Una crítica desde la biología al “no-binarismo” sexual de la teoría de género. Por Colin Wright

por Colin Wright*

Los nuevos negacionistas de la evolución

La biología evolutiva siempre ha sido polémica. No es polémica entre los biólogos, pero sí entre el público en general. Esto se debe en gran medida a que la teoría de Darwin contrarió directamente los relatos sobrenaturales de los orígenes humanos arraigados en la tradición religiosa y los reemplazó por otros totalmente naturales. El filósofo Daniel Dennett ha descrito la evolución como una especie de “ácido universal” que “devora casi todos los conceptos tradicionales y deja a su paso una cosmovisión revolucionaria, con la mayoría de los antiguos puntos de referencia aún reconocibles, pero transformados de manera fundamental”. Temiendo esta idea corrosiva, la oposición a la evolución en Estados Unidos provino principalmente de los cristianos evangélicos de derechas que creían que Dios creó la vida en su forma actual, como se describe en el Génesis.

En los años Noventa y Dosmil hubo repetidos intentos de los evangélicos de prohibir la evolución en las escuelas públicas o de enseñar la llamada “controversia” incluyendo el Diseño Inteligente —la creencia de que la vida es demasiado compleja para haber evolucionado sin la ayuda de algún “Diseñador Inteligente” (es decir, Dios)— en el currículo de biología junto con la evolución. Pero estos intentos fracasaron cuando los científicos demostraron en los tribunales que el Diseño Inteligente no era más que creacionismo bíblico en prosa que sonaba científica. Desde entonces, sin embargo, el creacionismo y el diseño inteligente han perdido una enorme cantidad de impulso e influencia. Pero mientras estos movimientos antievolución de derecha se marchitaban hacia la irrelevancia, una forma mucho más críptica de negación de la evolución, proveniente de la izquierda, ha ido creciendo lentamente.

Al principio, el rechazo de la izquierda a la evolución apareció en gran medida en respuesta al campo de la psicología evolucionista humana. Desde Darwin, los científicos han aplicado con éxito los principios evolutivos para comprender el comportamiento de los animales, a menudo con respecto a las diferencias de sexo. Sin embargo, cuando los científicos comenzaron a aplicar su conocimiento de los fundamentos evolutivos del comportamiento animal a los humanos, el avance del ácido universal comenzó a amenazar las creencias sostenidas por la izquierda. El grupo que más fervientemente se opone, y todavía se opone, a las explicaciones evolutivas de las diferencias de comportamiento sexual en los seres humanos fueron/son justicieros sociales. Las explicaciones evolutivas del comportamiento humano desafían su compromiso a priori con la psicología de la “tábula rasa” — la creencia de que los cerebros masculino y femenino de los seres humanos empiezan siendo idénticos y que todo comportamiento, ligado al sexo o no, es enteramente el resultado de diferencias en la socialización.

Esta postura se mantiene por la creencia de que las explicaciones evolutivas de las diferencias conductuales ligadas al sexo son biológicamente esencialistas, que es la noción fatalista de que la biología por sí sola determina directamente nuestro comportamiento. Sin embargo, la psicología de la tábula rasa es universalmente rechazada por los expertos, ya que la evidencia de las diferencias innatas de personalidad ligadas al sexo en humanos es abrumadoramente fuerte. Pero los expertos también rechazan universalmente que este punto de vista requiera que adoptemos el esencialismo biológico, porque el entorno juega un papel, y las diferencias observadas entre los sexos son simplemente promedios y se superponen tremendamente entre los sexos. El sexo no determina la personalidad de uno más de lo que determina su altura. El sexo ciertamente influye en estos rasgos, pero no los determina. Por ejemplo, la mayoría de nosotros conocemos mujeres que son más altas que la mayoría de los hombres, y hombres que son más bajos que la mayoría de las mujeres, aunque todos sabemos que los hombres son, en promedio, más altos que las mujeres. En los humanos, lo mismo ocurre con los rasgos de la conducta.

