Democracia: ¿Cómo llegamos hasta acá?

Por Ricardo Vicente López

Voy a continuar comentando otros párrafos de El fin del largo siglo XX de Alberto Rabilotta y Andrés Piqueras, de la que ya hemos leído algo en mi nota anterior. Necesitamos mayor claridad e información dado que el tema es altamente complejo. Le agradeceré, amigo lector, que esto no sea motivo de su abandono. Estamos habituados, y diré siguiendo a estos autores, que hemos sido preparados y entrenados para no salir de la superficie de los acontecimientos que nos están empujando hacia un futuro sin futuro. Esto es la causa más importante de gran parte del escepticismo y la desesperación reinante. La figura de surfear los acontecimientos habla a las claras de una renuncia a saber qué pasa y por qué.

Es también la razón por la cual le estoy proponiendo el esfuerzo de una reflexión que logre penetrar el entramado que intentan ocultarnos. Navegar sobre la superficialidad de los hechos nos convierte en idiotas. Palabra que heredamos del griego idiotes. Se refería a las personas que no se ocupaban de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. Equivale a decir, que sólo somos capaces de repetir cotidianamente la agenda que los grandes medios nos ofrecen. El proyecto de convertir el espacio público en un escenario, en el cual se exponen hechos que nos llegan a través de los infoentertainment — programas que ofrecen información bajo fórmulas de entretenimiento — tiene como necesaria contrapartida convertirnos a todos nosotros en meros espectadores. Éstos pueden aplaudir o rechazar pero, en su condición de tal, no están habilitados para analizar o criticar; mucho menos proponer alternativas. Creo que se entiende mejor lo de “idiotas”. Este estado de meros receptores nos hunde en una pasividad que, sin bien nos permite desentendernos, nos va sumergiendo en una especie de fastidio, de malestar, de resaca, que cuando se manifiesta por no encontrar respuestas. El sistema nos ofrece como remedio la televisión, el alcohol, el sexo o, para casos más graves, la droga.

Otro camino, tal vez más arduo, más exigente, más comprometedor, es buscar información menos  contaminada, analizar, reflexionar, ir obteniendo explicaciones que nos habiliten a recuperar, o conseguir si nunca la ejercimos, nuestra calidad de ciudadanos exigentes. Bien, amigo lector, de eso se trata este intento de presentarle algunas notas que aporten a ese propósito. Avancemos…

Un apartado del trabajo que estoy revisando lleva por título El Gran Robo como “derecho internacional” informal impuesto por EE.UU. Leer el título ya nos advierte que van a descargar munición pesada contra nuestra conciencia. Nos proponen un cuadro de situación que describe el período posterior a la implosión del bloque soviético. Ello obligó a una reprogramación del proyecto globalizador, por la ausencia del opositor fundamental. Leamos:

Tras la eliminación del enemigo sistémico soviético, el proyecto adquiriría una nueva dimensión cualitativa. Llevar a cabo la globalización como nuevo (gran) imperialismo requería de una unipolaridad estratégica, para pasar a poner todas las entidades globales (FMI, Banco Mundial, OMC, Foro de Davos, G7-20, ONU…) al servicio de EE.UU. y de sus “aliados” subordinados (Unión Europea, Japón, Canadá, Australia…). Un “orden internacional” dominado por Washington para avasallar a todo el mundo con su proclamada “globalización neoliberal”, que nunca fue más que la aplicación y el sometimiento a las leyes estadounidenses –consagrando definitivamente el alcance extraterritorial que Washington siempre se arrogó-. Para su cumplimiento los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial deberían ceder su soberanía nacional y popular, y desarmar sus sociedades frente a la multiplicada potencia de los mercados reguladores. Esa fuerza bruta del capital globalizado y concentrado en manos de trasnacionales y de Wall Street, tenía al Pentágono ejerciendo el papel de matón para el que no cumpliera con sus leyes.

Nuestros autores nos están corriendo el telón que ocultó las maniobras para la transformación del mundo liberal prometido en el siglo XIX en un mundo que fue concentrando el poder en unas pocas manos: la de los dueños del capital concentrado. Empieza a quedar más claro, con mayor información y detalle, el plan del que había hecho mención en la nota anterior. Quiénes se erigían en los Jefes del mundo globalizado, habían proyectado una serie de planes, para ser ejecutados mediante las instituciones que legitimaban el Nuevo Orden Internacional.  De allí emanaban las reglas que habían definido para “un buen funcionamiento del sistema global”. No dejaron nada librado al azar. Eso no significa que no todo iba a funcionar como se lo proponían. En el mundo quedaban todavía algunos escollos que fueron creciendo con el devenir de los hechos. Esto lo veremos más adelante. Veamos la estructura jurídica diseñada para el efectivo control necesario. Nuestra sabiduría popular nos enseñó que “el ojo del amo engorda el ganado”.

Así, un aspecto importante de lo que significan Tratados como el TTIP (UE-EE.UU.), es que fueron creando un “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EE.UU., ni EEUU acepta ninguna decisión de algún organismo multinacional que le contravenga). Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de jure la aplicación extraterritorial de las leyes estadounidenses. La liberalización comercial (OMC y Tratados de Libre Comercio) potencia esa operación a escala mundial, que tiene por objetivos destacados la privatización de la riqueza social y cultural acumulada a través de generaciones (afecta, entre otros aspectos, a los servicios públicos -sanidad, educación, transporte, comunicaciones, etc.-; infraestructuras -red viaria, instalaciones…- y patrimonio construido).

El proyecto de globalización del mundo, anunciado en la década de los ochenta del siglo pasado, ocultaba todo esto. Fue recibido con la alegría que trasmitía su anuncio de “vivir en un mundo fraterno, en el cual todos podíamos estar comunicados, en vivo y en directo, cuando lo deseáramos”. Es necesario, amigo lector, que llegado a este punto, hagamos un ejercicio de memoria respecto de cómo nos presentaron los grandes medios ese nuevo “mundo feliz”. Este esfuerzo nos abrirá los ojos para abandonar esa cierta ingenuidad con la cual una parte importante de nuestro público accede, todavía hoy, a la información. El proyecto globalizador abarcaba otros aspectos del programa de no menor importancia:

La privatización del patrimonio natural: la mercantilización de la naturaleza en todas sus formas; la mercantilización de los recursos genéticos; la propiedad intelectual o de patentes sobre recursos ajenos; la empresarización y/o privatización de instituciones públicas (como las Universidades e incluso la Administración); también la apropiación militar directa de los recursos y materias primas más codiciados. En este capítulo entran asimismo las técnicas financieras de desposesión: promociones fraudulentas de títulos; destrucción deliberada de activos mediante la inflación y a través de fusiones y absorciones; endeudamiento generalizado (por encima de la capacidad de pago) que genera un disciplinamiento de las sociedades así como formas modernas de servidumbre por deudas; fraudes empresariales, etc.

Creo que, a esta altura de nuestras reflexiones algunas cosas comienzan a aparecer con otras luces. Esto, en mi opinión, es muy importante que vaya sucediendo para pararnos sobre nuestros pies con mayor seguridad portando una mirada más esclarecedora sobre este mundo.

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