por Ricardo Vicente López
Para intentar responder a esta pregunta tomo como referencia dos párrafos de un extenso trabajo que lleva por título El fin del largo siglo XX – Vivimos el gran cambio del mundo que salió de la posguerra mundial publicado en www.kritica.info el 23-8-18, sus autores, Alberto Rabilotta – Periodista argentino-canadiense y Andrés Piqueras, español, Doctor en Sociología por la Universitat de València, nos proponen la siguiente reflexión. Ella nos puede ser útil como una ayuda para pensar las diversas especies de locura que estamos viviendo en este mundo globalizado. En él nuestras vidas se ven incitadas a correr con mayor celeridad, hacia un abismo que se va percibiendo cada vez más cercano:
El vértigo de la aceleración se debe al derrumbe de toda la economía del valor, la caída de la rentabilidad del capital a consecuencia de su propio proceso de sobre-acumulación que se arrastra de forma definitiva desde los años 70 del siglo XX. Pero mientras este magma subterráneo de crisis va haciendo su camino, su causalidad profunda llega a las conciencias humanas a través de los fenómenos políticos que acontecen en la superficie de la corteza terrestre. Cada vez más difíciles de pasar desapercibidos, incluso para poblaciones mundiales entrenadas para no ver ni entender nada de lo que ocurre.
Este sistema fue muy cuidadosamente elaborado sobre una base ideológica que permitió la verdadera toma del poder educativo, mediático, jurídico y político por las grandes empresas en EEUU a partir de la década de 1970. Fue así como, controlando las instituciones de enseñanza superior, que en EEUU y en las sociedades centrales en general, se creó el cuerpo de funcionarios gubernamentales, de ejecutivos empresariales, de economistas, políticos y periodistas orgánicos, que han impuesto y refuerzan diariamente la formación del “sentido común”, el pensamiento único que colabora con esta dominación y que, paradójicamente, en esta etapa constituye una de las contradicciones principales que impide al capitalismo realmente existente cualquier suerte de reacción de auto-salvación frente a su crisis sistémica.
Tal vez, para un lector no muy acostumbrado a este tipo de investigaciones, pueda resultarle un poco sorprendente lo que están proponiendo los autores, por su contenido y su lenguaje. Ellos están recortando un tiempo preciso que anuncian en el título: «Vivimos el gran cambio del mundo que salió de la postguerra mundial». Se deduce, entonces, que la consecuencia de los acuerdos entre los vencedores, al diseñar un mundo que no tuviera que volver a tomar las armas para resolver conflictos, nos ha colocado, sin haber sido totalmente conscientes de ello, en el escenario actual. Las armas siguen haciendo sentir su poder, aunque, debemos reconocer, que las actuales son mucho más variadas y sofisticadas.
Y esto que hoy tenemos, por lo tanto, no fue un resultado que haya sido previsto en su totalidad. Los cambios que se produjeron a partir de la caída del Muro de Berlín, que abrió un camino diferente al de las décadas precedentes, no estaba, no podía estar, en sus predicciones. Debo también agregar a ello que es muy posible que la crisis de la Burbuja financiera 2007/8, no se hubiera producido en el caso de haber continuado la presencia, siempre inquietante, de la Unión soviética. Su desaparición alentó las maniobras más disparatadas que llegaron a ese extremo.
Los autores piensan en un programa de dominación global que se pergeñó en la década de los ’70, que adquirió estado público en la década siguiente, con el disparador del Consenso de Washington de 1989. En él se definió una línea de acción global que intentó ordenar el mundo capitalista ya sin la presencia del bloque soviético. Después todo pareció mucho más fácil y un espíritu de victoria sobrevoló la doctrina del globalismo posterior.
Sin embargo, las cosas no salieron como habían sido planificadas por los dueños del mundo. La crisis financiera, de la cual diez años después todavía no se ha podido salir, es una espada de Damocles que pende sobre este capitalismo desbocado. El vértigo que se percibe en el mundo actual, la sensación de barco a la deriva, nos sume en una expectativa angustiante generadora de un escepticismo enfermizo como talante del espíritu del mundo en el que estamos viviendo.
Los autores nos hablan de una conciencia colectiva que, aunque no logra una comprensión acabada de este proceso, tampoco puede ignorar la gravedad del momento. Esto evidencia la incapacidad de la cultura dominante que, con un aparato comunicacional de una capacidad sin antecedentes, ha fracasado en el ocultamiento total de todos estos hechos. Como ellos describen: «Cada vez más difíciles de pasar desapercibidos, incluso para poblaciones mundiales entrenadas para no ver ni entender nada de lo que ocurre».
La pregunta del título está dirigida a la Democracia, dado que ella fue la gran promesa de la Modernidad en sus respectivas expresiones de las Revolución estadounidense (1780) y de la francesa (1789). Ambas auguraban la libertad para todos los hombres del mundo, avalada en su calidad de ciudadanos, portadores de derechos garantizados constitucionalmente. ¿Qué pasó con esos derechos? ¿Cómo explicar que, a más de doscientos años, los ciudadanos de este mundo nos encontramos cada vez más lejos de ejercer esa libertad y esos derechos? Por ello no podemos comprender por qué lo prometido sigue sin verse plasmado en las vidas cotidianas de este mundo global.