Yo soy ecólogo de la conducta evolutiva, y la mayor parte de mi trabajo se centra en cómo las diferencias individuales en el comportamiento (es decir, la personalidad) influyen en la aptitud individual, y en el comportamiento colectivo y el éxito de las sociedades animales. Probablemente la mayoría no lo sabe, pero la investigación de la personalidad animal es un campo vibrante dentro de la ecología del comportamiento debido a la ubicuidad de la personalidad como fenómeno en la naturaleza, y su capacidad para explicar las interacciones tanto dentro de las especies como entre ellas. En casi todas las especies examinadas hasta la fecha para detectar la presencia de la personalidad, la hemos encontrado, y las diferencias de personalidad ligadas al sexo son frecuentemente las más llamativas. Las diferencias de personalidad ligadas al sexo también están muy bien documentadas en nuestros parientes primates más cercanos, y la presencia de dimorfismo sexual (es decir, diferencias de tamaño entre machos y hembras) en los primates, y en los mamíferos en general, intensifica drásticamente estas diferencias, especialmente en rasgos como la agresión, la selectividad de las hembras, el territorio, la conducta de aseo personal, y el cuidado de los padres.

Dado que los humanos son sexualmente dimórficos y exhiben muchos de los rasgos de comportamiento típicos ligados al sexo que cualquier observador objetivo predeciría, basados en las tendencias de los mamíferos, la afirmación de que nuestras diferencias de comportamiento han surgido puramente a través de la socialización es dudosa en el mejor de los casos. Para que eso sea verdad, tendríamos que postular que las fuerzas selectivas de estos rasgos desaparecieron inexplicablemente y de manera única sólo en nuestro linaje, llevando a la eliminación de estos rasgos sin ningún vestigio de su pasado, sólo para tener estos rasgos plenamente recapitulados en el presente debido a la socialización. Por supuesto, la explicación más evidente y directa es que exhibimos estos rasgos de comportamiento clásicos ligados al sexo porque los heredamos de nuestros antepasados primates más cercanos.

Contraintuitivamente, la postura de la justicia social sobre la evolución humana se asemeja mucho a la de la Iglesia Católica. La visión católica de la evolución generalmente acepta la evolución biológica para todos los organismos, pero sostiene que el alma humana (sin importar su definición) ha sido creada especialmente y por lo tanto no tiene un precursor evolutivo. De manera similar, el punto de vista de la justicia social no tiene ningún problema con las explicaciones evolutivas para moldear los cuerpos y las mentes de todos los organismos, tanto entre las especies como dentro de ellas, con respecto al sexo, pero insiste en que los seres humanos son especiales en el sentido de que la evolución no ha jugado ningún papel en la conformación de las diferencias observadas en el comportamiento ligado al sexo. No está claro por qué las fuerzas biológicas que dan forma a toda la vida deberían estar únicamente suspendidas para los seres humanos. Lo que está claro es que tanto la Iglesia Católica como los justicieros sociales bien intencionados son culpables de manipular la biología evolutiva para hacer a los humanos especiales y mantener el ácido universal a raya.

A pesar de que no hay ninguna evidencia a favor de la psicología de la tábula rasa, y una montaña de evidencia en contra, esta creencia se ha atrincherado dentro de las paredes de muchos departamentos universitarios de humanidades donde a menudo se enseña como un hecho. Ahora, armados con lo que perciben como una verdad indiscutible cuestionada sólo por fanáticos sexistas, responden con muy practicada indignación a los puntos de vista alternativos. Esto ha resultado en un efecto de inhibición que causa que los científicos se autocensuren, para que estos activistas no los acusen de intolerancia y soliciten a sus departamentos que los despidan.

He sido contactado en privado por colegas cercanos y de ideas afines que me advirtieron que mis disputas públicas con justicieros sociales en redes sociales podrían ser suicidio ocupacional, y que debería retirarme y borrar mis comentarios de inmediato. Mi experiencia es cualquier cosa menos única, y el problema se está intensificando. Habiendo cultivado con éxito el poder sobre las administraciones y silenciado al profesorado mediante la aplicación de terrorismo de reputación a sus críticos y convirtiendo su propia fragilidad e indignación en armas, los justicieros sociales ahora piensan justificadamente que no existe ninguna creencia o afirmación demasiado dudosa a la que las administraciones no atenderán. Recientemente, este miedo se ha hecho realidad cuando los justicieros sociales fueron demasiado lejos epistemológicamente afirmando que la noción misma de sexo biológico también es una construcción social.

