Brexit: El Reino Unido se reencuentra con sus fantasmas – Por Ariel Umpièrrez

Por Ariel Umpièrrez

Quizás si nuestra tatarabuela lejana (*) Caterina Maria hubiera sido menos desconfiada y acogedora con aquélla bella jovencita indefensa y encantadora que la vida le había puesto como nuera, el destino de Gran Bretaña hoy podría ser diferente. La pequeña escocesa y católica Mary Stuart estaba en la Corte francesa predestinada a casarse en 1558 con el joven François II hijo del fallecido rey Francois I de Francia y de Caterina Maria de’ Medici. En ese momento todas las cartas francesas estaban jugadas para consolidar el control católico francés de la Corona Inglesa y Escocesa.

Pero nuestra abuela se dejó ganar por sus pasiones humanas y fue dura, hasta cruel, con aquélla jovencita que muy pronto enviudara una fría noche de 1560 de su joven marido quedándose huérfana de protección en aquel nido de víboras que eran las cortes anglo/escocesa; y la francesa también.

Entonces la Corona Inglesa se alejó definitivamente de la Corte francesa. Lo que hubiera cambiado la historia hubiera sido que su suegra entendiera que esa inocente jovencita era la llave que abría la puerta al reino de Inglaterra.

Se dice que las mujeres italianas pueden ser muy duras y aveces sus prejuicios les nubla el juicio llevándolas a cometer errores garrafales.

Pero lo que más llama la atención es que, más allá de sus pasiones, Caterina Maria haya cometido tremendo error histórico siendo que era una de’ Medici, proveniente de la familia que inventara las intrigas palaciegas modernas.

Pero en cambio quien sí tuvo una visión estratégica para darle al Reino Unido de Gran Bretaña la fisonomía que aún tiene fue Oliver Cromwell quien después de cortarle la cabeza al Rey de Inglaterra en 1649 cruzó el mar para ir a convencer al Rabino Menasseh Ben Israel patriarca de la poderosa comunidad judía de Amsterdam para que en 1655 solicitara al Parlamento inglés el permiso de regreso de los judíos a Inglaterra. De esa iniciativa surgiría la aún hoy poderosa City de Londres y una aristocracia británica en cuyas venas corre sangre judía en más de un 50%.

Entre el año 980 y el 1850 la germánica Inglaterra invadió y sometió violentamente a sus vecinos celtas: Gales, Escocia e Irlanda a quienes nunca dejó de considerar inferiores y dignos de ser sometidos. Para aplacar veleidades independentistas la anglicana y milenarista élite inglesa convenció a los grandes señores de sus provincias vasallas de que juntos estaban llamados a dominar el Mundo.

La idea de un Imperio mundial se fue gestando lentamente y se aceleró cuando la masonería inglesa se ordenó y actualizó a partir de 1717 e Inglaterra decidió convertirse en una potencia marítima con el financiamiento de la City.

Desde entonces todos los ingredientes estaban reunidos para que el Reino Unido de Gran Bretaña se constituyera en el gran Imperio que duraría hasta la Segunda Guerra mundial.

Pero más allá de sus éxitos y derrotas mundiales de lo que la elitista aristocracia inglesa estaba segura era de su retaguardia : la Gran Bretaña (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda).

Hasta que en plena época de expansión en el siglo XIX el espíritu rebelde de unos republicanos católicos llevó a que en 1920 Irlanda lograra su independencia del yugo inglés.

Eran tantas las cosas que separaban a los irlandeses de sus antiguos amos ingleses que más tarde la joven República de Irlanda se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial y la mayoría de su población y de su gobierno simpatizaban con la Alemania de Hitler.

In extremis, Londres logró imponer que la Provincia del Norte de la isla de Irlanda quedara sujeta a Inglaterra. Esa pequeña porción de la isla de Irlanda había sido poblada por escoceses protestantes trasplantados deliberadamente por Inglaterra para acentuar contradicciones y enfrentamientos dando lugar a que actualmente la población se divide 50-50 entre protestantes y católicos.

Una frontera de 500 km separó desde entonces al pueblo irlandés. Casi 30 años de guerra civil entre 1967 y 1989 con casi 4 mil muertos y cientos de heridos dejaron una Irlanda del Norte destrozada y partida en dos como aún hoy se puede ver por los barrios de Belfast.

