Por Ricardo Vicente López
Libertad y democracia son conceptos que aparecen reiteradamente en el lenguaje cotidiano. La falta de una adecuada reflexión sobre los contenidos que encierran, o debieran encerrar, y la utilización muchas veces antojadiza que se hace de esos vocablos, logra que se hable de ellos y con ellos con una desaprensión que impide profundizar aspectos vitales y esenciales para la vida en el mundo de hoy.
El lenguaje político, no el de la política en su tratamiento académico o universitario sino el lenguaje que se emplea en lo que podemos llamar el espacio público, dominado hoy por los grandes medios de comunicación [1]], ha padecido un uso abusivo que ha desnaturalizado sus significaciones originarias. Un ejemplo de conceptos que se repiten constantemente licuando el sentido que el diccionario de la Real Academia Española les otorga es: dictadura, fascismo, estalinismo, democracia, etc. Hagamos un simple ejercicio de lectura del diccionario:
«Dictadura: Gobierno que, bajo condiciones excepcionales, prescinde de una parte, mayor o menor, del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país; gobierno que en un país impone su autoridad violando la legislación anteriormente vigente».
«Fascismo: Movimiento político y social de carácter totalitario que se produjo en Italia, por iniciativa de Benito Mussolini, después de la Primera Guerra Mundial».
«Estalinismo: Teoría y práctica políticas de Stalin, estadista y revolucionario ruso del siglo XX, consideradas por él como continuación del leninismo».
«Democracia: doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno; predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado y en el ejercicio de sus libertades».
Me atrevo a afirmar que un país como los Estados Unidos de Norteamérica, que se presenta ante el mundo como el padre de la democracia y el mejor representante de ella en el mundo occidental, por lo menos, no responde a las exigencias del concepto democracia. No responde, ni siquiera, a la clara definición de uno de sus presidentes, asesinado en ejercicio de la función, Abraham Lincoln (1809-1865): «La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo»
Esto se hace más evidente cuando nos anoticiamos que el Acta patriótico vigente desde el 2001 (atentado a la Torres Gemelas), ha dejado temporalmente (¿?) en suspenso (casi veinte años después sigue vigente) la Constitución de ese país, quedando restringida gran parte de las libertades ciudadanas:
La Ley Patriota, denominada en inglés USA Patriot Act, es un texto legal estadounidense promulgado el 26 de octubre de 2001. Fue aprobada por una abrumadora mayoría tanto por la cámara de representantes como por el senado estadounidense después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El objetivo de esta ley es ampliar la capacidad de control del Estado en aras de combatir el terrorismo, mejorando la capacidad de las distintas agencias de seguridad estadounidenses al coordinarlas y dotarlas de mayores poderes de vigilancia contra los delitos de terrorismo. Así mismo la ley también promulgó nuevos delitos y endureció las penas por delitos de terrorismo. La Ley Patriótica ha sido duramente criticada por diversos organismos y organizaciones de derechos humanos, debido a la restricción de libertades y garantías constitucionales que ha supuesto para los ciudadanos, tanto estadounidenses como extranjeros.
¿Cómo se puede poner como ejemplo de libertades democráticas un país que ha restringido drásticamente gran parte de las libertades individuales, pilares de un modelo democrático? Por el contrario podemos leer en los medios o escuchar declaraciones de dirigentes políticos que ponen como ejemplo a ese país y critican duramente a otros a los que califican livianamente como dictaduras. El propósito de esta nota es ofrecer la posibilidad de poner a debate un conjunto de conceptos básicos, revisar cómo se han dado en los procesos políticos, cómo debe hacerse un uso responsable de ellos, en la búsqueda de una práctica, un ejercicio, una experiencia de pensamiento crítico. Incorporar una mayor claridad conceptual ayuda a un análisis más profundo.
El proceso de la globalización, que ha penetrado una parte importante de los países del área occidental ha avanzado tras sus objetivos políticos, económicos, financieros, culturales; ha conseguido enturbiar los debates políticos, banalizarlos, descafeinarlos, farandulizarlos [2], rebajarlos a meras disputas de cuestiones personales. Este logro de las últimas décadas ha convertido los más serios y fundamentales problemas de los pueblos, en discusiones de mesa de café. El objetivo más inmediato que se han propuesto es alejar al ciudadano de a pie de la política, de lo mejor de la política, definida por Aristóteles con estas palabras: «Si para el hombre la felicidad suprema consiste en la virtud, el Estado más virtuoso será igualmente el más afortunado… el Estado más perfecto es evidentemente aquel, en que cada ciudadano, sea el que sea, puede, merced a las leyes, practicar lo mejor posible la virtud y asegurar mejor su felicidad». ¡Qué lejos estamos hoy, en las llamadas democracias occidentales de ese ideal! Propongo una tarea para poder reencauzar nuestro pensamiento por otros senderos más fructíferos.
