Por Ricardo Vicente López
Hay verdades que se imponen a la conciencia colectiva, sin que se sepa claramente cuál es el origen de la certeza que las sostienen. Son cosas que se dan por sabidas, por tal razón ante su enunciado la respuesta inmediata ¡es obvio! Es decir que es muy claro, que es evidente o que es poco informativo. El lenguaje coloquial abusa bastante de lo obvio. Esta es la razón por la cual no aparecen las preguntas que, muchas veces, deberían formularse para que esa verdad del mundo cotidiano pase a tener un sustento de certeza racional. El problema es que caen en ese cesto de obviedades algunos temas que merecerían mayores reflexiones. Creo que ese es el caso de los dos conceptos que aparecen en el título de esta nota.
Mencionamos la palabra democracia partiendo del convencimiento de que nuestro interlocutor entendió con toda claridad qué es lo que le estoy diciendo. La definición más sencilla nos informa: «Sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes». Se repite, a veces con cierto aire académico que la palabra la heredamos de la Grecia antigua y se formó al combinar los vocablos demos (que se traduce como “pueblo”) y kratós (que puede entenderse como “poder” y “gobierno”). Por lo que queda claro el significado de ese concepto. Algunas veces se recuerda la definición del Presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln (1809-1865): «Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».
La otra palabra es capitalismo al que se lo define como «Sistema económico y social basado en la propiedad privada de los medios de producción, en la importancia del capital como generador de riqueza y en la asignación de los recursos a través del mecanismo del mercado». Una definición un poco más compleja aparece en wikipedia: «El capitalismo es un orden o sistema social y económico que se encuentra en constante movimiento, deriva del usufructo de la propiedad privada sobre el capital como herramienta de producción, que se encuentra mayormente constituido por relaciones empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención de beneficios, así como de relaciones laborales tanto autónomas como asalariadas subordinadas libres con fines mercantiles».
Otro modo de definir el capitalismo, y es el más utilizado en la Academia, “sociedad o economía de mercado”. El profesor de Política y Justicia de la Universidad de Harvard, Michael J. Sandel, utiliza el concepto “sociedad de mercado” para definir la sociedad actual, «advirtiendo el riesgo de dejarse llevar en la toma de decisiones por un sólo criterio: el económico. La creciente mercantilización de todo hace que crezcan las desigualdades que no necesariamente implican pobreza, pero sí erosionan el sentido de ciudadanía y de bien común, tan necesario para que una democracia funcione».
Me atrevo a decir que ninguno de los dos conceptos es tan obvio como aparecen en el uso cotidiano. Amigo lector, ¿se atrevería Ud. a decir que ha oído hablar de ellos con la precisión que sus definiciones plantean? No le pregunto esto para ponerlo en un aprieto, sino para tomar conciencia de la necesidad de formularnos preguntas, aún en aquellos casos que parecen claras las palabras utilizadas. Doy un paso más, y le ruego que me acompañe en estas reflexiones. Tomemos cualquiera de las dos definiciones de democracia, o las dos, y trate de responderse ¿cuál es un país democrático que responde a esas definiciones?
El Doctor Francis Fukuyama, Profesor en el Center for Science and International Affairs, de la Universidad de Harvard y Director Suplente de Planificación Política en el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Escribió en 1994 un artículo que tituló “Capitalismo y Democracia: El eslabón perdido”. En él, respondiendo a Joseph Schumpeter en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia:
“El capitalismo no ha conducido inevitablemente al socialismo, sino que este último ha cedido paso inexorablemente al capitalismo. Entretanto, el capitalismo y la democracia —que él consideraba decididamente reñidos entre sí— han encontrado la manera de coexistir y, por cierto, de reforzarse mutuamente. Las razones de esta reversión capital de las expectativas de Schumpeter estriban en dos procesos evolutivos: por una parte, en la naturaleza cambiante del proceso de industrialización impulsado por el desarrollo científico contemporáneo; por la otra, en el progresivo consenso en torno a la legitimidad de la democracia liberal en el ámbito autónomo de la política”.
En la misma línea de Fukuyama, Anthony Giddens (1938), sociólogo inglés, el teórico social contemporáneo más importante de Gran Bretaña y uno de los más influyentes del mundo, establece un vínculo estrecho entre democracia liberal y capitalismo, en su texto Más allá de la izquierda y la derecha (1994). Definiendo el liberalismo como la expresión de los derechos de propiedad bajo el imperio de la ley, y la democracia como el derecho más importante dentro del liberalismo que permite a los individuos asociarse políticamente para la toma de decisiones.
Por el contrario, si apelamos a la autoridad académica del profesor e investigador Lester Thurow (1938–2016), Doctor en Economía, político estadounidense, y Decano del afamado Instituto Tecnológico de Massachusetts, analizando este mismo problema en su libro El futuro del capitalismo publicado en 1996, nos advirtió:
La democracia y el capitalismo tienen muy diferentes puntos de vista acerca de la distribución adecuada del poder. La primera aboga por una distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre un voto”, mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia capitalista consiste en la “supervivencia del más apto” y las desigualdades en el poder adquisitivo. A medida que la brecha entre la clase superior e inferior se ensanche y la clase media se reduzca, los gobiernos democráticos van a tener problemas serios para manejarse con la desigual estructura económica… Es decir, una sociedad que en teoría, está basada en la democracia y en la economía de mercado pero donde, en realidad, sucede que la democracia es derribada, destruida por la economía de mercado. En ésta el verdadero poder pertenece a la ley del mercado o a los que poseen los recursos financieros, mientras que los votantes no tienen poder alguno, las exigencias financieras prevalecen frente a los objetivos políticos, la precariedad es la norma y la posibilidad de contar con elementos solidarios está completamente desmantelada. La ley de mercado hace la apología del individualismo. La democracia hace la apología de la solidaridad. Son virtudes contrapuestas.
Amigo lector, creo que la lectura de personalidades académicas de prestigio nos mostrado que lo obvio no es tan obvio. Que el problema merece un análisis más detenido y profundo. Los medios de información utilizan esos conceptos con mucha liviandad. A veces por la ignorancia que impera en muchos de ellos; otra veces con intenciones inconfesables. Por eso debemos preguntarnos ante aquello que parece, en una primera aproximación bastante obvio: ¿Qué me está diciendo?