Ciencia y Gobernanza
Una reflexión sobre la colonización del sentido y los usos políticos de la ciencia.
Por: Juan Francisco Rasso1
Que se entiende por conocimiento científico
El 1ro de Marzo de 2020 el presidente Alberto Fernández reivindicaba su gobierno de científicos. No lo sabía entonces, pero a los pocos días “La Ciencia”, una rama particular de la misma, grupos específicos de científicos, pasarían a tener un rol mucho más preponderante aún en las decisiones, no solo en su gobierno, sino de todos los gobiernos del mundo, coparían las agendas en medios de comunicación, redes sociales, debates públicos, y en fin, se volverían parte de la vida cotidiana de millones de personas, a nivel global.
Si se mira con algo más de atención, podemos notar que la bandera de los criterios científicos, como instrumento legitimante de los posicionamientos políticos, viene siendo esgrimida desde bastante antes, y puede ubicarse hoy claramente en determinados centros de poder, muy puntuales, que pueden ir desde el partido Demócrata en los EEUU, y su amplio dispositivo, hasta las principales instituciones multilaterales; el propio Foro de Davos, todo el universo ONGista, y por supuesto, actores privados de gran incidencia de la política internacional, desde la big farma, pasando por la multifacética industria de la ingeniería genética, hasta la industria de la defensa y por supuesto la de las tecnologías de la información y comunicación. El mecanismo se completa cuando los presuntos portadores de la verdad científica acusan a sus oponentes, adversarios o competidores, de no haber ascendido a su nivel de conocimiento, o de guiarse por criterios meramente “ideológicos”.
A partir de allí, es que en este apartado intentaremos una breve reflexión, primero sobre lo que se entiende por pensamiento científico, y luego indagaremos en la compleja relación entre ciencia y poder.
Para comenzar, la ciencia reconoce sus primeros antecedentes en la antigua Grecia, sin embargo, en un sentido más próximo a lo que entendemos por ella en nuestros días, diremos que es hija de la Modernidad. Aquí ya se juega una primera disputa de significación, al ubicar el inicio de esta última en la Reforma protestante, y no en el Renacimiento católico, ya que finalmente, la Modernidad, como rasgo constitutivo y central, implicó un proceso de desacralización y secularización. En resumidas cuentas, el núcleo de la orientación de la cultura moderna ya no sería lo Divino, sino más bien, la resolución de aquellos problemas práctico-teóricos originados por los cambios sociales que tuvieron lugar a partir de la aparición de la burguesía.
La esencia de la Modernidad está dada por un “ideal de una racionalidad plena”, lo que implica por un lado, que el mundo posee un orden racional-matemático, y se acompaña con una confianza absoluta en el poder de la razón, tanto en su carácter cognitivo, como práctico: por medio de la razón se puede alterar, cambiar y poner al servicio del hombre el orden natural. Así, se puede alcanzar un conocimiento universal y lograr a su vez la formulación de una ética de validez universal. (Pardo, 2012)
Por otro lado, se expande la convicción de que el avance del conocimiento científico se trasladará a toda la sociedad, el progreso social se percibe como una consecuencia inexorable del desarrollo de la ciencia, dando lugar a un orden social mejor y más justo. Del mismo modo, todo proceso de innovación en la ciencia aparece como “bueno en sí”.
Finalmente, el carácter empírico y experimental del conocimiento científico se instaura como elemento fundamental, la experiencia se constituye en una suerte de límite. La ciencia empírica se eleva al estadio de conocimiento superior: razón y verdad son pensadas como sinónimos de razón científica y verdad científica, la racionalidad es reducida a la racionalidad propia de la ciencia.
Esto conlleva tanto una forma de relación con la naturaleza, como una idea de razón y de hombre, a la ciencia convencional le es inherente una consideración de la naturaleza al modo de un objeto de cálculo. El hombre aparece entonces como sujeto de dicho proceso, y la naturaleza como objeto. A su vez, sostiene el supuesto de la capacidad del sujeto de separase de su objeto de estudio, esta distancia y objetividad, se constituye en condición de posibilidad para la consecución de verdades universales y necesarias. El conocimiento científico, en su concepción estándar, se basa en la observación no comprometida, libre, sistemática y rigurosa, de la realidad. Oponiendo a la incertidumbre de la razón entregada a sí misma, la “certeza de la experiencia ordenada”. Ese mismo proceso, conducirá finalmente al devenir de la razón moderna, en mera técnica, o razón instrumental.
