Por Juan Manuel de Prada
Señalaba Unamuno con su vehemencia característica que «es una disposición del espíritu muy frecuente en todas partes, pero mucho más en los pueblos de cultura incipiente o advenediza -y como advenediza, pegadiza-, […] la fe ciega en la ciencia, tanto mayor cuanto menor es la ciencia de los que la poseen». Y añadía el maestro, refiriéndose a estas masas cretinizadas que profesan la fe ciega en la ciencia, que «tienen siempre algún mote con que defenderse de nuestros asaltos: nos llaman místicos o teólogos o paradojistas o, en último caso, ignorantes». Para concluir que «apenas sospechan el mar desconocido que se extiende por todas partes en torno al islote de la ciencia, ni sospechan que a medida que ascendemos por la montaña que corona el islote, ese mar crece y crece y se ensancha a nuestros ojos, que por cada problema resuelto surgen veinte problemas por resolver».
Ocho meses después de que las terapias génicas experimentales fuesen presentadas como la purga de Benito, su fracaso se ha vuelto indisimulable. Como ha señalado Robert Malone, el inventor de la técnica del ARN mensajero, la administración masiva de terapias génicas experimentales no servirá para erradicar el virus. Además, se ha probado que provocan multitud de efectos secundarios a corto plazo (muchos más que otras vacunas que, con una incidencia negativa mucho menos relevante, han sido retiradas); y se ha probado también que su acción protectora es muy limitada temporalmente, amén de muy débil, como prueba el hecho de que los vacunados se infecten con una carga vírica semejante a los no vacunados y contagien a personas sanas. Estas afirmaciones no las hace un negacionista locoide, sino el inventor de la técnica empleada en esta terapia génica experimental.
Falta todavía por determinar si, como aseguró Luc Montagnier, la administración masiva de estas terapias génicas experimentales está relacionada con la emergencia de nuevas variantes del virus. Tampoco sabemos todavía los efectos secundarios que estas terapias génicas tendrán a medio y largo plazo. Ese mar infinito de problemas sin resolver se empezará a atisbar este invierno; pero habrán de pasar muchos años antes de que conozcamos su extensión. Lo que sabemos por el momento es que las muertes por coronavirus no hacen sino crecer semana tras semana en pleno verano; y que la inmensa mayoría de los muertos son ancianos vacunados. Sin embargo, la propaganda sistémica trata de maquillar esta evidencia dando publicidad a los casos de no vacunados; y asegurando grotescamente sin ninguna base científica que, en caso de que no se hubiesen administrado las terapias génicas experimentales, la mortandad habría sido mucho mayor.
Desagraciadamente, quienes más obligados estaban a explorar el mar desconocido que se extiende por todas partes en torno al islote de las terapias génicas experimentales -médicos y periodistas- han resuelto apuntarse al silencio de los corderos. Así, mientras callan, los fecundan al modo que Zeus fecundó a Dánae.
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