España a oscuras – Por Juan Manuel de Prada

España a oscuras
Por Juan Manuel de Prada

En una de las lisérgicas alocuciones que nos endilgó durante el apagón, el doctor Sánchez tuvo el cuajo de prevenirnos contra los bulos: «La prisa no debe llevamos a la desinformación», dijo tan pichi. A esto, en román paladino, se le llama sacarse la chorra y mear sobre la pobre gente cretinizada, que encima agradece el baño y le confunde con lluvia benéfica. El máximo promotor de bulos y especulaciones conspiranoicas sobre el apagón (¡esos gigavatios esfumándose en el éter sideral!) tiene la desfachatez de alertarnos sobre los peligros de la desinformación. Hay que tener, desde luego, una jeta de feldespato para permitirse tales desahogos pero también saber que pastoreas una muchedumbre de humanoides del abismo con una tragaderas dignas de Linda Lovelace.

Mientras el doctor Sánchez lanzaba sus especulaciones conspiranoicas y se negaba a asumir responsabilidades, un ejército de loritos sistémicos se afanaba, desde los medios de cretinización de masas, por difundir hipótesis delirantes, entre las que por supuesto no faltaron alusiones al «cambio climático», a los jaquers rusos y al sursuncorda. Se trataba de una maniobra sincronizada: mientras su líder carismático meaba sobre la jeta de los españoles, la patulea de los loritos sistémicos, generosamente untada, mareaba la perdiz y lanzaba bulos rocambolescos. Todo esto para que no se nos ocurrirse ni por un instante atender las declaraciones de ingenieros y técnicos que explicaron muy diáfana y sucintamente lo que habla sucedido.

cuestiones energéticas, por supuesto) ha autorizado tales medidas desquiciadas, que no han hecho sino aumentar la inestabilidad de nuestra red eléctrica y disparar el recibo de la luz. El apagón del 28 de abril es la consecuencia natural de aquella degeneración del Estado que describía maravillosamente Pio XI en Quadragesimo Anno: un Estado que, en lugar de estar atento exclusivamente al bien común y a la justicia, ocupando el puesto de rector y supremo árbitro de la economía, «se hace esclavo, entregado y vendido a la pasión y a las ambiciones humanas». Como nos enseñaba Hillaire Belloc, en las antiguas formas de despotismo el Estado se adueñaba de las grandes compañías; mientras que, en las nuevas formas de despotismo, son las grandes compañías las que se adueñan del Estado y le imponen sus reglas.

Un servicio esencial como la electricidad, que además se produce mediante concesiones de bienes de dominio público que el Estado hace a compañías privadas, tendría que estar al servicio del bien común. Pero el doctor Sánchez lo ha puesto al servicio de los mandatos del pudridero europeo, que actúa como portavoz de los mandatos plutocráticos. Las directivas que nos llegan del pudridero europeo, disfrazadas de «transición ecológica», «sostenibilidad» y demás monsergas, no han tenido otra misión que el sometimiento de la política energética española a los intereses del «ecocapitalismo», que es el capitalismo de toda la vida de Dios que se traviste con farfollas ecologistas, para metérnosla doblada. Pues, como nos enseña Pier Paolo Pasolini, «la revolución neocapitalista se presenta taimadamente en compañía de las fuerzas del mundo que van hacia la izquierda». La coartada «verde» es la gran argucia plutocrática para saquear las economías nacionales, y el doctor Sánchez y sus mariachis son los mamporreros encargados de perpetrar tal designio plutocrático. Con la engañifa de proteger el medio ambiente. han mercantilizado los recursos naturales, han acaparado terrenos dedicados secularmente a la ganadería y la agricultura, han causado daños irreparables a nuestra flora y en nuestra fauna, han arrasado el paisaje español, infestándolo de placas solares y engendros eólicos que se recortan sobre el horizonte, como vómitos de incesante fealdad. Han entregado, en fin, el sistema eléctrico español a grandes compañías que, con la promesa de una mayor mayor eficiencia y competitividad, brindan a precios abusivos un servicio deplorable que sucumbe al apagón ante la más minima presión.

El apagón del 28 de abril no fue culpa del cambio climático, ni de la injerencia rusa; tampoco, desde luego, fue un desastre natural. Fue el resultado de la acción cipaya de gobernantes que han sometido el bien común a las ambiciones plutocráticas. Como en su día ocurrió con la llamada «reconversión industrial» ocurre ahora con la «transición ecológica», que ha liquidado nuestra autonomía energética y disparado los los precios del suministro eléctrico. Los loritos sistémicos y los expertos que justifican este lastimoso viaje hacia el tercermundismo proclaman desde los medios de cretinización de masas que «llevará meses» averiguar las causas del apagón; lo dicen los mismos que, en cambio nos aseguran sin dubitación y con números exactos que dentro de cien años las aguas del mar habrán ascendido tales o cuales metros y los cascos polares perdido tales o cuales toneladas de hielo.

España está a oscuras, mientras esta gentuza nos mea en la cara. Espero que, cuando se haga la luz, los españoles empecemos por meter en la cárcel -para que allí se pudran- a todos los loritos sistémicos y expertos que amparan los desmanes de una patulea gubernativa al servicio de la plutocracia.

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