Con la irrupción del cogito cartesiano, las ideas se anteponen a las cosas, estableciendo que a partir de las primeras, se puede ascender a un conocimiento más profundo y riguroso de la naturaleza. Así, se da lugar a las matemáticas que proporcionarán a la ciencia moderna, “no solo el instrumento privilegiado del análisis, sino también la lógica de la investigación” (de Sousa Santos, 2011: 24). En la ciencia convencional conocer significará cuantificar.
Vemos que el método científico supone entonces una reducción de la complejidad. Se basa en dividir y clasificar, para después establecer relaciones sistémicas entre lo que se separó. La división primordial será la que distingue entre las condiciones iniciales y las leyes de la naturaleza. De entre las primeras, será necesario seleccionar las que establecen las condiciones relevantes de los hechos a observar. Es en las leyes de la naturaleza, donde tienen lugar las regularidades, donde se puede observar y medir con rigor. Esto funda una lógica del conocimiento causal, que pretende, partiendo de las regularidades observadas, prever el comportamiento futuro de los fenómenos. No obstante, y esto es importante, lo hace desde el presupuesto que de que los resultados se producirán independientemente del lugar y del tiempo en que se realizan las condiciones iniciales.
Por esto también es que se puede decir, que las leyes de la ciencia moderna, son del tipo Formal, es decir, privilegian el cómo funcionan las cosas, en oposición al interés por el sentido, la intención o la finalidad de los fenómenos o las cosas. Este conocimiento basado en la formulación de leyes, “tiene como supuesto meta-teórico la idea de orden y estabilidad en el mundo, la idea de que el pasado se repite en el futuro”. Así entonces aparece la idea de Mecánica Newtoniana: el mundo de la materia, estático y eterno, como una maquina cuyas operaciones se pueden determinar exactamente, por medio de leyes físicas y matemáticas.
Así es que puede hablarse de mecanicismo, uno de los pilares de la idea de progreso, que va a alumbrar la consolidación del capitalismo y el ascenso de la burguesía. Una forma de conocimiento utilitaria y funcional, menos orientada al conocimiento de la verdad de las cosas, que a la capacidad de dominarlas y transformarlas.
Eventualmente este paradigma convencional de la ciencia, será sujeto a revisión, abriendo las puertas para su superación. Boaventura de Sousa Santos (2011) distingue cuatro nuevas condiciones teóricas. Un primer quiebre, se da a partir de que Einstein establezca la relatividad de la simultaneidad. Al revolucionar las concepciones tradicionales del espacio y tiempo, no habiendo entonces, “simultaneidad universal, el tiempo y el espacio absolutos de Newton, dejan de existir. Dos acontecimientos simultáneos en un sistema de referencia no son simultáneos en otro sistema de referencia. Las leyes de la física y la geometría se basan en mediciones locales”.
La segunda condición teórica, que pone en crisis al paradigma dominante, es la Mecánica Cuántica. Esta va a relativizar el rigor Newtoniano en el dominio de la microfísica. A partir de que se demuestre que no es posible observar o medir un objeto, sin interferir con él, sin alterarlo, al punto que el objeto que resulte de un proceso de medición, no será el mismo con el que se inició. Esto por un lado pone en cuestionamiento la idea de observación NO comprometida de la realidad, y por otro lado, se entiende ahora, que el rigor del conocimiento, solo puede aspirarse en términos aproximados o probabilísticos. Además, torna inviable la hipótesis del determinismo mecanicista, ya que la totalidad de lo real, ya no puede reducirse a la suma de las partes en la que se divide para observar y medir.
