La Cuarta Teoría Política se considera como antiliberalismo porque identifica en él la esencia de la modernidad.
Aleksandr Guélievich Dugin (1962) es un politólogo y filósofo ruso, cuya fama – para ser honesto – está más extendida fuera de los confines nacionales que dentro de ellos, donde permanece circunscrita a los círculos políticos y militares. Esto ha contribuido a distorsionar, para bien o para mal, su imagen, sobre todo por parte de los medios de comunicación occidentales
que lo han elevado a “ideólogo de Putin” o bien a “Rasputin de Putin”, más allá de cualquier influencia real en las decisiones del presidente ruso, entre otras cosas, nunca mencionada por el directo interesado. Dugin también figura en la lista de personalidades rusas sancionadas por el gobierno estadounidense, considerado como un enemigo público. Estudioso de la tradición (entre sus referencias destacan Guénon y Evola, supervisando la traducción al ruso de diferentes volúmenes) y la Konservative Revolution, es el ideólogo del euroasianismo – o sea, la idea de una integración política, económica y cultural entre los países del espacio postsoviético, y de un orden mundial multipolar no homologado culturalmente al liberalismo occidental – y de la “Cuarta Teoría Política”, con la que propone la superación de los esquemas políticos clásicos para estar a la altura de los desafíos impuestos por el posmodernidad, o sea, del totalitarismo del siglo XIX.
Impulsados por el deseo de profundizar estos argumentos sin el filtro del “tifo” favorable o contrario de terceros medios, hemos querido debatir con Dugin en persona, el cual nos acogió hace unos días en su oficina moscovita saludándonos en un óptimo italiano.
Stefano Beccardi – Prof. Dugin, la Cuarta Teoría Política por usted enunciada se propone hoy como dique a la posmodernidad de la que están empapados el pensamiento y la práctica política occidentales, en una época en la que el modelo liberal es impuesto a nivel mundial sobre los escombros de las doctrinas marxistas y fascistas. En este contexto, ¿cómo se propone la Cuarta Teoría Política como una alternativa a las teorías políticas ya experimentadas?
Alexander Dugin – La Cuarta Teoría Política se considera como antiliberalismo porque identifica en él la esencia de la modernidad. La modernidad no estaba políticamente definida antes de la victoria total del liberalismo (primera teoría política) sobre las otras versiones de la política moderna. También el comunismo (segunda teoría política) y el fascismo (tercera teoría política) eran ideologías políticas modernas basadas en el concepto filosófico del “sujeto” cartesiano. Todas las aplicaciones de este “sujeto” han creado las tres formas generales de la filosofía política: el sujeto, como individuo, es el centro ideológico del liberalismo; el sujeto, como clase, el del marxismo y el socialismo; finalmente el sujeto, como Estado o como nación, era la esencia del fascismo.
El liberalismo, al final del siglo pasado, se ha impuesto como la ideología que mejor representa toda la modernidad. El siglo pasado ha sido totalmente idealista, porque fue el choque entre las tres ideologías políticas; hemos asistido primero a dos guerras mundiales para definir cuál ideología política representaba la esencia política y filosófica de la modernidad, y aquí el fascismo, perdiendo la guerra, perdió la oportunidad de serlo. Luego vino el contexto de la Guerra Fría que fue el choque entre el liberalismo y el socialismo. Después de 1991, el liberalismo ha vencido totalmente y se ha afirmado como la única posible ideología política a escala mundial: hoy tenemos un sistema económico y político liberal, y un sistema cultural y filosófico basado en el individualismo. Como ha dicho Fukuyama, “la historia del mundo ha terminado”, porque el liberalismo ha vencido, ya no tiene alternativa y puede por tanto mostrar su naturaleza totalitaria: se trata de la posmodernidad. El liberalismo se afirma entonces, dentro de un “sistema cerrado”, como la emancipación del individuo de todos los vínculos con la identidad y con la colectividad: es un proceso que empezó con la “liberación” de las religiones, continuó con la “liberación” de la nación y luego del género sexual y, por último, vendrá la emancipación de la humanidad misma (transhumanismo posmoderno). El liberalismo no es sólo ideología, sino que también es la esencia de los “objetos”, el centro de la realidad, la ausencia de cualquier trascendencia.
Este es el punto de partida de la Cuarta Teoría Política, que no acepta el liberalismo como destino inevitable, quiere negar la individualidad, pero sin volver a las ideologías del pasado que eran modernas y, en cuanto tales, representantes del estado más puro del liberalismo. Reconocemos este resultado de la historia ideológica de la modernidad, reconocemos que el liberalismo ha vencido y los motivos. Queremos entonces oponer al liberalismo vencedor algo que vaya más allá de la modernidad, auspiciando el retorno a la premodernidad, al mundo tradicional. Sin embargo, debemos comprender que no debe ser un “retorno al pasado”, sino a los principios eternos de la Tradición que pertenecen a toda época. Cuando hablamos de “tradición” tenemos la idea del pasado, de lo viejo, de la reacción; la Cuarta Teoría Política, sin embargo, no es conservadurismo, sino que es una llamada a la eternidad, en cuyo contexto podemos encontrar la dimensión del hombre presente y futuro. Esta eternidad es justo lo que se niega por la modernidad y el liberalismo. En este retorno a la premodernidad puede ser de ayuda Heidegger, con su crítica del logos occidental, moderno y premoderno; la premodernidad por sí sola no basta, porque cuando es concebida sólo formalmente – y la Tradición pierde su sentido eterno – está destinada a hacerse superar por la modernidad, como ya ha ocurrido cuando ha perdido su carácter existencial, viviente, reducida a una pura forma vacía sin contenido sagrado. El retorno a lo sagrado debe ser concebido, en el contexto heideggeriano, como un nuevo comienzo, a construirse en torno al concepto del Dasein: esto es, la destrucción del concepto individual en favor del hecho humano, concreto, pensante.
