Ucrania: ¿El Nuevo Israel en el corazón de Europa? – Por Marcelo Ramírez

Ucrania: ¿El Nuevo Israel en el corazón de Europa?
Por Marcelo Ramírez

Occidente se mueve entre el espejismo y el autoengaño cuando analiza los eventos del conflicto entre Rusia y Ucrania. En un intento por justificar lo injustificable, se aferran a categorías que distorsionan la realidad, tanto en su propaganda como en sus análisis internos. Si un país aliado ataca objetivos civiles, se presenta como una “demostración de habilidades militares”; si lo hace un enemigo, es “una muestra de debilidad”. Este doble rasero no sólo impregna la narrativa mediática, sino también el pensamiento de los organismos de inteligencia occidentales, conduciéndolos a errores catastróficos en sus cálculos.

Mientras tanto, Rusia mantiene una estrategia calculada que busca minimizar las bajas civiles. Los ataques dirigidos a objetivos con un uso dual son cuidadosamente seleccionados, mientras que Ucrania adopta un enfoque opuesto: atentados contra civiles y actos de terrorismo como los perpetrados contra figuras como Daria Dugina y Vladlen Tatarski. Sin embargo, el espectáculo de la propaganda occidental no reconoce estas acciones como terrorismo, sino como “habilidades de infiltración” o “demostraciones de capacidad”. La narrativa, convenientemente moldeada, sirve a los intereses de aquellos que buscan justificar el apoyo continuo a Ucrania, sin cuestionar los métodos empleados.

Desde 2014, cuando el golpe de Estado depuso al gobierno de Yanukóvich, Ucrania ha sido un teatro de manipulación por parte de Occidente. El Maidán, presentado como un levantamiento popular, fue en realidad el resultado de una operación cuidadosamente orquestada que involucró ONG financiadas por el Departamento de Estado de EE.UU., mercenarios y estructuras internacionales de inteligencia. Este evento marcó el inicio de un gobierno ilegítimo que, bajo la fachada de democracia, persiguió sistemáticamente a las minorías rusófonas, imponiendo una agenda de exclusión cultural y lingüística. Los bombardeos sobre el Donbás, que dejaron miles de civiles muertos, fueron ignorados o justificados por los medios occidentales, mientras que los acuerdos de Minsk, firmados para pacificar la región, nunca tuvieron intención de ser cumplidos, como lo admitieron Angela Merkel y Petro Poroshenko.

La invasión rusa, en este contexto, no fue un capricho expansionista, sino una respuesta a años de provocaciones y amenazas existenciales. Las bases de la OTAN acercándose a sus fronteras y los ataques contra poblaciones de origen ruso dejaron a Moscú sin otra alternativa. A pesar de ello, la estrategia inicial rusa intentó evitar bajas innecesarias y buscó una resolución negociada. Pero la intervención de figuras como Boris Johnson frustró cualquier posibilidad de paz, llevando el conflicto a una espiral de escalada.

La narrativa occidental, sin embargo, persiste en presentar a Rusia como el agresor todopoderoso que no logra imponerse. “¿Por qué no conquistaron Ucrania en una semana?”, repiten los voceros de la propaganda, ignorando que Rusia nunca prometió tal cosa. Los análisis serios proyectaban un conflicto prolongado, y así ha sido. Este sesgo no es accidental: es parte de una estrategia para desacreditar a Rusia, incluso si al final prevalece en el campo de batalla.

Mientras tanto, Ucrania, respaldada por la OTAN y financiada generosamente, sigue una estrategia desesperada que incluye el uso de drones y misiles para atacar objetivos civiles en territorio ruso. Estas acciones, lejos de ser demostraciones de fortaleza, reflejan la incapacidad de golpear objetivos militares significativos. El objetivo no es ganar en el frente, sino desestabilizar a Rusia desde dentro, generando miedo y malestar entre su población. Occidente, por su parte, juega su propia carta: sanciones económicas y apoyo a la oposición interna rusa, esperando recrear el colapso de la Unión Soviética.

Sin embargo, la estrategia occidental enfrenta serios reveses. Las sanciones no han debilitado a Rusia como se esperaba. Por el contrario, su economía se ha adaptado, fortaleciendo sectores clave y garantizando el suministro interno. La movilización militar rusa se basa en voluntarios y profesionales, evitando el desgaste social que las convocatorias masivas podrían generar. Mientras tanto, el apoyo a Vladímir Putin no ha disminuido; al contrario, su popularidad se ha consolidado.

La situación en Ucrania, en cambio, se deteriora rápidamente. Las fuerzas armadas ucranianas están al borde del colapso, y las divisiones dentro de la coalición occidental comienzan a emerger. Los Gobiernos tambalean, las economías sufren y las protestas crecen en varios países europeos. Incluso en Estados Unidos, la elección de Donald Trump con un discurso anti-intervencionista podría marcar un cambio de rumbo en la política exterior.

Rusia, mientras tanto, avanza lenta pero firmemente. Su industria militar ha aumentado significativamente la producción de armamento, y nuevos sistemas, como el misil hipersónico “Kinzhal”, demuestran que aún tiene ases bajo la manga. El tiempo juega a su favor, mientras Occidente recalcula y busca una salida que no parezca una derrota.

El panorama, no obstante, sigue siendo incierto. Ucrania, convertida en el peón de un juego geopolítico, podría ser el escenario de nuevos ataques selectivos, inspirados en la estrategia israelí de descabezar liderazgos enemigos. La posibilidad de que esta estrategia se extienda a científicos y líderes clave rusos plantea un nuevo desafío para Moscú, que deberá responder sin caer en las trampas que Occidente tiende constantemente.

En esta partida de ajedrez geopolítico, las piezas siguen moviéndose, pero la victoria no se medirá solo en el campo de batalla, sino en la capacidad de resistir, adaptarse y proyectar poder a largo plazo. Y en este juego, Rusia parece estar jugando con una paciencia y determinación que Occidente subestima peligrosamente.

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=RUC-PU5Riu4&ab_channel=HumoyEspejos

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