal” del hombre mas poderoso de la Argentina tomando mate con un panadero emocionado, como si fuesen iguales, disuelve la idea de responsabilidad política. Al final del día, uno vuelve a hacer pan, y el otro a la Presidencia de la República. Y la equivalencia entre uno y otro, esencialmente falsa, cristaliza la idea de la política como mero acompañamiento terapéutico. No resuelve los problemas, los admite y los entiende. Y a veces, si es necesario, también los relata. Los saca a pasear un rato el fin de semana.

Las imágenes de la “desdramatización” del Poder. La banda del ejército francés tocando “Daft Punk” y el Perrito Balcarce en el Sillón de Rivadavia. Una desacralización que muestra en carne viva la obsolescencia  de la política como actividad, su “chiste”, su perdida de sentido. Como si solo fuese posible estetizar actos de cercanía, en vez de gobernar. Como esos padres que se visten parecido a sus hijos y quieren ser sus amigos. Y con la resignación de que las grandes decisiones ya se toman definitivamente en otro lado. Ahora le dicen gradualismo.

¿Cuál es el reemplazo del poder fallecido? La Sociedad, con S mayúscula. Gobernar como el equivalente de colocar un espejo gigante delante de la sociedad. Y los focusgroup como piedra angular del método científico para intepretarla. En realidad, el anteúltimo paso antes del Partido de la Red. Una concepción liberal pero no republicana. Como sostiene Alejandro Galliano acá: “Hay un conflicto inevitable entre la lógica del focusgroup y la del republicanismo, quizás porque ambas son tecnologías, cajas de herramientas para tejer vasos comunicantes entre la sociedad y el Estado. La filosofía política del focus parte de un sujeto consumidor, permeable, de identidades flotantes, que se realiza en lo privado, sin mediación entre un deseo no necesariamente racional y el mercado como única red institucional que une los fragmentos de una sociedad altamente segmentada. Y, lo más importante, es un individuo cuantificable, previsible.” Sarmiento vs Macri

Es así que en realidad la eliminación de todas las instituciones políticas intermedias (sindicatos, partidos, iglesias, Estado) rompe todas las barreras que aún existían entre el ciudadano (hoy individuo) y el Mercado, postulando una nueva clase de representación política análoga al funcionamiento del consumidor en la economía capitalista, cuyo resultado real es amplificar el poder real de los que ya lo tenían. Aunque todos nos tuteemos y subamos videos a Youtube.

El político duranbarbiano tiene que ser en este contexto, y con esta lógica, de baja intensidad, casi invisible, apenas una fina polea de transmisión, lo mas anodina y simpática posible, entre el individuo y el mercado. Un gestor, un mero administrador, al cual le ha sido prohibido morder la fruta prohibida de la política, su sentido nuclear: la decisión. El algoritmo no genera un Hitler ni un Stalin, pero tampoco un Churchill o un Mandela. El político de la era de la Inteligencia Artificial y la automatización ya no decide en el sentido profundo del término, solo interpreta vía tecnológica los resultados de un algoritmo y luego, si puede, ejecuta. Y, sino, simula que lo hace. Él mismo es el resultado de un algoritmo, y, por ende, solo un promedio de lo que debe representar. “Parecido a vos”, tal vez demasiado. Tal vez incluso un poco peor. En ese sentido, es lógico también que profundice la Grieta. Como Spotify o Netflix, ofrece siempre mas de lo que al consumidor ya le gustaba.

La composición utilizando algoritmos es la nueva tendencia musical en el mundo del rock. Mediante distintas herramientas tecnológicas, es posible establecer el “minuto a minuto” de una canción, los acordes que “pegan” y los que no. El resultado es una homogeneización creciente de la producción musical, una indiferenciación estética cada vez mayor: todo suena lógicamente igual. Y en la política algorítmica sucede exactamente lo mismo. Representa el fin de la creación y la imaginación, del aporte individual, de la acción pionera. De la política como arte. La niega en su misma esencia, y la mediocridad que emana de ahí no es un error, sino su misma búsqueda final: el Hombre Algoritmo.

Thomas Carlyle hablaba de cómo las sociedades para avanzar en determinados momentos precisos de su historia necesitaban de grandes hombres, que pudiesen interpretar y liderar hacia el futuro: los llamó los Héroes, y son la antítesis perfecta del Hombre Algoritmo. En el fondo, son concepciones opuestas de lo que significa representar. Una que se sostiene en el puro presente, la otra que rompe el determinismo histórico y aventura alguna idea de futuro. La crisis del liderazgo es precisamente esto: la crisis de una idea de futuro. El Héroe decide muchas veces contra la Historia, e incluso muchas veces contra los deseos inmediatos de sus representados. Introduce una novedad. De realizarse, es probable que un timbreo en la Francia de 1940 hubiese dado como resultado la inmediata idea de rendirse frente al poderío militar nazi. De hecho, es lo que sucedió. Pero Charles de Gaulle, quizás el paradigma mas perfecto del héroe en la historia del siglo XX, cruzó solitario el Canal de la Mancha y dijo “no”. ¿Existe algo más mesiánico que proclamar “Francia soy yo”? ¿Existió algo mas necesario? ¿O era el viejo General un “intenso sobrepolitizado”?

En el curso de un puñado de décadas, es probable que la mitad de la población mundial se encuentre desempleada por la feliz “sociedad del conocimiento”, que la crisis ecológica regale algunos tsunamis por año y que el fin del crecimiento continuo augure una era de conflictividad social improcesable por los canales ordinarios. La robotización del trabajo, se acepte o se demore, no tiene solución inscripta en el desarrollo “normal” de las cosas o en el mero sentido del “Progreso”. Harán falta decisiones políticas. Decisiones heroicas

Por esto es el enemigo fundamental: “liderazgo autoritario”, “Mesianismo”, “Macho Alfa”, la muerte del Héroe es la piedra angular del programa duranbarbiano. De lo quiere y necesita, no solo de lo que describe. Como si dijese, “que el algoritmo que está matando al rock, mate también la política”.

Fuente: http://panamarevista.com/el-hombre-algoritmo/

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