El tercer condicionante teórico se desprende del cuestionamiento, también, al rigor de las matemáticas. A partir del surgimiento de Teoremas de la Incompletitud, y de teoremas sobre la imposibilidad, en determinadas circunstancias, de encontrar dentro de un sistema formal, pruebas de su consistencia, los cuales vinieron a demostrar que incluso dentro de las reglas de la matemática, es posible formular hipótesis que no se pueden demostrar ni refutar, se reconoce que el rigor matemático, como cualquier otra forma de rigor, se basa en criterios de selectividad.
La cuarta y última condición teórica que pone en crisis el paradigma Newtoniano, surge a partir de la teoría de las estructuras disipativas y el principio del orden a través de las fluctuaciones. Esta establece que, en sistemas que funcionan en los márgenes de la estabilidad, la evolución se explica por fluctuaciones de energía que en determinados momentos, nunca enteramente previsibles, desencadenan reacciones que, por vía de mecanismos no lineales, presionan el sistema más allá de un límite máximo de inestabilidad y lo conducen a un nuevo estado macroscópico. Esto rompe con ciertas percepciones heredadas de la física clásica, se pasa del determinismo, a criterios de imprevisibilidad y evolución, además de cuestionar la “simplificación arbitraria de la realidad” al confinar el conocimiento a horizontes mínimos, excluyendo otros probables (¿Nexos causales?) que quedan por conocer.
Del mismo modo, se pondrá en revisión la noción del rigor científico, fundado en un rigor matemático, que cuantifica al objeto de estudio, y de esa forma lo des-cualifica. “Al objetivar los fenómenos, los objetualiza y los degrada, al caracterizar los fenómenos, los caricaturiza”. Al ganar en rigor, el conocimiento científico, perdería en riqueza y en resonancia, escondiendo los límites de nuestra comprensión del mundo y reprimiendo la pregunta por el valor humano de ese conocimiento, así concebido.
Por último podemos referirnos a las condiciones sociales, que pueden poner también en crisis al paradigma científico clásico. Este, postulaba la idea de autonomía y desinterés del conocimiento científico, sin embargo estos principios podrían haber sucumbido ante los fenómenos de la industrialización de la ciencia. Se apunta aquí al compromiso, que puede terminar asumiendo la ciencia, con los centros de poder económico, social y político, los cuales pasaron a detentar un papel decisivo en la definición de las prioridades científicas.
La misma industrialización del trabajo científico, produce otros dos efectos: por un lado, la estratificación de la comunidad científica, con relaciones de poder entre los científicos que se tornaron más autoritarias, desiguales, y con una abrumadora mayoría de los mismos, sometidos a un proceso de proletarización, y por otro lado, la investigación capital-intensiva, que vuelve más difícil el acceso a equipamientos y tecnología, contribuyendo a agrandar la brecha entre los países centrales, y periféricos.
En este sentido, Bourdieu (1994), señala que el campo científico es un ámbito eminentemente jerárquico, en el que tienen lugar relaciones de fuerzas, formación de monopolios, donde acontecen luchas y estrategias, se ponen en juego intereses y ganancias, producto de los cuales, resultará “la verdad científica”. En cuanto a los integrantes de ese campo, los productores científicos, se puede reconocer un doble interés: un interés por el avance de sus disciplinas, por el avance de la ciencia, y un interés personal, en la búsqueda de reconocimiento, prestigio, celebridad, etc.
Se puede entender entonces al campo científico como un lugar de disputa política por la dominación científica. No hay elección por parte de los productores, que no sea una estrategia de ubicación orientada hacia el reconocimiento susceptible de ser obtenido por sus pares-competidores. Las características esenciales de la lucha por la autoridad científica, parten del hecho de que los productores no tienen más “clientela” que sus competidores. Bien puede decirse que en el campo científico se dan luchas entre dominantes y dominados. Está siempre presente el desafío de imponer la definición de ciencia más conveniente, asegurando la posición más alta en la jerarquía de las leyes científicas. Los dominantes son quienes consiguen imponer la definición de la ciencia según la cual su realización más acabada consiste en tener, ser y hacer lo que tienen son y hacen.
