Un paripé venezolano – Por Juan Manuel de Prada

Un paripé venezolano
Por Juan Manuel de Prada

Leo que Nicolás Maduro ha resuelto llamar a consultas a su embajadora en España. También que el presidente de la Asamblea Nacional venezolana ha solicitado romper relaciones diplomáticas y comerciales con España. Todas estas reacciones son en realidad muecas, jeribeques y aspavientos, urdidos para fingir indignación por la acogida dispensada al opositor González Urrutia, que había sido previamente pactada.

En la derecha descubrimos siempre una querencia elemental y pauloviana que la empuja a morder todos los cebos que la izquierda le tiende. Así ha vuelto a probarse con esa «proposición no de ley» que insta al doctor Sánchez a reconocer a González Urrutia como «presidente electo» de Venezuela. Sorprende, en primer lugar, que en la derecha no hayan espabilado con el fiasco protagonizado por aquel Juan Guaidó a quien el Tío Sam ordenó reconocer como presidente de Venezuela (y a quien la derecha española obsequió con ridículos homenajes, durante una visita de Guaidó a Madrid). Pretender que Edmundo González sea ahora también reconocido como presidente de Venezuela desafía, en primer lugar, la lógica: si Guaidó fue en su día reconocido por la derecha como presidente legítimo de Venezuela, ¿cómo pretende ahora que se reconozca a González Urrutia, un candidato que se ha presentado a unas elecciones convocadas por Maduro? ¿O es que hemos de entender, tal vez, que Guaidó es el «presidente emérito» y este González Urrutia es «presidente en ejercicio»?

Resulta todo, en verdad, de una ridiculez esperpéntica y pueril, propia de zoquetes que bailan al son que conviene al doctor Sánchez. En su día, el doctor Sánchez también reconoció como presidente de Venezuela a Guaidó –aunque a regañadientes–, porque el Tío Sam así se lo exigió; y si ahora no reconoce a González Urrutia es porque el Tío Sam le ha dispensado de hacerlo (pues, ante todo, el doctor Sánchez es un cipayo del Tío Sam). En un comunicado oficial reciente, Anthony Blinken acaba de calificar a González Urrutia de «voz indiscutible a favor de la paz y el cambio democrático en Venezuela», sin reconocerle en ningún momento su condición de «presidente electo»; es decir, Blinken despacha al opositor venezolano con una retórica hueca y sobadísima, considerándolo por completo amortizado. Y es natural que el Tío Sam considere a Edmundo González amortizado, pues su marcha a España supone, en cierto modo, el reconocimiento implícito de que fue derrotado en las elecciones; de lo contrario, habría defendido su victoria con uñas y dientes hasta la designación o la cárcel.

A nadie le convenía más que a Maduro la marcha de González Urrutia; y nada le convenía más que su marcha a España, cuyo gobierno ha sido mil veces grotescamente tildado por la derecha desnortada de «socialcomunista» y «bolivariano». ¿Por qué González Urrutia ha elegido como destino un país con un gobierno presuntamente «socialcomunista» y «chavista», y no, por ejemplo, Argentina, donde Milei acaba de reconocerlo «presidente electo»? El socarrón de Gabriel Rufián lo ha preguntado con retranca desde la tribuna parlamentaria, ante la mudez consternada de los diputados peperos y voxeros: «Señorías de la derecha y la ultraderecha, ¿por qué el líder de la oposición de una dictadura chavista viene a exiliarse a otra dictadura chavista?». Y los diputados de la derecha se quedan mudos porque la pregunta sarcástica de Rufián los obliga a enfrentarse con su propia ridiculez de perritos de Paulov que caen en todas las trampas. Evidentemente, el doctor Sánchez y sus mariachis no son «socialcomunistas» ni «chavistas» ni parecidas zarandajas, como pretende zoquetilmente la desnortada derecha española; sino lacayos encargados de apacentar a sus huestes hacia los rediles que convienen al Tío Sam. Y, sabiendo que el Tío Sam considera amortizado a González Urrutia y que a Maduro le conviene desprenderse de él (pues la marcha cobardona de González Urrutia, que deja en las cárceles venezolanas a cientos de opositores, provoca un cisma en el seno de la oposición), el doctor Sánchez llegó a un pacto que le permite posar ufano ante la galería como un adalid del humanitarismo.

La operación, desde luego, reunía ciertos riesgos; pues desde la izquierda se le podría reprochar al doctor Sánchez que acogiese a un hombre con un pasado un tanto turbio (González Urrutia fue segundo en la Embajada de Venezuela en El Salvador, a las órdenes del embajador Leopoldo Castillo, apodado ‘Matacuras’, a quien se acusa de coordinar y financiar operaciones de los «escuadrones de la muerte» salvadoreños). Pero el doctor Sánchez conoce bien las reacciones paulovianas de la derecha española, que solicitando el reconocimiento de González Urrutia como «presidente electo» de Venezuela le permite aparecer como hombre moderado y equidistante que, a la vez que se niega a imitar a Milei, puede brindar una «cálida bienvenida» al opositor venezolano y mostrar al mundo su «compromiso humanitario» (por supuesto, el doctor Sánchez recibió a González Urrutia descorbatado, como habría podido recibir –yo qué sé– al equipo paralímpico de vóley playa).

En fin, que el doctor Sánchez ha quedado ante el mundo como un moderado, dejando a todos contentos (aunque Maduro y sus muchachos escenifiquen barrocamente un fingido cabreo con muecas, jeribeques y aspavientos). Así nos demuestra, una vez más, que es un maestro del paripé. La derecha, entretanto, sigue mordiendo todos los anzuelos y coleccionando presidentes venezolanos imaginarios.

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