El mundo no está superpoblado: el peligro es la extinción de pueblos – Por André Larané

A fines de este siglo, en Europa podrían desaparecer poblaciones junto con su bagaje cultural e histórico. Hay factores materiales pero también ideológicos: se cierran maternidades mientras proliferan clínicas de cambio de sexo.

Por André Larané

[Este artículo se publicó originalmente en francés en la revista Herodote.net]

En 1968, el profesor estadounidense Paul Ehrlich causaba sensación con un libro de título shockeante: La Bomba P (P de población). El miedo a la sobrepoblación iba a suceder de este modo al del apocalipsis nuclear antes de ser reemplazado a su vez por el miedo al cambio climático.

Todavía hoy, la opinión pública está penetrada por la convicción de que el planeta está superpoblado y que no hay nada más urgente que reducir lo más posible el número de nacimientos. ¡Pero la realidad es mucho más matizada!

La población mundial disminuirá a fines de este siglo, quizá incluso desde 2064 si se le cree al IHME, un instituto financiado por la Fundación Bill y Melinda Gates. Con la excepción del África subsahariana o África negra, el conjunto del planeta, incluida la India, tiene desde ahora una fecundidad media inferior a la tasa de reemplazo poblacional, es decir, de 2,1 hijos por mujer. Es un dato central que han asimilado muy bien los demógrafos pero que nos cuesta todavía concebir.

Sólo dos grandes países tienen superpoblación, es decir de un exceso de habitantes por kilómetro cuadrado. Se trata de Bangladesh y de Egipto, con más de 2000 habitantes por kilómetro cuadrado, es decir más densamente poblados que la mayoría de nuestras ciudades. Bangladesh debería superar este escollo porque, con una fecundidad inferior a 2,1 hijos por mujer, su población ya no se renueva. Puede inquietar un poco más Egipto, con 3,3 niños por mujer. En materia de saldo natural (excedente de nacimientos por sobre los decesos), el África negra es excepción. Es esa región la que, hoy en día, aporta todo el crecimiento demográfico de la humanidad y no deja de sorprendernos. Hace 40 años, como lo cuenta el demógrafo Gilles Pison, la ONU proyectaba 2.200 millones de africanos para el año 2100. Ahora esperan 4.400 millones, es decir el doble, de los cuales 500 millones estarán en el África mediterránea. Es un desafío que asumen con serenidad los gobiernos africanos, pues la mayoría de ellos no quiere oír hablar de planificación familiar.

¿Hay que preocuparse por esto? El África negra es la región del mundo mejor dotada de recursos naturales (con excepción de la franja sahariana) y está todavía lejos de la superpoblación, con una densidad muy inferior a la media mundial de 50 habitantes por km cuadrado. Para sus habitantes, privados de todo confort, los niños son la única riqueza que vale. Una fuente de orgullo para los hombres, un seguro de retiro para las mujeres. Más aún, debido a su extrema pobreza, el África no contribuye a las emisiones de gas de efecto invernadero, (emite 0,5 toneladas de CO2 por habitante por año, contra 10 de los países ricos).

La Historia se hace en las cunas…. y se deshace en los cementerios

Para el resto del mundo, la superpoblación ya no es más una amenaza. ¡Muy por el contrario! Asistimos a una caída de la natalidad sin precedentes en los países más ricos, en Occidente y en los países ribereños del mar de China. De acá a una o dos generaciones, es decir, a mediados del siglo XXI, esta caída podría soldarse con un marasmo social y económico del que entrevemos los primeros signos con el crecimiento del ahorro ocioso. A fines de este siglo, podría producirse la extinción física de buena parte de las poblaciones afectadas, al mismo tiempo que la desaparición de su bagaje cultural e histórico…

En China, el número de nacimientos cayó de 17,9 millones en 2016 a 12 millones en 2020 y el índice de fecundidad es de sólo 1,47 hijos por mujer. Siendo aún hoy el país más poblado del mundo, con 1500 millones de habitantes, China tendrá menos de 1.000 millones en 2100, y entre ellos una fuerte proporción de ancianos. Muchos otros países asiáticos y occidentales se acercan al índice de fecundidad de un niño por mujer o están incluso por debajo de él, como en Corea (0,87 niño por mujer en 2020).

Para dimensionar el fenómeno, un índice de fecundidad de un niño por mujer significa que mil mujeres tienen este año mil niños, de los cuales 500 son niñas. Dentro de unos treinta años, en 2050, sus hijas tendrá a su vez 500 hijos, de los cuales 250 serán niñas. Y hacia 2080, sus nietas tendrán 250 hijos de los que 125 serán niñas. Resulta así una división por 4 del número de nacimientos en 3 generaciones y por 8 en 4 generaciones, es decir al alba del siglo XXII.

