Por Ricardo Vicente López
Se puede leer en varias publicaciones una afirmación sencilla, pero que encierra una verdad perturbadora: “Lo que somos nunca ha sido tan incompatible con lo que necesitamos ser”. Tal vez, uno de los problemas mayores que encierra esta aseveración radica en las dos afirmaciones implícitas que contiene, para cuyos análisis nos obliga a internarnos en los saberes de varias disciplinas. Comencemos por la primera afirmación: “lo que somos”. Esto abre un abanico de respuestas posibles que mostrarían serias contradicciones entre sí. Eso que la sentencia da por sabido sólo es aceptable si le concedemos a cada lector que reelabore su propia definición.
Sin embargo, si tendiéramos la mesa del debate acordando que hay un consenso respecto de lo que somos, en caso de mantenernos dentro de un ámbito filosófico de idealidades cuya definición tiene fronteras porosas. El acuerdo rezaría: “Todas las definiciones son válidas a condición de que se mantenga dentro del espectro de un modelo de persona educada en la cultura burguesa, cultura que está toda deshilachada y se aferra a un puñado de valores etéreos, difusos, decadentes. Pero que en líneas generales se expresa como: “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti”. No es mucho, pero puede ser suficiente para saltar el obstáculo. Creo que lo que queda dicho para “lo que somos” tiene la misma validez para “lo que necesitamos ser”.
Esto no es más que el resultado de la profunda crisis en la que estamos sumergidos (antes, durante, y después de la pandemia). El Doctor John F Schumaker [1] (1949) ha definido este estado de cosas como una crisis de la personalidad humana:
«Mientras que la creciente crisis de salud mental es bien conocida, se sabe mucho menos de la “crisis de personalidad”, que es incluso más grave, y que ha dejado al público consumista incapacitado para la democracia y casi inútil ante las múltiples emergencias que requieren de una ciudadanía responsable y consciente. En momentos de crisis, recurrimos por reflejo al “estado de la economía” sin considerar los posibles colapsos dentro del “estado general de la persona” o lo que el psicólogo alemán Erich Fromm [2] (1900-1980) denominó el “carácter social” de una cultura. Con esto se refería a la constelación compartida entre la personalidad y los rasgos de carácter diseminados por unos modos dominantes de inculturación de la sociedad. Estos sirven para forjar los valores, las prioridades, la ética, los estilos de vida, las visiones del mundo, y también la llamada “voluntad del pueblo” comunes».
No debemos perder de vista que estos conceptos corresponden a un mundo de hace más de 50 años. La fina agudeza de su inteligencia en Fromm le permitió comenzar la detección de una creciente crisis de la personalidad: utilizó el término de la escuela estadounidense: “personalidad marketing” para describir a ese hombre cuyas características más generales podían calificarse como: un ser unidimensional, mercantilizado e insensibilizado, un “eterno lactante” que estaba, como predecía en su famosa conclusión “Más allá de las cadenas de la ilusión” (1962 traducido al castellano en el 2008). En ese texto veía a esta persona:
«Sucumbiendo a un “consenso de estupidez” fabricado culturalmente, que podría resultar ser nuestra destrucción definitiva. Desde entonces, el “carácter social” se ha convertido en algo tan desorientado, y el deterioro de la verdadera ciudadanía tan grave, que algunos hablan ahora de una “personalidad apocalíptica” que impulsa nuestra carrera hacia la autodestrucción. Pero en la actualidad el problema va mucho más allá de una “estupidez” acordada».
