Aniversario del fin de una guerra atroz. Parte II – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

«No hay que fijarse solo en cómo un medio de comunicación cuenta algo, sino también en aquello que no cuenta»
Olga Rodríguez Francisco – Escritora, periodista, investigadora.

Parte segunda

«El comienzo del conflicto se suele situar en el 1 de septiembre de 1939, con la invasión alemana a Polonia, el primer paso bélico de Alemania en su pretensión de fundar un gran imperio en Europa. Esto produjo la inmediata declaración de guerra de Francia y la mayor parte de los países del Imperio Británico al Tercer Reich. Desde finales de 1939 hasta inicios de 1941, merced a una serie de brillantes y certeras campañas militares y la firma de tratados, Alemania conquistó o sometió gran parte de la Europa continental».

Alexander Cockburn, periodista político y escritor irlandés, calificó el Día-D como un “acto secundario” y explicó que en la II Guerra Mundial: Las batallas decisivas de las tropas alemanas en el frente oriental fueron los episodios que tuvieron lugar con Moscú, definitivos en Stalingrado. El esfuerzo defensivo soviético había frustrado la estrategia de Hitler de tomar la ciudad de Moscú, capital de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), su ciudad más grande, que era considerada el primer objetivo militar y político de las fuerzas del eje para la invasión de la Unión Soviética; la derrota significó un quiebre del poderío del más grande ejército conocido hasta entonces. Describe Cockburn:

«La derrota se fue produciendo en una escalada que comenzó en Moscú entre el 2-10- 1941 y el 7-1-1942. Se consolidaría en Stalingrado entre el 23-8-1942 al 2-2-1943. Luego, un año antes del Día-D, en la batalla de Kursk (julio-agosto de 1943), las tropas rusas aniquilaron a 100 divisiones alemanas. Los generales de Hitler sabían que habían perdido la guerra, y su tarea era mantener el punto de encuentro entre el avance ruso y los ejércitos occidentales lo más lejos posible hacia el este».

Michael Zezima, autor de 12 libros, conferencista en el MIT y de la Universidad de Yale, a quien el prestigioso historiador rebelde, Howard Zinn, llamó el “audaz provocador”, escribió una larga investigación que tituló El Día- con D de Desinformación  (7-6-2004). En ese trabajo sostiene que:

«Franklin Delano Roosevelt, el líder de las fuerzas aliadas en nombre del combate contra los campos de prisión alemanes se convirtió en el arquitecto de los campos de prisión estadounidenses. Además, antes, durante y después de esa Guerra, la clase empresarial estadounidense comerció con el gobierno nazi. Entre las corporaciones de EE.UU. que invirtieron en apoyo de las tropas nazis se encontraron: Ford, General Electric, Standard Oil, Texaco, ITT, IBM, y GM (su máximo ejecutivo, William Knudsen, calificó a la Alemania nazi de “el milagro del siglo XX”».

No puede dejar de sorprender semejante denuncia que implica un cinismo político que no titubeaba de hacer negocios mientras miles de vidas se perdían en los campos de batalla. Continúa:

«Para muchas compañías de EE UU las operaciones en Alemania continuaron durante la guerra con abierto apoyo del gobierno. Por ejemplo, los pilotos estadounidenses recibieron instrucciones de no atacar fábricas en Alemania de propiedad de compañías estadounidenses. Los negocios con la Alemania de Hitler o con la Italia de Mussolini resultaron ser muy atractivos para los capitanes capitalistas de la industria».

Lo que se va conociendo de las nuevas investigaciones se parece bastante a una película de terror. Por lo tanto, se torna evidente la necesidad de correr ese nefasto e interesado velo que ocultó hasta ahora la verdad sobre la más sangrienta historia de guerra. Se deben confrontar las numerosas verdades incómodas sobre la II Guerra Mundial sin dejarse desviar por los trucos de los lobistas públicos y de la propaganda utilizados por los estados corporativos occidentales. Ellos transformaron un conflicto entre poderosos intereses capitalistas presentados como una cruzada santa por la democracia.

