Por Ricardo Vicente López
La pregunta me parece pertinente para no dejar pasar ciertos hechos, como uno más, dentro de la corriente cotidiana de noticias. Éstas son ofrecidas por los medios internacionales y, en ciertos momentos, se convierten en una catarata en la que ya no nos es posible detectar la información importante dentro del caudal de trivialidades que ofrece. El ciudadano de a pie, largamente entrenado en este juego, pasa la mirada rápida por algunos titulares a la pesca de algo que le llame la atención. Los editores, profesionales en navegar por esas caudalosas corrientes de datos, manejan su astucia en el manejo de cómo y qué debe publicarse, dónde y con qué tipo de letras, para atraer la mirada hacia lo que ellos desean que el lector que el lector se detenga.
Los que ejercemos el oficio de la lectura y la escritura y lo hacemos sostenidos por una vocación docente, que tiene algo de paternal (en el sentido de que nos proponemos proteger a las personas lectoras que, en este juego, puedan padecer los riesgos de la indigestión informativa y el envenenamiento ideológico). Es como una pedagogía de la lectura de medios. Ahora bien ¿cómo diferenciar lo bueno de lo malo, la verdad de lo falaz, lo importante de lo secundario, etc.? Le voy a proponer, amigo lector, el método que yo utilizo, no porque sea el mejor, sería presuntuoso de mi parte, pensarlo, sino porque es lo mejor que puedo ofrecerle. Más de seis décadas de este ejercicio me otorgan alguna experiencia rescatable.
He acumulado nombres y apellidos, currículos, que en su variedad me han ofrecido, casi siempre, un norte hacia el cual apuntar. También he aprendido que la verdad es muy huidiza, pero se entrega mansamente cuando viene de la mano de quienes han acumulado méritos suficientes como para ser respetables. Bien, uno de ellos, el autor de la nota que quiero comentarle, es Renán Vega Cantor (1958) colombiano. Es Licenciado en Educación por Ciencias Sociales de la Universidad Distrital, Economista y Magíster en Historia por la Universidad Nacional de Colombia y Doctor por la Universidad de París VIII. También es Diplomado en Historia de América Latina por la Universidad de París I; en la actualidad es Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. La República Bolivariana de Venezuela le entregó el Premio Libertador al Pensamiento Crítico en el 2007 por su obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Fue jurado del Premio Casa de Las Américas en 2013. Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo) fundada por Orlando Fals Borda. Es integrante del Consejo Asesor de la Revista Herramienta, en la que ha publicado varios de sus trabajos.
¿Por qué le cuento todo esto? Porque en el universo de las noticias la regla es la ignorancia disfrazada de sapiencia, y la televisión es el reducto donde se cobija lo peor de esos profesionales de la charlatanería. En ese medio todos son todoterreno, especialistas en lo que se presente. De eso debemos protegernos.
El autor publicó una nota en la página digital Rebelion.org el 22/11/2021 a la que tituló Otro criminal de guerra que muere en la cama. Hace referencia al reciente fallecimiento de Colin Powell (1937-2021) de quien afirma, con amarga ironía, que “es otro de los generales que murió en su cama y rodeado de sus familiares”. Comienza con estas palabras:
«Los obituarios de los círculos dominantes de Estados Unidos, Jamaica y el resto del mundo se lo presentaron como el típico self made man (el hombre hecho a sí mismo del sueño americano): un negro pobre (aunque nunca lo fue), de padres jamaiquinos que nació en Harlem y venció a pulso todos los obstáculos y llegó a las altas cumbres del poder político y militar de los Estados Unidos. Ascendiendo desde abajo y paso a paso se convirtió en el primer afroamericano en llegar al alto mando del Estado Mayor Conjunto, fue el primer asesor de seguridad nacional y Secretario de Estado de ascendencia afro. Joe Biden calificó a Powell como un “patriota de incomparable honor y dignidad” y en Jamaica se llegó al extremo de considerarlo como “un hijo de la tierra” y una especie de “héroe nacional” por sus logros políticos y militares y recordaron sus raíces jamaiquinas como algo digno de elogiar en tan “grande” y “bondadoso” personaje».
Continúa el comentario diciendo:
«Algunos pocos apologistas de Colin Powell recordaron que la única mancha a su impecable “ridiculum criminal” fue la mayor mentira que comunicó en el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de febrero de 2003 para justificar la guerra de Estados Unidos contra Irak. Se le reprocha por haber dicho una mentirilla, algo que piadosamente puede ser perdonado. Lo que no dicen es que el general Colin Powell fue un asesino de tiempo completo, un criminal de guerra químicamente puro, Made in USA».