De nuevo, volvemos recordar a la Modernidad y la colonialidad como dos caras del mismo proceso. El mundo colonizado es un mundo, ontológica y epistémicamente, inferior. El Poder, plantea Bonilla (2019), debe ser entendido como un elemento constitutivo de la Geopolítica y del conocimiento. Se trata de una relación social, asimétrica pero aceptada. En todo proceso de dominación se recurre al uso de la fuerza, pero también se ponen en juego otros medios. Se reconoce, no obstante, una instancia de micro-poder, por fuera del ámbito estatal, aunque nunca del todo ajeno. En esta instancia, señala, intervienen agencias semi-independientes: las comunidades académicas, conformando una estructura de redes.
En la geopolítica del conocimiento, opera muy fuertemente el imaginario que se tiene del lugar de origen de la producción, las ideas serán válidas o no, de acuerdo al lugar donde son originadas. Aquí entonces reside una cuota del poder científico: en poder seleccionar, validar, desechar o imponer conocimiento. Se termina reconociendo entonces, la relación entre el conocimiento y el poder estatal (y no estatal).
De hecho, hay tres condiciones que un Estado debe reunir para alcanzar el grado de potencia: capacidad militar, capacidad tecnológica y capacidad económica. Más allá de la interrelación entre las tres capacidades, se destaca que usualmente la capacidad de producción tecnológica deberá obedecer a criterios impuestos por las potencias dominantes vigentes.
Por otro lado, en Estados de la Periferia, aunque se impulse el sostenimiento y apertura de nuevas universidades, sobreviene el problema de los indicadores de calidad. En este ámbito no se encuentran instrumentos, que no reafirmen las metodologías internacionales de evaluación. De esta forma, se confirma una forma de dependencia cuando se reproduce el conocimiento originado en el centro o se abordan problemáticas locales con métodos prestados. Y si con las universidades no fuese suficiente, luego están los think tanks, con origen en su abrumadora mayoría en el mundo anglosajón y Europa occidental. Así se conforma el pensamiento “universalista”.
Ciencia y poder
A partir del breve, y seguramente incompleto, repaso histórico iniciado en el apartado anterior, de la reflexión en torno a los paradigmas, los condicionamientos teóricos y sociales, así como las distintas implicancias alrededor de lo que se entiende por conocimiento científico, en adelante se pretende continuar indagando en la relación entre la detentación ese capital, que significa ser portador de la verdad científica, y la concentración de poder.
¿Cuánto del paradigma convencional de la ciencia se mantiene en los documentos, posicionamientos y políticas que se impulsan desde los estratos más concentrados del poder transnacional? ¿Es posible seguir interpretando a la ciencia, y a los usos que hacen de ella, simplemente como producto de una observación rigurosa, sistemática y no comprometida de la realidad?
Lo primero que en este sentido podemos distinguir, es la persistencia de una pretensión de universalidad. Es decir, un punto de vista que sostiene que existen verdades científicas validas en todo tiempo y lugar. Tal postulado se entiende en el contexto del triunfo cultural de la ciencia como actividad cognoscitiva. La ciencia de Newton y Descartes que establecía que el mundo estaba gobernado por leyes deterministas, que adoptan procesos de equilibrio lineal y que, postulando estas leyes como ecuaciones reversibles universales, solo se necesitaría conocer un conjunto dado de condiciones iniciales, para poder predecir el estado del sistema en cualquier momento, futuro o pasado.
Esto que ha sido, como se explicó, contestado teóricamente incluso desde las ciencias duras, sigue siendo muy común encontrar, en las ciencias sociales, en la ciencia política, en las ciencias económicas, en las relaciones internacionales, donde la pretensión de universalismo aparece bastante obvia: siendo una disciplina concebida desde los países “centrales” y que se replica en las universidades de los países periféricos, en buena medida, sin variaciones, y esto es replicable, cada vez más a los planes de estudio de múltiples carreras, en cualquier universidad.
Los cientistas sociales podrían entonces descubrir los procesos universales que explican el comportamiento humano y cualquier hipótesis que pudieran verificar se entendería como válida para cualquier tiempo y lugar. Lo mismo resultaría valido para los casos de aproximación historiográfica, en tanto se asume la existencia de un modelo subyacente de desarrollo histórico: la presunción de que el presente es el mejor de los tiempos y que el pasado conducía inevitablemente hasta el presente.
