Por Facundo Martín Quiroga
Estamos ante tiempos que nos ubican como partícipes de transformaciones que nos marean. A nosotros nos marean, pero a otros, no. Las piezas de un rompecabezas de teorías, éticas, teologías, economías, políticas, antropologías y, finalmente, psicologías (polo subjetivo) y demografías (polo estructural), se entrelazan dejando entrever cada vez menos las formas que delinean el todo. Intentamos ordenar, tratar de ubicarnos y ubicar al lector de la mejor forma posible, siendo lo más coherentes y silogísticos que ese mareo nos permite. Por ahora, arranquemos, y veamos dónde terminamos:
1) No se puede entender esta nueva “ola” de feminismo y de teorías de género sin incorporar ni comprender las transformaciones del capitalismo global en estos últimos cuarenta años.
2) Hay un hecho objetivo que es este nuevo auge con ribetes radicalizados: nadie puede dudar de su omnipresencia en medios, políticos, universidades, en todos lados, a toda hora; pero también hay una estructura sobre la que se monta, que es lo difícil de explicar (como toda estructura): el capitalismo en sus mutaciones. De esta relación entre hecho y estructura se pueden desprender, como mínimo, tres corolarios teóricos fundamentales, y nos referimos a plexos de ideas que buscan explicar un determinado estado de cosas:
a- Ya no es posible hablar del neoliberalismo como principal ideología en el horizonte del sistema. Éste tiene al pos y al transhumanismo como sus contextos ideológicos más idóneos y precisos. Esto en cuanto a la cuestión antropológica. Significa que el control de las variables que definen lo humano se convierte en un acto de control tecnológico. Se reemplaza la antropología biológica (pensada como un impedimento por la enorme mayoría del discurso de género) por una antropología tecnológica, e incluso tecnocéntrica, pensando en los límites que, por ejemplo, se exceden con lo transgénero, la transedad o la transespecie.
b- En términos políticos, se apunta a un nuevo sujeto que se viene construyendo desde la antropología política liberal (la idea de individuo), pero con un grado mucho mayor de fragmentación. Se opta por la construcción de un sujeto político en donde la racionalidad del cálculo y el derecho del liberalismo clásico se sustituyen por la autopercepción del sujeto volátil del posmodernismo. Las teorías de la muerte del sujeto, entonces, encuentran su razón de ser en este estado de la política: la autopercepción, la emoción, y la corporalidad no como principio de inviolabilidad, sino como hardware modular, “actualizable” de un software biopolítico. Los artificios de “los colectivos”, las minorías, aparecen como espejismo para ubicar dicha emocionalidad en la dimensión de lo que podría llamar microclivajes: todos sabemos que los sujetos (sobre todo los jóvenes) necesitan luchar contra algo, por más artificioso que sea. Toda identidad, al decir de Ricoeur, se forma a través de la conjunción de mismidad e ipseidad en un contexto narrativo, es decir, lo que cuento de mí. Pero eso lo pasamos a analizar en el siguiente punto.
c- En términos psicológicos, el software biopolítico nos impulsa a, o bien sentirnos representados como parte de un microcolectivo, o bien a tomar partido directamente por alguno de ellos o todos, o muchos (tal es el caso del cruce entre feminismo, LGBTIsmo y antiespecismo, tan frecuente en estos tiempos), y asociar la mayor parte de aspectos de nuestra vida, nuestras opiniones, nuestros sentimientos, a sus reivindicaciones. No puede haber ámbito de la vida del sujeto que no esté en algún momento en contacto con esos paquetes programáticos del inconsciente. Es así como se ase cada vez más la subjetividad a la neuropolítica, al punto tal que ese altruismo culposo que tan bien caracteriza a los propaladores de dichos microclivajes, suele devenir en nuevas denominaciones extremistas como Social Justice Warriors (“guerreros de la justicia social”), militancias funcionales que exponen de una manera descarnada la contradicción de “luchar” por cuanta causa afecte a cuanta minoría circule por el mundo, sin renunciar un ápice a sus privilegios de clase (media, media alta, universitaria, generalmente con posgrados en género, teoría queer, y demás).
Llegados a este punto, y antes de seguir avanzando, nos vemos compelidos a describir brevemente la forma en que tomaremos algunos conceptos que tendrán lugar en los siguientes análisis. Digamos que todo lo anterior se concentra en un plano más abstracto. Ahora nos toca llevar a categorías más asibles y concretas y situadas, dicho análisis.
Neoliberalismo: lo aplicaremos en términos estrictamente económicos. Como habíamos dicho, su antropología comienza a carecer de validez en lo teórico.
