Por Ricardo Vicente López
En la serie de notas que he estado publicando en esta columna ha aparecido un mismo tema, desde la diversidad de facetas que se presenta, bajo diferentes denominaciones. A todas ellas deberíamos colocarlas bajo un paraguas llamado “la problemática espiritual”. El concepto espiritualidad merece alguna aclaración dado el intenso uso y desgaste que en estos últimos tiempos le han impuesto las psicologías de bolsillo, las revistas de espiritualidades, la supuesta sabiduría de los comentaristas mediáticos, esos especialistas todo-terreno de variado orden. ¿De qué hablo?:
En un sentido muy amplio, de la condición de espiritual que abarca una gama muy amplia. En este sentido, y referido a una persona, se refiere a una disposición (principalmente ética, psíquica y/o cultural) que posee quien tiende a preocuparse y reflexionar las características de su espíritu, es decir, de un conjunto de creencias y actitudes características de la vida espiritual.
Sin embargo, no es difícil percibir, y debo confesar, que con este tipo de definiciones no adelantamos gran cosa. Acudiré, entonces, a las reflexiones de pensadores, investigadores, religiosos, en su totalidad pertenecientes al estudio serio y sistemático de estos temas. Debo explicar esto. La razón de ello es que, de las palabras que leeremos, se desprenderá una mirada muy desprejuiciada y crítica, de las que el ciudadano de a pie, lamentablemente, rara vez tiene posibilidades de escuchar. Citar a estos poseedores de un pensamiento crítico me parece que aporta una profundidad y penetración iluminadoras. El primero de ellos, aunque esto no tiene un sentido clasificatorio, es un religioso, pensador portugués, sacerdote dominico, de una muy seria formación académica, Rui Manuel Grácio das Neves (Portugal – 1955). Es Licenciado en Sociología por la UCA de Managua (Nicaragua); es Doctor en Teología por la “Faculdade Nossa Senhora de Assunção” (São Paulo, Brasil); Doctor en Filosofía Iberoamericana, por la UCA de San Salvador (El Salvador). Nos propone su modo de plantear el tema:
Debemos pensar primero qué entendemos por ‘espiritualidad’. Pero para eso debemos mostrar qué no es espiritualidad en este nuestro abordaje. Espiritualidad, para nosotros, no es algo independiente o al margen de la materialidad y corporalidad. Esto sería un grosero dualismo, existente sólo en nuestras mentes, pero no en los procesos reales. Espiritualidad no es algo que se relaciona sólo con el espíritu, como si el espíritu fuera un reino aparte de las necesidades humanas. Espiritualidad no significa necesariamente ‘religión’. Claro, todo depende también de lo que entendemos por ‘religión’. Si lo entendemos de modo convencional, como lo propio de las diferentes religiones históricas, entonces la espiritualidad puede estar conectada con las diferentes religiones, pero es algo que las desborda, porque es más abarcante. Por lo que pudiera haber incluso una espiritualidad agnóstica o laica, e incluso una espiritualidad atea.
Comienza con una clara intención de despejar nuestro camino hacia una comprensión más profunda que nos vaya acercando a la posibilidad de reflexiones más profundas y esclarecedoras. Sobre todo nos alienta a desprendernos de los pre-juicios (en el sentido juicios previos). Es un modo de preparar nuestras mentes, una especie de desnudo del alma, casi una vuelta a la ingenuidad del niño, para que los resabios de conocimientos anteriores no interfieran en esta exigencia de apertura del entendimiento. Entonces lanza su pregunta:
¿Qué entendemos entonces por ‘espiritualidad’? A la luz de las investigaciones que llevamos realizando desde hace años, entendemos la ‘espiritualidad’ como una determinada actitud mental/vital ante la existencia humana, en sentido de ultimidad y radicalidad. Denotar la espiritualidad de alguien significa mencionar sus valores más profundos y vitales que le animan a vivir y a actuar. Es el “corazón” de todo su existir. Es la fuerza inspiradora del pensar, sentir, actuar de una determinada persona o colectividad. Este es un abordaje supra-religioso del fenómeno de la espiritualidad. A veces puede estar en contradicción con el mundo religioso, en la medida en que las religiones socio-históricas tienden a desarrollar perversiones o idolatrías, y a alejarse de sus fuentes originarias.
Rescatemos de Grácio das Neves el rechazo a pensar mundos duales y separados. Toda la tradición platónica impregnó el Medioevo con ese modo de pensar y, hasta en la modernidad, genios científicos como Sigmund Freud (1856-1939) hablaron de los componentes humanos como soma (‘cuerpo’, en griego) y psique (‘alma’, ‘espíritu’, en su definición más restrictiva del griego). De esta separación, derivaron dos modos de abordar la problemática humana: la medicina y la psiquiatría o psicología, con discrepancias y contradicciones en la investigación y el tratamiento de la salud, que es única, integral, como únicas somos las personas. Estas herencias conforman un entramado en el que se empantanan muchas de las mejores intenciones del saber integral.
Otra mirada sobre el tema nos la ofrece María de los Ángeles Ezquerra, con una Diplomatura en Enfermería por la Universidad de Valencia, completada con un Máster en Administración y Dirección de Servicios Sanitarios, más diversos posgrados. Ella aporta una búsqueda a partir de algunas reflexiones que nos llevan por caminos colaterales:
Intentamos clarificar algunos conceptos ya conocidos, pero que conviene retomar para entendernos mejor. Espiritualidad es una palabra desafortunada (no es la única que padece este mal). Deriva de “espíritu” y por ello se la entiende, las más de las veces, como opuesto a “materia”, a “cuerpo”. Entonces “ser muy espiritual” es sinónimo de no pisar tierra. Esta interpretación nos viene, como sabemos, del pensamiento griego. Pero en la Biblia, en el pensamiento hebreo, “espíritu” se opone a maldad, a destrucción, a muerte, a “carne”. Espíritu significa, pues, vida, fuerza, libertad, acción. No está fuera de la materia ni del tiempo.
Son muy importantes estas aclaraciones terminológicas porque disipan el camino de ciertas nebulosidades. Cuando temas filosóficos de esta envergadura, es inevitable que el manejo del instrumental propio de esa disciplina, las palabras, en mayor medida que en otras materias, paguen el dura precio de una desgaste de más de dos mil quinientos años. Se agrega a ello la dificultad de pasar de un idioma otro, cuyos equivalentes no son precisos. El viejo axioma italiano “traduttore, traditore” afirma que “quien traduce traiciona”. La Universidad Libre de Berlín comenta: “Es un paradigma relacionado con la imposibilidad de traducir literalmente sin producir distorsiones o variaciones en los contenidos y formas. Siempre que hay traducción, hay un tipo de traición, porque no existe la literalidad y las narraciones que rodean lo que quieres decir pueden de alguna manera oscurecer el lenguaje original”.
Nosotros, los que tenemos una inclinación a estudiar este tipo de temas, nos enfrentamos a una especie de maraña de significados que es imprescindible despejar. Sobre todo, y como una primera aproximación, tener en cuenta que nuestra cultura es el resultado de una convergencia de la tradición greco-romana y de la semita-hebrea. Los siglos IV en adelante fueron los encargados de ir generando los idiomas que hoy se denominan romances:
Se denominan lenguas romances, también conocidas como lenguas románicas, aquellas derivadas del latín vulgar. Las lenguas romances se encuentran dentro del tronco indoeuropeo, la mayor familia de lenguas del mundo.
Esto representa nuestra más rica herencia y y también nuestro mayor problema.
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