Por Ricardo Vicente López
El pensamiento reflexivo, aquel que se aparta de la superficie de los hechos para mirar lo que estos, por sí no muestran, ha tenido representantes ilustres en todos los tiempos. Ellos han sido los grandes Maestros de la historia. Y son, precisamente ellos, los que nos demandan que no permitamos que los medios de información nos arrastren, con su fuerza y su persistencia cotidiana, a caer en sus redes. Es mucho lo que está en juego, tanto como el futuro de la humanidad.
Para arriesgarnos en esta propuesta se nos exige que, cada uno de nosotros, aporte un poco de tiempo, voluntad, paciencia y perseverancia. Todo ello puede parecer una exageración, pero se trata de desarmar una estructura de pensamiento, la del simple sentido común, para incorporar otra que denominé el pensamiento reflexivo. Como iniciación voy a presentar a dos de ellos: un chino Kuan-Tseu, es ubicado por la tradición probablemente en el siglo VI antes de nuestra era. Fue filósofo, hombre de profunda sabiduría, muy respetado y leído para pensar y educarse.
El otro, un griego ateniense, más conocido por nosotros, Sócrates (470-399 a. de C) fue un docente innovador, crítico y sencillo, que impulsó a sus discípulos a pensar. Discípulos eran todos aquellos que estuvieran dispuestos a conversar con él en calles o plazas. Fue contemporáneo de los sofistas, pero lo diferenciaba de estos que ellos cobraban por sus lecciones, mientras Sócrates enseñaba gratuitamente. Consideraba que enseñar era una misión sagrada. La base de sus enseñanzas proponían el control de los impulsos, la serenidad de espíritu, el alejamiento del lujo y las pasiones de lo cual deba testimonio con su ejemplo, puede ser considerado el fundador de la ética.
Los diferencia más de dos siglos de historia, pero fundamentalmente, el pertenecer a dos tradiciones culturales que dieron origen, varios siglos después, a lo que hoy conocemos como Oriente y Occidente. La primera, la oriental, utilizó la narración, la metáfora, la analogía, como modos de comunicar sus conocimientos. En la segunda, la occidental, primó la forma del razonamiento lógico, el argumento, el discurso explicativo. Sin embargo, en el caso de los dos Maestros mencionados, lo que sobresale es su vocación docente, su necesidad de educar como camino de maduración y emancipación, de consolidación del hombre libre.
El título recuerda un proverbio de Kuan-Tseu que da mucho para pensar. Alguna tradición le atribuye a Lao-Tsé, tal vez un contemporáneo, haber dicho: “Si das pescado a un hombre hambriento, le nutres una jornada. Si le enseñas a pescar, le nutrirás toda la vida”. Pero la existencia real de este pensador está muy cuestionada por los investigadores. De todos modos el contenido no se diferencia mucho.
La página web www.terra.org nos ofrece este comentario respecto del proverbio citado:
“Un pescado a un hombre hambriento le permite saciar el hambre del momento… Darle un pescado cada día sólo evita que se muera de hambre. Sin embargo, la esencia humana no está en el comer sino en disfrutar de la vida, y no hay mejor satisfacción que saciar la curiosidad y aprender de la vida. La verdadera revolución de los humanos es su cultura. Pero esta cultura, que ahora es global, parece no tener el más mínimo interés en ello. Es necesario comprender que la verdadera revolución para combatir la irracionalidad, y no perder la razón, es aprender. Aprender a ser y aprender a vivir en libertad. Por ello, sólo podremos progresar como humanos en un mundo solidario. Enseñar a pescar es también ofrecer la posibilidad de ser libre, de no depender de otros. Abre nuevos caminos de realización personal. Ésa es la clave de la cooperación, de la solidaridad entre los seres humanos.
El comentario abre caminos para el pensar, en los cuales aparece una diversidad de posibilidades que sólo el hombre libre, el que no depende de otro para sobrevivir, puede analizar y disponer. Agrego yo, ese aprender debe estar acompañado por una mirada atenta sobre esas posibilidades para discernir cuáles de todas ellas son las más favorables, las más útiles, para cada persona, en su situación de tiempo y espacio. Dicho de otro modo, no olvidando la maravillosa peculiaridad de lo humano de ser únicos e irrepetibles, por ello no todas las posibilidades son buenas, lo son aquellas que mejor sirvan a cada persona. De allí la importancia de la libertad de elección que requiere el ejercicio de un pensamiento crítico.