En 1941, un pacifista estadounidense, Abraham Muste (1885-1967), activista contra la guerra y líder de los movimientos laborales y de los derechos civiles, cuya integridad moral personal le ganó un muy grande respeto universal, declaró:

«El problema después de la guerra es el vencedor. Piensa que acaba de demostrar que la guerra y la violencia son útiles. ¿Quién le va a dar una lección? Esa lección que solicitaba está comenzando a aparecer, pero es muy improbable que se publique como parte de la Historia oficial. No se dirá, por ejemplo que «Hitler perdió el 90 % de sus soldados en el frente ruso. Que por cada soldado muerto de EE.UU., hubo 53 bajas de los soviéticos».

Como cantaba Bob Marley: «Emancipaos de la esclavitud mental, nadie que no seamos nosotros mismos podrá liberar nuestras mentes».

El 22 de junio de 1941, Alemania invadió la Unión Soviética. Hitler estaba convencido de la debilidad del Estado soviético a quien consideraba como un gigante con los pies de barro, creía que el pueblo soviético se volvería contra Stalin, y la invasión concluiría en pocos meses. Un día antes de la invasión, tres millones de soldados alemanes esperaban el inicio de la mayor operación militar conocida hasta hoy. Seis meses después era evidente que lo que el Alto Mando Alemán había planeado no se había conseguido y la ofensiva había llegado a un punto muerto.

El 23 de agosto Stalingrado recibió su primer bombardeo en el que murieron no menos de 5.000 personas ese día. En esa semana morirían 40.000 de los 600.000 habitantes de la ciudad. Para octubre, Hitler y sus comandantes cayeron en la cuenta de que no podrían tomar la ciudad en otoño. El invierno se aproximaba, por lo tanto se hicieron todos los arreglos para pasar allí el más crudo de los inviernos recordando los terribles inviernos rusos. Finalmente, el 31 de enero de 1942 el Mariscal Friedrich Paulus se rendía con cerca de 90.000 soldados, los restos de un ejército de 250.000 hombres. Se convirtió en el primer mariscal que capitulara en la historia alemana.

Los soviéticos habían sufrido dos millones de muertos civiles y más de 1.000.000 de bajas militares. Mientras el mundo entero y sobre todo el pueblo ruso y las tropas soviéticas luchaban encarnizadamente, una amplia parte de la cúpula bancaria estadounidense hacía millonarios negociados con los dirigentes nazis. Una historia increíble que pinta con claridad todo lo que se ocultó.

Vladímir Simonov, comentarista político y analista internacional, publicó el 3-5-2005 un artículo que tituló Los sucios negocios de banqueros estadounidenses y dirigentes nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Escribió este relato:

«Albert Kotzebue, era teniente en 1945 del Primer Ejército de EEUU. El 25 de abril de 1945, en los días finales de la Segunda Guerra Mundial, un pelotón de las tropas estadounidenses, al mando de este teniente, se encontró con tropas soviéticas en las orillas del río Elba. Era el primer encuentro de las tropas aliadas. Cuando yo lo conocí en Chicago, en los años 80, era un coronel retirado al que le quedaban dos años de vida solamente. Pero entonces sólo Dios lo sabía. Fallecería sin saber que el periodista Charles Higham, periodista del The New York Times, y conocido historiador estadounidense, escribió un libro que tituló: Transacciones concertadas con el adversario, llevaba como subtítulo: El «Desenmascaramiento del complot monetario nazi-estadounidense de 1939-1949», en sus páginas denunciaba la cooperación que mantenían con Hitler durante la guerra empresas estadounidenses, tales como: «Standar Oil of New Jersey», «Chase Manhattan Bank», «Texas Company», «International Telephone and Telegraph Corporation», «Ford», «Sterling Products» y otros muchos. Cuando los soldados de los Ejércitos aliados avanzaban hacia el Elba, contra ellos a menudo abrían fuego en vuelo rasante aviones de la Luftwaffe, provistos de motores que se fabricaban en cadena en las empresas «Ford» ubicadas en la Europa ocupada.

 

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