Por Ricardo Vicente López
Existe un tipo de personas que se consideran interesadas por los grandes problemas políticos, económicos, culturales, etc., que se mantienen, para informarse, dentro de ciertos canales periodísticos. Abreva, para ello, solamente en las fuentes de noticias de lo que, con mucha condescendencia, podemos suponer, es la prensa seria. Se habitúa, entonces, a pensar a partir del caudal y del tipo de información que pinta el mundo de varios colores, pero sólo con algunos. Ese perfil de personas se relaciona con otras con las que comparte una visión similar del mundo; que se puede denominar una “cosmovisión”. Las personas que componen ese círculo social, al comentar la información cotidiana, intercambian puntos de vista diversos, con interpretaciones de los hechos que pueden diferir entre ellas. Lo que es muy difícil es que puedan admitir las opiniones que provengan de otro tipo de fuentes, que confrontan seriamente con las certezas que han ido elaborando.
Esto merece alguna reflexión. La concentración de medios en muy pocas manos, todas ellas, por regla general, relacionadas con las grandes multinacionales, se ha ido produciendo a partir de la década de los setenta del siglo pasado. El resultado de este proceso ha sido la construcción de consensos en la opinión pública. En realidad, lo que se denomina periodísticamente “opinión pública”, según el autor creador de este concepto, Walter Lippmann (1889–1974), es “el conjunto de ideas con las que se ha persuadido a un público masificado”. Recomiendo, a quien necesite profundizar lo que aquí escribo, la lectura del libro del prestigioso Profesor Noam Chomsky, “El control de los medios de difusión. Los espectaculares logros de la propaganda”, Editorial Crítica (2000). En él se puede encontrar una investigación detallada y profunda sobre este tema.
Lippmann, fue uno de los más importantes teóricos del liberalismo político estadounidense, y un pionero en la investigación sobre la relación entre los medios y las masas. Su libro Public Opinion (La opinión pública) de 1922, adelantaba un novedoso concepto para la época. En él expuso, con toda claridad, cosas que después se fueron disfrazando o encubriendo, pero no dejaron ser el fundamento del periodismo moderno. Hoy puede costarnos algún esfuerzo compartir sus tesis, por la crudeza con la que las expone. Desnuda cuál es el criterio con el cual se maneja la información. Esto es válido tanto para aquella época como para hoy. Es muy probable que a Ud., amigo lector, rechace todo esto. Sin embargo, una prueba de su vigencia la ofrece, el hecho comprobable, de que su producción bibliográfica es hoy parte de las cátedras de periodismo en las más importantes universidades del mundo.
Cito algunos pasajes del libro de Chomsky en los que analiza el concepto de “opinión pública”:
“Pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como Lippmann mismo confirmó, los intereses comunes no son comprendidos por la opinión pública. Solo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la “democracia progresiva”, según la cual hay distintas clases de ciudadanos… Está la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan y controlan los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total. Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas”.
Lo que pretendo es ponerlo a Ud. en contacto, por el respeto que me merece como lector interesado, con lo que podemos denominar “la otra información”. Podemos definirla por los temas que se están debatiendo en el famoso “primer mundo” y no aparecen en lo que denominé ciertos canales periodísticos. Mostrarle, además, que existen medios que publican lo que algunos analistas e investigadores serios y honestos, que se permiten poner en dudas sus convicciones más profundas ante los hechos que el mundo globalizado está evidenciando. Estas otras publicaciones nos dan muestras de que no debe aceptarse lo que el Doctor Ignacio Ramonet (1943) periodista español, Doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, ha calificado como el pensamiento único. Lo definió con estas palabras:
“El paisaje ideológico posterior a la caída del muro de Berlín, en el que el economicismo neoliberal se había erigido en el único pensamiento aceptable, logró monopolizar todos los foros académicos e intelectuales. Esta preeminencia exclusiva, y excluyente, hacía sentir a los ciudadanos de los países avanzados que estaban envueltos en algo viscoso y sofocante, que impedía cualquier debate ajeno a sus estrechos límites. Esta ideología es la expresión intelectual, con pretensión universalizante, de los intereses del capital financiero internacional”.
En los ochenta del siglo pasado la Primera Ministra Margaret Thatcher (1925-2013) ya había afirmado, con un tono que no dejaba lugar para la menor duda: “No hay alternativa: hay un solo tipo de problemas y un solo tipo de soluciones”. Fue el comienzo del imperio del pensamiento único. Hoy, todavía, en gran parte de los medios sigue siendo la regla. Sin embargo, quiero mostrarle que en el mundo noratlántico se permiten el ejercicio de la duda.
Reproduzco dos títulos de estos últimos años: Zach Carter, periodista político y económico publicó un artículo en El Huffington Post que lleva este atrevido título: “Puede que la democracia y el capitalismo estén a punto de divorciarse” y la Revista Mercado reproduce otro artículo que va en esa misma dirección: “Capitalismo y democracia – dos conceptos que se divorcian”. ¿Imagina Ud. amigo lector, a algunos de nuestros medios masivos serios publicar temas que pongan en dudas las sagradas tesis del liberalismo en sus dos versiones: la política y la económica?