La universalidad aparece como parte constitutiva del propio concepto de gobernanza. Esta, por un lado, se asimila al “management” público, es decir a la aplicación de los principios de gestión privada en los asuntos públicos. A media que avanza la Globalización, se pretenden imponer “reglas de juego”, aun cuando entren en contradicción con los principios de democracia y soberanía nacional. Esta doctrina tendrá como su ámbito natural de origen y evolución a los organismos multilaterales, y como punta de lanza a diversas ONGs. En el Banco Mundial, como en el FMI, comienzan a utilizar el término “gobernanza global”, para designar toda formula política conforme a las normas del mercado. La buena Gobernanza deviene en sinónimo de “gestión del desarrollo”, basada en principios de administración eficientes, políticas pertinentes y ajustes estructurales necesarios. En un sentido neutro, la gobernanza tendría por objetivo proporcionar las orientaciones estratégicas para las políticas públicas, generar las condiciones óptimas para los logros previstos, utilizar los recursos con “espíritu responsable”, asegurar que los intereses de los mandatarios no prevalezcan sobre los de los mandantes, asociar a todos los actores sociales en la toma de decisiones, etc. Al más alto nivel, esta doctrina se apoya sobre un cuerpo de “valores universales” que deberían inspirar, las buenas políticas. (De Benoist, 2018)
Resulta muy usual, en otro orden, percibir como conocer sigue significando cuantificar (por ejemplo en el enfoque eminentemente estadístico con el que se abordó la pandemia de Covid-19). El ideal de un orden racional matemático, se expresa en las concepciones actuales del conocimiento. Se pretende de los trabajos científicos, que aporten resultados usualmente representados en una suerte de maquina cuyas operaciones se pueden determinar exactamente, por medio de leyes de inspiración físicas, o matemáticas. “Un mundo estático y eterno, que el racionalismo cartesiano torna cognoscible por la vía de la descomposición de los elementos que lo constituyen” (de Sousa Santos, 2011:26). Incluso en las ciencias sociales, los trabajos con estrategias de prueba, tipo laboratorio, serán los que mejor considerados resulten, en base al rigor que se les reconoce.
Por otro lado, ¿Acaso el método científico no insiste en reducir la complejidad, dividiendo y clasificando, para luego establecer regularidades entre aquello que se separó, independientemente de los contextos en los que se reproducen las condiciones iniciales? ¿No se mantendrá presente el riesgo confinar el conocimiento a horizontes mínimos, objetivando y degradando, hasta llegar a caricaturizar los fenómenos sobre los que se pretende conocer y prescribir?
De esa forma se llega a una verdad científica, como la forma más legitima de conocimiento, reconociendo una fuerte filiación al núcleo duro del paradigma convencional: con el método ocupando un rol central, teorías entendidas como conjuntos de enunciados de distinto nivel y testeables empíricamente; reconociendo a la observación como la instancia última de fundamentación, y jactancia de neutralidad. Se trata, asimismo, de una continuidad de una marca especifica de la Modernidad, manifiesta en la separación entre la “verdad”, y la búsqueda de lo bueno y lo bello.
En sentido contrario, Rodolfo Kusch señalaba en los años ‘70, que la ciencia está condicionada por el horizonte cultural en donde se produce. Todo lo vinculado a la episteme, agregaba, es considerado desde el ángulo filosófico como algo que hace al hombre en su totalidad, siendo sin embargo algo secundario en lo que hace a la totalidad del hombre, y esa totalidad la logran los hombres, solo con su cultura. Cuando se juzga a la ciencia por el uso de la lógica matemática, se está juzgando a los usos que se hacen de la misma, pero no a su índole. Cualquier experimento, se efectúa en un aquí y ahora, donde inciden pautas locales, las necesidades del grupo y la intervención de un ente cultural.