Todas esas heridas que empezaron a cerrarse con los Acuerdos de Paz del Viernes Santo de 1989 ahora peligran con volverse a abrir debido al Brexit ya que Irlanda el Norte, Escocia y la City de Londres votaron a favor de permanecer en la Union Europea en el plebiscito de 2016, mientras que Inglaterra y Gales por salirse.

Saliéndose de Europa las élites inglesas buscaban “proteger” a sus provincias vasallas (Irlanda y Escocia) de las influencias disolventes e identitarias que emanan de Bruselas y de las grandes capitales europeas.

El resultado obtenido podría ser el inverso al esperado acelerando un proceso de fragmentación interna del Reino Unido.

Los unionistas nor-irlandeses acusan al Gobierno británico de haberlos traicionado lo cual ya le costó el puesto a la Primer Ministra Arlene Foster y los diputados unionistas sumados a los Tories más conservadores amenazan con debilitar el Gobierno de Londres. Y los grupos armados paramilitares anunciaron que retiran su apoyo all Acuerdo de Paz de 1998. Ya hay quienes vuelven a hablar de una no tan lejana unificación entre las dos irlandas aunque el Primer Ministro de la República de Irlanda Micheal Martin siga repitiendo que no está en sus planes ninguna propuesta de ese tipo.

Y la Primera Ministra escocesa acusa a Londres de haberse tomado atribuciones que atentan contra los intereses de esa provincia al obligarla a salirse de la Union Europea siendo que su población votó mayoritariamente (62%) a favor de permanecer. Esto ha despertado el miedo de que Escocia pueda querer replantearse el resultado del plebiscito del 2014 en el que su población ratificó su voluntad de seguir perteneciendo a Gran Bretaña.

Tanto tire y afloje le costó el cargo a la bailarina de danzas africanas y Primera Ministra Theresa May.

Mientras tanto una Francia obstinada en cobrarle caro su salida de la Union Europea le exige a Gran Bretaña   mantener a Irlanda del Norte dentro de la Union Aduanera y el Mercado Común Europeo bajo un “estatuto especial” para evitar poner una frontera aduanera entre las dos Irlandas.

Entonces el Negociador Europeo (francés) propuso una solución tan absurda como salomónica: la Aduana sera en el Mar de Irlanda al ingreso de los puertos irlandeses estableciendo una frontera aduanera dentro del propio territorio británico.

“Inaceptable” gritan los unionistas pro británicos de Belfast. Y así empezaron los disturbios violentos en las calles de Belfast que asustan a Europa y a norteamericanos que ven renacer conflictos en el corazón mismo de su gran socio británico.

Ante el temor que crea en la élite británica una posible ola de violencia en el Ulster y eventuales pretensiones emancipadoras en Escocia, el Gobierno inglés vuelve a usar su vieja estrategia de correr hacia adelante proponiendo una “Gran Bretaña Global” dispuesta a participar más activamente de los grandes conflictos mundiales junto a su socio norteamericano.

Por eso Boris Johnson anunció un monumental plan de inversiones en las capacidades militares y atómicas para los próximos 5 años. El grueso de esas inversiones irá a aumentar en 40% la cantidad de cabezas nucleares y a armas ofensivas especialmente a una nueva generación de submarinos y a aviones de combate. También se reacondicionarán algunas de las 150 bases militares que Gran Bretaña tiene distribuidas por el mundo especialmente en el Atlántico Sur.

Probablemente ante tal escenario los que ahora deban empezar a preocuparse sean los gobiernos lindantes al Atlántico Sur (Argentina), Sudáfrica y sin dudas China y Rusia que, en consonancia con las obsesiones norteamericanas, pretendan escalar conflictos con los cuales apaciguar tensiones internas.

Porque ambas potencias siguen estando motivadas por inclinaciones mesiánicas y milenaristas que heredaron de un protestantismo bíblico que tomó fuerza cuando nuestra tatarabuela lejana Caterina Maria no pudo dominar sus pasiones hacia aquella hermosa niña que a mediados del siglo XVI le hubiera abierto las puertas a un reino católico de Inglaterra.

Lo que excusa a nuestra tatarabuela es que en esos años ella estaba ocupada en erradicar protestantes del reino de Francia en plena “guerra de religión”.


(*) Ari Umpièrre de’ Medici, padre de Maria Caterina Umpièrre de’ Medici, nacida en Versailles cerca del mismo castillo de Rambouillet donde muriera su lejano tatarabuelo Francisco I, 450 años antes.

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