El espíritu del cristianismo en tiempos de oscuridad – Por Cristian Taborda

El espíritu del cristianismo en tiempos de oscuridad
Por Cristian Taborda

«Esta noche es lo percibido cuando se mira al hombre a los ojos,
una noche que se hace terrible:
a uno le cuelga delante la noche del mundo».

-G. W. F. Hegel

La Iglesia preocupada por salvar el cuerpo antes que el alma, docentes pidiendo cerrar las escuelas en lugar de abrirlas, la política pidiendo distanciamiento social en vez de acercarse al pueblo, médicos y policías con miedo a perder la vida en lugar de la valentía de entregarla. Pensadores, sociólogos, filósofos entregados al poder, no al saber y la búsqueda de verdad.

Nietzsche describe en la Genealogía de la moral la “transvaloración de los valores”, con el error de otorgarle al cristianismo ser “la moral del esclavo”. Justamente, al revés de lo que describía, el ateísmo, el cual profesaba Nietzsche, es el que ha cultivado la nueva “moral del esclavo”, la imposición de anti valores, que opera en este tiempo pestilente.

No sólo se ha apagado la historia, y en la falta de Dios se anuncia algo peor, como avizoraba Heidegger: “Esa época de la noche del mundo es el tiempo de penuria, porque, efectivamente, cada vez se torna más indigente. De hecho es tan pobre que ya no es capaz de sentir la falta de Dios como una falta”. Historia a la que Fukuyama ya había dado por finalizada, pero que el fin, al que le espera un nuevo inicio, es la oscuridad, la noche del mundo, el mundo se ha apagado, detuvo su movimiento, paralizado por el miedo a la muerte. Renunciando a vivir por miedo a morir. Un tiempo tan indigente que ha caído en olvido del ser y de su historia, atado a la inmanencia del eterno presente y condenado al eterno retorno del encierro. Ya Hölderlin lo anunciaba antes que nadie “nuestro tiempo habita en tinieblas, separado de todo lo que es divino”.

Como si no hubiera más allá ni trascendencia la vida se ha vuelto una mera supervivencia biológica, una nuda vida. El cuerpo, dócil, un objeto del Estado, un humano poco humano, domesticado, como un perro con bozal el cual no puede ni siquiera ladrar. Se pregunta Agamben en sus reflexiones sobre la peste “¿Qué es una sociedad que no tiene más valor que la supervivencia?”.

¿Qué valores se han impuesto en este tiempo oscuro? Los de la racionalidad técnica, el cálculo, los de la Ciencia, el nuevo Dios de un mundo desdivinizado gobernado por la tecnocracia. Valores del poder, los que para imponerse antes debe destruir los anteriores, deconstruir la moral y destruir la fe cristiana, para consagrar los falsos valores de una falsa élite, como dijera Leonardo Castellani, usurpadores de la autoridad teocrática. A la que no importa el alma y el espíritu sino la materialidad del cuerpo y su uso racional en el espacio público y que necesita la escisión de cuerpo y alma, que se traduce en la deconstrucción corporal y la destrucción espiritual. La vida sin espíritu pasa de ser sagrada (sacra) a ser maldita (sacer) debe ser eliminada, con anterioridad a nacer (aborto), con anterioridad a morir (eutanasia) y después de morir profonada ¿acaso que son la cremaciones que vimos durante cuarentena donde no se permitían despedir a nuestros seres queridos?.

No hay prójimo, proximus, en la noche del mundo, no hay un “más cercano” sino un más alejado, la distancia es la norma no el acercamiento, prima el miedo no el amor, se promueve desconfianza antes que la solidaridad. Un mundo sin rostro, enmascarado (o embarbijado), “el rostro es lo que prohíbe matar” dice Levinas. Es el significado del “No matarás”, para matar al otro tengo que enmascararlo, no reconocerlo, no saber de su rostro. Bajo la peste no hay lugar a la caricia, caritia, de cáritas, virtud de amar a Dios, al prójimo como uno mismo. Como en el Levítico, el poder clama “será impuro todo el tiempo que tenga la enfermedad. Como es impuro, tiene que vivir aislado” (Levítico 14:45,49). Al contrario, Jesús extendió su mano, tocó al leproso y dijo: “yo quiero, queda limpio” (Mateo 8:3). La caricia como acto revolucionario a la violencia del poder, el afecto contra el distanciamiento. La fe como salvación, “tu fe te ha salvado” dijo.

Hoy, sólo el cristianismo es el único con una potencia revolucionaria contra el nihilismo moderno. Ninguna ideología tiene la fuerza para liberar al hombre en estos tiempos de oscuridad, sólo el espíritu del cristianismo. Como revolución al mundo posmoderno y los falsos valores de la plutocracia, a la oscuridad del encierro, como la luz y la pasión de estar en el mundo, de ser en el mundo, con los más cercanos, del amor al prójimo.

Decía Castellani en Cristo y los fariseos que es riesgoso hoy día buscar resurrecciones, porque “resucitar es cierto que será un gran consuelo, Pero hay que pasar antes clavos y escupitones, Y ser izado patas arriba para el cielo”. Y Cristo pasó por el martirio para salvar a sus prójimos, por amor al prójimo, en una rebelión contra el orden injusto, para salvar al hombre atravesó la noche del mundo, “bajó hasta el fondo del abismo”. Es por ello, y no pese a ello, que conservamos la fe y tenemos esperanza porque como ya clamaba en su poema Hölderlin: “Más dónde está el peligro, nace también el salvador”.

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