Progresismo: lo tomaremos como el amplio espectro (neopopulismo edulcorado, izquierdas más o menos radicalizadas, derechas económicas pero con valores liberales de izquierda, etc.) que hoy abre sus puertas al discurso de género y al posmodernismo.
Libertarismo: postura política y económica beligerante con el progresismo, con un sostenimiento irrestricto y fundamentalista del neoliberalismo y la democracia liberal. Se diferencia del progresismo en que rechaza las teorías de género y el feminismo de nueva ola por considerarlos emergentes del marxismo colectivista.
Reproducción social: uno de los centros de gravedad implícitos en la tensión entre los artificios culturales e ideológicos que propone el capitalismo. Se trata del control de las variables demográficas tanto en lo macro como en lo microsocial.
Soberanía: libertad de decidir de un pueblo y una nación sobre sus asuntos. La ligaremos indisolublemente al concepto anterior.
Demografía: el elemento estructural fundamental sobre el cual se tejen las disputas en torno a las variables antedichas de género, capitalismo, feminismo, libertarismo, progresismo, etc. Abarca desde el límite al número de nacimientos hasta la prolongación o cese de la vida, y también su distribución temporal y espacial.
Poshumanismo y transhumanismo: tal como lo indicábamos, los utilizaremos como el horizonte antropológico del sistema, siempre implícito, revestido de luchas por los derechos, las minorías… íntimamente vinculado a los procesos de reproducción social en relación al sistema económico.
Retomamos el hilo argumental:
3) ¿Qué pasa entonces con el neoliberalismo ante el cual el sentido común antisistémico sigue peleando? El lugar del neoliberalismo, en este panorama, es el de quedar como plataforma económica básica del sistema, pero no podemos remitirnos exclusivamente a sus autores clásicos para interpretar la situación actual en términos culturales, esto ya debió haber quedado claro con los corolarios expuestos más arriba. Hayek, Mises, Rothbard, todos sostienen sus teorías en una antropología liberal clásica, el homo economicus. En este sentido, quedan anacrónicos en cuanto al sujeto al que se refieren.
4) Entonces, vamos a ubicarnos en contexto: sin una plataforma económica como el neoliberalismo, en la que el sujeto es entendido como individuo posesivo (pero con preponderancia de lo irracional, he ahí la diferencia que marca el posmodernismo a partir de la herencia lacaniana y posestructuralista del sujeto construido preponderantemente por elementos discursivos), no tendría sentido que se popularicen de semejante forma las teorías de género y el feminismo. Por algo los sistemas económicos menos permeados por el dogma neoliberal no presentan, en sus sociedades, componentes de teorías de género tan marcados como en el occidente capitalista. Fundamental es recordar que el sistema produce las ideologías falsamente reactivas que necesita para reproducirse y transformarse. Esto ocurre en primer lugar, porque justamente interpelan al individuo, en eso coincide perfectamente con el neoliberalismo, pero van mucho más allá al ubicar la idea de autopercepción como el fundamento básico de la subjetividad: “Hay tantas identidades de género como personas hay en el mundo”, algo a todas luces insostenible, pero que evoca de tal forma la libertad solipsista del “único” (o “únique”, deberíamos decir) que se transforma en una consigna sumamente seductora. Hay que señalar también que esto se aleja casi por completo de la base material (Marx) y biológica del sujeto; a eso nos referimos con el hecho de que la contextura física-orgánica del homo sapiens, es despojada de la enorme potencialidad que posibilitó la supervivencia y reproducción de la especie como ninguna otra en la tierra, en interacción con el contexto neuronal y el medioambiente, para pasar a ser una tara, una incomodidad. Y a esto ya lo podemos ver en la propia Simone de Beauvoir, que piensa al cuerpo de la mujer como una lacra, y a la gestación, independientemente del deseo materno, casi como una parasitosis. Pero aún hay más: es tan extraordinaria la continuidad ideológica que la propia perorata de la Beauvoir deviene un nuevo marco global jurídico a partir de las Conferencias de la ONU sobre la mujer; todas -sobre todo la de Beijing de 1995- comienzan a apropiarse de esa idea para definir que lo que atrasa el desarrollo de la mujer es precisamente su capacidad de gestar y la maternidad. Claro, lo atrasa desde el punto de vista del capital. Irónico, proveniendo de una pensadora que se afirmaba anticapitalista.