Para no dejar dudas respecto al tono y a los énfasis de las palabras del profesor, transcribo su propio texto:
«Su trayectoria criminal fue la que le posibilitó el ascenso y no otro tipo de méritos. Desde 1963 estuvo involucrado en la guerra de Vietnam y en 1968 en la masacre de My Lai, en la que el ejército de Estados Unidos asesinó a unos quinientos niños y mujeres. A pesar de las denuncias que un militar hizo de esa masacre, Powell la ocultó y le lavó la cara a los asesinos (como él mismo) con el argumento de que “las relaciones entre los soldados estadounidenses y el pueblo vietnamita son excelentes”. Se ufanaba de los crímenes cometidos, como lo recordó años después en sus Memorias (1995) ‒con las que obtuvo diez millones de dólares‒, en donde describe como algo normal el asesinato de civiles vietnamitas: “Si un helicóptero veía a un campesino en pijama negro que parecía un poco sospechoso […] el piloto giraba y disparaba delante de él. Si se movía, su movimiento se consideraba una prueba de intención hostil, y el siguiente asalto no era frente a él, sino sobre él. ¿Brutal? Tal vez sí. […] La naturaleza del combate, matar o morir, tiende a embotar la percepción del bien y el mal”. Lo que el “humanista” Powell llama “combates” era el asesinato a mansalva y con toda la impunidad de civiles desarmados, entre ellos niños».
Define que esa campaña, una sucesión de asesinatos a mansalva, como el comienzo del meteórico ascenso de Powell, una continuidad sin interrupciones de acciones criminales. Y esos crímenes siguieron acompañando la “brillante” hoja de muerte. Continúa Vega Cantor:
«En lo sucesivo, Powell estuvo involucrado en esa cadena de guerras y agresiones de Estados Unidos en diversos lugares del mundo. Fue uno de los impulsores de la política de destrucción de América Central del gobierno de Ronald Reagan, que dejó un saldo de unos quinientos mil muertos y miles de heridos en El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua (con el apoyo a “los contras”). También participó en la brutal invasión a Panamá en diciembre de 1989, cuando fueron masacrados unos siete mil habitantes de los barrios pobres de ese pequeño país. Siguiendo con su senda criminal intervino en la primera guerra del Golfo contra Irak (1990-1991) como Jefe de Operaciones. Adquirió celebridad cínica su justificación del bombardeo de una planta que producía alimentos para niños: “No es una fábrica para bebés. Era una instalación de armas biológicas, de eso estamos seguros”, una mentira que luego fue desmentida por la misma CIA».
Su carrera criminal llegó a su punto máximo de perversión con los acontecimientos de la guerra que Estados Unidos libró contra la población de Irak en el 2003. Su servilismo como Secretario de Estados Unidos lo llevó al extremo de presentar las mentiras urdidas por el gobierno de George Bush II para justificar esa carnicería:
«El 5 de febrero de ese año en la Sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, sin inmutarse ‒aunque con cada cosa que decía le aumentaba el tamaño de su nariz, cual vulgar Pinocho‒ sostuvo que “cada afirmación que hago hoy aquí está apoyada en fuentes sólidas”, o más exactamente que lo suyo no eran afirmaciones sino hechos indiscutibles e irrefutables. De manera delirante durante 75 minutos sacó a relucir las supuestas pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, que ponían en peligro la seguridad de los Estados Unidos y el mundo occidental. Pronto se comprobó que esas pruebas eran falsas e inventadas».
Las mentiras cínicas e impúdicas fueron el prólogo a la destrucción de Irak, el bombardeo criminal y genocida de niños, mujeres, ancianos, el saqueo de su riqueza cultural con el robo de sus museos y bibliotecas. Colin Powell es uno de los responsables directos de ese genocidio que ha dejado cerca de un millón de muertos. Se destruyó un país y se masacró a su población y nunca se encontraron las famosas armas de destrucción masiva, porque eso fue sólo un pretexto para comenzar la guerra. El autor de la nota afirma:
«Powell después sostuvo que cometió un ligero desliz en el Consejo de Seguridad al mentir, pero nunca reconoció ‒algo propio de un criminal de guerra que se respete‒ que sus manos estaban manchadas de sangre de millones de personas que fueron destrozadas por las bombas democráticas y civilizadas de los Estados Unidos. Colin Powell fue un verdadero asesino en toda la línea y, si existiese un mínimo de justicia, no hubiera muerto en la cama, sino tras los barrotes de una prisión, a donde debería haber sido condenado a perpetuidad. El dolor que pudo haber sentido en sus últimos instantes, por no poder respirar afectado por la Covid.19 es poca cosa frente al sufrimiento que le causó a millones de seres humanos en varios continentes. Ese es su legado de muerte, comparable al de los criminales nazis. Por algo, durante su infame discurso de 2003 en la ONU se ordenó cubrir con un trapo la réplica del Guernica, de Pablo Picasso que se encuentra en ese lugar. Finalmente, sucedió lo mismo, pero con una mucho mayor intensidad, que aquello que registró Picasso en su célebre pintura: en Irak se revivió el horror que se sintió en la ciudad vasca de Guernica, bombardeada por fuerzas alemanas nazis. Como lo dijo el escritor Ariel Dorfman: “3 mil misiles Cruise durante la primera hora; cayendo sobre Bagdad; 10 mil Guernicas; cayendo sobre Bagdad”».
Cierra el profesor su nota:
«Por todo ello, a este asesino bien pueden aplicársele sus propias palabras, las que usó para referirse a Sadam Hussein el 5 de febrero de 2003: “Detrás de los hechos y del patrón de su comportamiento está […] su desprecio por la verdad y, peor aún, su enorme desprecio por la vida humana”».
Amigo lector, si no fuera por los excepcionales antecedentes profesionales del autor de la nota podría decirse que todo eso es muy exagerado, que no puede creerse. Sin embargo ese es el currículo de un héroe estadounidense. (pero no desespere amigo lector, como este hay una larga lista).
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