Estados Unidos mata al general iraní, Qasem Soleimani en un ataque con drones en el aeropuerto de Bagdad (Irak). El Pentágono confirmó que efectivamente cumplió con uno de sus objetivos: eliminar a uno de los estrategas en jefe y ejecutores de la política regional iraní. La orden del ataque aéreo la dio el presidente del país imperialista, Donald Trump.
El mayor general Soleimani, lideraba el ala de operaciones exteriores de la Guardia Revolucionaria de Irán (CGRI), la llamada Fuerza Quds, declarada grupo terrorista por Estados Unidos.
En un comunicado, el Pentágono ha subrayado que su ataque tenía ánimo “disuasorio”, y ha acusado a Soleimani de estar planeando futuros ataques contra diplomáticos estadounidenses. Soleimani murió por “un tiro de precisión de un dron”, según han confirmado responsables militares de EEUU.
En un país donde nadie es más famoso que la figura del líder supremo, la popularidad del mayor general de las fuerzas Qods, Qasem Soleimani, estaba cargada de significado. De ser un hombre cuyo rostro pocos podían reconocer y que vivía en la sombra desde los tiempos de las guerras en Afganistán e Irak, había pasado a ser un icono mediático y una de las personas que generaba mayor adhesión en Irán. Las encuestas consideraban que este general de 63 años era la figura más popular en la República Islámica con un 37% de los votos.
Soleimani ha sido durante dos décadas el hombre clave que explica la influencia de Irán en el exterior, y en particular en Oriente Medio. El general estaba estos días en Bagdad, donde milicias proiraníes asaltaron la embajada de EE.UU. Pero también se le podía ver en el resto de frentes en los que Irán juega su particular guerra en la zona. De hecho, su salida a la luz pública no llegó hasta muy tarde en su carrera. Fue en agosto del 2015. Soleimani era hasta entonces un hombre sin rostro (apenas se conocía alguna fotografía de él) y poco dado a aparecer en la prensa. Entonces aparecieron esas imágenes del general Soleimani desde el frente de batalla de Tikrit en la que el ejército iraquí y las diferentes milicias chiíes combatían para expulsar a los militantes del Estado Islámico de la ciudad donde había nacido el derrocado Sadam Husein.
Iba vestido de civil y coordinaba las operaciones. Era un hombre de perfil desgarbado, siempre sonriente, la imagen que se propagó de él a través de documentales y vídeos musicales que alababan sus logros y su valentía. En uno de esos vídeos, milicianos chiíes pintaban en las paredes grafitis con el rostro del general y su nombre. Fue quizás esa popularidad la que relajó sus costumbres y lo que hizo que se dejara ver demasiado a menudo. Y probablemente ese fue su error: los estadounidenses lo localizaron en los alrededores de la embajada de la capital iraquí y optaron por matarlo.
Los expertos internacionales habían señalado a este militar experto en guerra de guerrillas como uno de los personajes más influyentes de Oriente Medio. Y en el lado iraní, muchos creían que sus logros militares representaban un elemento importante en la negociación por la cuestión nuclear. “Sus acciones refuerzan la política exterior iraní”, decía hace poco un experto local. Su influencia además de en Irak se extendía a Siria, Gaza, Líbano y Yemen. En Afganistán tuvo un papel fundamental en la estrategia para detener el avance de los talibanes.
“Cuando veo sus fotos, me vienen a la cabeza pensamientos que probablemente no son adecuados para una publicación familiar como la de ustedes”, explicó en su momento el general retirado y exdirector de la CIA, David Petraeus, al Washington Post, donde también aseguró que era interesante ver cómo el general había decidió ganar visibilidad en los últimos años. “Algo extraño para un hombre en las sombras”, añadió Petraeus, que conocía bien los pasos del iraní.
Soleimani era el hombre que había coordinado desde Bagdad las acciones para detener al Estado Islámico desde que los terroristas se habían hecho con el control de parte del país desde junio de 2015. Y siempre se dio por hecho que su papel fue fundamental a la hora de poner orden en las fuerzas militares iraquíes, que se caían a pedazos, aunque nadie tenía pruebas de ello. Aun así, y esa era la sospecha tanto en Estados Unidos como desde otras facciones en el campo de batalla, las milicias proiraníes siempre habían gozado de una radical autonomía.
Soleimani era originario de Rabor, en la región de Kermán, y había empezado su labor como militar en la guerra contra Iraq. Era leal a la figura del Líder Supremo y se le consideraba un hombre extremadamente piadoso. En el Líbano, donde se le había visto rezando en solitario sobre la tumba del combatiente de Hizbulah Jihad Mughniyeh, ejecutado por Israel.
Desde la dura guerra contra Iraq en la década de los ochenta, ningún guardia revolucionario iraní había gozado de una imagen similar. En un país donde los militares, especialmente aquellos que luchan en las fuerzas Qods, sólo salen a la luz pública una vez muertos, Soleimani era una gran excepción. El líder supremo Ali Jamenei, a quien profesa gran devoción, le había llamado “mártir en vida”. Pero tal vez lo más destacable del fenómeno Soleimani es que su popularidad no se limitaba a los sectores más radicales y cercanos al poder de la República Islámica, sino que se extendía a todos los niveles de la sociedad. Incluidos también los reformistas y los jóvenes críticos con el sistema. Unos y otros le reconocían como un hombre íntegro y alejado de la corrupción.