Por Cristian Taborda
Esta nota iba a llevar como título “lo que la peste se llevó y la tiranía nos trajo”, esto va de libertades a derechos sociales borrados de un plumazo bajo el Estado de emergencia global y la excusa sanitaria para los confinamientos políticos, con la implementación de formas de control y disciplinamiento social fundadas en el aislamiento y la individualización bajo el lema de “nueva normalidad”.
Costará encontrar momentos en la historia donde se haya entrado en semejante estado de conmoción, sólo comparable con los regímenes totalitarios fundados en el miedo, el terror, la vigilancia y la ideología, operando como distorsión de la realidad con la ayuda de la propaganda.
La tecnología ha ayudado al perfeccionamiento de este mecanismo, que ya fue de alguna forma descrito hace tiempo, por eso la necesidad de volver a leer los clásicos para comprender el presente:
“Las tiranías se conservan de dos maneras muy opuestas. Una de las cuales es la tradicional, y según ella rigen el gobierno la mayoría de los tiranos. Muchos de estos procedimientos dicen que fueron establecidos por Periandro de Corinto, y muchos métodos parecidos pueden tomarse del poder de los persas. Son los mencionados antes para la conservación, en lo posible, de la tiranía: truncar a los que sobresalen y suprimir a los orgullosos; no permitir comidas en común, ni asociaciones, ni educación, ni ninguna cosa semejante, sino vigilar todo aquello de donde suelen nacer los sentimientos: nobleza de espíritu y confianza; no debe permitir la existencia de escuelas ni otras reuniones escolares, y debe procurar por todos los medios que todos se desconozcan lo más posible unos a otros (pues el conocimiento hace mayor la confianza mutua). Y debe procurar que los que residen en la ciudad estén siempre visibles y pasen el tiempo en sus puertas (pues así no pasará inadvertido en absoluto lo que hacen, y se acostumbrarán a ser humildes al estar siempre sometidos); y deben emplear todos los demás medios semejantes cuantos persas y bárbaros son de carácter tiránico (todos producen los mismos efectos): procurar que no pase inadvertido nada de lo que diga o haga cualquiera de los súbditos, sino tener espías, como en Siracusa las llamadas «confidentes», y aquellos que como escuchas enviaba Hierón donde quiera que hubiera una reunión o asamblea (pues así hablan con menos franqueza por temor a tales espías, y si se expresan con libertad pasan menos desapercibidos); y también que los ciudadanos se calumnien unos a otros, que los amigos choquen con los amigos, el pueblo con los distinguidos, y los ricos entre sí; también hacer pobres a sus súbditos es una medida tiránica para que no sostengan una guardia y, ocupados en sus trabajos cotidianos, no puedan conspirar. (…)
El tirano es también un provocador de guerras para que estén ocupados sus súbditos y tengan constantemente la necesidad de un jefe. Y la realeza se conserva por sus amigos, pero es propio del tirano desconfiar en especial de los amigos, al pensar que todos quieren derribarlo, pero éstos principalmente pueden hacerlo. También las medidas de la democracia extrema son todas propias de la tiranía: la autoridad de las mujeres en sus casas para que delaten a los hombres, y licencia a los esclavos por la misma razón, pues ni los esclavos ni las mujeres conspiran contra los tiranos, y al vivir bien, necesariamente son favorables a las tiranías y a las democracias; el pueblo, en efecto, también quiere ser un monarca. Por eso el adulador es honrado en ambos regímenes: en las democracias el demagogo (el demagogo es el adulador del pueblo), y entre los tiranos los que se comportan con ellos de manera humillante, lo cual es obra de la adulación. De hecho, por esto, la tiranía es amiga de los malos pues les agrada ser adulados, y esto nadie que tenga un libre espíritu noble podría hacerlo, sino que las personas nobles aman o en todo caso no adulan. Además, los malos son útiles para sus malas acciones: «un clavo empuja a otro clavo», como dice el proverbio.
También es propio del tirano que no le agrade nadie respetable ni independiente, pues pretende ser él el único así; el que actúa con dignidad y libertad priva a la tiranía de su preeminencia y de su carácter despótico, por tanto los odian como aniquiladores de su poder. También es propio del tirano sentar a su mesa y tener como compañeros preferentemente a extranjeros que a ciudadanos, pensando que éstos son enemigos y que aquéllos no rivalizan con él.
Estos procedimientos y otros semejantes son propios del tirano y son los defensores de su poder, y no les falta maldad alguna. Todos ellos, por así decirlo, quedan comprendidos en tres especies. La tiranía, en efecto, tiende a tres objetivos: uno, que los súbditos piensen poco (pues un apocado no podría conspirar contra nadie); en segundo lugar, que desconfíen unos de otros (pues la tiranía no se derriba hasta que algunos ciudadanos confían en sí mismos; por eso también luchan contra las clases superiores considerándolas nocivas para su poder, no sólo porque no se resignan a ser gobernados despóticamente, sino también porque son leales a sí mismos y a los demás ciudadanos y no acusan ni a los suyos ni a los demás). Y en tercer lugar, la imposibilidad de acción (pues nadie emprende lo imposible, de modo que la tiranía no se derriba si no se dispone de fuerza). Así pues, estos son los tres fines a los que tienden las intenciones de los tiranos, pues todas las medidas tiránicas conducen a estos principios fundamentales: que no se fíen unos de otros, que no tengan fuerza y que sean humildes. Tal es, pues, uno de los modos de lograr la conservación de las tiranías”.
“Modos de conservación de las monarquías y las tiranías”; Libro V; “Política”. Aristóteles.