Además de la cuestión de la universalidad, y del orden racional matemático, se presenta como cuestión la idea del progreso y las reflexiones en torno al avance de la ciencia ¿Toda innovación científica es buena en sí? Este planteo propio de la modernidad y del paradigma convencional, puede resultar interesante de problematizar en una época en la que pareciera vislumbrarse una marcha autonomizada de la ciencia y la técnica, llegando incluso a postular la superación de los limites humanos. Más allá de la reflexión existencial que esto supone, no pueden dejar de contemplarse las implicancias en cuanto a la desigual distribución de propiedad y acceso a los nuevos “beneficios”, tanto como la posición socio-política de los actores que impulsan estos cambios con potenciales consecuencias en la actividad económica, en la formas de relación social, y en la vida cotidiana de millones de seres humanos. Si el paradigma científico convencional, respondió a un momento histórico determinado: el de la Modernidad, el surgimiento del capitalismo y el ascenso de la burguesía, ¿qué formas podrá adoptar, ante el cambio del tiempo histórico, signado por trasformaciones en el sistema de producción, y el pretendido tránsito hacia un capitalismo post-industrial y post-burgués?
Lo que nos conduce a un nuevo interrogante, sobre cómo se distribuyen en el campo científico los roles entre dominantes y dominados. Ya se ha hecho referencia a su carácter jerárquico o incluso, potencialmente monopólico. La pandemia ha dado suficiente muestra de la desigual capacidad para realizar diagnósticos, definir agendas, proponer tratamientos y establecer lo que es científicamente valido, de lo que no lo es. Laboratorios, industrias, fondos de inversión, medios de comunicación, revistas especializadas, status, las diferencias de reconocimiento de acuerdo al país o la empresa de origen de determinado producto, trabajo o resultado científico.
El problema de la soberanía científica puede resultar aún más complejo, en tanto el hecho de destinar presupuestos en la formación de recursos humanos, contar con burocracias, ministerios, universidades, financiamiento a las investigaciones y a las carreras de los científicos propios, seguramente sea una condición indispensable, aunque probablemente no suficiente. Ya que aun con todas esas condiciones previas, muchas veces la fijación de agendas, criterios y prioridades resultan igualmente atravesadas por dispositivos transnacionales, múltiples formas de lobby, becas, promoción de determinados proyectos investigación, y la cancelación de otros, la adopción de rankings y estándares de calidad educativa, la mercantilización del conocimiento, etc.
Tal como hemos señalado, se asume incluso teóricamente que no es posible observar o medir un objeto, sin interferir con él, sin alterarlo, al punto que el objeto que resulte de un proceso de medición, no será el mismo con el que se inició. Por lo tanto, el propio carácter empírico como la idea de la experiencia como límite del conocimiento, solo puede pensarse en términos aproximados. Si esto resulta valido para la microfísica ¿Cuánto más le puede caber a las ciencias sociales? Nos referimos a los actores con la capacidad suficiente para moldear la realidad, sobre la cual luego pretenderán explicar, establecer regularidades, prescribir normas, en nombre de la ciencia.
Sin embargo, bien vale preguntarse sobre la medida en que esos límites y criticas al paradigma científico convencional y los impulsos superadores han sido apropiados, o aún incorporados, entre los actores sociales-políticos con vocación emancipadora, particularmente de los países del sur del mundo. ¿Puede esperarse que ese proceso no sea llevado a cabo por los representantes del poder concentrado? Ya que aquí puede concurrir una situación un tanto paradojal. Si se presta atención, los condicionantes, tanto teóricos como sociales, al paradigma convencional de la ciencia, pueden y en los hechos ha sucedido, abrir la puerta al relativismo. ¿En qué medida este relativismo, propio de la posmodernidad, puede resultar funcional a la fase actual del capitalismo, deslocalizado, postindustrial y hasta post-humanista?
En realidad, para algunos de los principales tópicos en las agendas de los Estados más poderosos, instituciones, organismos internacionales, no puede reconocerse una estricta corroboración empírica, en los términos del conocimiento científico convencional. Es decir no se da la constatación en la experiencia de una variable independiente, que explique necesaria y excluyentemente, el desempeño de una variable dependiente. Esto podemos observarlo desde la cuestión ambiental y los enfoques antropocéntricos sobre el cambio climático, pasando por las teorías de Género, hasta en las explicaciones por las causas que hubiesen originado la pandemia de Covid-19. Más bien, lo que se han ido construyendo son “consensos científicos”.
