Por Ricardo Vicente López
“Hasta la hacienda baguala cae al jagüel con la seca”
–Martín Fierro, de José Hernández
Le pido, amigo lector, que no se enoje por lo que dice el título. Perdóneme hasta el final de la nota, y entonces vuelva a juzgarme. Estamos inmersos en un mundo que en pocos días giró violentamente respecto de sus doctrinas básicas. La ortodoxia económica, en las Academias se habla del pensamiento dominante, de la mayor parte del siglo XX, con la excepción de los “treinta años gloriosos (1945-1975) dominó la certeza de que la libertad debería ser la regla de todos respecto de la vida política y económica, a esto se lo denominó mainstream:
Se habla de mainstream, o corriente/tendencia mayoritaria para referirse al pensamiento actual que se ha extendido a toda la cultura popular, la cultura de masas, dominante en los medios de comunicación. La ciencia del mainstream, fundamentalmente la economía, es la a un campo de estudio establecido subordinado a las teorías ortodoxas.
Es la doctrina que domina la casi totalidad de la enseñanza de la mayor parte de las universidades y academias, y que encuentra una expresión política sólida, compartida por la mayor parte del mundo empresarial. La catedral de esta doctrina encuentra su máxima expresión política en los encuentros anuales de Davos, y se puede sintetizar de este modo:
El liberalismo económico es una doctrina que señala que la mejor forma de alcanzar el desarrollo económico y la eficiencia en la asignación de los recursos es a través de un mercado libre sin la intervención del Estado… De acuerdo a esto, las fuerzas de oferta y demanda son las que, de una forma natural, convergen en un equilibrio por el cual los precios reflejan la escasez relativa de los bienes; lo que se verifica en una correcta y eficiente asignación de los recursos.
Este fue, en síntesis, el discurso dominante de una religión laica que no admitió herejes ni ateos, cuya verdad adquirió, desde el siglo XIX, casi una valor bíblico. Su consistencia teórica, según sus defensores, fue tal que las dos grandes crisis mundiales (1929 y 2007/8) no lograron producir grandes fisuras en ese cuerpo teórico, aunque no logró ofrecer una explicación satisfactoria respecto de lo sucedido.
Desde fines de los ochenta en adelante el capitalismo dejó de ser un tema de debate. Algo así como un gran telón ocultó el escenario de las miserias que generaba y un exitismo desvergonzado se instaló en él. La caída del Muro de Berlín (1991) como símbolo, incentivó una publicidad abundante de ese capitalista liberal como el único posible.
Un virus logró quebrar la fe
Los fundamentalismos son, en apariencia, muy sólidos salvo cuando la duda comienza a corroer sus certezas y se esparce con una tozudez arrasadora incontenible. Entonces, las columnas fundamentales de ese pensamiento, el liberalismo económico, sostenidas por lo más importante de la masa académica, entra en crisis y su voz enmudece. Un silencio atronador inunda el espacio público.
En ese momento una voz sagrada, que representa ese fundamentalismo doctrinario, se atreve a publicar un editorial que suena como un tiro de gracia en su corazón. Es nada menos que el Financial Times, periódico de origen británico con especial énfasis en noticias internacionales de negocios y economía: es la voz de la Bolsa de Londres [1]. Celosa defensora, con su mejor British Style (estilo británico), de los mercados libres y de la globalización, que mejor expresó el eje Margaret Thatcher y Ronald Reagan, durante la larga década de 1980,
La semana pasada, para sorpresa y estupor de sus feligreses, anuncia que esa etapa ha muerto. Propone en su editorial la necesidad de una nueva doctrina, nueva para ella, a pesar de haber sido la voz hereje de los heterodoxos, los que no se sometieron a su prédica liberal-conservadora.
Afirma la palabra del editorial del influyente diario económico británico:
“La crisis causada en todo el mundo por la pandemia de coronavirus provocó un hundimiento económico sin precedentes, pero al mismo tiempo ha resaltado la desigualdad existente en nuestras sociedades y la necesidad de respuestas inéditas. Es la hora de recuperar un Estado más fuerte ante el avance de la enfermedad que afectó a cientos de miles de personas en todo el planeta. Se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos“.
Continúa más adelante:
“Las reformas radicales –revirtiendo la dirección política que ha prevalecido en las últimas cuatro décadas– deberán estar sobre la mesa. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar fórmulas para que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución será debatida otra vez; los privilegios de las personas mayores y de los más ricos serán cuestionados. Políticas consideradas excéntricas hasta ahora, como la renta básica y los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas“
Continúa la Editorial del Financial Times:
“Si hay un lado positivo en la pandemia de Covid-19, es que ha inyectado un sentido de unión en las sociedades polarizadas. Pero el virus, y los bloqueos económicos necesarios para combatirlo, también arrojan una luz deslumbrante sobre las desigualdades existentes, e incluso crean otras nuevas. Como los líderes occidentales aprendieron en la Gran Depresión, y después de la segunda guerra mundial, para exigir sacrificios colectivos se debe ofrecer un contrato social que beneficie a todos“.
Completando su giro programático arroja esta advertencia, que sorprende por su contenido:
“El extraordinario apoyo presupuestario de los gobiernos para la economía, aunque necesario, empeorará las cosas de alguna manera. A los países que han permitido la aparición de un mercado laboral irregular y precario les resulta particularmente difícil canalizar la ayuda financiera a los trabajadores con un empleo tan inseguro”.
Hay algunas expresiones que pueden sorprender como cuando afirman que “La redistribución volverá a estar en la agenda”. No aclara a qué pasado hace referencia, es difícil de creer que habla de países socialistas, menos aún peronistas:
“Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en una nueva consideración; se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos“.
Por otra parte puede decir que:
Pero el virus, y los bloqueos económicos necesarios para combatirlo, también arrojan una luz deslumbrante sobre las desigualdades existentes, e incluso crean otras nuevas. Los sacrificios son inevitables, pero cada sociedad debe demostrar cómo ofrecerá una restitución a aquellos que soportan la mayor carga de los esfuerzos nacionales”.
No parece necesario agregar más comentarios. Sugiero, amigo lector, probar con un respiro hondo, volver a leer quién dice todo esto, y concederse un largo tiempo para reflexionar sobre tantas cosas que, tal vez, cueste salir del asombro. Por otra parte, puede pensarse que la crisis del sistema capitalista es de tal envergadura que, en el templo de las finanzas internacionales tengan una apreciación más grave de la que podemos observar desde este sur con un gobierno peronista. Parafraseando a William Shakespeare podemos decir: “Algo huele bien en Londres”, pero sospecho que vamos a ver a muchos resfriados que no están en condiciones olfativas para apreciarlo.
Ah, me olvidaba, amigo lector ¿podrá perdonarme?
[1] La Bolsa de Londres es la bolsa de valores localizada en Londres, Inglaterra. Fundada en 1801, es una de las mayores bolsas de acciones del mundo y un baluarte de las finanzas.