En la multitudinaria “Misa de la integración de los Pueblos” celebrada en Temuco, sur de Chile, el Papa Francisco exhortó a ser “artesanos de unidad” para que no gane “la división”. Unas 150 mil personas llegaron de madrugada hasta el lugar para participar del encuentro. La referencia a lograr una unidad en la diversidad por fuera de vías violentas tanto de parte del Estado como de grupos minoritarios es también una apuesta a favor de la integridad territorial, en una Patagonia que viene siendo fuertemente codiciada por potencias extranjeras, las que instalan lógicas de balcanización a través de sus aparatos de inteligencia, tal como han venido denunciando periodistas como Thierry Meyssan, entre otros.
En su homilía, el Papa Francisco se dirigió a los pueblos originarios del país sureño como los rapanui, aymaras, quechuas, atacameños y especialmente los mapuches, que viven en la zona de la Araucanía, donde se concentra parte importante del conflicto entre el pueblo mapuche y el Estado de Chile, a quien reclama principalmente la autonomía jurisdiccional, la recuperación de tierras ancestrales, la libertad económico-productiva y el reconocimiento de una identidad cultural. Esta situación ha provocado un gran número de atentados por parte de grupos minoritarios, que buscan una salida al conflicto a través de la violencia, y varios templos católicos han sido atacados en más de una ocasión.
El pontífice instó a la “defensa de todas las culturas indígenas” y destacó la necesidad de que cada pueblo aporte sus riquezas y deje de lado “la lógica de creer que existen culturas superiores o inferiores”. “Esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias”, señaló Francisco durante su homilía en el aeródromo de Maquehue.
El Papa buscó acercar posiciones en el conflicto de los indígenas mapuches por la reivindicación de tierras y realizó un fuerte llamado a la unidad:
“¿Cuáles son las armas de la unidad? La unidad si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad no puede aceptar cualquier medio para este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y la reconciliación terminan amenazándolos”.
Criticó la hipocresía que se ejerce desde el Estado: “En primer lugar debemos estar atentos a la elaboración de bellos acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados y necesarios pero que al no volverse concretos terminan borrando con el codo lo escrito por la mano. Esto también es violencia porque frustra la esperanza”.
Y también criticó la violencia de grupos minoritarios y separatistas: “En segundo lugar es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos no a la violencia que destruye en ninguna de sus dos formas”.
Durante la ceremonia, en la que pronunció algunas frases en mapundungun, lengua mapuche, Francisco remarcó que “la unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora” y añadió que “la riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás”. Por eso pidió “auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los talleres de los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes”,
Ante miles de personas, agradeció poder haber visitado la Araucanía, alabó su belleza y saludó “de manera especial a los miembros del pueblo mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes como los rapanui (de la Isla de Pascua), aymara, quechua y atacameños, y tantos otros”. Utilizando un verso de la canción de Violeta Parra,señaló: “Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar, nadie le ha puesto remedio pudiéndolo remediar levántate Huenchullán“.
Maquehue, que se levanta en un terreno que es una base aérea, también fue durante la dictadura de Augusto Pinochet un centro de torturas. El Papa lo recordó durante su homilía al mencionar que allí “tuvieron lugar graves violaciones a los derechos humanos”.
“Jesús, no permitas que nos gane el enfrentamiento ni la división. Esta unidad clamada por Jesús es un don que hay que pedir con insistencia por el bien de nuestra tierra y de sus hijos”, dijo el Santo Padre.
“Es necesario estar atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y contaminar desde la raíz este don que Dios nos quiere regalar y con el que nos invita a ser auténticos protagonistas de la historia”.
“No es un arte de escritorio la unidad ni tan solo de documentos, es un arte de la escucha y del reconocimiento”, agregó.
“La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias”.
La Eucaristía comenzó con una rogativa mapuche, es decir, una plegaria por las intenciones de este pueblo y que ya es costumbre en las celebraciones de la Diócesis de Temuco.
Otro de los momentos destacados fue el momento de silencio al que invitó el Papa Francisco por aquellas personas que sufrieron y murieron en esas tierras, producto de las graves violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura militar entre los años 1973 y 1990.