SB – A propósito de Tradición, usted nunca ha ocultado el haber sido influenciado en su trayectoria teórica por la obra de dos grandes europeos, René Guénon y Julius Evola. ¿Cuál es la contribución que el mundo ruso puede aportar para la recuperación de una visión tradicional de la vida?
AD – Creo que tenemos que hacer “explotar” el sistema liberal para llegar a la alternativa, porque nada del presente se corresponde con el ejemplo que debemos construir; tal vez esta es la razón por la que para algunos medios de comunicación de masas occidentales soy “el hombre más peligroso del mundo”. Esta es la potencialidad revolucionaria del tradicionalismo de Evola y de Guénon, que eran verdaderos revolucionarios; marxistas y socialistas son “niños” en relación a la gran revolución espiritual, social, política y económica que tenemos que realizar los representantes de la Cuarta Teoría Política.
La validez del pensamiento de Guénon y de Evola consiste en la formalidad de la oposición entre la modernidad y la Tradición. Su intuición más grandioso es la de concebirla como dos formas, no como dos fases; dos formas coexistentes, que pueden ser elegidas como modelo de sociedad y de vida. Para Rusia, esta posibilidad de elección es importante, porque como rusos conservamos muchos aspectos de la sociedad tradicional: religión, familia, colectivismo orgánico. La Tradición es la forma que podemos elegir hoy para defender estos nuestros valores.
Podemos aplicar estos principios a la política, a la cultura, a la historia, conciliándolos con el tradicionalismo ruso. En la lucha por la defensa de nuestra tradición somos solidarios con otros pueblos que luchan por su tradición, porque tenemos el mismo enemigo y el mismo opresor: la modernidad, que destruye toda sociedad, la nuestra como la occidental, la islámica, la hindú o la china. Es una lucha común aunque con valores diferentes.
Siempre es posible oponer la Tradición, como forma, contra la modernidad. Esta elección se traduce también en la realidad política, y Putin juega precisamente a esto. Cuando hay posibilidad de elegir, la mayoría del pueblo ruso, pero también creo que del pueblo europeo, elige la Tradición. Los liberales, sin embargo, con su manera totalitaria de actuar, imponen la modernidad no como una opción sino como un destino: no se puede no ser moderno.
SB – La creciente insatisfacción hacia los diversos aspectos de la posmodernidad se traduce, a nivel político, en la emergencia de movimientos llamados “populistas” contra las élites liberales que dictan la agenda política liberal (que usted llama “el pantano”). Por lo que usted puede observar, ¿estos “populismos” expresan efectivamente una crítica radical al sistema liberal, por lo que puede esperarse un cambio de paradigma real efectivo, o están de todas formas inmersos en él y se resuelven simplemente como instancias de corrección marginales, pero sin un cuestionamiento tout court?
AD – El populismo, como un fenómeno posmoderno, es el rechazo del liberalismo, pero se trata de una reacción visceral, “de las tripas”, no intelectual. Como un órgano vivo reacciona a lo que atenta contra su vida, el populismo es la reacción inmediata de la sociedad aún viva contra la imposición del liberalismo que mata toda la vida. También en este fenómeno podemos encontrar una demostración del Dasein: Heidegger escribió, “Dasein existiert völkische”. El hombre no puede existir sin el pueblo: sin la lengua, sin la cultura y sin la tradición, porque el hombre es un elemento del pueblo y el pueblo es la naturaleza del hombre. Todo el contenido del hombre es popular. Debemos comprender entonces el populismo como el despertar del pueblo que existe y que se opone a la metafísica de la modernidad, contra los conceptos liberales del individuo y de la sociedad civil.