Como biólogo, es difícil entender cómo alguien puede creer algo tan extravagante. Es una creencia a la par de la creencia en una Tierra plana. La primera vez que vi hacer esta afirmación fue este año en Facebook por estudiantes licenciados en antropología. Al principio pensé que escribieron mal y que simplemente se referían al género. Pero a medida que empecé a prestar más atención, quedó claro que en realidad estaban hablando de sexo biológico. Durante los meses siguientes se hizo evidente que este punto de vista no estaba limitado a este pequeño círculo de amigos, ya que comenzó a aparecer en todo Internet. En apoyo a este punto de vista, a menudo se hace referencia a dos editoriales recientes de Scientific American —una revista en línea aparentemente confiable, científica y apolítica—. Los títulos decían: “El sexo redefinido: La idea de dos sexos es demasiado simplista” y “Visualizar el sexo como un espectro“.

Más recientemente, la revista científica más prestigiosa del mundo, Nature, publicó un editorial en el que afirmaba que la clasificación del sexo de las personas “sobre la base de la anatomía o la genética debería ser abandonada”, que “no tiene base científica”, y que “la comunidad médica y de investigación considera que el sexo es ahora más complejo que el masculino y el femenino”. En el artículo de Nature, el motivo está suficientemente claro: reconocer la realidad del sexo biológico “socavará los esfuerzos para reducir la discriminación contra las personas transgénero y aquellas que no caen dentro de las categorías binarias de hombre y mujer”. Pero mientras que hay evidencia de la fluidez del sexo en muchos organismos, éste simplemente no es el caso en los humanos. Podemos reconocer la existencia de casos muy raros en humanos donde el sexo es ambiguo, pero esto no niega la realidad de que el sexo en humanos es funcionalmente binario. Estos editoriales no son más que una forma de sofistería científica y políticamente motivada.

La fórmula para cada uno de estos artículos es sencilla. Primero, enumeran una multitud de condiciones intersexuales. Segundo, detallan los genes, hormonas y procesos complejos de desarrollo que conducen a estas condiciones. Y, tercero y último, levantan las manos e insisten que esta complejidad significa que los científicos no tienen ni idea de lo que es realmente el sexo. Todo esto es altamente engañoso (¿autoengañoso?), ya que los procesos de desarrollo involucrados en la creación de cualquier órgano son enormemente complejos, pero casi siempre producen productos finales completamente funcionales. Hacer una mano también es complicado, pero la gran mayoría de nosotros terminamos con la variedad funcional de cinco dedos.

Lo que estos artículos omiten es el hecho de que el resultado final del desarrollo sexual en humanos es inequívocamente masculino o femenino más del 99.98 por ciento de las veces. Así, la afirmación de que “2 sexos es demasiado simplista” es engañosa, porque las condiciones intersexuales corresponden a menos del 0,02 por ciento de todos los nacimientos, y las personas intersexuales no son del tercer sexo. La intersexualidad es simplemente una categoría comodín para la ambigüedad sexual y/o un desajuste entre el genotipo y el fenotipo sexual, independientemente de su etiología. Además, la afirmación de que “el sexo es un espectro” también es engañosa, ya que un espectro implica una distribución continua, e incluso amodal (en la que ningún resultado específico es más probable que otros). Sin embargo, el sexo biológico en los seres humanos está claramente definido en el 99,98 por ciento de los casos. Por último, la afirmación de que la clasificación del sexo de las personas basada en la anatomía y la genética “no tiene base en la ciencia” no tiene en sí misma ninguna base en la realidad, ya que cualquier método que muestre una precisión de predicción de más del 99,98 por ciento lo situaría entre los más precisos de todas las ciencias de la vida. Revisamos prácticas de atención médica y cambiamos planes económicos mundiales con una confianza mucho menor que esa.

