EEUU podría implosionar a partir de la secesión de Texas (#Texit). Por Alfredo Jalife Rahme

Por Alfredo Jalife Rahme

Los dos estados con el mayor PIB de EEUU, California y Texas, han expresado su proclividad a la secesión con el ‘calexit’ y el ‘texit’, que se intensifica con la migración de Tesla/Oracle/HP de California a Texas y con el malestar del triunfo del presidente Biden que fue impugnado por Texas junto a otros 17 estados y 126 legisladores republicanos.

Desde la elección presidencial pasada de hace cuatro años hasta la actual, la fractura doméstica de EEUU se ha acentuado y hoy sus principales polos se sitúan en California —con 55 votos electorales, a mayoría mexicana que carece de un genuino liderazgo propio— y en Texas, con 38 votos electorales y una supuesta mayoría también mexicana que ha sido diluida por los trucos de redistritación de la discriminativa Oficina del Censo de EEUU.

Las fuerzas centrífugas desde California —feudo demócrata y con una vicepresidenta, Kamala Harris, oriunda del estado dorado— hasta Texas, bastión republicano, se han acentuado con el triunfo del presidente Joe Biden, ungido oficialmente por el Colegio Electoral, y a quien, según sus detractores republicanos, presuntamente beneficiaron los “algoritmos de Soros” con Dominion y Smartmatic.

La fractura entre California, con la agenda más liberal del país, y Texas, uno de los estados más conservadores y paleobíblicos de la hoy desunida Unión, se escenifica también en su postura frente al manejo de las energías.

El estado dorado, presa de una severa carestía de agua, sequías e incendios, ha optado por las energías renovables y el cambio climático, frente al estado de la estrella solitaria (en alusión a la República de Texas) que tuvo su auge durante el siglo XX gracias a la explotación estatal/trasnacional de su petróleo que profundizó con el polémico fracking (fracturación hidráulica).

California y Texas constituyen el yin y el yang demócrata/republicano de EEUU y hoy cada quien ostenta la luz del día su propio proyecto secesionista: el calexit y el texit.

Ken Paxton, el fiscal general de Texas, entabló un juicio ante la Corte Suprema de Justicia en nombre del estado de la estrella solitaria en contra de Pensilvania con el alegato de que —además de Georgia, Michigan y Wisconsin—, había trastocado los procedimientos electorales, lo cual invalidaba sus votos en el Colegio Electoral.

A la demanda de marras se sumaron el mismo presidente Trump y 126 legisladores republicanos.

La demanda fue desechada por la Corte Suprema, lo cual dio pie a dos situaciones antagónicas:

  1. La votación incólume del Colegio Electoral que oficializó el triunfo de Biden.
  2. El llamado al texit por los republicanos estatales: la secesión de Texas de la Unión.

Allen West, mandamás del partido republicano en Texas, fustigó la decisión de la Corte Suprema y comentó que ello iniciaría el advenimiento de una “nueva unión de los estados que respetan las leyes y la Constitución”.

Como era de esperarse, los legisladores demócratas fulminaron la insurgencia texana que “había enloquecido”.

Otros legisladores republicanos, primordialmente de Texas —símbolo de sus pugnaces cowboys—, no han ocultado sus veleidades secesionistas, como Kyle Biedermann, quien arremetió que “el Gobierno federal está fuera de control y no representa los valores de los texanos”, por lo que tenía la intención de introducir la enmienda sobre el referéndum de independencia de Texas para recuperar su independencia.

El locutor Rush Limbaugh, muy popular con los supremacistas blancos WASP y galardonado con la Medalla de la Libertad por el presidente Trump, con todo y su enfermedad terminal, se pronunció en contra de la secesión, cuya tendencia vislumbra como inevitable.

La República de Texas fue proclamada en 1836 cuando obtuvo bélicamente su independencia de México y fue reconocida por lo que era entonces EEUU en 1837 que la anexó a la Unión ocho años más tarde, en 1845.

Ya desde 1861 —17 años después de su anexión— los texanos votaron en un referéndum cuatro a favor y uno en contra para abandonar la Unión.

En 1861, Texas practicó su primera secesión y se fusionó a los Confederados del Sur durante la guerra civil. Luego Texas regresó a la Unión con plenos derechos en 1870.

En la década de los noventa del siglo pasado tanto un grupo de milicianos de la Organización de la República de Texas, fundada por Richard Lance McLaren, como el Movimiento Nacionalista Texano, encabezado por Daniel Miller, han amagado con sus veleidades secesionistas.

Ya hace seis años una encuesta de Reuters/Ipsos informó que el 34% de los estados suroccidentales deseaba su independencia.

Daniel Miller aboga sin tapujos la secesión de Texas que epitomiza en su libro Texit.

El historiador y periodista Richard Kreitner en su libro Break It Up (Romperlo) aborda la “secesión, división y la historia secreta de la imperfecta unión de EEUU” donde destaca los movimientos secesionistas contemporáneos en California y Texas que pueden fracturar a EEUU.

Un temor de los texanos radica en la masiva migración que penetre en sus 2.018 kilómetros que tiene de frontera con México. No fue nada casual que el principal componente de la erección del muro Trump —que en realidad inició Bill Clinton en la frontera sur de California y luego prosiguió George Bush— se haya construido en la frontera con Texas.

Mitch McConnell, de Kentucky, líder de la todavía mayoría saliente del partido republicano en el Senado, aceptó el veredicto del Colegio Electoral y felicitó a Joe Biden, con quien, por cierto, mantiene una óptima amistad.

En el Senado todavía se consigue auscultar a lo lejos la protesta del muy influyente Lindsey Graham, íntimo de Trump y quien aduce que todavía les queda un “estrecho margen legal” de impugnación electoral.

La doble elección de desempate en Georgia del próximo 8 de enero significará un punto de inflexión. Con solo ganar uno de los escaños, el Partido Republicano tendría la mayoría en el nuevo Senado, lo cual quizá podría apaciguar la furia del texit.

En caso de que los demócratas descuelguen las dos senadurías, pues obtendrían la mayoría gracias al voto de desempate de la vicepresidenta Kamala Harris, lo cual excitaría más la insurgencia del texit.

Nada menos que el católico Pat Buchanan, anterior jefe de prensa del presidente Nixon, comenta la encuesta de Gallup de que 83% de los republicanos “no cree en los reportes de la derrota de Trump” y se pregunta en forma un tanto cuanto fatalista “¿qué sigue?”. No es menor la cifra perturbadora del 83% de asépticos escépticos.

En su libro Las guerras de la Casa Blanca con Nixon Buchanan, un republicano moderado, enuncia que la eyección de Nixon “dividió a EEUU para siempre” y contesta su pregunta: “Algunos vislumbran la secesión. Aunque la secesión es improbable, una sucesión en los corazones ya se dio en EEUU. Somos dos naciones, dos pueblos en apariencia separados indefinidamente. ¿Puede un país tan dividido como el nuestro racialmente, ideológicamente, religiosamente, todavía operar juntos grandes cosas?”.

Nadie desea, menos los mexicanos a quienes dañaría tal eventualidad, un shadenfreude (el placer que ocasiona el daño al prójimo) que lleve a la secesión de Texas, pero para el rigor analítico y la supervivencia transfronteriza habría que tenerla en el radar geopolítico.

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