Aborto: ¿quién es más medieval? – Razones de una opción por la vida – Por Mons. Víctor Manuel Fernández

Por Mons. Víctor Manuel Fernández*

La discusión pública sobre la legalización del aborto, desarrollada en los últimos años en nuestro país, permitió profundizar algunas cuestiones, pero también dejó prejuicios que necesitamos superar.

No pretendo con esta nota convencer a otros. Sólo espero mostrar algunas razones que sostienen una opción por la vida y que desmontan calificativos injustos como “atrasados” o “antiderechos”.

Algo más que arrancar una planta

La vida de cada ser humano está llamada a ser una misión, a dejar un mensaje, a producir algo nuevo en el mundo. Quienes han tenido en su familia una persona discapacitada saben bien que ella ha dejado una marca, más allá de sus límites. Si toda vida humana tiene una misión, esto no vale sólo para Gandhi, para Picasso o para Ana Frank, sino para cada ser humano que se va gestando lentamente en el seno de su madre. Ninguna vida humana es inútil, nadie es innecesario. Hay algo que todavía no se cumplió mientras esté ese niño gestándose. Por eso no es un tema menor que se interrumpa su misión en esta tierra, que se lo arranque antes de que esa misión sea cumplida.

El valor inmenso e inviolable de cada persona humana va más allá de toda circunstancia, y queda en pie por encima de cualquier contexto. Esa dignidad no es mayor o menor por las capacidades que posea, por su modo de vivir la sexualidad, por su lugar de nacimiento, por sus ideas o su ética, por su desarrollo mayor o menor, por la etapa en que se encuentre, si está en el cuarto mes o en el octavo. Esas son circunstancias que no alteran ni disminuyen esa dignidad, no tocan la esencia y el significado más hondo de su ser.

¿Quiénes son más medievales?

Por eso es llamativo que quienes defienden el valor de la vida humana desde la concepción sean tratados de medievales. En realidad ocurre lo contrario, porque en la Edad Media muchos teólogos hablaban de una “animación progresiva”, como si hubiera un valor incremental del no nacido a medida que se desarrolla. Pero en la modernidad vino la genética, que muestra que, más allá de su progresivo desarrollo, desde la concepción se tiene la misma secuencia de ADN que poseerá ese ser humano adulto. El embrión posee un ADN único y sus secuencias –aún con posibles variaciones– se mantendrán al nacer y durante toda su vida. Por esto el análisis genético de cada embrión permite conocer mucho sobre el futuro de la persona, y la ciencia puede leer la totalidad de la secuencia genética del ADN de un sujeto mucho antes de su nacimiento. ¿No es por esto que los diagnósticos prenatales son cada vez más certeros?

Por esta razón es difícil sostener en la modernidad el valor incremental de la vida, su mayor importancia en razón de su desarrollo: sostener que no vale lo mismo a los tres meses de gestación, a los siete meses o después de nacer. ¿Qué valor daríamos entonces a los ya nacidos que, de todos modos, tienen un desarrollo menor al resto? ¿No se introduce así una lógica perversa en el pensamiento social? De hecho, en varios países con aborto legal, más del 90% de los niños con Síndrome de Down son abortados luego de la realización de estudios prenatales.

La costumbre de establecer grados de distinto valor entre los seres humanos de acuerdo con sus características, capacidades o desarrollo, ya ha llevado a las peores aberraciones.

Se dice insistentemente que esto es una cuestión de fe que no se puede imponer a los no creyentes. ¿La defensa de la vida viene de prejuicios católicos o cristianos? Sería poco serio decir algo así, porque entre los contrarios al aborto podemos mencionar ateos como Nat Hentoff, agnósticos como Tabaré Vázquez, budistas como el Dalai Lama, hinduistas como Mahatma Gandhi, feministas protestantes como Sarah F. Norton o Alice Paul, y también católicas como la Madre Teresa de Calcuta.

Algunos dicen que en Argentina hay una democracia, no una teocracia. Pero las verdaderas presiones no son del Vaticano, sino de los poderes internacionales que hace décadas están avanzando en la colonización cultural de los países pobres para reducir la natalidad a cualquier precio. No estoy imaginando conspiraciones fantasiosas, porque es información constatable. Basta mirar lo que exige el Banco Mundial para determinados préstamos, ya que los condiciona al cumplimiento de ciertas exigencias sobre “salud reproductiva”.

¿Negación de derechos?

Para quien defiende la vida, no por fanatismo religioso sino por verdadera convicción humanista, se trata precisamente de una defensa hasta el fondo de los grandes derechos humanos. La pregunta es: ¿podremos defender con tanta radicalidad los derechos humanos que no se los neguemos tampoco a los más pequeños, frágiles y menos desarrollados? ¿Podrá ser tan inclusiva nuestra defensa del valor del ser humano, hasta el punto de que no dejemos resquicios para que algunos sean dejados fuera?

La sola sospecha de que un embrión es un ser humano bastaría para que deba ser defendido, aunque esté en una etapa de desarrollo. De hecho, la Convención sobre los derechos del niño entiende por niño “todo ser humano desde el momento de la concepción”.

En cuanto a derechos humanos, se dice que es mejor cubrir de más antes que caer en el riesgo de dejar desamparado a cualquier miembro de nuestra sociedad. Cuando el Papa Francisco en Fratelli tutti se alza en defensa de los más frágiles que no tienen voz en la sociedad, en ese mismo paquete incluye la defensa del niño por nacer. Años atrás dijo que no hay real defensa de los débiles de la sociedad “si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”.