En otro proverbio, Kuan-Tseu, nos advierte respecto de que no todo es bueno. Nos recuerda, en otro fragmento, que “Creer o verificar, es una alternativa ineludible”. Por ello no es admisible que el hombre libre crea, o admita o peor repita, toda información que recibe sin pasarla por el cernidero del análisis crítico. Esto es lo exigible para un buen ejercicio del discernimiento. La disyuntiva que plantea el Maestro, encuadra, con cierta rigidez, las posibilidades reales a las que se ve sometida toda persona que se comprometa con la dignidad humana. Ante ella no parece ofrecer escapatoria. Se impone un buen análisis para verificar (esta palabra viene del latín veritas = verdad y facere = hacer; “convertir en verdad”).
Y esto se torna mucho más grave hoy cuando, en estas últimas décadas, el dominio de los medios de comunicación en el espacio de la información pública, han marginalizado a todo otro tipo de información que puede criticar su accionar. Los grandes medios han definido, con una prepotencia oculta, pero no menos prepotencia, ser los portadores de la “verdad de los hechos informados”.
Dentro de los textos, del Maestro chino que han llegado hasta nosotros, la frase que más puede impresionarnos, pero que exige más de una lectura, es esta:
“Si tus planes son para dentro de un año, siembra trigo. Si son para diez años planta un árbol frutal. Y si son para dentro de cien años, educa a tu Pueblo. Porque sembrando trigo una vez, cosecharás una vez. Plantando un árbol cosecharás diez veces, pero educando a tu pueblo cosecharás cien veces”.
Me parece muy sugestivo trazar un paralelo entre con Sócrates quien no escribió nada, pero a través de los Diálogos de su discípulo Platón, hemos podido conocer cómo ofrecía sus conocimientos. Lo que me atrae de ambos, como ya señalé, es una vocación compartida por educar. Su pensamiento se ha convertido en una lectura obligatoria de las carreras de Filosofía de casi todas las universidades. Su enseñanza se efectuaba mediante el diálogo, mediante el cual intentaba extraer verdades de su interlocutor y sacarlo de la ignorancia. En una primera instancia, el maestro se dedica a criticar el discurso que escuchaba de quien conversaba con él. Subrayaba sus falacias, e incluso llegando a ponerlo en ridículo al evidenciar sus contradicciones. Esta parte la denominaba la ironía. Luego viene la mayéutica, un diálogo metódico por el cual, el discípulo, comenzaba a descubrir las verdades por sí mismo.
Aquí podemos encontrar una similitud con aquello de “enséñales a pescar”, ahora diríamos “enséñale a pensar”. Aparece ya en Sócrates un muy buen ejemplo del rol del maestro como guía que orienta al discípulo a descubrir por sí mismo, por el ejercicio del pensamiento crítico. Éste obliga a revisar cada paso de sus ideas y del fundamento que las sostienen. El maestro no es el dueño de un saber que se le transmite ante un discípulo receptivo-pasivo.
Sin embargo, en muchas clases de filosofía, se cae en la contradicción de enseñar el pensamiento de Sócrates, que nos muestra su alumno Platón, como si fuera una lección a memorizar, para luego calificarla en un examen. No sólo no se forma a un filósofo, sino que se forma a un profesor tradicional de filosofía muy preocupado por trasmitir contenidos y no incorporar métodos y ejercicios críticos para liberar el pensamiento de mitos, tabúes. No le enseñamos a pescar-pensar para que no dependa de quien le ofrece los pescados-ideas.
Para ello es ilustrativo recordar que el vocablo educación lo heredamos del latín educere = guiar, exportar, extraer; a su vez deriva de ducere = conducir, guiar. De esto debemos recuperar el concepto de acompañar al discípulo el que aprende o se deja enseñar. Ante él la tarea del educador es ayudarlo a que reconozca lo que guarda en su interior para que crezca y florezca. La figura que mejor lo representa es la del jardinero, que cuida y acompaña el crecimiento para que la planta dé sus mejores y más hermosas flores.
Amigo lector, espero que yo haya podido hacerme entender, que se comprenda el porqué de aquellas exigencias del principio. Mi deseo es que al leerme comience a pensar y criticar, incluyendo lo que yo escribo.
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