A pesar de la incuestionable realidad del sexo biológico en humanos, los justicieros sociales y los activistas trans continúan promoviendo esta creencia, y responden con indignación cuando se les cuestiona. Señalar cualquiera de los hechos anteriores se considera ahora como sinónimo de transfobia. La masiva red social Twitterel eje central para el discurso y el debate cultural— ahora está prohibiendo activamente a los usuarios que expongan hechos reales sobre la biología humana básica. Y los biólogos como yo a menudo nos sentamos en silencio, temerosos de defender nuestro propio campo por miedo a que nuestra década de educación seguida de investigación continua, búsqueda de empleo y aspiración catedrática se vuelva obsoleta de la noche a la mañana si la mafia decide apuntarle a uno de nosotros por hablar. Por ello, nuestras objeciones se producen casi exclusivamente entre nosotros en redes privadas de susurros, a pesar de que la mayoría de los biólogos están muy preocupados por estos ataques a nuestro campo por parte de los justicieros sociales. Esta es una situación insostenible.

Es indudablemente cierto que las personas trans llevan vidas muy difíciles, que sólo se ven dificultadas por el fanatismo de los demás. Pero los justicieros sociales parecen ser incapaces o no querer distinguir entre las personas que critican su ideología y las que critican su humanidad. Su sistema inmunológico social parece tan sensible que se consume a sí mismo. Necesitamos reconocer que los temas e ideología trans son complejas y conciernen a una de las comunidades más marginadas del mundo. Por ello, debemos dar a estas cuestiones el respeto que merecen abordándolas con mesura y compasión en lugar de con crudeza y crueldad. Pero no debemos abandonar la verdad en este proceso. Si los justicieros sociales requieren que los científicos rechacen la evolución y la realidad del sexo biológico para ser considerados buenos aliados, entonces nunca podremos ser buenos aliados.

Cuando la evolución estaba bajo el ataque de los defensores de la Creación Bíblica y el Diseño Inteligente, los científicos académicos no estaban bajo ninguna presión para contener las críticas. Esto se debe a que estos movimientos antievolución eran casi exclusivamente producto de evangélicos de derecha que no tenían poder en la academia. Ahora tenemos un problema mucho mayor, porque el negacionismo de la evolución ha vuelto, pero esta vez viene de activistas de izquierda que sí tienen poder en la academia. Esto hace que el problema sea más difícil de ignorar y más difícil de eliminar. La justicia social y el activismo trans hiper-militante parecen actuar ahora como una especie de ácido antiuniversal, y no simplemente como una solución de amortiguador fuerte. Mientras que el ácido universal de la evolución devora las viejas creencias y las reemplaza con una comprensión más profunda y una imagen más clara de la realidad, el ácido antiuniversal de la ideología de la justicia social es una fuerza destructiva temeraria, cuyo objetivo es abolir la verdad científica y reemplazarla con tonterías relativistas postmodernas.

No me entrené para ser científico durante más de una década sólo para sentarme en silencio mientras la ciencia en general, y mi campo en particular, son atacados por activistas que subvierten la verdad a la ideología y a la narrativa. Cuando reflexiono sobre mis razones iniciales de hace más de una década para elegir una carrera como científico académico, se debió en gran medida a la inspiración que sentí de intelectuales públicos como Richard Dawkins, Sam Harris, Stephen Fry y el difunto Christopher Hitchens, quienes me guiaron con el ejemplo y siguieron la razón a dondequiera que les llevara. En ese momento, me pareció que una carrera como científico académico sería la profesión más satisfactoria intelectualmente imaginable. Me permitiría profundizar en cuestiones de la frontera del conocimiento humano, enseñar y entrenar a los estudiantes a pensar críticamente, y transmitir a una nueva generación las virtudes de debatir con audacia la sinrazón en la búsqueda de la verdad.

Pero me parece claro que el mundo académico ya no es el que se anunciaba hace una década cuando empecé por este camino. Ya no es un refugio para intelectuales librepensadores y que hablan abiertamente. En cambio, parece que ahora uno debe elegir entre vivir una vida con labios de cremallera como científico académico, o vivir una vida como intelectual satisfecho. Actualmente, no se pueden hacer ambas cosas.

*Biólogo ecólogo de la conducta evolutiva. Department of Biology, Pennsylvania State University

Publicado originalmente en De Avanzada por David Osorio. Traducción libre de un artículo original de Colin Wright publicado en Quillette el 30 de noviembre de 2018.

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