Por Diego Fusaro*
Si, como sabemos, el capitalismo se basa en una antropología “insociable” (Kant), basada en el distanciamiento del otro con respecto de cualquier vínculo que no sea el mero nexo del dinero (Carlyle), podemos afirmar con razón que el Coronavirus ha confirmado y reforzado esta tendencia: y lo ha hecho elevando el principio de “distanciamiento social” a una nueva norma organizativa de la sociedad, la de los átomos sometidos a encierro; quienes sólo son libres de adquirir bienes, además, en formas que siempre y únicamente benefician a los gigantes del comercio electrónico y a las multinacionales (que, por cierto, a diferencia de los artesanos y de las pequeñas empresas “autóctonas” o “rústicas”, no han sido sometidas a encierro).
Y con esto ya estamos en presencia de una segunda tendencia de la globalización, reforzada por Covid-19: aludo a la “masacre de clase”, como la denominé en Historia y conciencia del precariado. Esta tendencia es manejada únicamente por la élite globocrática, financiera y multinacional contra las clases trabajadoras y la clase media. Lejos de afectar a todos de la misma manera, como el orden del discurso se ha repetido a menudo, la pandemia revela una clara vocación clasista: en resumen, afecta a los débiles y refuerza a los fuertes.
Más precisamente, la pandemia tortura y azota a los trabajadores, a los asalariados con contratos atípicos y a las pequeñas empresas locales, a los artesanos y a la clase media. Y, en conjunto, permite a las multinacionales (si no a todas, a muchas), a los gigantes del comercio electrónico y a los potentados económicos sin fronteras intensificar la producción de plusvalía. De acuerdo con una tendencia que ya lleva mucho tiempo, la sociedad, ahora redefinida como sociedad sin contacto, asume cada vez más marcadamente una forma piramidal: en la parte superior, hay un puñado de banqueros cínicos, almirantes del comercio electrónico sin fronteras (y con la evasión fiscal legalizada, gracias a una fiscalidad que no supera el 3 %), y gigantes multinacionales deslocalizados y deslocalizadores; en la parte inferior, encontramos una vasta base de nuevos pobres, una nueva multitud rebautizada y precaria (en el trabajo como en la existencia), resultado de la destrucción clasista -porque está dirigida por la clase mundial hegemónica- de la clase media y de la clase obrera. A este respecto, la pandemia ha acentuado y acelerado la destrucción de la clase media y la re-plebeyización de las clases trabajadoras.
Y el lema “la normalidad era el problema”, que ha sido repetido muchas veces durante la crisis por muchos de los progresistas liberales, parece haber sido acuñado directamente por algunos empresarios, que comprendieron lo mucho más ventajosa que era la nueva condición que se había producido gracias a la emergencia.
El hecho de que se repita a menudo, con ciega insensatez, incluso por las brigadas de la izquierda fucsia es sólo una prueba de lo que hemos estado diciendo durante mucho tiempo: lo que la derecha del Dinero financiero quiere en nombre de su propio beneficio, es lo mismo que lo de la Izquierda libertaria del traje beatífico y festivo. No hay que olvidar otra tendencia, que también es decisiva y que durante mucho tiempo ha sido coesencial para los procesos de producción de plusvalía capitalista: la sociedad tiende a moverse on line y las relaciones se digitalizan. El mundo real se convierte en un cuento de hadas y la sociedad humana se deshumaniza a sí misma tomando la forma de la nueva “sociedad sin contacto”: una sociedad alienada en cada átomo de ella, donde el trabajo se convierte en trabajo inteligente desde casa y la enseñanza se pervierte en el aprendizaje electrónico. En otras palabras, la sociedad humana de relaciones entre los vivos se desmorona en el atomismo de la soledad conectada a Internet: la comunidad real es expulsada por la comunidad no comunitaria de mónadas digitales, conectadas abstractamente al mundo entero, pero concretamente solas frente a su terminal.