Después de la misa el Papa sostuvo un encuentro con miembros de la comunidad mapuche y le negó una reunión privada a Sebastián Piñera.
Se puede ver el video completo acá:
A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre:
«Mari, Mari» (Buenos días)
«Küme tünngün ta niemün» (La paz esté con ustedes) (Lc 24,36).
Doy gracias a Dios por permitirme visitar esta linda parte de nuestro continente, la Araucanía: Tierra bendecida por el Creador con la fertilidad de inmensos campos verdes, con bosques cuajados de imponentes araucarias —el quinto elogio realizado por Gabriela Mistral a esta tierra chilena—, sus majestuosos volcanes nevados, sus lagos y ríos llenos de vida.
Este paisaje nos eleva a Dios y es fácil ver su mano en cada criatura. Multitud de generaciones de hombres y mujeres han amado y aman este suelo con celosa gratitud. Y quiero detenerme y saludar de manera especial a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui (Isla de Pascua), aymara, quechua, atacameños, y tantos otros.
Esta tierra, si la miramos con ojos de turista, nos dejará extasiados, y luego seguiremos nuestro rumbo sin más; y acordándonos de los lindos paisajes, pero si nos acercamos a su suelo, lo escucharemos cantar y cantar con tristeza: «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar».
La entrega de Jesús en la cruz carga con todo el pecado y el dolor de nuestros pueblos, un dolor para ser redimido.
En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús ruega al Padre para que «todos sean uno» (Jn 17,21). En una hora crucial de su vida se detiene a pedir por la unidad. Su corazón sabe que una de las peores amenazas que golpea y golpeará a los suyos y a la humanidad toda será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros. ¡Cuántas lágrimas derramadas!
Hoy nos queremos agarrar a esta oración de Jesús, queremos entrar con Él en este huerto de dolor, también con nuestros dolores, para pedirle al Padre con Jesús: que también nosotros seamos uno. No permitas que nos gane el enfrentamiento ni la división.
Esta unidad, clamada por Jesús, es un don que hay que pedir con insistencia por el bien de nuestra tierra y de sus hijos. Y es necesario estar atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y «contaminar desde la raíz» este don que Dios nos quiere regalar y con el que nos invita a ser auténticos protagonistas de la historia. ¿Cuáles son esas tentaciones?
1. Los falsos sinónimos
Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales, que todos sean idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizada.
La riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que no reconozca la bondad de los demás.
La unidad pedida y ofrecida por Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar en esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias. Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o culturas inferiores.
Un bello «chamal» requiere de tejedores que sepan el arte de armonizar los diferentes materiales y colores; que sepan darle tiempo a cada cosa y a cada etapa. Se podrá imitar industrialmente, pero todos reconoceremos que es una prenda sintéticamente compactada. El arte de la unidad necesita y reclama auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los «talleres» de los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes.
No es un arte de escritorio la unidad ni tampoco de documentos, es un arte de la escucha y del reconocimiento. En eso radica su belleza y también su resistencia al paso del tiempo y de las inclemencias que tendrá que enfrentar.
La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos, pero principalmente que nos reconozcamos, que no significa tan solo «recibir información sobre los demás, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros».
Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer la unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos lleva a decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la «deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos artesanos de unidad.
2. Otra tentación puede venir en consideración de cuáles son las armas de la unidad.
La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, y ¿Por qué? porque frustra la esperanza.
En segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división.
La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas.
Estas actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema, dejando a su paso solo esterilidad y desolación. Busquemos, en cambio, y no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad.
Todos nosotros que, en cierta medida, somos pueblo de la tierra (Gn 2,7) estamos llamados al (Küme Mongen) al Bien vivir, al Buen vivir, como nos lo recuerda la sabiduría ancestral del pueblo Mapuche.
¡Cuánto camino a recorrer, cuánto para aprender el Küme Mongen! Un anhelo hondo que brota no solo de nuestros corazones, sino que resuena como un grito, como un canto en toda la creación. Por eso, hermanos, por los hijos de esta tierra, por los hijos de sus hijos, digamos con Jesús al Padre: que también nosotros seamos uno. ¡Señor haznos artesanos de unidad!
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