5) Atemos cabos: neoliberalismo económico y doctrinas de la autopercepción, unidas, tendrán un correlato político a nivel macro que busca plantear una reconstitución de los estados amparados en la visión poshumana del género humano. Todo, desde los marcos jurídicos hasta la educación sexual, a partir de ahora, estará destinado a proteger la autopercepción. ¿Por qué? Porque se complementa perfectamente con la necesidad del capital de construir un cuerpo modificable al extremo. El cuerpo no será más que un mero soporte del capital; siempre lo fue, pero ahora se lo plantea independientemente de sus marcas biológicas de millones de años. Y ese soporte será lo más modular, volátil… y débil posible. ¿Se entiende por qué la androginia, la disolución de los caracteres sexuales secundarios, la parálisis del cuerpo en una instancia etaria entre el púber (pero sin vello, liso) y el joven? El estado, entonces, tendrá la misión de articular subjetividades sin representatividad intermedia, otrora asignada a la familia como célula fundamental, pero también a la comunidad, al barrio, a los sindicatos… Las políticas de género van en absoluta sintonía con ese propósito. Y no importa que científicos del campo de las ciencias biológicas, de la psicología, de la antropología, de la historia, e incluso provenientes del feminismo, que realizaron descubrimientos fundamentales que ponen muy entre paréntesis toda la doctrina de género desde Beauvoir hasta Butler y después, adviertan constantemente de los enormes perjuicios del avance acrítico de estos núcleos de ideas: toda crítica que ponga coto a la capitalización del hardware en que se busca convertir al sujeto, caerá en manos de la desacreditación, la difamación, o bien, el silenciamiento.
6) He aquí que señalaremos uno de los elementos fundamentales de todo este proceso. Habíamos dicho que la doctrina antropológica que sostiene el capitalismo global es el poshumanismo, y su consecuencia, el transhumanismo. El proceso de producción, acumulación y circulación del capital global (es algo ya sabido y admitido por sus élites) no puede seguir sosteniendo la reproducción social que lo caracterizó durante décadas: el recambio tecnológico acelerado, la también acelerada caída de puestos de trabajo manual, la disminución progresiva de la porción de los PBI que corresponde a la facción del trabajo versus la del capital, implican que, sí o sí, se regule de forma acelerada el crecimiento poblacional. Es decir, el problema fundamental no es ni la emisión monetaria, ni la competencia… el problema es demográfico, en relación con la capacidad de sostener el propio circuito de producción-consumo: no se puede seguir sosteniendo ni el relato cultural del consumo y la clase media en el plano de lo simbólico, ni el relato económico en el plano de la sustentabilidad, ni el relato político en el plano de la estabilidad institucional. Tal como lo decía el recientemente fallecido economista marxista Jorge Beinstein, el capitalismo “no es tan original como se suponía”, sino que comienza a producir crisis que se produjeron en otros sistemas, sólo que a una monstruosa escala planetaria. Entonces, la reproducción humana orgánico-erótica será un hecho a evitar por todos los medios para el poshumanismo en el capitalismo presente y futuro. El estado no será más que el garante de dicho control, en todas sus ingenierías: jurídica (leyes de violencia de género para dividir y conflictuar varones y mujeres), cultural (perspectiva de género en absolutamente todos los medios, producciones artísticas para consumo masivo, educación…), política (cupos de género, confección de agenda predominante, centralidad de dichos temas en la delimitación del espectro político).
6 bis): … Y aquí está uno de los problemas para los Estados: sin cuestionar de ninguna manera las bases económicas del sistema, tienen dos salidas para efectivizar dicho control demográfico: o bien acelerar de manera “progresista” haciendo de sí mismo una plataforma de todas las políticas de género de la izquierda cultural, aborto, eutanasia, vacunación obligatoria esterilizante, hormonización, etc., para dirigir las energías reproductivas naturales (sí, naturales: existe una naturaleza humana) hacia lugares no reproductivos; o bien retroceder de manera “neofascista” (usamos el término con muchas reservas, solamente lo hacemos para familiarizar un poco más al lector con lo que queremos decir) hacia políticas de ajuste absoluto y conservadurismo, poniendo el énfasis en la economía y las políticas represivas y policiales como arma de destrucción social. Henos aquí que los estados aplican recetas de uno u otro “polo”, pero con el fin de evitar a toda costa:
1- el desarrollo económico, social y cultural soberano del pueblo,
2- la reproducción orgánica indispensable para ese cometido.
7) Vamos al plano ideológico: Se establece así una nueva confrontación intrasistémica en occidente: progresismo versus libertarismo. Ambos concuerdan en no poner en cuestión las bases del sistema económico global; unos, utilizando una retórica antisistema de colectivos y minorías travestidas de revolucionarias; otros, sosteniendo la inexorabilidad del mismo, aduciendo que sólo con el capitalismo neoliberal se pueden garantizar los reclamos siempre que sean legítimos:
a- El progresismo se vestirá a sí mismo de todas las coloraturas políticamente correctas habidas y por haber: combatir al “machismo”, el “patriarcado”, incluso el capitalismo (claro, el capitalismo que está en sus teorías, más o menos cuarenta años desfasado del verdadero capitalismo), sin importar si sus cuadros están formados o no en dichas doctrinas o teorías explicativas. El desfile interminable de militantes político-mediáticos de género y de figuras políticas recién llegadas a dichas cuestiones como para dar fe de que se están “deconstruyendo”, no hace más que mostrar la clarísima artificialidad del fenómeno. Sin duda alguna, muchos de ellos ni deben tener idea de la obra de Judith Butler, Gayle Rubin, Kate Millett, Shulamith Firestone, Beatriz/Paul Preciado o Donna Haraway… lo que da cuenta de la construcción de lo que llamo la “vulgata de género”, un conjunto de consignas omniexplicativas de fácil apropiación y reproducción que invadieron prácticamente todo el espectro político y mediático local y continental.