El capital, de esta manera, tiene garantizada una doble victoria: a) borra el espacio entre “tiempo de vida” y “tiempo de trabajo”, permitiendo a este último colonizar el primero (la empresa se injerta en el corazón mismo del oikos); b) neutraliza a priori toda posible protesta concreta, todo “movimiento real” (Marx) que pueda organizarse como una subjetividad revolucionaria autoconsciente -y, por esta misma razón, en la plaza y no en línea, y luchar por derrocar el orden dominante. Además, el Coronavirus ha reforzado las tendencias neoliberales, ya de por sí desenfrenadas, reforzando de forma inconmensurable lo que se ha definido con razón como “capitalismo de vigilancia” (Shoshana Zuboff): la aparición del virus ha hecho posible, gracias a su utilización en clave neoliberal, el establecimiento de una racionalidad política que ha introducido toda una serie de medidas que violan abiertamente la privacidad y controlan panópticamente a los ciudadanos. Los drones en el cielo y las aplicaciones de rastreo en los teléfonos móviles son sus máximos exponentes y, además, no son los únicos.
Por último, es evidente cómo la emergencia del Coronavirus – y éste es un tema en el que no nos cansaremos de insistir – ha reforzado (no sólo en Italia, obviamente) el dominio de la clase hegemónica a través de una reorganización vertical-autoritaria de la relación de fuerza. Como se ha recordado a menudo, el poder ejecutivo ha dejado de lado al legislativo (piénsese, por ejemplo, en los “Decretos del Presidente del Consejo de Ministros”), se han suspendido algunos principios de la Constitución en nombre de la emergencia pandémica y se han congelado algunas libertades fundamentales, siempre en nombre del peligro relacionado con la difusión de los contagios. El “derecho a la salud”, transformado en “deber de salud”, se ha fijado como prioridad, subordinando ante él cualquier otro derecho y la idea misma de la libertad individual. Esto, con la tranquilidad de algunas narraciones ampliamente comentadas, no dio lugar a una gestión “justa y solidaria” de la situación, quizás incluso con matices socialistas: una vez más, según otra tendencia propia del liberalismo imperante, hemos asistido a que el Estado que gobierna -para retomar la distinción de Foucault- no es “el” mercado, sino “para el mercado”.
Y, por supuesto, para sus agentes, de los que ya hemos hablado antes. Esto surge claramente si consideramos la “ruina” general de las empresas y los trabajadores, la clase media y la clase obrera: un millón más de pobres [solo en Italia], según las estadísticas. Y esto frente al hecho de que los gigantes del capital se han fortalecido, por otro lado, aumentando sus ingresos (este es, entre otros, el caso de Amazon). Con Gramsci explicamos esta dirección autoritaria-verticalista del capitalismo como la reorganización de un modo de producción que tiene pleno dominio pero un consenso menguante y que, por lo tanto, al igual que el fascismo sobre el que Gramsci escribió desde la cárcel, debe recurrir al autoritarismo y al “impedimento mecánico”, o incluso a la “prohibición de asociación”.
Como prueba de este punto de inflexión autoritario, consideremos los grupos de trabajo y, en particular, el de la “reanudación económica” del país. Se examinan las formas y el contenido. En cuanto a los métodos, se trata de grupos no elegidos, sino directamente impuestos desde arriba: y esto siempre en nombre de esa emergencia que -también en esto radica su razonamiento gubernamental- impone opciones inmediatas, sin la peligrosa pérdida de tiempo del parlamento y del voto democrático. La emergencia es una de las formas más efectivas de suspender los procedimientos democráticos de facto, pero permitiéndoles sobrevivir de jure.
Una cosa es cierta: tras el sobrio nombre de los “técnicos” supuestamente neutrales de la fuerza de choque, se esconde, evidentemente, un núcleo de acción de la clase dominante, que, con toda probabilidad, pasará de contrabando como “interés nacional” y “reinicio del país” el conocido programa de privatizaciones y liberalizaciones. En resumen, el virus, desde su desafortunada aparición, ha sido “reclutado” por el polo dominante en su despiadada “guerra de clases desde arriba” (Gallino): y, de hecho, ha demostrado ser un valioso aliado.
Traducción: Carlos X. Blanco y Kontrainfo.com
*Diego Fusaro es un intelectual y filósofo de origen italiano.