Se puede mentir diciendo la verdad… ¿cuál verdad?

Ricardo Vicente López

Voy a comenzar citando al Doctor Michael R. Krätke, Profesor de Política Económica y Derecho Fiscal en la Universidad de Ámsterdam y Director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster (Reino Unido):

“Un populista es quien cuenta a las gentes lo que éstas quieren oír, despierta falsas esperanzas y juega sin escrúpulos con los miedos de otros. Un bobo peligroso es quien cree en las propias mentiras y toma por remedios los ensalmos milagreros. Un aguafiestas es quien llama mentira a la mentira. Un buen ciudadano es quien no se deja tomar el pelo por la superioridad. ¿Cómo se miente con estadísticas? Un gran título para un curso que debería ser obligatorio para los economistas, los científicos sociales y los periodistas, pero no se imparte en las universidades alemanas”.

Y agrego otra definición de un importante funcionario del Reino Unido, Benjamín Disraeli (1804-1881), ejerció dos veces como primer ministro del Reino Unido, autor de la famosa: “Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras, y la estadística”. Curiosamente, esta cita aparece con frecuencia en los libros de estadística, aunque parece hacerle poca propaganda a la disciplina… Lo que ocurre es que la estadística, como toda herramienta, no puede cometer errores por sí misma: los errores y las mentiras son responsabilidad de quien la usa, o de quien repite lo que otros afirman, sin revisar críticamente sus resultados.

George Gallup (1901-1984), pionero en la realización de encuestas, es conocido por comentar que podía probar que Dios existía con las herramientas de la estadística. El escéptico historiador escocés del siglo XIX, Thomas Carlyle (1795-1881) es conocido por su desprecio por la estadística dada su habilidad para probar cualquier cosa que uno desee.

Sin embargo nos guste o no, esperando que estas afirmaciones no nos predispongan a favor o en contra, hoy vivimos en un mundo abarrotado de estadísticas, ejércitos de investigadores se dedican a la recolección de datos y a sacar conclusiones de ellos… es aquí donde aparece el problema. Debo agregar que, en tiempos de la posverdad, ya no importa la verdad del resultado, lo fundamental ahora es que sea útil para demostrar lo que sea útil para los intereses de quien paga.

Estos comentarios, pueden funcionar como una introducción, que me parece necesaria puesto que el mundo de la información, sobre todo la que trata de candidatos políticos, que se repite y se  difunde machaconamente por un periodismo al servicio de los grandes intereses, son el insumo cotidiano de las conversaciones que entablan los ciudadanos de a pie. También ellos infectados por el desentendimiento y el desencanto de saber que, después de todo, poco importa ya que nada va a cambiar. Este escepticismo es funcional al estado de cosa en las que nos vamos hundiendo, como en un Titanic en las aguas comunicacionales.

Veamos un ejemplo de una extrema liviandad de información. Con un título que suena disparatado para la lógica de ese ciudadano de a pie. Se publica una información: ¿Se compran menos fideos y más televisores? Y se dice lo siguiente:

«Dice el consultor de consumo Guillermo Oliveto “El problema no es que no haya plata, sino que la gente está decidiendo usarla de otra manera». Sigue cayendo la venta de alimentos mientras crece la de viajes, por caso. Una contradicción que cruza hoy a la sociedad argentina, y que no puede explicarse sólo por nivel adquisitivo. La manera de ver la realidad económica y política parece estar moviéndose hacia plazos más largos».

Sugiero algunas preguntas para entender: ¿Cuál es el universo estadístico denominado “la gente”? ¿cómo se ha definido esa muestra estadística que se utiliza como la representación del conjunto de los consumidores? Aunque parezca fuera de lugar, propongo una referencia comparativa de una información originada en la presentación de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (EEUU):

«Afirma que sus estudiantes de Geografía son los que logran un salario medio más alto al licenciarse, a una distancia considerable de las otras facultades».

El dato es verdadero… pero cuando se analizan los datos estadísticos con cuales se realizó el estudio aparece algo que deforma totalmente el resultado:

«En ese centro de estudios se licenció en Geografía el basquetbolista de la NBA Michael Jordan, gracias a una beca  deportiva. Obviamente, las cifras astronómicas que cobraba como jugador desvirtuaba la realidad del promedio de los salarios del resto de alumnos. «La mayoría ganaba 40.000 dólares al año, pero solo uno ganaba 500 millones».

Entonces nos encontramos con una verdad que dan los números pero que esconde una cifra que distorsiona el promedio publicado. Volvamos a la noticia comentada.

«Empecemos con algunos datos duros de la consultora Kantar. En agosto, el consumo de su canasta de 140 productos, incluyendo alimentos envasados, lácteos, productos de tocador y de limpieza, retrocedió 2%. “Seis de cada 10 categorías perdieron volumen en el acumulado 2017 vs. 2016”, precisan. ¿Es un problema de poder adquisitivo? Es difícil responderlo de manera directa…

¿Por qué? “Porque están volando otras categorías, como autos, motos, electrodomésticos”, dice Oliveto. Esta semana, Ecolatina difundió un estudio que demuestra que las ventas de electrodomésticos, precisamente, crecieron 3,7% en el primer semestre. ¿La gente compra televisores y deja de comprar fideos? También crecen los viajes: 15% en viajeros a distancias y 35% en gastos generales. Y en los materiales de construcción. Pero no hay visos de que mejore la situación de la indumentaria».

Se le podría preguntar al señor Oliveto ¿cuál es “la gente” que compra fideos y cuál es “la gente” que compra televisores, viaja, gasta más? ¿No habrá allí una diferencia de sectores sociales con ingresos diferentes, cuyas posibilidades de compra está determinada por el poder adquisitivo? ¿Ese análisis no permitiría despejar la difícil incógnita planteada en el título? Ayudemos al redactor de esta noticia tan desconcertante con esta propuesta para tener en cuanta: “Hay “gente” cuyos ingresos están sobre el límite de la canasta de pobreza y compra fideos y hay otra “gente” cuyos ingresos pueden estar por encima de los $ 50.000 y consume lo que parece presentarse como un misterio.

Pero, claro, son puntos de vista, se podría decir que hay matrices de pensamiento diversas y que, por ello, todos pensamos de modos diferentes. ¡Es cierto! Por ejemplo una es la del señor Oliveto que le presentó al periodista esta explicación:

«El consumidor está reacomodando su billetera”, es la síntesis del analista. Y se establecen nuevos paradigmas. Hubo un primer gran disruptor el año pasado, que fue la suba de tarifas, que astilló la capacidad de compra y planteó nuevas prioridades. Pero en este 2017 hay otro eje nuevo que está moviendo el dial: el crédito hipotecario. “Está haciendo cambiar los plazos en los que se piensa -añade Oliveto-. Se pasa del presente al futuro, se mira más hacia adelante. Como si fuéramos ahora más sajones y menos latinos al comprar”.

Ahora, ante un aporte académico de tanta profundidad, casi diría epistemológico del señor Oliveto, debo reconocer que en mis críticas se me había escapado el factor antropológico que aporta un nivel de análisis mucho más profundo. Los pobres, por ser latinos, compran pensando en lo que puede comer es día: fideos. Los de más altos ingresos, con una mentalidad sajona superior, están pensando en el largo plazo. ¡Qué obsoleto queda aquello que afirmó el economista británico John Maynard Keynes (1883–1946) en el “largo plazo todos estaremos muertos”.

 

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