Por Ricardo Vicente López
Pero un frío cruel, que es peor que el odio…
punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor,
maldijo para siempre y me robó…
Toda ilusión.
-Enrique S. Discépolo
La Academia dice que: “El odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo”. Se anida en lo más profundo de la conciencia en la región de las pasiones inmanejables. Por el contrario, la frialdad: “Es una indiferencia, una falta total de interés, entusiasmo y afecto, así como falta de capacidad para impresionarse o emocionarse que muestra una persona”. Es, por lo tanto una elaboración de la razón.
El primero es turbulento y, una vez alojado en la conciencia, actúa con total independencia; la segunda, es una fina elaboración que puede presentarse en pequeñas dosis. Es un puñal filoso que puede matar lentamente. Por eso, la profunda sensibilidad que pone de manifiesto Discépolo en su poesía, poco apreciada por su irreverencia de escribir en lunfardo, lo lleva a afirmar que el frío demostrado hacia el padecimiento de otros “es peor que el odio”. Advierte que, por ese camino, se llega a un “punto muerto de las almas”, a un final de la esencia de lo humano: la posible extinción del amor como nexo de la comunidad política. El modelo que impone el neoliberalismo.
Dejo el odio para volver sobre él más adelante. Es necesario que comencemos por la vieja sabiduría ateniense. Aristóteles (384-322 a. C.) proclamaba la importancia que tiene el vínculo social para la construcción de una comunidad feliz. Hoy esta afirmación, que puede parecer demasiado idealista, debe ser recuperada como cimiento sólido, sostenedor del edificio de la filosofía política, desplazando al talante “científico” que ha adquirido la ciencia política. La tesis que afirma la sociabilidad originaria del hombre hoy ya está probada por las investigaciones de la antropología y la arqueología. Por ello debe colocarse como fundamento de nuestras reflexiones, para poder refutar y descartar las tesis de los filósofos modernos del siglo XVIII, que han sostenido la prioridad y anterioridad del individuo respecto del orden social y colocan a la violencia (la lucha de todos contra todos) como una partera de la Historia.
Esas tesis, tomadas como verdades irrefutables, que aparecieron como punto de partida del contractualismo, alteran y tergiversan el orden histórico de aparición de las formaciones sociales en la historia de la humanidad. La investigación seria en los territorios de la periferia, demostró la existencia de formas comunitarias anteriores a la aparición del Estado y a la división en clases como comienzo organizador de lo socio-político. Muchas de ellas sobrevivieron hasta siglos recientes. El contractualismo fue una concepción del liberalismo filosófico que resaltó el valor del individuo, el burgués-ciudadano, asignándole una existencia previa a la organización social. Esto otorgaba a la burguesía moderna un carácter fundante de la comunidad política.
Esta tesis ya estaba refutada por Aristóteles hace unos 25 siglos y se puede enunciar en estos términos:
El hombre es un animal social (zóon politikon), es decir, un ser que necesita de los otros de su especie para sobrevivir. Queda rechazada la posibilidad de pensar que el individuo sea anterior a la sociedad [liberalismo]. Es la condición de animal político lo que coloca el gran griego como base de la construcción social, por ello, la política es la tarea humana por excelencia, para el logro de un orden político que garantice la felicidad común.
Prestemos atención a la afirmación reciente: si el hombre es un animal social, que requiere de sus semejantes para poder vivir: el vivir humano es vida en comunidad. Por ello, para que la vida sea agradable para todos, “la vida feliz” para Aristóteles, es necesario que la vida social, la vida política, la vida comunitaria, sea una responsabilidad de todos. La comunidad amigable de los ciudadanos de la polis es la matriz que posibilita esa felicidad.
El mundo del amor y de las relaciones personales ya es, de por sí, algo a lo que le debemos dar mucha importancia, dado que es en este ámbito donde se teje el entramado fundamental de la vida humana. Esa vida será, sin duda, el resultado de las diversas biografías posibles, dentro del marco mayor de la vida compartida socialmente. Las experiencias individuales en el juego del entramado social irán madurando, en uno u otro sentido, tanto las personalidades individuales como las colectivas.
