El desafío que comenté el de pensar “una política exterior argentina para un gobierno nacional y popular” me hizo pensar en el reciente libro de Diana Ávila y Ignacio Politzer (América Latina. El camino a la emancipación permanente. Editorial Autores de Argentina, 2018).
No porque allí se plantee una estrategia. Es un resumen del proceso de la Independencia, y de sus luchas posteriores, de todos nuestros países. Y de EE.UU. Nos recuerda que debemos aprender de los logros y fracasos anteriores. Además, que la historia es también -siempre lo ha sido- la construcción de un relato inspirador para distintos proyectos políticos. Historiadores tan distintos como Macaulay, Mitre y Pepe Rosa lo tenían claro.
Otro aspecto interesante de este esfuerzo es que se escribe mucho de historia. Nuevamente es un tema de moda. Hasta en la revista Viva de los domingos en Clarín, Felipe Pigna escribe viñetas moderadamente “nac&pop”. Pero… hay pocos libros nuevos que traten de dar un cuadro completo. Uno recuerda con respeto a Jorge Abelardo Ramos, cuyos libros son a la vez una versión completa de la Historia Latinoamericana, un panfleto político y una maravillosa obra literaria.
Bueno, los dejo con el prólogo que escribió Eduardo Rinesi, filósofo, politólogo y educador, que fue Rector de la Universidad de General Sarmiento. Es un poco largo, pero se supone que los sábados hay tiempo para leer. Y resulta interesante que un pensador vinculado a la experiencia kirchnerista se pregunte “si el espíritu “jacobino”, entendido como la vocación por transformar las cosas, el mundo y la historia “desde arriba”: desde la cima del aparato del Estado o de un conjunto de Estados gobernados por líderes particularmente decididos y entusiastas, (se refiere a las experiencias nacional populistas de este siglo) … no está en la base de sus propios límites y de su escasa capacidad para superar las propias circunstancias histórico-políticas que lo hicieron posible y lo avivaron!”. Es una buena pregunta.
“La historia latinoamericana encuentra en el problema de la “independencia” (de los procesos que condujeron a la emancipación política de nuestras naciones respecto de sus centros metropolitanos) uno de sus capítulos de mayor importancia e interés. El ciclo de las gestas independentistas que se inicia con la potentísima experiencia de la revolución haitiana y cubre las tres primeras décadas del siglo XIX, y también las menos numerosas pero no menos interesantes evoluciones que condujeron al quiebre de los lazos de subordinación política con países coloniales de los que algunos de nuestros pueblos sólo terminaron de desvincularse a comienzos del siguiente, constituyen, en efecto, una parte fundamental de nuestra historia, sobre la que no sin razón vuelve machacona y orgullosa la narrativa oficial sobre la que descansa la legitimidad de nuestros estados soberanos.
Al mismo tiempo, sin embargo, hay que apuntar que uno de los fenómenos sobre los que de manera más original y emblemática dirigieron su mirada las mejores expresiones de las ciencias sociales de nuestros países hace ahora un medio siglo fue (y es, desde luego) el fenómeno de lo que se llamó la dependencia estructural de nuestras sociedades –incluso si políticamente “independientes”– respecto a los grandes centros imperiales del planeta. Uso con toda intención esta expresión, “imperiales”, para traer a colación el texto clásico sobre la cuestión del imperialismo en el que Lenin introducía muy tempranamente, antes de los desarrollos de la sociología latinoamericana de los 60 y los 70, y en un contexto teórico ciertamente muy distinto, esta noción fundamental de la “dependencia” de unos países, de unos pueblos, de unas economías, respecto a otros.
¿Y entonces? Entonces, que tiene todo el sentido la expresión, que Ignacio Politzer y Diana Ávila utilizan en la “Introducción” de este trabajo, de una independencia siempre “inconclusa” y siempre en proceso. De una independencia que no se completó de una vez y para siempre con los procesos de separación de nuestros países de los viejos imperios coloniales y de formación de los estados que hoy tenemos, sino que sigue siendo –leemos aquí– “una expresión de deseo”, una búsqueda incesante, un camino permanente. En el proceso de recorrer lúcidamente ese camino, es particularmente productivo el recurso a la historia, a su análisis crítico y a la vuelta sobre las experiencias independentistas del pasado, como se intenta en las páginas de este libro. Y en especial es útil estar atentos a aquellos hitos, en el curso de esa historia, en los que nuestros gobiernos y a veces nuestros pueblos estuvieron más calurosamente animados por el espíritu integracionista que animó sus mejores jornadas de lucha contra la dominación externa.
Entre esos hitos, los autores de este libro prestan especial atención al que representa el ensayo de integración regional latinoamericana llevado adelante en una parte importante de nuestro continente durante los tres primeros lustros de este siglo. Es necesario, por supuesto, seguir discutiendo este ensayo tan animoso y a todas luces tan insuficiente, incluso para preguntarnos si algo de su espíritu –digamos– “jacobino” (entendiendo por tal cosa, de una manera que quizás no sea inadecuada, la vocación por transformar las cosas, el mundo y la historia “desde arriba”: desde la cima del aparato del Estado o de un conjunto de Estados gobernados por líderes particularmente decididos y entusiastas) no está en la base de sus propios límites y de su escasa capacidad para superar las propias circunstancias histórico-políticas que lo hicieron posible y lo avivaron. Mientras tanto, sin embargo, no es posible dejar de reconocer que estas experiencias más recientes (en la que con toda razón se detienen con especial interés Ávila y Politzer) se cuentan sin duda entre las más significativas de las que se intentaron a lo largo de nuestra historia dos veces centenaria. En algún sitio Hugo Biaggini ha sugerido comparar por eso estas experiencias populistas avanzadas, de nuevas izquierdas gobernantes, o como quiera que se las quiera designar, con otras dos experiencias políticas anteriores: la ya mencionada de los procesos de emancipación e independencia, signados todos ellos por un fuerte impulso hacia la integración social, política y cultural de la región, y la que surge en los claustros universitarios cordobeses hace ahora un siglo casi exacto y no deja de hacer oír sus ecos en toda la región (especialmente en Perú, en México y en Cuba) hasta cuatro décadas más tarde.
Es claro que las circunstancias han cambiado hoy en toda América Latina, pero eso mismo vuelve más urgente y necesario que nunca el esfuerzo que promueven y ensayan aquí Politzer y Ávila de volver a pasarle “el cepillo a contrapelo” a la zigzagueante historia de nuestro continente. El modo en que aquí lo hacen los autores recoge por un lado la inspiración del género, últimamente muy recorrido entre nosotros, y que tiene acá notables y meritorios exponentes, de lo que suele llamarse la “divulgación histórica”, y por otro lado el resultado de la experiencia y de las enseñanzas de una activa militancia pedagógica en la formación de cuadros sociales, políticos y sindicales. Se trata pues, éste que va a leerse, de un texto de invitación al estudio y las lecturas (que cada capítulo indica generosamente), y al mismo tiempo de un trabajo militante. Esa combinación, aquí como en cualquier parte, no puede menos que alegrarnos y llenarnos de entusiasmo“.
Nota de opinión: El Blog de Abel, 3-2-18