Por Ricardo Vicente López
Tomo como referencia una nota que Andrés Piqueras, Profesor de Sociología y Antropología Social de la Universidad Jaume I – Premio Nacional de Investigación “Marqués de Lozoya”, del Ministerio de Cultura español, por la investigación La trama de la identidad en el País Valenciano,
Que publicara en la página www.observatoriocrisis.com. Me limitaré a glosar este interesante texto para que nos ofrezca ideas claras. Comienza reflexionando sobre la ingenuidad de creer que la crisis financiera y los terremotos económicos que vamos a seguir padeciendo son sólo consecuencia del corona-virus. La economía capitalista está en crisis desde hace bastante tiempo. Toda la desaceleración fue acompañada, una vez más, por la estúpida euforia de las Bolsas, “mostrando toda la irrealidad de la economía capitalista y haciendo presagiar desde hace tiempo un considerable estallido de burbuja”.
Es decir, que estamos desde hace mucho tiempo inmersos en una “crisis sistémica” que afecta la capacidad de reproducción del capital. Entonces, y de la forma más sorprendentemente extraña posible surge algo inverosímil: una pandemia que mata sobre todo a la población menos “productiva” y con mayor incidencia en el gasto público.
«El 18 de octubre de 2019, el Johns Hopkins Center for Health Security, en Baltimore (EE.UU.), llevó a cabo una cuidada simulación de una epidemia tipo “corona-virus”. Participó La OMS, que ha actuado más como agente comercial de las transnacionales farmacéuticas que como velador de la salud de las poblaciones del mundo. En la simulación se llegó a la conclusión de que el 15% de los mercados financieros colapsaría y que alrededor de 65 millones de personas en el mundo perderían la vida. Lo que sí está claro es que muchos de los rasgos de la simulación han ocurrido en enero de 2020, y ese 15% de desplome bursátil es el que realmente se ha producido a finales de febrero de este año. En Wall Street se tuvo que intervenir la Bolsa para que no se hundiera».
El profesor nos advierte que:
«El círculo vicioso es el clásico: se detiene la actividad comercial, se frena la producción, se dispara el desempleo, se desploma el consumo. Esto es ya catastrófico, pero lo será mucho para todos los indicadores económicos. Pero atención, los indicadores sociales pueden ser peores, especialmente cuando el virus golpee con fuerza a países con escasos recursos sanitarios. Si por cualquier razón se obstaculizan las cadenas de suministros, lo vamos a pasar muy mal. Empezamos un nuevo tiempo del capitalismo, (¿su lenta y larga agonía?), que será de barbarización generalizada para la mayor parte de la humanidad».
Y subraya para que no lo dejemos pasar por alto:
«Como toda crisis, ésta será también una oportunidad para algunos especuladores. Provocará un reacomodo del mercado, para dar comienzo también a otro tipo de tecnologías (el cuento para las poblaciones será a buen seguro el de acabar con la producción contaminante, para empezar a hacer un “capitalismo sostenible”. Cualquier salida a esta crisis traerá una nueva y dura vuelta de tuerca a los mercados laborales en detrimento de la población trabajadora, así como redoblados ajustes sociales y recortes. Esto es, conllevará una recomposición de la relación de las clases dominantes con sus sociedades, abundando en el perjuicio de estas últimas».
Lo que intenta el profesor es llamar nuestra atención para que empecemos a dejar de creer en un capitalismo humano, reformable, y comenzar a establecer las posibilidades de otro tipo de sociedad. Afirma que, en general, por todas partes, la crisis cambiará ejecutivos y estructuras de poder entre los poderosos. La campaña mediática para generar psicosis global y permanente puede ayudar, como ya estamos viendo, a justificarlo todo. Por ello se pregunta y nos pregunta:
«Pero si un virus puede paralizar la economía capitalista, ¿no deberíamos preguntarnos, entonces, qué tipo de economía tenemos? ¿Es la competencia de todos contra todos y el exclusivo lucro privado los que pueden salvar a la humanidad de su autodestrucción, de pandemias, del cambio climático, del hambre, de la guerra? Parece evidente que no. Ahora que este virus ha dado el arranque del principio del fin de la globalización, quizás sea hora de prestar atención a China que, con sus defectos (¿quién no los tiene?), está mostrando otro camino. No lo perdamos de vista. Fueron medicamentos cubanos, sobre todo el interferon Alfa 2B, los que llegaron a China para comenzar la lucha contra el corona-virus. Por su parte, este país ha demostrado al mundo cómo una economía planificada, en la que cada quien no va por la suya para sacar más beneficios que sus rivales, es capaz de poner de rodillas un virus desconocido en un tiempo récord. Mientras, la UE, más preocupada de nuevo por preservar a la Banca de la crisis y antes a las grandes transnacionales que a las poblaciones, ha mostrado una vez más su fracaso».