Estos consensos, que muchas veces responden a mecanismos de validación circulares (universidades, organismos, científicos y papers que se citan entre sí), deben comprenderse recordando el carácter jerárquico del campo científico y la lucha desigual entre agentes desigualmente provistos de capital específico, donde se ponen en juego intereses y ganancias, producto de los cuales, resulta “la verdad científica”. El capital científico, deviene entonces de un proceso continuo de acumulación. Se trata de “un reconocimiento socialmente señalado y garantizado, en función del valor distintivo de los productores y de la originalidad, colectivamente reconocidos, a la contribución a los recursos científicos ya cumulados” (Bourdieu, 1994:10)
Por su parte, el paradigma convencional de la ciencia, conllevaba una determinada relación con la naturaleza, en la idea de razón y de hombre, a la ciencia le era inherente una consideración de la naturaleza al modo de un objeto de cálculo. El hombre aparecía entonces como sujeto de dicho proceso, y la naturaleza como objeto. Al día de hoy, a partir de los procesos de securitización de las problemáticas ambientales, se incurren en determinados relatos, que de alguna manera, invierten esta relación, apareciendo la naturaleza como sujeto. Por ejemplo, en una publicación de la WWF en conjunto con la revista “The Economist”, podemos leer: “Las perdidas en la Madre naturaleza y los ecosistemas, están vinculadas a un modelo de desarrollo centrado en la economía y los negocios, más que en el bienestar de la humanidad y la preservación de la biodiversidad (…) La Tierra juega un papel importante en lograr la diversidad cultural con equilibrio y armonía integral. Los actores sociales deben entender, respetar y seguir a los indígenas en su puntos de vista y prácticas que incluyen mujeres, jóvenes, así como la sabiduría y el conocimiento de los ancianos en revertir el daño causado a Madre naturaleza.”
La superación de la concepción standard de la ciencia, sobre todo en ciencias sociales, dio paso a las corrientes hermenéuticas, comprensivistas y al denominado “giro lingüístico”. Con estas, básicamente, resurge la problemática de la interpretación como tema de reflexión filosófica, tiene lugar un redescubrimiento de la subjetividad y un reconocimiento de la ineludible condicionalidad de todo pensamiento, aun del científico. Con el giro lingüístico, se da paso a la dimensión semántica, el lenguaje pasa a ser concebido como materia prima del mundo social y como rasgo ontológico fundamental de la racionalidad humana.
Contrariamente a la concepción tradicional que postulaba la necesaria eliminación de los prejuicios a la hora de producir conocimiento científico, ahora se afirma que hay prejuicios legítimos, que no pueden ser evitados, se comprende desde ellos, desde la pertenencia del científico a ellos. El conocimiento, está condicionado a la situación particular e irrepetible del intérprete, y atravesado por una suerte de prejuicios fundamentales: la tradición, la historia, y el lenguaje. Pero ¿Qué ocurre entonces cuando esos tres planos se encuentran en disputa? podemos agregar, ¿Cuál es el lenguaje de la globalización? ¿Qué lugar ocupan en este proceso las tradiciones? ¿Qué usos se hacen de la historia? Si esa pertenencia, que se antepone siempre a toda distanciación objetivadora, se termina por licuar, ante la imposición de una cultura por sobre el resto, por la difusión de una homogénea diversidad que termina por barrer verdaderas particularidades, si la lenguas se degradan, para luego diluirse, si se reniega de la tradición y se llama a cortar amarras con la historia, promoviendo una suerte de presente perpetuo, entonces sí, y paradójicamente, podría llegar a plantearse un conocimiento, de validez universal. ¿Pero a qué precio?
A modo de conclusión
Queda claro que no se puede hacer “ciencia” sobre particularidades, siempre será necesario cierta sistematización, la elaboración de una teoría, un método y alguna pretensión de universalidad. Sin embargo, tal como se explicó, no puede accederse a tal nivel de comprensión de la realidad, sin que medie una dimensión de interpretación, de perspectiva. Del mismo modo, además de una fundamentación lógica y coherente, se requerirá de algún anclaje en una constante. Para las ciencias sociales, esas constantes suelen ser los distintos pueblos.