b- El libertarismo cumplirá la función de punta de lanza reactiva al progresismo de parte de ciertos intelectuales orgánicos del monetarismo neoliberal, que se identifica con el anarcocapitalismo (término desarrollado por Murray Rothbard, pero que poco y nada tiene que ver con el anarquismo primigenio), pensando a las teorías de género y la nueva ola feminista como un conglomerado residual del marxismo socializante. Sus principales referentes en occidente son Jordan B. Peterson, Steven Hicks, Ben Shapiro, Camille Paglia (no totalmente, pero con muchos puntos en común) entre otros. Incluso tienen la ventaja de exponer mayor pluralidad ideológica, templanza, y mucho mayor capacidad oratoria que los progresistas, siempre tendientes a la sobreactuación y la difamación automática. Entre los adláteres locales podemos ubicar a Agustín Laje, Javier Milei, la mayoría proveniente justamente… de la doctrina económica neoliberal, aunque con muchas menos luces que los mencionados antes (hay que reconocer que hay que estar muy bien armado para debatir con los libertarios originales, anglosajones casi todos). Sólo basta escucharlos un poco para dar cuenta de la enorme peligrosidad de sus propuestas.
8) El hecho fundamental es que el neoliberalismo en materia económica se prolonga sobre dicha confrontación cultural entre libertarismo y progresismo. Reiteramos: ninguno de estos dos polos ataca las bases del sistema. La funcionalidad, como se presupone, es dual: tanto distractiva como divisoria. Distractiva, respecto del tiempo que se le asigna en medios teniendo en cuenta los temas más relevantes de la agenda social y económica, movilizando al sujeto a opinar, a tomar partido cuando no tiene por qué hacerlo. Divisoria, para trazar una nueva “grieta” que parta al medio a los pueblos, en la que estos temas se transformen en fundamentos de separación, obturando toda posibilidad de diálogo en pos de enfrentar al sistema en sus bases.
En algún momento habíamos reflexionado en redes sociales de manera fugaz de esta forma: “El poder global tiene la misión epistemológica de movilizar su disidencia controlada a partir de categorías anacrónicas, para que el “progresismo” se rebele contra lo que el capitalismo fue o está dejando de ser, no contra lo que el capitalismo es ni será. Las constantes alusiones a la “quema de brujas”, la “maternidad obligada”, “el medioevo”, y un largo etcétera, cumplen la función de espejismo para las militancias radicales, para que queden girando sobre hechos pasados que el sistema económico imprime sobre sus discursos, así continúa mutando su armazón jurídica, cultural, política, sin que grandes bloques contrahegemónicos en lo real, se logren amalgamar.” Nadie está afirmando que no existan situaciones de violencia, que siempre conspiran contra el diálogo sensato, pero entender que hay contradicciones insalvables entre los enemigos artificiales del progresismo y el verdadero estado del sistema social se torna una labor urgente.
Nos están queriendo condicionar en los motores orgánicos, eróticos, amorosos, que fundamentan la reproducción comunitaria y social, bajo argumentos difícilmente universalizables, impidiendo la soberanía del pueblo sobre su desarrollo, reemplazándola por una ficticia “soberanía de la autopercepción” que está ocasionando crisis psíquicas, crisis convivenciales, y que lejos está de armonizar dimensión alguna de la vida subjetiva y social con el todo que nos trasciende. No permitamos que la idea de pueblo se volatilice en solipsismos que destruyen todo intento de unidad política. Dejemos de pensar que para hacer política hay que partir de lo personal. Como decíamos, lo personal no es político; hay derivaciones en la dimensión personal de la (bio)política global. Curioso: se aplica permanentemente dicha consigna, cuando se pasa constantemente por alto la fuente, que es ni más ni menos que el globalismo posmoderno. Nadie está diciendo que no hay problemas, pero es necesario ocuparse de lo grande, de las grandes variables que fogonean y magnifican dichos problemas. Ver el sistema, saber cuándo piensan y actúan por nosotros, buscando justamente, destruir el Nosotros.
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