Atropellos, prisión, tortura y desapariciones – ejercicios indebidos de los instrumentos del Estado.

Alex Ibarra Peña *

La liberación de los pueblos debe ser pensada partiendo del derecho superior a la vida digna de toda persona. El tema se enreda y se extravía en los vericuetos del debate jurídico. Debemos anteponer la ética del compromiso con los más desprotegidos.

Para ningún chileno estas graves faltas a los derechos humanos son un misterio, si no fuéramos un país tan clasista y racista, tendríamos que ser miles los ciudadanos movilizados en contra del Estado. Ya sabemos que la transición fue una farsa y que la dictadura de Pinochet no fue superada por funcionarios que traicionaron el voto popular, de ahí la desconfianza que le tenemos al poder. La cuestión política más radical hoy no se juega en las urnas que habilitan y autorizan al poder del Estado, sino que se juega en los territorios que reclaman su autodeterminación.

Si bien los movimientos sociales que han asumido estas luchas son variados y de distintos intereses podemos encontrar en ellos rasgos de familiaridad. Sin duda la vanguardia en esta forma de hacer la política la lleva el pueblo Mapuche, de ahí que los organismos del Estado atenten con brutalidad sobre esta forma de resistencia que se ha convertido en un referente de organización alternativa al capitalismo salvaje. La intelectualidad chilena, atrapada en sus valoraciones clasistas y racistas, es reproducida por sus más altas instituciones de formación educativa que no se han permitido abrirse a las demandas populares. El Estado y sus instituciones han sido una terrible negación a las exigencias de nuestro pueblo originario que mejor se ha organizado como organización política en la larga transición.

Sin embargo, si bien hay un contexto general de negación al reconocimiento de la importancia política de la resistencia del pueblo Mapuche, no se puede comprender ni aceptar la violación a los derechos humanos. En esto hay un piso humano básico, por muy diferentes que sean nuestras concepciones políticas. Nuestra conciencia está manchada cuando no somos capaces de oponernos a la violación del derecho a la vida digna. Lo terrible de la globalización del capitalismo salvaje está en que el individuo queda encapsulado en una pérdida de compasión con la víctima. Esto es una anomalía del sentido de lo humano.

Dicho problema no es propio de nuestro país, donde los hechos son evidentes. Los países de nuestra región viven en una permanente violación que frena la consecución de un “buen vivir” tan propio de nuestros pueblos originarios. El capitalismo salvaje impuesto desde la colonización, al cual los políticos elegidos por voto popular, no han sabido levantar alternativas distintas colocándose siempre al servicio del dinero adoptando apenas medidas populistas, atrapados en el discurso de que hay que ganar en las urnas, engañándonos cada vez, no sólo favoreciendo al capital en sus legislaciones, sino que también farreándose el patrimonio político de un pueblo crédulo. Hay que decirlo, hemos sido engañados por la clase política, pero hemos sido más irresponsables al caer en el escepticismo o en el relativismo político, ambas cuestiones son consecuencias del mismo engaño.

Pienso que habría que considerar los modos de hacer política alternativos al engaño de que los partidos políticos son la vía de mejor democracia. Esto no ha sido así y no creo que lo sea en un contexto en que el capitalismo salvaje no recibe fisuras radicales. En esto, insisto que la organización política del pueblo Mapuche representa un paradigma, incluso me atrevo a afirmar más, los pueblos originarios contienen un potencial político insuperable por los partidos políticos duopólicos, con esto téngase en cuenta Chiapas, y –aunque con todos los resguardos que nos aconsejan varios intelectuales bolivianos- la constitución de la plurinación boliviana.

La fisura al colonialismo y con esto al capitalismo salvaje exige un freno al régimen de explotación de los recursos naturales. No todo tiene precio de mercado, hay cuestiones urgentes que deben ser defendidas, tales como, el agua, la tierra, la educación, la salud, la vivienda, el trabajo, etc. Sobre esto sabemos demasiado, pero no hemos sido lo suficientemente valientes en apoyar la defensa a las cuestiones fundamentales que son violadas por los capitalistas. No podemos seguir haciéndonos los lesos que las mayores represiones llevadas a cabo por las instituciones militarizadas que defienden al capital son cuando se ven evidenciados estos reclamos. Cuando los vecinos argentinos reclaman justicia por Santiago Maldonado no pueden tener la ceguera de que la defensa es en torno a la usurpación de territorios y a la represión que se pretende instalar en los lugares donde se está presentando un modelo alternativo a la intacta organización económica que supera a los partidos políticos tradicionales. Los chilenos no podemos permanecer impávidos frente a las injusticias que sufren los perseguidos del pueblo Mapuche víctimas del terrorismo de Estado a favor de los dueños del capital.

* Alex Ibarra Peña (1974) – Estudió de filosofía y teología en las Universidades Católica del Maule, Pontificia Universidad Católica de Chile, Universidad de Chile; cursa el Doctorado en Estudios Americanos en el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile; es docente en la Universidad Santo Tomás, Universidad Andrés Bello y Universidad de Talca; Miembro del  Colectivo de Pensamiento Crítico “palabra encapuchada”.

Fuente: www.lemondediplomatique.cl – octubre 2017

 

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