A partir de los nuevos condicionantes teóricos al conocimiento científico convencional, ya no puede concebirse la idea de un tiempo y espacio absolutos, sin embargo, no es menos cierto que, sobre todo cuando no se contemplen distancias astrofísicas, sí es posible considerar aún la constatación de determinadas regularidades, la existencia de ciertos parámetros, o sistemas de referencia comunes, que permitirían la postulación de verdades, si no necesarias y definitivas, al menos, provisorias y contingentes.
De igual forma, debemos tener en claro, que no es posible partir del supuesto de una observación no comprometida de la realidad, y que tampoco puede ser válido reducir la totalidad de lo real, a la suma de las partes que se dividen para observar o realizar mediciones. Por su parte, incluso el rigor matemático, llevado hasta cierto punto, reconoce zonas de incertidumbre y la aplicación de criterios de selectividad. Aun así, tampoco sería lícito llamar al abandono de las pretensiones de objetividad y la fundamentación lógica del conocimiento, apelando en cambio a la realización de esfuerzos hermenéuticos, teniendo en cuenta la dimensión de interpretación en toda comprensión de la realidad.
Sera necesario abandonar las perspectivas deterministas, contemplando ciertos grados de imprevisibilidad y criterios evolutivos, así como enfoques holísticos en la percepción de nexos causales, tendiendo a ampliar la idea de razón y verdad. No obstante, no puede renunciarse al desarrollo de un saber sistémico y armónico.
Como hemos mencionado, los debates alrededor del paradigma científico posmoderno no están plenamente salvados y menos aún definido cuáles serán los actores, dentro de un campo social que incluye a dominantes y dominados, que logren incorporar las críticas legitimas a la concepción estándar de la ciencia, conduciéndola hacia la nueva concepción epocal.
Si no puede pensarse más en la definición de verdades necesarias y universales, bien valdrá igualmente preguntarse por las consecuencias de un relativismo extendido, que incluso llegue a favorecer la imposición de un sentido de lo verdadero, útil y bueno, por parte de aquellos actores con los recursos, materiales y simbólicos, suficientes para lograrlo. Si el proyecto filosófico de la Modernidad fue un programa cultural orientado hacia el futuro, alumbrando la idea de progreso, el contrapunto postmoderno, más pesimista al respecto, corre el riesgo de devenir en nihilista y reaccionario.
Si la Postmodernidad descree de los grandes relatos de la Modernidad, de las grandilocuentes construcciones teóricas, cabe preguntarse por el papel que desempeñan en la actualidad los nuevos grandes discursos que, en forma de mandatos biopolíticos, llegando incluso a alcanzar, paradójicamente, el nivel de un credo, se promueven global y trasversalmente, en base a criterios de legitimidad científica. Del mismo modo, quedará abierto el interrogante sobre las implicancias que tendría la eventual conversión del Hombre de sujeto, a objeto en la estructura del conocimiento científico.
Como se intentó exponer, saber y teoría, discurso y verdad estarán envueltos en determinados contextos sociales, y particularmente siempre ligados a relaciones de poder. Continúa siendo legítima la concepción del vínculo entre ciencia, progreso y hasta emancipación social. No obstante, podemos aventurar, que de entre los variados requisitos, siempre sujetos a revisión histórica, que supone el conocimiento científico, hay uno que debiera permanecer inmutable: su carácter crítico y cuestionador.
Bibliografía
Boaventura de Sousa Santos, “Una Epistemología del Sur”, 2011
Bonilla, Daniel, “Geopolítica del Conocimiento y Decolonialidad: ¿Está el eurocentrismo puesto a prueba?, 2019
Bourdieu, Pierre “El Campo Científico”, 1994
De Benoist, Alain “Rebelión en la Aldea Global”, 2018
Kusch¸ Rodolfo “Geocultura del Hombre Americano”, 1976
Pardo, Rubén, “La Invención de la Ciencia: La creación de la cultura occidental a través del conocimiento científico”, 2012
The Economist – WWF “Un Despertar Ecológico, Midiendo la Conciencia Global, Compromiso y Acción por la Naturaleza.” 2021.
1 Lic. En Ciencia Política. Mg. En Estrategia y Geopolítica.
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