El siglo XX y, con mayor precisión su mitad posterior a la Segunda Guerra Mundial, nos sumergió en una lucha de ideas que situaba dos bandos contrapuestos, como dos modelos: el mundo libre y los países del área soviética. Ese período, denominado “Guerra Fría” —por la continuidad de la guerra anterior, pero sin armas— como debate político e ideológico–, nos acostumbró a pensar a partir de ciertas categorías y conceptos referidos a un contexto cuyos grandes rasgos no parecían dejar duda alguna. Se enfrentaban dos sistemas económico-políticos que representaban una opción clara: capitalismo y/o comunismo. Fuera de ellos, sólo era posible encontrar matices que mostraban algunas “variedades sobre un mismo tema”. Cada uno de ellos ocupaba un espacio más amplio que el que correspondía a sus respectivos territorios nacionales. Se presentaba, dentro del juego internacional, por una versión general que los sistemas de comunicación del “mundo libre” ponían a disposición de quien quisiera conocerlos: la democracia liberal (buena) y la dictadura soviética (mala). Equivale a decir: fuimos educados con una clara concepción de qué debía ser lo aceptable, deseable, respetable, aunque ello no había sido revisado desde una óptica crítica que nos permitiera analizar los contenidos recibidos.
Debemos recordar que todavía no había aparecido una crítica, más densa y profunda, que desenmascarara el papel que desempeñaban los medios de comunicación masivos en la transmisión de la información. Se impuso la idea de la “objetividad periodística”, que se hacía extensiva a los discursos políticos e ideológicos que recorrían el espacio cultural del Occidente Moderno. La consecuencia de todo ello fue el cultivo de una actitud ingenua que aceptaba de buen grado todo lo que nos llegaba del mundo libre. Las ideas que se recibían, gozaban del respeto general de un público manipulado [3] para ello.
El desarrollo del proceso político internacional, con la agudización de las contradicciones que comenzaron a advertirse sobre la superficie del escenario, fueron corriendo el pesado cortinado que ocultaba los mecanismos mediante los cuales se manejaba el entramado informacional. La década de los ochenta y, sobre todo la siguiente, presentaron en tono triunfante la certeza de que la confrontación entre esos dos modelos mencionados había culminado con el triunfo, sin apelaciones, de la “democracia liberal” y el “modelo económico de mercado libre”. Un libro de dudosa calidad filosófica, irrumpía en los medios elaboradores de pensamiento (los think tank [4]) y se imponía con sus “nuevas verdades”. Su título El fin de la historia (1992), de Francis Fukuyama [5], era presentado como el filósofo del mundo libre, el revelador de una nueva verdad.
Para comprender mejor qué estaba oculto en la información internacional, que se estaba preparando como proyecto futuro que consolidara la globalización, podemos decir que este personaje se convirtió en una especie de celebridad académica cuando anunció, hace ya 30 años, “El fin de la historia”, como la idea de que el mundo había finalmente encontrado su forma más razonable, definitiva, de su organización social: la democracia liberal acompañada del libre mercado. Es decir, en otras palabras, la mansa aceptación de los pueblos del mundo de que no podías pensarse otro futuro que no fuera la perpetuación de este presente.
[1] Para un análisis más detallado de este tema, y de los que se relacionen con él, a lo largo de este trabajo, puede consultarse en www.ricardovicentelopez.com.ar: La democracia y sus problemas y La democracia ante los medios de comunicación.
[2] Transformación del ámbito público y privado de la gente en un clima de farándula.
[3] Ver Edward Bernays y el control de la opinión pública publicado en Kontrainfo el 17-3-2019.
[4] Un think tank o tanque de pensamiento es una institución o grupo de expertos investigadores que se caracteriza por algún tipo de orientación evidente ante la opinión pública. Están relacionados con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas o de otro tipo.
[5] Influyente politólogo estadounidense de origen japonés, se graduó en estudios Clásicos de Cornell University, y se doctoró (Ph. D.) en Ciencias Políticas de Harvard.
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