Por Marcelo Ramírez
La noticia del desembarco de soldados norcoreanos en la región rusa de Kur, una zona donde Ucrania ha buscado expandir su conflicto hacia el propio territorio ruso, plantea preguntas cruciales sobre el rumbo de la alianza ruso-norcoreana. Con Rusia ya habiendo recuperado cerca del 50% de los territorios en disputa, la presión aumenta en las capitales de Kiev y Seúl, que se apresuran a denunciar la situación como una amenaza de dimensiones históricas. No obstante, estos movimientos de voluntarios y soldados extranjeros en suelo ruso no resultan exactamente una novedad.
Desde 2022, cuando Rusia lanzó su operación militar en Ucrania, rumores de posibles apoyos internacionales comenzaron a circular, especialmente en torno a Corea del Norte. Lo curioso, claro está, es el enfoque en el uso de «voluntarios» que, como en el caso de Ucrania con la OTAN, llevan etiquetas casi de camuflaje: “soldados freelance”, “mercenarios de bajo perfil,” o “voluntarios.” Este formato, usado por Ucrania para encubrir tropas occidentales, ahora parece volverse en su contra, y el esfuerzo por hacer pasar a soldados norcoreanos como parte de un “voluntariado” internacional sigue las reglas de un juego que ellos mismos instauraron.
Lo que le da un giro fundamental a esta situación es la reciente ratificación de un acuerdo de cooperación integral entre Rusia y Corea del Norte. En virtud de este tratado, ambos países se reconocen como aliados militares de pleno derecho, y Rusia, sin necesidad de excusas o artificios, podría recibir tropas norcoreanas sin violar los acuerdos internacionales de los que tanto gusta enarbolar a Occidente. En otras palabras, no hay nada que decir respecto a la legalidad de este acuerdo, aunque Occidente intente disfrazarlo de “grave violación”. Sin embargo, las reglas de juego aquí se escriben según quién ostente el poder, y la acusación parece una ironía más en esta batalla por el dominio narrativo.
En este contexto, la alianza ruso-norcoreana se destaca no solo por la ayuda táctica y estratégica que Corea del Norte podría aportar en el conflicto ucraniano, sino también por el intercambio económico subyacente. Corea del Norte necesita, desesperadamente, alimentos, energía y fertilizantes, recursos que Rusia podría brindarle sin apenas sentirlo. A cambio, Pyongyang aporta tropas disciplinadas y mano de obra con un estilo de trabajo incuestionable en un momento en que Rusia enfrenta una crisis demográfica que le complica cubrir la demanda interna de trabajadores. Este apoyo permite a Rusia contar con una red de seguridad que la respalde en un conflicto que, lejos de acabar, solo parece intensificarse.
¿Y qué gana Corea del Norte? Aquí la jugada es aún más astuta: sus tropas y oficiales ganan experiencia en una guerra real de características de combate moderno, en un entorno de alta intensidad y sobre terrenos de gran diversidad táctica. Un entrenamiento invaluable para un ejército que se encuentra en constante tensión con su vecino del sur. La experiencia ganada en Ucrania prepara a Corea del Norte para un eventual enfrentamiento con Corea del Sur, un conflicto potencial que está muy lejos de ser improbable. Con una capacidad de combate fortalecida y una economía más estable gracias a los recursos rusos, Pyongyang podría, por primera vez, imaginar una reunificación bajo sus propios términos.
Mientras tanto, Occidente, en su autoproclamado rol de árbitro global, cuestiona el “apoyo” que Corea del Norte da a Rusia sin detenerse a evaluar la profunda incoherencia de su postura. Porque, ¿acaso los países de la OTAN no llevan tropas y mercenarios a Ucrania, disfrazados de voluntarios y entrenadores? Desde hace más de un año, Occidente ha facilitado armas, fondos y soldados a Ucrania sin disimulo alguno, pero ahora resulta que la participación de tropas norcoreanas es un acto “inaceptable” y una “violación de las normas internacionales.” No hace falta ser un experto en relaciones internacionales para notar la falta de lógica en este doble discurso.
Además, la participación de Corea del Norte no se queda en una mera presencia militar. La reciente autorización de Rusia para que Irán produzca en su propio territorio aviones de combate Sukhoi 30 y 35 plantea un cambio drástico en el equilibrio de poder en Medio Oriente. Si Irán consigue sostener una producción de 50 a 60 de estos aparatos anualmente, Israel perdería su actual ventaja aérea en pocos años. Y mientras tanto, Estados Unidos enfrenta un problema interno: la reserva de misiles SM3, vitales para su defensa antiaérea, se encuentra en niveles alarmantemente bajos. La capacidad de producción de estos misiles es limitada y los costos descomunales, algo que pone en jaque la capacidad de defensa de EE. UU. y, por extensión, de sus aliados en Asia, como Corea del Sur, que dependen de estos sistemas antimisiles.
De cara a un escenario que se globaliza a un ritmo imparable, Corea del Norte y Rusia consolidan una alianza que excede el simple apoyo militar. Las fuerzas norcoreanas no solo son una ventaja táctica para Rusia, sino también un alivio demográfico, que permite a Moscú reducir sus bajas y la presión sobre su propia sociedad. Es una estrategia que resuelve varias cuestiones con un solo movimiento: minimizar las bajas rusas, evitar tensiones internas por la movilización, y mantener al ejército ruso en el conflicto sin los altos costos humanos de una movilización forzada.
Conclusiones: Hacia un Nuevo Orden Internacional
En un escenario donde la cooperación entre Rusia y Corea del Norte se fortalece, el discurso de Occidente se tambalea. La OTAN y Estados Unidos, que se arrogan la autoridad de dictar quién puede y quién no puede intervenir en Ucrania, ven sus propias limitaciones expuestas. Rusia, que ha enfrentado sanciones económicas y diplomáticas sin precedentes, emerge con una red de alianzas que incluye a Corea del Norte, Irán y otros países que Occidente preferiría ignorar.
La guerra en Ucrania se convierte en un teatro de aprendizaje y entrenamiento para los países que enfrentan sanciones y amenazas de intervención extranjera. Y si Corea del Norte aprovecha este conflicto para preparar a su ejército para un posible enfrentamiento con el Sur, Occidente tiene pocas herramientas para frenarlo. Después de todo, Rusia y Corea del Norte no están haciendo nada que la OTAN no haya hecho ya en Ucrania. La diferencia radica en que, para Rusia, esta es una jugada estratégica bien calculada, mientras que para Occidente, la implicación en Ucrania comienza a revelar sus propias debilidades estructurales.
En última instancia, Occidente enfrenta un dilema: reconocer la creciente independencia y capacidad de maniobra de sus rivales, o seguir impulsando una narrativa que cada vez encuentra menos respaldo en la realidad. La alianza entre Rusia y Corea del Norte, lejos de ser una simple colaboración coyuntural, parece anunciar el nacimiento de un bloque que desafía las normas y expectativas del orden unipolar. La pregunta es si Occidente está dispuesto a aceptar esta nueva realidad, o si seguirá atrapado en un discurso que, como estamos viendo, no hace más que consolidar su aislamiento en un mundo que ya no se organiza bajo sus reglas.