Debemos recordar la sabiduría evangélica, por fuera de toda connotación eclesial o religiosa, que prescribía el “Ama al prójimo como a ti mismo”. Lo cual advierte que cultivar el amor propio, como respeto por la dignidad personal, es un ejercicio de aprendizaje necesario para desarrollar luego el amor al prójimo como deber comunitario. El amor al prójimo fortalece a la persona que ama en su calidad de miembro de la comunidad. El vocablo amor debe ser entendido en su acepción académica:
“Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser u otros seres. Sentimiento hacia los otros que naturalmente atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”.
La persona así educada puede ofrecer lo mejor de sí a sus prójimos. Es el amor entre los miembros de la comunidad el que ofrecerá el mejor ámbito para la formación ciudadana. Aunque esto suene a un idealismo imposible, no por ello debe desaparecer del horizonte para que nos guíe hacia una sociedad más equitativa y más amable.
Dicho lo anterior, se impone hacernos cargo de los desvíos graves atribuibles a la trayectoria de la sociedad capitalista, en tanto se autocalifica así por ser pensada, organizada, a partir de la existencia excluyente del capital. Queda clara la presencia totalitaria del dinero, acumulado en pocas manos, como resultado de su existencia. En las últimas décadas se ha exacerbado su dominación en la etapa de la financiarización globalizada, que nos va mostrando un rumbo de catástrofe humanitaria.
El ocultamiento de estos problemas, planificado minuciosa y profesionalmente por equipos de técnicos especializados, tiene como finalidad la manipulación de la conciencia colectiva. Este tema ya ha sido tratado en notas anteriores y volverá a serlo, dada la importancia que va teniendo su persistencia en la información pública.
La necesidad de dividir a la comunidad para un mayor y más severo control, contrapone, divide y enfrenta a las partes para impedir la formación de un poder que enfrente y pueda impedir esos objetivos. Esta técnica política tiene su origen en la sabiduría política imperial romana: divide et impera (divide y reinarás). Esto nos permite comprender el uso del concepto grieta, como un modo ideológico de concebir la existencia de las divisiones sociales, clases, y hacer uso de ellas para enfrentar sectores contrapuestos, más manejables por los propósitos del poder.
Todo ello nos abre un camino de comprensión de la imperiosa necesidad que tiene el poder de consolidar esas divisiones. Ha encontrado en el odio el sentimiento social más corrosivo para que esas divisiones devengan enfrentamientos de clases. El odio actúa como un óxido que desgata las relaciones sociales e imposibilita su existencia amigable. Las prácticas sociales que pregonan el odio, como modo de dividir la comunidad humana, en las diversas formas institucionales, van desde lo local hasta lo internacional. Se han ido esparciendo como una marea de petróleo en el mar.
Los poderes concentrados hoy, en una etapa de su mayor acumulación de predominio, han perfeccionado los instrumentos de manejo de ese poder, se han especializado en la utilización de modos sutiles de presencia. Estos pasan inadvertidos para el ciudadano de a pie. Los conocimientos que las investigaciones de la Psicología Social han aportado pasaron de inmediato a formar parte de las cajas de herramientas de las campañas de marketing, hoy incorporadas a las campañas políticas.
El Licenciado en Comunicación Social (UBA), Juan Pedro Gallardo, Presidente del Centro de Estudios para la Inclusión Social nos ofrece esta información:
La realidad mediática de nuestro país se encuentra atravesada por posicionamientos muy cerrados donde prevalecen actitudes de desprecio por el otro, por lo popular, por lo nacional. Y resulta muy evidente que las formas y los modos en que se elaboran y se estructuran los mensajes —sean orales, escritos, fotográficos, audiovisuales y/o digitales—, inciden en la profundización de una exclusión cada vez mayor. La estigmatización, suele ser una particularidad que está muy presente en el sentido común vigente y es adversaria de toda perspectiva basada en los derechos humanos y la inclusión social. Las personas, objeto de tales interpretaciones, suelen sufrir tal condición y se ven más alejadas que el resto en la resolución de sus conflictos.
Debemos hacernos cargo que este poder, nacional e internacional, ha dejado atrás (aunque no del todo) los viejos instrumentos militares, suplantados hoy por una cantidad y variedad de formas de dominio, que apuntan a la manipulación de la cultura, y actúa de modo encubierto. Desde mediados del siglo pasado, el avance en la apropiación y concentración de los medios de comunicación, ha logrado un dominio del espacio público que no reconoce antecedentes. En notas anteriores ofrecí un análisis de este problema: “Democracia y el poder de los medios” y “Democracias y las campañas de manipulación” [1].