¿Tontos que no entienden?

Algunos políticos ningunean la postura pro vida diciendo: “Quien no esté de acuerdo simplemente que no aborte, y ya está”. Pero si fuera algo tan obvio, las personas pro vida serían muy tontas como para no verlo. Para llevar al extremo esta simplificación llegan a decir: “¿Qué les preocupa tanto? Lo importante es que no se va a obligar a nadie a abortar”. Es una aclaración muy extraña. ¿A alguien se le ocurrió pensar semejante posibilidad? ¿Estaba en la mesa la opción de obligar a alguien a abortar? Sin duda que no. Entonces no es tan sencillo el asunto. Se trata de preguntarse si los no nacidos, que son los más pobres y frágiles, tienen o no tienen derechos, empezando por el primero y más elemental que es el derecho a la vida.

¿Sordos al reclamo de la sociedad?

Se dice que el aborto es un reclamo mayoritario de la sociedad argentina. Sin embargo, los sondeos que se dieron a conocer en los últimos años, con diversos márgenes de error (como las encuestas preelectorales) indican que aproximadamente la mitad de la población estaría de acuerdo con una legislación de interrupción del embarazo, pero sólo en dos situaciones muy acotadas: violación y riesgo de vida para la madre. Los proyectos que se quiere imponer ahora, sin embargo, no van en esta línea acotada. En la práctica introducen de hecho el aborto libre. Habilitan a abortar no sólo a las mujeres pobres que han sido violadas o corren riesgo de muerte, sino a todas y con cualquier excusa.

Por otra parte llama la atención que se hable de un debate democrático, cuando en realidad el proyecto que se envía ahora es básicamente igual al de 2018, y lo agrava en cuanto facilita aún más los abortos clandestinos, agrega amenazas penales al equipo de salud, es más confuso con respecto al consentimiento informado, complejiza la objeción de conciencia, etcétera. De manera que no se están recogiendo opiniones distintas que habían surgido en la discusión. ¿Para qué sirvió tanto debate si parece que es sólo un trámite?

No se trata de que una mujer que abortó vaya presa, agregando un nuevo drama. Pero legalizar el aborto es mucho más que despenalizar. El problema es que se empieza hablando de las mujeres pobres, o de algunas situaciones críticas, y se termina con un proyecto de aborto para que las ricas puedan abortar elegantemente por cualquier motivo. En esta ensalada, quienes dicen que el embrión es sólo un grano o un puñado de células sin valor, pretenden estar representando a la mayoría de la sociedad.

¿Indiferentes frente a la salud pública?

Se menciona las muertes maternas como razón que explica esta fiebre por legalizar el aborto como si fuera la mayor urgencia actual de la Argentina. Pero la realidad es que, si habláramos de las principales urgencias de la salud pública en Argentina, está claro que son otras, aun para las mujeres. En nuestro país, en 2016, las muertes por aborto fueron sólo el 17,5% de las muertes maternas. El año siguiente fueron menos todavía (12%). Dentro ese porcentaje reducido, algunas muertes están relacionadas con abortos espontáneos, otras con enfermedades previas que hacen eclosión en el parto (lo que posiblemente sucedería también en el caso de un aborto legal), con lo cual el porcentaje es todavía menor.

El otro 80% de muertes maternas no se debe a abortos sino a desnutrición de la mujer, enfermedades no tratadas, suicidios, agresiones recibidas, problemas relacionados con la pobreza, falta de higiene de su hogar, etcétera. ¿Hemos resuelto las causas de ese 80% de muertes maternas? Si realmente hubiera pasión por la salud pública ¿por qué no se empieza por resolver ese 80 % de los casos para después analizar lo que ocurre con el aborto?

Pero hay algo más, y son datos duros. La última información, del año 2018, según el propio Ministerio de Salud de la Nación en su síntesis estadística sobre “natalidad y mortalidad”, indican que en ese año hubo 257 muertes maternas. De ellas sólo el 13% (33 mujeres) se debieron a abortos. Pero este mismo documento del Ministerio de Salud afirma textualmente en su página 17 que desde 2005 “las muertes por embarazo terminado en aborto se han reducido en un 62%” (¡!). No hizo falta legalizar el aborto para producir esa importante reducción. Mirando estos datos duros, ¿cuál es entonces la urgencia febril de una ley abortista?

¿Hipocresía o incoherencia?

Sí. Todos somos incoherentes en alguna medida. Y así como acabo de mencionar incoherencias de algunos planteos abortistas, también puedo indicar incoherencias de algunos sectores pro vida. Por ejemplo, cuando defienden la vida de los no nacidos pero no cuidan con la misma pasión la vida de los ya nacidos y la dignidad de los pobres. O cuando lo hacen con palabras pero no se embarran para dar una mano concreta a las mujeres que se sienten forzadas a abortar en situaciones de pobreza o soledad.

Pero sabemos que no se puede decir lo mismo del Papa Francisco, porque al mismo tiempo que defiende a los niños no nacidos, también se pone al lado de los otros descartados de la sociedad aunque eso le traiga problemas. Come con los presos y con los pobres de Roma, visita a enfermos y ancianos, defiende a los migrantes a costa de ganarse el odio de muchos, intercede por los refugiados, reclama por los derechos de los discapacitados, de los abandonados del mundo, y con la misma firmeza se opone a la pena de muerte y a la guerra. Es una defensa de la vida sin fisuras, con una coherencia que los demás no podemos mostrar de la misma manera.


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*El autor de la nota es Arzobispo de La Plata

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