El Doctor Schumaker propone una definición del estado espiritual de ese hombre: que está atravesando una etapa de Infantilismo cultural. Quiero agregar a esta definición, amigo lector, que me parece una expresión caricaturesca muy adecuada, que no ha sido valorada como merece por su profundidad psicosocial. Yo veo que ella aparece muy bien reflejada en la síntesis que representa el personaje Homero Simpson; cuyo creador, Matt Groening [3] (1954), ha declarado que se ha inspirado en el hombre medio estadounidense. Este personaje de ficción parece definir a un hombre medio estadounidense con mucha claridad. Le ruego, amigo lector, que lo compare con la definición anterior de Fromm, en estas palabras:
«Sus rasgos más comunes de personalidad son la estupidez, la pereza, el egoísmo y una ira explosiva. Su bajo nivel de inteligencia lo califica como “creativamente brillante en su estupidez”. No tiene grandes ambiciones de futuro y acostumbra a relegar sus obligaciones familiares frente a sus intereses personales o a su creciente payasada».
Retomemos la línea argumentativa del Doctor Schumaker, en ese juego necesario de analizar el perfil de la personalidad individual con el marco del cuadro cultural de la época actual:
«Como un consenso cultural, la inmadurez ha unido sus fuerzas con un creciente número de pensadores sociales que alertan de un dramático incremento de la “neotenia [4] psicológica”, conocida también como “infantilización cultural”. El influyente artículo de Hipótesis Médica de Bruce G. Charlton [5] “El surgimiento del joven-genio” (2006) detallaba la evolución cultural de un perfil de personalidad marcado por una maduración cognitiva retrasada, una superficialidad emocional y espiritual, y una “profundidad de carácter” disminuida que se manifiesta en una “flexibilidad de actitudes, comportamiento y conocimiento infantiles”. Mientras estas “personalidades inacabadas” pueden haber aumentado la adaptabilidad a una cultura volátil de lealtades inconsistentes, de capacidad de concentración limitada y de búsqueda compulsiva de novedades, también exponen a la sociedad a una crudeza y a una limitación juveniles que obstaculizan los juicios de orden superior y las habilidades para la toma de decisiones, y que culminan en una “cultura de la irresponsabilidad”».
Agrega el Doctor otra cita de un muy importante investigador Henry A. Giroux [6] (1943):
«En su libro “El público en peligro” (2017) escribe sobre el infantilismo cultural de la vida diaria, que alienta a los adultos a asumir el papel de niños irreflexivos mientras incapacita la imaginación de la juventud y destruye su papel tradicional de “depósito de los sueños de la sociedad”. A través de la ingeniería de una sociedad infantilizada, observa que: “La inconsciencia se ha convertido en algo que ahora ocupa un lugar privilegiado, si no celebrado, en el panorama político y en los aparatos culturales de masas”. El resultado es un sistema social excesivamente dedicado a la “ignorancia ética” y una esfera pública muda ante el valor de “un cuerpo político democrático y de mente abierta».
Ahora estamos en mejores condiciones de volver a leer aquellas primeras palabras, que adquieren dentro del marco de lo que quedó analizado, una dimensión más profunda: “Lo que somos nunca ha sido tan incompatible con lo que necesitamos ser”.
[1] Psicólogo clínico y crítico social de fama internacional que ha escrito y editado nueve libros sobre temas relacionados con la cultura, la salud mental intercultural, la religión, la sugestión, la disociación y el autoengaño.
[2] Fue un destacado Psicoanalista, Psicólogo social y Filósofo humanista; durante una parte de su trayectoria se posicionó políticamente defendiendo la variante marxista del socialismo democrático; participó de la Escuela de Fráncfort y fue uno de los principales renovadores de la teoría psicoanalítica.
[3] Dibujante, productor de televisión y escritor estadounidense.
[4] La neotenia (del griego neo= joven, y teinein=extenderse) es uno de los procesos que se caracteriza por la conservación del estado juvenil en el organismo adulto. Su analogía se aplica a la madurez psicológica.
[5] Es un médico británico retirado que fue profesor visitante de medicina teórica en la Universidad de Buckingham.
[6] Es un crítico cultural estadounidense y uno de los teóricos fundadores de la pedagogía crítica en dicho país. Es bien conocido por sus trabajos pioneros en pedagogía pública, estudios culturales.
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