Y agrega una reflexión sorprendente en boca de un académico, aunque debiera ser lo habitual:
«Mientras, gran parte de las poblaciones europeas ya no se acuerdan de las calamidades y guerras que la UE provoca en otros lugares, ni de los refugiados y desahuciados causados… tampoco se han percatado de que siguen llegando más uniformados estadounidenses a Europa (30.000 a desplegar en la maniobras Defender 20), aumentando el peligro de enfrentarnos contra Rusia…»
Entonces, nos invita a reflexionar sobre algunas evidencias que los medios de información concentrados ignoran, ocultan, tergiversan y el profesor nos las recuerda:
«A lo largo de la historia la clase capitalista ha encontrado diversos remedios contra esa enfermedad crónica: aumentar la explotación de la población trabajadora, invertir allá donde todavía no se daban los procesos de tecnificación de la economía, acortar el tiempo entre la fabricación y la venta, entre algunos otros (además de apropiarse de la riqueza colectiva mediante privatizaciones o negarse a pagar impuestos)… La “globalización” se dio con ese propósito, pero hoy se está alcanzando la máxima expansión física y nada indica que el capitalismo vaya a ser capaz de empobrecer a las poblaciones del mundo y al mismo tiempo hacerlas que compren cada vez más. De hecho, lo único que ha permitido la continuidad del consumo desde los años 70 del siglo XX en los países “ricos” ha sido el crédito, o visto desde el otro lado, el endeudamiento masivo y creciente (tanto de particulares como de empresas, instituciones públicas y Estados)»
Nos remite, para ampliar la reflexión, a un acontecimiento que en los años setenta fue un llamado de atención para el mundo, aunque no muchos hayan tomado nota de lo denunciado:
«En 1972 el Club de Roma emitió el informe Los límites al crecimiento, juntando datos de producción industrial, población, recursos, energía, alimentos, contaminación, sumideros… en el que se preveían las consecuencias que íbamos a afrontar de seguir el curso de la producción-consumo y crecimiento exponencial. En 1991 algunos de los mismos científicos insistieron en un nuevo informe, titulado Más allá de los límites del crecimiento, que en esa década nos situábamos ante los desbordes: era la última oportunidad de frenar si no queríamos despeñarnos por el precipicio. Después, aunque lo hiciéramos, la propia inercia nos llevaría hasta él sin remedio. Las predicciones del Club de Roma, se han ido cumpliendo cabalmente».
Como un corolario, poco estimulante por la denuncia del tiempo que ha pasado sin grandes progresos, pero que conserva sabias enseñanzas, cito algunos de los fragmentos del “Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo” que General Juan Domingo Perón enviara el 16 de marzo de 1972, en él decía:
«Creemos que ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobrestimación de la tecnología… Tal concientización debe originarse en los hombres de ciencia, pero sólo podrá transformarse en la acción necesaria a través de los dirigentes políticos. El ser humano ya no puede ser concebido independientemente del medio ambiente que él mismo ha creado. Ya es una poderosa fuerza biológica, y si continúa destruyendo los recursos vitales que le brinda la Tierra sólo puede esperar verdaderas catástrofes sociales para las próximas décadas. Las mal llamadas “sociedades de consumo” son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo, basados en el gasto. Se despilfarra mediante la producción de bienes innecesarios o superfluos…De este modo el problema de las reacciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble: algunas clases sociales- las de los países de baja tecnología en particular- sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana.
Qué Hacer:
Si se observan en su conjunto los problemas que se plantean, comprobaremos que provienen tanto de la codicia y la imprevisión humana, como de las características de algunos sistemas sociales, del abuso de la tecnología, del desconocimiento de las relaciones biológicas y de la progresión natural del crecimiento de la población humana. Esta heterogeneidad de causas debe dar lugar a una heterogeneidad de respuestas. Esa revolución mental implica comprender que el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general, que la tecnología es una arma de doble filo, que el llamado progreso debe tener un límite y que incluso habrá que renunciar a algunas de la comodidades que nos ha brindado la civilización, que la naturaleza debe ser restaurada en todo lo posible, que los recursos naturales resultan agotables y por lo tanto deben ser cuidados y racionalmente utilizados por el hombre».
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