Por Cora Gamarnik *
La democracia, palabra “sagrada” que tiene muchos más herejes que creyentes sinceros, comenzó como un sueño de los líricos de la Modernidad, pero en su plasmación histórica sepultó la definición de Abraham Lincoln: “Gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo”.
Los medios masivos tienen el poder de instalar temas de agenda, propagar rumores, reforzar opiniones ya establecidas, generar climas sociales y propagar mentiras como datos sociales que luego no son comprobados. Pero no son todopoderosos. Diversas investigaciones nos han enseñado a lo largo del siglo XX que no existe una omnipotencia mediática que pueda anular la conciencia social y convencer a los individuos de aceptar indefinidamente opiniones opuestas a sus intereses. La idea de medios omnipotentes ayuda a sembrar desánimo y a deslindar responsabilidades políticas. Tampoco se trata de subestimar las operaciones cada vez más refinadas que proponen nuevas formas de manipulación social.
En la posguerra europea algunos investigadores se preguntaron cómo y por qué una parte importante de la sociedad alemana apoyó al nazismo. Sus conclusiones fueron que la comunicación manipuladora se ejercía más fácilmente en sociedades con autoritarismo político, en las que existen la censura y un discurso oficial muy dominante, así como en sociedades formalmente libres pero con sistemas de información concentrados u oligopólicos, en donde la libertad de elegir resulta muy restringida. Ante la falta de información es más fácil que se acepten un conjunto de premisas fundamentales, tanto pre reflexivas como autoevidentes que funcionan como verdades. La democracia está en riesgo cuando la multiplicidad de voces que pueden expresarse en una sociedad se limitan, cuando hay una estructura híper concentrada de medios que produce una homogeneidad discursiva.
Pero también las investigaciones en comunicación nos traen buenas noticias. Que haya intención manipuladora no significa que haya necesariamente efectos manipuladores. Y si los hay tenemos que estudiar en qué sectores, por cuánto tiempo y por qué razones. La complejidad de la realidad social anula toda chance de reducir a una –la visión dominante– la multiplicidad de variables reales o potenciales que pueden explicar el orden de las cosas. No hay “interiorización muda” de los valores o discursos dominantes sino una compleja red de intereses de clase, deseos, impugnaciones, demandas, historias previas, vínculos sociales. Las experiencias vividas, las redes de socialización, las competencias culturales, las historias familiares, las relaciones laborales o gremiales, las interacciones con otros (incluso en las redes sociales) complementan, median y se interrelacionan con los discursos mediáticos.
Como explicó hace tiempo Raymond Williams cualquier intento de construcción de hegemonía no es un proceso simplemente adaptativo. Hay rupturas, negociaciones, límites y presiones. Nunca se da de modo pasivo sino que es continuamente renovado, recreado, defendido y modificado pero al mismo tiempo resistido, limitado, alterado, desafiado. Lo que está en juego hoy en definitiva es aquello que llamamos sentido común. La idea de sociedad que tenemos, la idea de justicia, de igualdad, la forma en que vemos a los otros, la forma en que nos vemos nosotros en relación a los otros. En ese contexto los medios son uno más de los escenarios donde el sentido común se disputa. Al mismo tiempo entraron en escena las redes sociales y con ellas nuevas formas de intervención social. Frente a la uni-direccionalidad entre emisores y receptores de los medios tradicionales hoy existen, al menos potencialmente, nuevas vías expresión. Las redes son también foros de debate, lugares de interacción e intervención.
En los últimos años el uso de lógicas publicitarias para ejercer influencia social ha demostrado tener éxito pero en nuestro país esos discursos se combinan o se contraponen con lógicas políticas de larga tradición, luchas por los derechos humanos, experiencias gremiales, nuevos y viejos movimientos sociales. Historias de militancias y de solidaridad social. Al mismo tiempo que una hegemonía intenta imponerse se construyen miles de acciones contra hegemónicas diseminadas por todo el tejido social. Para enfrentar un sistema de tamaño poder como el que hoy gobierna Argentina no alcanza con la crítica moral o ética. Se requieren respuestas significativas, persistentes y variables. Que no sean solo deseables sino sobre todo factibles.
* Cora Gamarnik – Doctora en Ciencias Sociales, docente UBA y Univ. Nacional de Moreno; Profesora Titular e Investigadora de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Cordinadora del Área de Estudios sobre Fotografía de la Carrera Comunicación; Profesora de la Maestría en Historia Contemporánea en la materia “Historia, imagen y recursos audiovisuales” en la Universidad de General Sarmiento (UNGS).
Fuente: www.pagina12.com.ar- 1-11-17
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