“Autodeterminación de género”: La última estación en una estrategia de disolución antropológica. Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada*

Andan las feministas a la greña por una proyectada Ley de Sopicaldo Penevulvar que pretende consagrar una «autodeterminación de género». Pero a estos inevitables avatares de la torre de Babel no se les debe hacer caso alguno, sino como prefiguraciones del caos final al que conduce infaliblemente la religión del endiosamiento humano. El feminismo disoció la realidad biológica del «género» y, después de meter la zorra en el gallinero, terminará autodestruyéndose (aunque no sin destruir antes a varias generaciones de mujeres y de hombres). Así que a sus querellas internas debemos dedicarles los versos de aquella letrilla de Quevedo: «Que enmiende a naturaleza / en sus locuras protervo; / que amanezca negro cuervo, / durmiendo blanca paloma, / con su pan se lo coma».

Esto de que una persona amanezca negro cuervo durmiendo blanca paloma, o viceversa, porque así lo desea su voluntad, es la consecuencia inevitable del concepto de libertad hegeliana, que todas (absolutamente todas) las ideologías modernas han entronizado. La libertad fue definida por Aristóteles como la capacidad humana para obrar con discernimiento moral dentro del orden del ser. Pero Hegel proclamó en su «Fenomenología del Espíritu» una «libertad absoluta» para la cual «el mundo es simplemente su voluntad». Así, la voluntad humana se convierte en praxis en estado puro, sin límite exterior alguno, sin otra ley que la infinita «libertad del querer». Y esta «libertad del querer» permite al hombre autoafirmarse, autodefinirse, construir su biografía sin más límites que su propia voluntad, permitiéndole incluso destruir su familia y asesinar a sus hijos. El sopicaldo penevulvar no es más que la última estación en una estrategia de disolución antropológica. Y en toda ella subyace el odio al ser humano como realidad dada (como «datum»), un odio teológico que se concreta en la creación de un nuevo hombre construido al modo de un mecano, conforme lo dicta el deseo.

Y la Ley de Sopicaldo Penevulvar no es sino la consecuencia lógica de ese odio al orden del ser, al «datum» biológico, a la realidad de la Creación, sirviéndose de lo más animal que anida en el ser humano: sus pulsiones sexuales, que primero azuza hasta enfangar de fantasías aberrantes, para después exaltar a la categoría «sensible» (por eso, para justificar la realización de estas fantasías, dicen los negros cuervos que «se sienten» blanca paloma). Naturalmente, todo ello no es más que un berrinche de idiotas que piensan que sus nominalismos desquiciados pueden matar a Dios. Y, como no pueden matarlo, se dedican a matar la noción de ser humano, diluyendo los límites de la propia especie (de ahí que reconozcan «derechos» a los animales), favoreciendo el pansexualismo e imponiendo la idea de una humanidad líquida, amorfa y prometeica, con la excusa de su endiosamiento. Es, en fin, la religión última, tal como nos ha sido profetizada.

*Juan Manuel de Prada es escritor, crítico literario y articulista español.