Voy a utilizar, con cierta libertad, algunos párrafos para que podamos permitirnos seguir el razonamiento expuesto y pensar cuánto de ello podemos compartir. Acépteme esto, como un sano propósito de revisar nuestras ideas para comprender un poco más:
“Durante muchos años imperó la idea de que el capitalismo sólo podía florecer en un sistema democrático. China y Singapur, sin embargo, son ejemplos que muestran el triunfo del capitalismo autocrático, un sistema que genera crecimiento económico mientras las democracias occidentales ni crecen ni brindan bienestar. Pero ahora se cuestiona la eficacia de las instituciones. Este es el planteo que hace William A. Galston, miembro de la Brookings Institution, un organismo que representa cabalmente la posición de Estados Unidos. Pero el bienestar económico siempre fue central para lo que durante largo tiempo se consideró el propósito de la política. Si peligra el crecimiento económico y el bienestar, peligran también los acuerdos políticos. Sabemos desde Aristóteles que una democracia constitucional estable descansa sobre una amplia clase media que vive tranquila dentro de un orden económico no dividido por extremos de riqueza y pobreza”.
Le sugiero tomar nota de lo que parece ser la quiebra de una de las verdades del pensamiento único. Algo de esto ya vimos en notas anteriores. Leamos este otro párrafo:
Lee Kwan Yew fue no solo el primer Primer Ministro de Singapur en 1959 sino también el creador del capitalismo autoritario. Cuando a partir de 1965 logró transformar una colonia en el primer tigre asiático que conoció el mundo. Fue justamente a Singapur adonde viajó Deng Xiaoping en 1978 antes de poner en práctica sus reformas económicas en China. Hasta ese momento, capitalismo y democracia siempre habían ido juntos. Las economías de mercado han demostrado acomodarse y convivir fácilmente con un estado autoritario.
Lo que parece sostener el articulista es que parece que para un buen funcionamiento de una economía de mercado la democracia no es necesaria, hasta se puede suponer que es un obstáculo. Podría pensarse que es un modo muy prudente de aceptación del estado de cosas que nos muestra el mundo globalizado actual. Ya tenemos un capitalismo mucho menos preocupado por la desigualdad, con el surgimiento de una élite global que hoy domina las sociedades sin tocarlas. Esto es el estado del mundo actual. Entre esa élite global y la ciudadanía ya no hay pacto social. Esas élites hoy no dependen de una democracia liberal para existir. Sigamos leyendo:
Hoy, después de que la recesión terminara con el Consenso de Washington, el capitalismo de estado Chino se vuelve más atractivo a los países en desarrollo que buscan formas de progresar. El cataclismo económico que tuvo lugar en 2008 dejó patentes los problemas de la economía mundial. El problema se ha agudizado y se ha convertido en una crisis política que pone en riesgo la relación entre las economías de mercado y la democracia representativa. Es lo que defiende Martin Wolf, el analista económico británico más influyente, en la columna que escribe para el Financial Times: “El comercio reporta ganancias, pero no pueden buscarse a cualquier precio. El orden económico mundial ha favorecido a algunas élites -que han visto cómo se expandían sus ingresos y su poder político- a costa de un número bastante mayor de personas de clase trabajadora, que han visto cómo menguaban sus ingresos”.
Este modo de diagnosticar el estado de cosas vigentes en el mundo globalizado pone en dudas las verdades sagradas del catecismo neoliberal. Sin embargo, advierten los peligros posibles ante el abandono del pacto social de la modernidad: una sociedad libre para todos y una distribución lo más equitativa posible de los bienes producidos. El abandono inconsciente de esas premisas auguran problemas que algunos se permiten pensar y publicar. ¿Por qué nuestros grandes medios nos ocultan estos debates? ¿por qué siguen predicando las verdades únicas? ¿de qué democracia hablan si estos debates están prohibidos?
Ha pasado demasiado tiempo desde que las verdades del Consenso de Washington han mostrado su perniciosa eficacia. La profunda crisis que nos dejó el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008 no ha encontrado solución todavía. Están comenzando a aparecer los analistas que proponen revisar los postulados básicos de las viejas verdades. Entonces ¿por qué se sigue insistiendo con las verdades únicas de resultados nefastos? Una de las instituciones de los acuerdos de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional, que empezó a funcionar en 1946, no registra en su historial ningún éxito como resultado de sus recetas. ¿Por qué volvemos a insistir con sus “consejos”? ¿No deberíamos escuchar a Albert Einstein cuando nos advertía: “No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”.
Entonces, sugiero una posible conclusión: ¿No podríamos pensar que ocultarnos las dudas que, desde ya un tiempo, aparecen en las mentes más lúcidas de los investigadores de los “países modelos” del “capitalismo avanzado”, es una manera de mantenernos en la ignorancia? ¿no será ese un modo de la Fabricación de Consensos de la que habla Chomsky?