Italia, por ejemplo, tuvo 400.000 nacimientos y 740.000 decesos en 2020. Con un índice de fecundidad que se acerca cada vez más a un niño por mujer, ese país debería contar con apenas 100.000 nacimientos anuales hacia 2100. En esa fecha, los viejos italianos de más de 60 años serían por lo menos 4 veces más numerosos que los menos de 20 años. Equivale a decir que el pueblo italiano estaría casi extinto. El presidente del Consejo, Mario Draghi, se inquietó el 14 de mayo de 2021 al inaugurar los primeros estados generales de la natalidad: “Una Italia sin niños es una Italia que deja lentamente de existir”.

Ciertamente, como la naturaleza tiene horror al vacío, Italia no se verá desprovista de hombres. Se repoblará con la población excedente del sur del Mediterráneo. La situación no es mucho más brillante en otros países europeos, incluso en aquellos donde la inmigración viene a compensar el déficit de nacimientos.

Francia, que le lleva 50 años de ventaja a su vecina en materia de inmigración familiar sud-mediterránea, exhibe una fecundidad del orden de los 1,8 niños por mujer, en parte gracias al aporte de los neo-europeos. Con 740.000 nacimientos y 660.000 decesos, registró en 2020 un saldo natural de 80.000 nacimientos pero sin los alumbramientos ocurridos en el seno de los hogares de inmigrantes de los últimos decenio, ese saldo hubiera sido claramente negativo, sin alcanzar los abismos italianos.

En un libro premonitorio, Les Berceaux vides de Marianne (Las cunas vacías de Marianne, Seuil, 1980) [N. de la T: “Marianne” es la figura femenina que representa a la República Francesa], los demógrafos Jean-Noël Biraben y Jacques Dupâquier ya subrayaban las consecuencias del envejecimiento de la población. Ese envejecimiento es inducido por la disminución de la natalidad y la escasez de jóvenes mucho más que por la extensión de la esperanza de vida, así como lo ha demostrado en otros tiempos el demógrafo Alfred Sauvy. En un primer tiempo, es benéfico para la economía porque aumenta la población activa correlativamente con la disminución del número de hijos.

La situación se deteriora luego, cuando los adultos se vuelven viejos a su vez y son reemplazados sólo en parte por los jóvenes demasiado escasos. Recordemos que en una generación, de 1991 a 2021, la edad promedio de la población francesa pasó de 34 a 41 años, con el mismo número de individuos por debajo y por encima de ese umbral , según el INSEE [Instituto de estadística y de estudios económicos de Francia].

Dentro de medio siglo, esa edad promedio se ubicará según todas las probabilidades cerca de los 50 años sin que aumente la esperanza de vida.

En el plano político, esto conllevará un ascenso del conservadurismo y de los egoísmos. Los estudiantes secundarios que hoy esgrimen el retrato de Greta Thumberg ¿se seguirán preocupando por “salvar el planeta” cuando deban defender con uñas y dientes sus jubilaciones frente a una población activa dos veces menos numerosa que ellos? ¿O cuando deban pelear por obtener los servicios de médicos y enfermeras? ¿O cuando necesiten contratar personal para cuidados domiciliarios? No se podrá contar mucho con la inmigración para compensar el vacío porque no habrá formadores y educadores en cantidad suficiente para dar a los neo-europeos las competencias y los códigos requeridos.

Este invierno demográfico que se perfila conduce a la extinción de nuestros pueblos, muy lejos del objetivo razonable de toda comunidad humana: perpetuarse asegurando como mínimo la renovación generacional. Se trata de que las parejas sin niños o con un único hijo sean compensadas por un número equivalente de parejas con 3 ó 4 niños, una situación que era la de la Francia de los “Treinta Gloriosos” (1944-1974).

Todos los países llamados “desarrollados” se alejan a zancadas de este objetivo. Todos están afectados por la “anorexia demográfica”, la que hoy es incluso un objetivo ideológico. Mientras que se cierran las maternidades, se multiplican las clínicas de cambio de sexo y se alienta a rechazar la maternidad para “salvar al paneta”. Absurdo contrasentido que revela una correlación patente entre las emisiones de gas de efecto invernadero y las cunas vacías.

Del Mar de China al Atlántico, los países que recalientan el clima son los mismos que están en la senda de la extinción demográfica. No hay que ver en ello una simple coincidencia sino la doble consecuencia de un modelo de sociedad mortífera, ese american way of life que después de 1945 sedujo a los europeos y luego al resto del mundo.

Descansa sobre la explotación a bajo costo de los recursos naturales con miras a un consumo sin fin de productos siempre nuevos: hoy, un auto por adulto, un home cinema por hogar, un crucero en cada estación, mañana un pasaje al espacio. Este consumo es mantenido mediante una intensa presión social que lleva a la proliferación de nuevas enfermedades (burn-out, obesidad, etc) y que aleja a los jóvenes de todo proyecto familiar: “A los 30, no puedo sacrificar mi carrera por un hijo”; “¿tener un segundo hijo? Imposible, porque no podríamos darnos todos los gustos”.

[Traducción: Claudia Peiró]

 

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