Por Juan Manuel de Prada
Uno de los episodios patrios más chuscos derivados de la guerra de Ucrania nos lo han brindado las acusaciones cruzadas de connivencia con Putin proferidas desde las sucursales más ‘extremas’ de los negociados de izquierdas y derechas. Pero lo cierto es que la llamada ‘extrema izquierda’ es izquierda caniche subvencionada por el abuelito Soros (que odia a Putin con toda su alma) y encargada de implementar su agenda; y todos sus aspavientos a propósito del envío de armas a Zelenski no han sido más que cutres navajeos intestinos para desgastar la candidatura de Yolandísima. En cuanto a la llamada ‘extrema derecha’, lo cierto es que es más atlantista que los pinreles de Aznar en un rancho de Texas; y que ya sólo le falta exigir la entrada de Andorra en la OTAN. La realidad es que tanto ‘extrema izquierda’ como ‘extrema derecha’ han encontrado al fin en Putin un demonio de consenso.
Afirmaba Toynbee que el Demonio, personaje propio del esquema cristiano, había sido jubilado en el Occidente descreído; pero, como siempre hace falta un Mefistófeles que acongoje a Fausto, Occidente había entronizado diversos demonios de carne y hueso que mantuviesen vivo el espejismo de un Bien en combate con el Mal. Ocurría, sin embargo, que los demonios de carne y hueso que Occidente elegía no eran compartidos, sino que cada negociado ideológico elegía sus propios demonios de cabecera: así, por ejemplo, la izquierda eligió un demonio universal con bigotillo como Hitler, mientras la derecha prefirió a un demonio universal con bigotazo como Stalin; o, por ceñirnos al ámbito hispánico, la izquierda eligió un demonio calvo como Franco, mientras la derecha elegía un demonio vellido como Castro.
De este modo, izquierdas y derechas occidentales podían situar a sus contrincantes ideológicos en el bando del Mal. Pero Toynbee, que tenía mirada de águila, consideraba que, en la historia de cualquier civilización, siempre hay dos fuerzas en aparente tensión que acababan entablando secreta alianza mediante el hallazgo de un demonio de carne y hueso compartido. Lo que no consiguieron Hitler y Stalin, Franco y Castro, lo ha conseguido Putin, que no sabemos si se saldrá con la suya en Ucrania pero que, desde luego, ha logrado ensanchar el ‘consenso democrático’ de Occidente, brindando un demonio de carne y hueso para todos y todas, un demonio unánime que a todos y a todas les permite acampar en el ‘lado correcto de la Historia’ y avanzar juntos -como instrumentos indistintos del hegeliano Espíritu del mundo- contra el sexismo, el racismo, el maltrato animal, el cambio climático, el coronavirus y el colesterol. Pero este Espíritu del mundo hegeliano, a la vez que encarna el Mal en una persona concreta, necesita, para salvar el espectáculo de la demogresca, mantener vivos rifirrafes de chichinabo que apacigüen a sus respectivas parroquias. De ahí que los distintos negociados se crucen, con virulencia y valentía inigualables, acusaciones de connivencia con Putin, su demonio compartido.
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