Este tema va adquiriendo dimensiones extremadamente peligrosas, dado el avance de las técnicas de control y manipulación, que hoy ofrece el diabólico Big Data. Veamos qué nos dice wikipedia:
El uso moderno del término “big data” se refiere al análisis del comportamiento del usuario de redes, extrayendo valor de los datos almacenados, y formulando predicciones a través de los patrones observados. Esta disciplina se ocupa de todas las actividades relacionadas con los sistemas que manipulan grandes conjuntos de datos. La manipulación de enormes cantidades de datos se incluye, luego, en la creación de informes estadísticos y modelos predictivos utilizados en análisis de negocios, publicitarios, espionaje, el seguimiento de la población y sus posibles manipulaciones políticas.
En un artículo reciente El odio, un flagelo neoliberal (8-2-19) la Psicoanalista y Magister en Ciencia Política, Nora Merlín, nos ofrece un análisis muy claro de este tema:
Los medios de comunicación concentrados, la voz del poder, estimulan el odio que el neoliberalismo necesita para imponer su dominación. Neoliberalismo y odio constituyen una relación indisoluble, en la que sus términos se retroalimentan. Requieren de un consenso social obediente y uniforme que, tomando consistencia en el odio-pasión, está dispuesto a sacrificar una parte de la sociedad a la que divide para beneficio de otra parte minoritaria: neoliberalismo y odio operan juntos.
Lo que denuncia, mostrando crudamente esos mecanismos, es que el poder neoliberal va dejando fuera a las mayorías. Para ello necesita dividir a la sociedad estimulando un sadismo extremo hacia los “otros”. Promueve el odio expresado como desprecio al pueblo y sus líderes. Su objetivo es la degradación de la democracia. Dentro de este sistema se pueden denunciar estos manejos, porque habilita la denuncia. Continúa la investigadora Merlín, con conceptos muy duros que es necesario meditarlos con detenimiento:
La imposición que realiza el poder es invisible, el veneno inoculado va directamente a la parte afectiva de la subjetividad, y se expande por contagio e identificación formando el sentido común. El resultado es una sociedad colonizada compuesta por odiadores seriales que repiten frases, un rebaño asustado que obedece los deseos del amo, demandando mano dura y orden.
Su tesis, muy importante, no debe ser menospreciada, aunque cueste algún esfuerzo aceptarla. Sostiene que el neoliberalismo, es nueva forma de totalitarismo. Al igual que otras formas históricas (nazismo, fascismo), ganó terreno a través del uso instrumental del odio, un sentimiento cuya instrumentación es capaz de debilitar democracias y destituir gobiernos bajo el modo de golpes institucionales. El poder judicial y los medios de comunicación concentrados son agentes muy importantes, encargados de inocularlo, avanzando en lo que constituye una cruzada antidemocrática y destructora del tejido social.
Es la experiencia que hemos visto en Brasil, tal vez una versión más burda, pero eficaz, para los objetivos de una derecha recalcitrante. Debemos agregar las informaciones que abundan en los grandes medios, ya calificadas como fake news (español = noticias falsas). Todo ello contribuye a la publicitación de una información tergiversada, que se articula de manera deliberada para que sea percibida como verdad. Consisten en contenidos pseudo-periodísticos difundidos a través de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y redes sociales y cuyo objetivo es la desinformación, en su definición de la Academia de la Lengua: “Dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines”.
Este es el mundo en el que estamos viviendo. Que es calificado como el de la posverdad. ¿Qué oculta esta palabra? Ser una mentira planificada y amplificada por la propaganda rentada. Su objetivo es generar falsas creencias en el pueblo. Un ejemplo inequívoco es el estribillo presidencial “estamos mal, pero vamos más que bien”. Una de las tantas funciones necesarias de la Ciencia, la Universidad y la Escuela pública es saber identificar, explicar y desarticular esas falsas creencias sobre la base de un uso de la razón, paciente y sensible. En esta tarea debemos estar todos involucrados, para que el 2015, en el que se manejaron todas estas técnicas, no se repita.
[1] Se puede consultar también, para un análisis más detallado, un trabajo mío publicado en la página http://ricardovicentelopez.com.ar/wp-content/uploads/2015/03/El-control-de-la-opinion-publica.pdf
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