La oposición al liberalismo explica también por qué el populismo declina fácilmente hacia al “populismo de izquierda”, cuasi-socialismo (Syriza en Grecia, Podemos en España, Movimiento 5 Estrellas en Italia), o hacia el “populismo de derecha”, cuasi-fascismo (como Le Pen en Francia, la AFD en Alemania, la Liga Norte en Italia). Sin embargo, creo que el populismo no debe ser interpretado ni desde la izquierda ni desde la derecha, porque de lo contrario se cae en la trampa de la modernidad y se restablece el círculo vicioso de la historia: otra vez se crearía una sociedad “cerrada” con el socialismo o el fascismo, y el liberalismo se convertiría en una alternativa atractiva. Esto es necesario evitarlo, por lo tanto el populismo debe entenderse en sentido puro, sin intromisiones de “derecha” o de “izquierda”, como si se tratara de una reacción orgánica que debe ser cultivada intelectualmente. El populismo es la forma tosca, primitiva, de la creación de la cultura de la Cuarta Teoría Política, de la que representa el argumento más importante de su validez; debe ser entendido en el sentido de la superación del liberalismo y de sus otras formas críticas modernas, y sólo en este sentido puede ser considerado un instrumento para afirmar una alternativa total al liberalismo y a la globalización. En esta lucha, los enemigos del populismo son las ideas manipuladas por el mismo liberalismo: el neofascismo (como en el caso ucraniano), y el neosocialismo (como los movimientos financiados por Soros); el populismo debe oponerse entonces a estas interpretaciones distorsionadas de “derecha” o de “izquierda”, porque por aquí pasa la diferencia entre ser un obstáculo para el liberalismo o bien ser un instrumento del liberalismo mismo. No es suficiente, por lo tanto, con la captación del disenso o del “voto de protesta”: tiene que estar muy clara, en la visión de los líderes políticos, la función histórica del populismo.
Con Macron vemos la situación mucho más clara de la posmodernidad: él representa el liberalismo puro, globalista, más allá de la derecha y la izquierda, es el Anticristo político. Quien se le opone es de derecha (Le Pen) o de izquierda (Mélenchon); pero el polo del populismo puro, que es el centro de la Cuarta Teoría Política, se encuentra entre Le Pen y Mélenchon. También en Italia hay que encontrar una “cuarta posición”; personalmente, creo que Salvini va en esta dirección, aunque por razones de conveniencia de propaganda política, para no perder el apoyo de los liberales de “derecha” del norte de Italia, este aspecto no se ha acentuado.
SB – A propósito de “populismo”, no se puede no hacer mención del caso Trump. Aunque su elección ha estado caracterizada por proclamas claras contra los dogmas liberales y mundialistas,los desarrollos más recientes de su mandato parecen sugerir una “normalización” política en acto.¿Nos enfrentamos a la consumación de una traición a las expectativas, o bien es un precio que Trump debe pagar necesariamente en el corto plazo para poder trabajar “en profundidad” en la dirección por él indicada desde su candidatura?
AD – Trump, incluso comportándose a veces de manera irracional, no puede ser interpretado como un perfecto liberal, ni como comunista, ni como fascista. Su visión sincrética y caótica del mundo denota populismo; pero el “trumpismo” es más importante que Trump, porque es eso a lo que el pueblo estadounidense aspira y quiso, el Trump “trumpista”, no el Trump manipulado por el deep state [Estado profundo], por las estructuras liberales y globalistas.
Trump ha declarado en la campaña electoral que desea cambiar el sistema, pero sin una voluntad revolucionaria es impensable vencer contra el Pantano liberal. El sistema existente no puede ser mejorado cambiando los procedimientos o las élites, sino que debe ser destruido en sus principios. Esto sólo es posible a través de la revisión total de la modernidad, imponiendo otra filosofía de la política, de la ciencia y de la sociedad. El camino es de todos modos muy largo y no evidente. Tal vez Trump subestima el desafío de esta revolución total y es por eso que hay que trabajar para que otros líderes cuenten con los medios que a él le faltan.
SB – En el ámbito europeo, el destino trazado inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial está marcado por la subordinación, política e ideológica, y por la incapacidad (si no realmente por la renuncia) a expresar una dimensión propia. Un largo “crepúsculo” que todavía parece en pleno devenir. ¿Cuáles son los imperativos que los europeos deberían plantearse, a nivel político y pre-político, para reapropiarse de la historia en lugar de padecerla? ¿Por dónde pasa, en otras palabras, un nuevo amanecer europeo?
AD – Hay que concentrarse sobre el concepto de logos europeo, como he escrito en Noomakhia. Hay un logos de Europa que es apolíneo y dionisíaco al mismo tiempo; es patriarcal y solar en su conjunto y es el eje de la civilización europea tradicional, presente en la cultura de la civilización greco-romana e indoeuropea. Hoy en día este eje está dominado por el logos de Cibeles, del matriarcado y de la forma ctónica. La madre se desata contra el padre, el principio apolíneo, y contra el hijo, el principio dionisíaco; este logos liberal titánico expresa la modernidad europea, que es anti-europea. Esta lucha por el logos europeo es cuestión de vida o muerte; no es posible la paz al diablo y al Cristo, entre el cielo y la tierra, como dijo Heidegger. Es necesaria una revolución apolínea total, política, cultural y económica contra las estructuras liberales.
Creo que llegará un momento en el que el sistema globalista producirá transformaciones tan brutales hasta implosionar. En ese momento el núcleo del logos europeo tendrá que volver a emerger, so pena del nihilismo más absoluto, el mundo de las máquinas. Por lo tanto, es necesario estar listo en vista de este momento, que marcará la posibilidad de un nuevo comienzo: hay que conservar la propia identidad contra todas las fuerzas destructivas.
Fuente: Geopolitica.ru / 10-06-2017